La economía feminista viene a poner en el centro de la discusión cuestiones mucho tiempo silenciadas por la teoría económica y por la política concreta. Sobre estas cuestiones, conversamos con Tatiana Guajardo Gaitán.
No es noticia que estamos en un sistema patriarcal, donde los hombres están un escalón, o varios, más arriba que las mujeres. La desigualdad de género no es un tema nuevo, y en los últimos años ha tomado cada vez más protagonismo en la vida política, económica, social y cultural de nuestro país y el mundo.
Algunos datos de la desigualdad entre los hombre y las mujeres. En nuestro país, 36 de cada cien mujeres que trabajan no están registradas, sufren un 2,6 % más desocupación que los hombres, cobran promedios salariales que están 25 % por debajo y están, por lo general, empleadas en actividades malpagas asociadas con el cuidado de familiares, la docencia, sanidad y trabajo doméstico. Esto forma parte de un trabajo presentado por las Mujeres Sindicalistas de la Corriente Federal de los Trabajadores.
Conversamos con la economista y docente de la Universidad Nacional de Mar del Plata, Tatiana Guajardo Gaitan, sobre la economía feminista, la desigualdad de género y el impacto de la crisis del coronavirus.
¿A qué se hace referencia cuando se habla de economía feminista?
La economía feminista es una corriente de pensamiento económico. En la economía no solamente existe lo que en nuestra disciplina denominamos corrientes principales, las ideas neoliberales, la hegemonía que se estudia en las facultades de todo el mundo, sino que también hay otras corrientes, entre ellas la economía feminista.
«Existen médicas, ingenieras, economistas que nos desarrollamos en lo que es considerado un mundo de hombres. La economía feminista, además de la visibilización del trabajo no remunerado, también hace hincapié en como nos desarrollamos en todos los sectores, es una perspectiva más general».
¿Cuál es el reclamo histórico central desde esta perspectiva?
En realidad la economía feminista surge como una teoría económica, que propone, en lugar de hacer hincapié en el estudio y en el análisis de la reproducción de bienes y servicios en el mercado, hacer un análisis sobre la reproducción y sostenibilidad de la vida, haciendo énfasis principalmente en la desigualdad de género. Es una escuela de pensamiento que surge en los años 70, principalmente en Europa y Estados Unidos, que se fue consolidando en todo el mundo.
¿Cuáles son los sectores, en Argentina, donde más se ve reflejada esa desigualdad?
Desde la economía feminista se busca visibilizar cuales son los roles que ocupamos las mujeres. Su objeto de estudio es la participación económica de las mujeres, entonces no solamente analiza cuales son los roles que nosotras ejercemos en el mercado laboral sino también como es la participación económica en un sentido amplio, desde las actividades no remuneradas que nosotras llevamos adelante en nuestros hogares relacionados al cuidado y la reproducción de la vida, como también como son las características de nuestro desarrollo profesional en todos los ambientes.
Existen médicas, ingenieras, economistas que nos desarrollamos en lo que es considerado un mundo de hombres. La economía feminista, además de la visibilización del trabajo no remunerado, también hace hincapié en como nos desarrollamos en todos los sectores, es una perspectiva más general.
De hecho, hay estudios que muestran el impacto económico que tienen las tareas no remuneradas.
Exacto, hay propuestas que se vienen pensando desde la década del 90. Nosotras, en el inicio del estudio de la economía, hablamos del flujo circular de la renta. Lo que proponen algunas corrientes, dentro de la economía feminista, es que se hable de un flujo circular ampliado, poner en visibilidad cuanto se agrega en valor, no solamente lo que tiene que ver con la fuerza de trabajo en el mercado laboral sino también la importancia de los actos de reproducción y cuidado.
Hay una frase que dice que no es lo mismo comer un buen bife en tu casa que comer lo primero que se te ocurre cuando vos estás en la calle. Esas actividades que a nosotros, como fuerza de trabajo, nos generan mejor calidad de vida, también se ven reflejadas en nuestro quehacer laboral.
¿Cómo se ve reflejada esta desigualdad en esta crisis?
Hay algunos estudios y propuestas que están llevando adelante la visibilidad de estas cuestiones. Por ejemplo, que el trabajo doméstico no remunerado recayó principalmente en las mujeres y eso también colabora a elevar los niveles de estrés y al cansancio de nuestros cuerpos, y una perspectiva interesante de la crisis que nos trae el Coronavirus en la economía es una perspectiva de una crisis sobre la economía del cuidado, que algunas economistas feministas están llevando adelante.
Empezar a ver que la crisis de acumulación se da a través del agotamiento de los cuerpos femeninos. Las mujeres se desarrollan en espacios laborales relacionados a espacios de cuidado, y muchos de esas actividades fueron consideradas esenciales, y a eso hay que sumarle que llegan a su casa y tienen que llevar adelante las actividades de cuidado. Entonces el límite de la acumulación es el límite del cuerpo femenino en su capacidad de cuidar. Todos tenemos límites y las mujeres estamos en una situación de debilidad, de explotación en su máxima expresión.
En ese sentido, ¿crees que las medidas adoptadas por el gobierno tienen en cuenta la perspectiva de género?
La existencia de un Ministerio de Mujeres, Políticas de Género y Diversidad Sexual permite que haya algunas medidas que se van acercando hacia lo que desde la economía feminista reclamamos.
Sin embargo, como este tipo de corrientes son novedosas en la voz pública, todavía falta mucho camino por recorrer para poder llevar adelante medidas que logren ponernos en un pie de igualdad. Estamos avanzando, el hecho de que el Ingreso Familiar de Emergencia estuviera directamente ligado con la Asignación Familiar por Hijo te permite un respiro, pero es una medida paliativa cuando se tiene en cuenta un enfoque mucho más amplio.
«Me parece que el cambio empieza por casa y cada uno de nosotros tiene que empezar a repensar cuales son sus prácticas en las relaciones, llevar adelante familias distintas, una escuela distinta, un mercado laboral diferente y así construir una sociedad igualitaria».
¿Qué medidas propondrías para esta crisis sanitaria?
Creo que haría hincapié en proteger aún más las actividades de contención y de cuidado, lo que en economía feminista llamamos “Diamante de cuidado”, que está definido por la familia, las organizaciones de la sociedad civil, el mercado y el gobierno.
Empezar a generar puentes de articulación para las actividades de cuidado teniendo en cuenta la emergencia que tienen en estos momentos los comedores escolares o la necesidad que tienen las mujeres en poder cuidar a sus familias en caso que tengan que salir a trabajar. Hacer hincapié en ese foco me parece que sería una medida que permitiría cambiar el eje en cuanto a cuáles se llaman actividades económicas y a cuáles no.
¿Qué faltaría para llegar a la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer en Argentina?
Hablando de Argentina en particular, estamos viviendo un proceso disruptivo en algunos aspectos pero no podemos perder de vista que estamos teniendo prácticamente un femicidio por día.
También acá yo me permito ampliar el panorama y pensar en las disidencias, no solamente una mirada dicotómica entre hombres y mujeres, pensar en un mundo donde todas las personas independientemente de nuestro género tengamos un pie de igualdad derechos. Y, cuando hablamos de derechos, no solamente los económicos, sino de libertades para todes.
En ese sentido me parece que falta un cambio cultural profundo. Las nuevas generaciones tienen la mente mucho más abierta a la que tenemos nosotros. Me parece que el cambio empieza por casa y cada uno de nosotros tiene que empezar a repensar cuales son sus prácticas en las relaciones, llevar adelante familias distintas, una escuela distinta, un mercado laboral diferente y así construir una sociedad igualitaria.
Se habla mucho del «techo de cristal». En muchas profesiones las mujeres son mayoría o son la misma cantidad que los hombres en los estamentos más bajos y en las jerarquías son menores. Todavía no se podido superar eso
No, para nada. Yo soy docente universitaria y en las universidades las docentes somos la mayoría, representamos la mayoría de los cargos, sin embargo somos la minoría en los cargos jerárquicos, en los cargos de titular o de gestión.
En todos los ámbitos sucede, esto también es un tema que trabaja la economía feminista. Cualquier persona en su casa, sin querer, tiene más confianza en un profesional varón que en una profesional mujer, existen brechas de salario, nosotras tenemos que acreditar muchísimo más conocimiento y aptitudes para llegar a un determinado cargo que lo que tiene que acreditar un hombre.
Todas estas cuestiones todavía están vigentes y cuesta mucho romper con esas lógicas, por eso creo que los cambios esenciales son culturales. Tenemos que empezar a cambiar la perspectiva sobre como nos relacionamos y, en función de eso, estas cuestiones van a empezar a cambiar. Mientras eso no suceda el patriarcado va a seguir siendo el régimen que nos gobierna.
Cuando se habla del “impuesto rosa”, ¿a qué se hace referencia?
Principalmente está relacionado a la compra que nosotras tenemos que hacer todos los meses respecto a los productos de higiene femenino. Existen estudios que muestran que es un porcentaje bastante elevado el que se dedica en la estructura de gastos a este tipo de productos.
Pero también se extendió este análisis hacia otro tipo de productos que están relacionados al “segmento femenino”, la cosmética, productos de limpieza, indumentaria femenina. Existe una variación en los precios que muestra que por el simple hecho de ser mujeres, además de ganar menos, tenemos que pagar un adicional en nuestra canasta de consumo.
«Lo que buscamos es que haya un reparto por parte del Estado de productos de higiene femenina y mayor concientización sobre la carga que genera la compra de estos productos en nuestros presupuestos».
Por ejemplo, un desodorante femenino vale más que uno masculino.
En algunos casos si. Esto es una tendencia general, no es que una señora va a ir a la góndola y va a decir “pero esta chica está diciendo esto y yo me encuentro con que mi desodorante está más barato”. La tendencia generalizada es que sí, las cremas, las toallitas, los tampones, las copas menstruales, todos esos productos que son inherentes al cuidado femenino, no solamente por una cuestión biológica sino también cultural, tiene un mayor peso en la canasta de consumo.
¿Ustedes proponen sacarle el impuesto a esos productos?
En realidad el impuesto rosa no es un impuesto otorgado por el Estado. Hay una sobrecarga en nuestro consumo por comprar productos femeninos. Hace algunas semanas se presentó un proyecto de ley en la provincia de Santa Fe al respecto. Lo que buscamos es que haya un reparto por parte del Estado de productos de higiene femenina y mayor concientización sobre la carga que genera la compra de estos productos en nuestros presupuestos. Por ejemplo, hay familias que tienen una alta feminización en su composición, una familia monoparental de una mujer que tiene sólo hijas, donde la carga en su presupuesto es realmente alta. Empezar a visibilizar estas cuestiones y tener un acompañamiento por parte del Estado es una buena medida para que un producto que nosotras estamos obligadas a comprar no sea tan pesado en nuestra canasta de consumo.
*Esta entrevista se reproduce por la gentileza de Red Baires.