Un ejercicio contrafáctico para poner en discusión el pensamiento de izquierda. ¿Profundizar las contradicciones o acumular reformas?
El interrogante es provocador, claro. Y tiene sus riesgos para este escritor que no es un especialista o un investigador avezado de las ciencias sociales. La idea no es faltarle al respeto a un hombre científico y brillante que marcó con sus investigaciones más de dos siglos de la humanidad y que en el título de este trabajo aparece junto a otro de nuestro tiempo que es fácil prever que no alcanzará ni por asomo una celebridad parecida.
Puede decirse que existen varios Karl Marx, porque el genio escribió muchos trabajos. El Marx de los Manuscritos de 1844, que muestra sus pensamientos filosóficos muy interesantes desde una faz humanista, que apuntaba tal vez a la comprensión de la integridad del hombre en la sociedad capitalista. Hay un Marx científico también, el de El Capital, su obra cumbre donde analiza la lógica económica del sistema capitalista y acuñando el concepto medular de la plusvalía. La acumulación capitalista nace de la apropiación por parte del dueño de los medios de producción del trabajo excedente del obrero. Y está el Marx del Manifiesto Comunista, en coautoría con Engels, su escrito de barricada, elaborado en un contexto que buscaba fomentar la confrontación, las contradicciones porque la lucha de clases es la partera de la historia.
Puede haber muchos otros Marx, e incluso el marxismo-leninismo, esa especie de unión extemporánea entre el teórico que anunció la revolución y su realizador, inmerso en el mar de contradicciones que fueron los socialismos reales. Y bien, el Marx humanista, el Marx científico y el de barricada, conviviendo en su pluma increíble y dialéctica, que la historia avanza por contradicciones. Todo muy lindo, diría el lector. ¿Y a Espert dónde lo metemos?
Si el marxismo se tradujera como una filosofía que apuntara a agudizar las contradicciones, en las últimas elecciones Marx hubiera votado a Espert, la hipótesis que pone entre signos de interrogación este trabajo.
Cursé la secundaria en un colegio salesiano de mi barrio, Almagro. Recuerdo que, en esa época, vivíamos prácticamente en el colegio, que funcionaba también como una especie de club social organizando convivencias, actividades de apoyo escolar para el barrio y hasta un campeonato de fútbol para los alumnos. En la adolescencia, a mí me pasó el sentirme atraído por las ideas radicales y del Manifiesto Comunista me había hablado mi viejo, y había permitido que lo compre en una colección que se vendió en los puestos de diarios. Recuerdo que, en el colegio, un día junto con unos compañeros tuvimos una charla con un preceptor llamado Amadeo. Recuerdo que afirmó: «Cuando yo era como ustedes, también era marxista. Pero, cuando pasaron los años, me hice peronista – dijo y se sonreía como sintiendo conmiseración por esos ilusos que le hablaban de la revolución del proletariado sin haber pisado nunca una fábrica».
En mi casa, recuerdo a mis viejos votando por fuera de la polarización, de la grieta de esos momentos, y eligiendo la boleta del MAS (Movimiento al Socialismo) de Zamora y Vicente que había llenado la cancha de Huracán u optando por el Partido Intransigente. Amadeo, el preceptor nos miraba con comprensión, las hormonas nuestras revoloteaban tal vez impulsando el deseo de querer cambiar el mundo. En su lugar de hombre maduro, dictaba su experiencia. Nosotros le discutíamos que eso (el menemismo de entonces) no era siquiera el peronismo, que se había aburguesado demasiado, con su conductor arriba de una Ferrari y las privatizaciones. Pero más picante se puso la cosa cuando él nos dijo: «En realidad, si ustedes fueran marxistas deberían votar a Menem».
Apuntaba a la concepción de Marx de que la exacerbación del capitalismo lo conducía a su fin, por agudizar las contradicciones. Y, en algún punto, tenía su lógica el pensamiento que traducía en esa sentencia Amadeo. Y esto tiene relación con una discusión que se dio en la izquierda argentina en su historia, entre los que apuntaban al enfrentamiento frontal y alimentando las contradicciones y los sectores que luchaban por las reivindicaciones inmediatas de los trabajadores. Los revolucionarios y los que pensaban en el pan de cada día. Los primeros se subordinaban tal vez demasiado a las directivas de Moscú. Transcurridos los años, se hizo evidente la dificultad del régimen soviético de exportar la revolución concentrándose en sus propias fronteras y Estado. Terminó primando entonces la lucha por las reivindicaciones inmediatas, situación comparable a la de hoy, con la sustancial diferencia de que ya no existe la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Se derribó el muro de Berlín consagrando en apariencia el triunfo del capitalismo.
Si el marxismo se tradujera como una filosofía que apuntara a agudizar las contradicciones, en las últimas elecciones Marx hubiera votado a Espert, la hipótesis que pone entre signos de interrogación este trabajo. El candidato ultraliberal que proponía el Estado mínimo, al punto de aclarar que hubiera despedido a millares de empleados públicos borrando administraciones enteras, incluido el sueño de achicar el número de estados provinciales. Lo que implica de forma subyacente esta tendencia de la exacerbación de las contradicciones es la concepción de que el aumento de la miseria es la semilla de la liberación futura. La pobreza o la miseria empujaría a la lucha, una máxima que en la historia argentina se ha vuelto demasiado relativa o lejana a la certeza. En algún sentido, se discriminarían en este razonamiento dos momentos bien definidos: primero, la elección del candidato más capitalista o conservador para agudizar las contradicciones y un segundo momento de lucha y conquista del poder por parte del proletariado. Un presente negro y un futuro rosa, por medio de la lucha. En algún punto, la idea ultraizquierdista de la contradicción hasta se podría considerar afín transitoriamente a la posición del neoliberalismo de un presente de pesadumbre para un futuro (muy lejano) mejor: el sufrimiento necesario en la coyuntura de privaciones para un crecimiento económico que derramaría en el futuro la riqueza con el arbitrio autónomo del mercado. Entonces ¿sería una locura que Marx votara a Espert como aliado indeseable pero conducente a la revolución? La historia contrafáctica es un juego que deja cosas afuera, pero constituye un ejercicio tal vez interesante para pensar.
La corriente de izquierda que postula las reivindicaciones inmediatas puede inscribirse en la escuela de Alfredo Palacios, el legendario legislador socialista que llevó la voz de los trabajadores por primera vez al Parlamento. Podría considerarse su continuidad (aún con diferencias notorias) en las líneas del actual Frente de Izquierda a nivel nacional o del Socialismo de la provincia de Santa Fe, con experiencia de gestión. Si bien se intenta combatir o proponer una alternativa al capitalismo en general, se presta mucha atención a la coyuntura de los trabajadores que son despedidos, suspendidos solidarizándose, teniendo en agenda y poniendo el cuerpo a muchas situaciones de forma loable. Volviendo al juego ¿los hubiera Marx votado o habría considerado que sus luchas ralentizaban la aparición de la crisis capitalista? Ni que hablar con respecto al peronismo y a toda propuesta de contrato social, dejando en un lado naturalmente subordinado (pero con derechos) a la clase obrera. Ya no sabemos siquiera si sigue siendo válido el postulado de la lucha de clases, desde que el concepto de clase obrera fuera interesantemente discutido en el libro de Ana Natalucci, Fernando Rosso y Paula Abal Medina, tomando en cuenta las complejas modificaciones en el ámbito del trabajo que les llevó a preguntarse por su misma existencia.
Un presente negro y un futuro rosa, por medio de la lucha. En algún punto, la idea ultraizquierdista de la contradicción hasta se podría considerar afín transitoriamente a la posición del neoliberalismo de un presente de pesadumbre para un futuro (muy lejano) mejor.
¿Y entonces? El electorado en Argentina pareciera polarizarse entre dos opciones , ahora y más o menos siempre: una variante que ocupa el centro-izquierda y otra de centro-derecha. Un centro-izquierda más inclinado a la sensibilidad social con ciertas políticas de redistribución del ingreso pero sin expropiar a nadie y una centro-derecha también capitalista más conservadora y concentradora con mantenimiento (tal vez de mala gana) de políticas de contención social para los más desfavorecidos. Como sostuviera el escritor y psicoanalista Alfredo Grande, unos dejan caer algunas migajas del banquete y los otros prácticamente ninguna, pero con el banquete del capitalismo nadie se mete. La grieta así vista se exacerba en los modos, en las peroratas, pero incuba hasta un cierto acuerdo social que no alimenta ninguna contradicción. Y así, al autor genial del Manifiesto Comunista, al que dijo que la lucha de clases es el motor de la historia, le quedarían pocas opciones en el menú electoral por fuera de la polarización: José Luis Espert; Gómez Centurión y el Frente de Izquierda. A Gómez Centurión lo descarto por la idea de nacionalismo recalcitrante, que no fue tan propia de Marx, que apostó más a una visión internacionalista podría decirse. Y bien: nos quedarían la Izquierda de las reivindicaciones inmediatas y José Luis Espert, para salir de la comodidad alienante que no propone la agudización de ninguna contradicción salvo en la grieta dibujada y casi caricaturesca entre algunos sectores medios de la sociedad.
Y entonces ¿Qué hubiera elegido? No podemos saberlo, pero espero haya valido la pena el juego. Es que hubo varios Marx. Si pensamos en el de los Manuscritos, tal vez elegía al Frente de Izquierda. Si consideramos el científico, tal vez optaba por una de las dos versiones de la grieta. Y, si pensamos en el autor del Manifiesto Comunista, ¿quién les dice que no votaba a José Luis Espert? O tal vez, tomaba el sobre, ingresaba al cuarto oscuro e introducía en él una foto del autor del Manifiesto Comunista. O hubiera tirado a la mierda las opciones que se amontonaban arriba del pupitre desgastado de la escuela pública. Pero, cualquiera fuera su accionar, no hubiera agudizado ninguna contradicción. Tal vez porque dentro de un sistema democrático representativo, republicano y federal se vuelve difícil. Pero no hay que olvidar, como dijera una vez Churchill, que la democracia es el peor de los sistemas de gobierno, con excepción de todos los restantes. Hemos aprendido al menos en Argentina que dentro de la democracia, todo. Fuera de la democracia, nada. Y las contradicciones se deben tramitar dentro de ella, con más y mejor democracia.