Incluso en tiempos de restricciones por la pandemia, la política en las calles está al orden del día. Las manifestaciones en el espacio público, la cobertura de los medios, y una pregunta, quizá sin respuesta, sobre la irracionalidad que mueve la política.
UN ESPACIO PARA LA LITURGIA ESTATAL Y LA MOVILIZACIÓN CIUDADANA
El monumento a la Bandera, está destinado a desarrollar cada 20 de junio el ritual patriótico de honrar a la Bandera y a Belgrano. Pero el diseño de su espacio interior y el entorno del Parque a la Bandera a orillas del río Paraná, ha servido como espacio físico en el que se desarrollan innumerables actos de la sociedad civil y de la sociedad política.
Esta reapropiación tiene como condición de posibilidad la arquitectura y el entorno del monumento que, a diferencia de otros, no es solo un grupo escultórico o un monolito. Es un parque, un pasaje que continúa una de las calles más transitadas de la ciudad (el llamado Juramento), un teatro (el Patio Cívico) y un salón de actos (la Sala de las Banderas). Esto hace que como conjunto arquitectónico pueda ser utilizado de muchas maneras.
No hay una fecha precisa de cuando empezaron las apropiaciones del espacio fuera de su destino formal, pero si podemos aproximarnos al momento en el que se fueron intensificando. Ese momento fue entre mediados y finales de 1982, durante la crisis terminal de la dictadura de 1976, allí la ciudadanía de Rosario y alrededores eligió el monumento para acompañar las movilizaciones que en Buenos Aires terminaban en la Plaza de Mayo. Los actos durante la campaña presidencial de 1983, especialmente el de Raúl Alfonsín, fueron los cierres excepcionales de ese proceso.
Esa nueva apropiación continuó en democracia, incluyó espectáculos musicales, algunos de ellos con del festejo del día de la primavera, y de continuó siendo escenario de diferentes actos proselitistas. En 1987 también fue escenario de la visita del Papa Juan Pablo II y, poco después, fue el espacio que eligió la ciudadanía para manifestarse contra el alzamiento carapintada de semana santa.
Los actos protocolares del 20 de junio han sido también políticos, desde la expectativa mediática que despertaba en la ciudad la llegada o no del o la presidente, hasta los detalles del mismo acto, si había o no desfile militar, quiénes participaban, qué se hacía después del acto o si el intendente o el gobernador de turno daban un discurso.
En 1989, el presidente Menem lo eligió para hacer la primera ceremonia de la repatriación de los restos de Rosas con el objetivo de reconciliar pasados. El oficiante fue el mismo presidente y entre los oradores del acto estuvieron descendientes de Rosas y Sarmiento. A partir de 1996 el patio cívico y su escenario fueron el punto de llegada de las multitudinarias marchas por el 24 de marzo, reactivándose así la memoria de la dictadura militar y los reclamos por verdad y justicia.
También es el escenario central de las más diversas y opuestas manifestaciones que lo eligen en su libre interpretación de los ideales de la patria, como sinónimo de unanimidad. Así podemos encontrarnos un día con la marcha con la que culmina el encuentro nacional de mujeres, una a favor del aborto y otra en contra.
Entre todas ellas, la más importante de los últimos años ha sido la protesta de las patronales agrarias en 2008, ante el posible aumento a las retenciones agrícolas. Esto ocurrió también en una fecha emblemática como fueron las vísperas del 25 de mayo, en la que se manifestaron todas las entidades agrarias, y congregaron a más de 200.000 personas. El despliegue fue espectacular, llegaron a la ciudad caravanas de vehículos con productores agropecuarios, que pernoctaron en la ciudad colmando su capacidad hotelera. Los discursos apuntaron al reclamo corporativo, pero claramente lo enmarcaron como un reclamo “nacional”, es decir, que involucraba a toda la sociedad argentina.
Los actos protocolares del 20 de junio han sido también políticos, desde la expectativa mediática que despertaba en la ciudad la llegada o no del o la presidente, hasta los detalles del mismo acto, si había o no desfile militar, quiénes participaban, qué se hacía después del acto o si el intendente o el gobernador de turno daban un discurso. Menem abandonó el desfile militar e invitó a organizaciones de la sociedad civil a participar, decisión que le costó muchas críticas. Cristina Kirchner lo convirtió en algunas ocasiones, especialmente en 2013, en un acto partidario, en el que estaban pautados los aplausos, las rechiflas y los vivas.
Pero hasta 2015 estaba claro que los gobiernos buscaban la participación ciudadana en el acto, más ecuménica o partidaria, más pautada o espontánea, dependiendo de la coyuntura. En su desdén por lo simbólico, Mauricio Macri hizo el acto del 20 de junio de 2016 cercado al público. Aparentemente el gobierno intentó separar el acto formal del acto político, y, si la política era inevitable, que esté lo más lejos posible. El problema es que esa frontera era imposible después de 30 años de democracia política y la demostración la dio el propio Macri: tras cerrar su discurso, invitó a los los alumnos presentes a corear el “Sí, se puede”, lema de su espacio político durante la campaña electoral.
El ex presidente mostraba así una actitud fóbica frente a las masas a modo de desprecio explícito por la política. En realidad, lo quisiera o no, estaba haciendo política y la prueba de ello fue que, años después, el 20 de junio de 2019 organizó un mitin partidario en un modesto club de barrio, con la presencia de un grupo de niños y unos pocos socios de ese club que hicieron las veces de un mero telón de fondo. En contraste, Cristina Fernández presentaba su libro en un salón de la ciudad, pero con una multitud que apretujada seguía el evento en la calle a través de grandes pantallas.
UN DÍA DE LA BANDERA MUY PARTICULAR
El 20 de junio pasado, tuvimos un nuevo acto del día de la Bandera, sin desfile, sin público y con la tecnología de la videoconferencia. El acto oficial se realizó en un triple escenario, el Propileo, con el intendente y el gobernador, la residencia de Olivos con el presidente y su gabinete, y algunos niños que participaron desde sus casas de la ceremonia virtual. Una enorme pantalla, también en el Propileo, mostraba al presidente tomando la promesa a los niños de cuarto grado y luego a los soldados.
Al mismo tiempo, a espaldas de esa ceremonia, en el pasaje Juramento, un grupo de jóvenes protestaba contra la posible legalización del aborto con una enorme bandera argentina desplegada en el piso. Antes del comienzo del acto, el padre de Carlos Orellano, un joven presuntamente asesinado con complicidad policial, acompañado de un grupo de manifestantes les acercó un petitorio a las autoridades provinciales y municipales presentes.
Que se presenten demandas particulares en ese espacio es frecuente, pero pocas veces lo hicieron el mismo 20 de junio y durante el acto oficial. Pero protestar contra un gobierno, o medidas actuales o futuras del mismo, como los casos de los antiabortistas y el banderazo de la tarde, no es lo habitual. O, por lo menos, no lo era hasta hoy.
La ceremonia oficial esta vez no fue continuada, como en otras oportunidades, por una serie de festejos populares, por razones obvias. Sin embargo, la zona aledaña al monumento a la Bandera se vio poblado por la tarde por un “banderazo”, convocado días antes por las redes sociales para defender, al mismo tiempo, la propiedad privada, la República y la libertad (en contra de una cuarentena visualizada como maléfica excusa de unos demonios sedientos de poder). La demanda de defensa de la propiedad privada, en obvia alusión a la posible expropiación de Vicentín, se replicó en distintos lugares del país, especialmente hubo una en Avellaneda, ciudad del norte santafesino a la que el grupo económico está vinculada territorialmente.
Que se presenten demandas particulares en ese espacio es frecuente, pero pocas veces lo hicieron el mismo 20 de junio y durante el acto oficial. En otras oportunidades, hubo un “aprovechamiento” de la ocasión para entregar un petitorio a las autoridades, como fue el caso de Orellano. Pero protestar contra un gobierno, o medidas actuales o futuras del mismo, como los casos de los antiabortistas y el banderazo de la tarde, no es lo habitual. O, por lo menos, no lo era hasta hoy.
EL 9 DE JULIO: LA INDEPENDENCIA Y LA LIBERTAD
El día de la Independencia, y dadas los condicionantes del momento, el presidente Alberto Fernández siguió con la tónica del acto “virtual”, pero con una puesta en escena muy particular. A su espalda, desde pantallas se veían las siluetas de los gobernadores a los que saludó con especial afectuosidad. También contó con la presencia física de todos sus ministros y de los representantes de distintas cámaras empresarias y el secretario general de la CGT, Rodolfo Daer. El presidente parecía repetir la escena que mostró Duhalde en 2002, cuando se presentó con las principales corporaciones como avales de su gobierno.
Mientras tanto, en Rosario, en el monumento a la Bandera se desarrollaba una caravana que reclamaba la estatización de Vicentín. Varias organizaciones sindicales y sociales, y partidos de izquierda participaron de la misma. El sindicato más importante era el del gremio de aceiteros, célebre por lograr en los últimos años los convenios colectivos más beneficiosos para sus afiliados. Y entre los partidos políticos, el Frente Social y Popular, un ala de la izquierda aliada al kirchnerismo, era la fuerza política más importante. Se trató de una movilización aceptable para una izquierda tradicional y para el nacionalismo de izquierda, ya que había clase obrera organizada y la reivindicación era más que plausible.
“Nos movilizamos porque queremos que la empresa siga siendo nacional; entendemos que sólo con participación estatal y obrera se puede frenar el vaciamiento; y vamos por la expropiación y el juicio y castigo a los responsables de esta estafa al pueblo argentino”, señalaron los organizadores de la marcha. El sentido ecuménico nacional quedaba rubricado por la fecha y el escenario elegido: “El 9 de julio de 1816 fue proclamada la independencia de Argentina en Tucumán y no es casual que nos encontremos hoy acá defendiendo los valores de la libertad, la igualdad, la independencia y la soberanía. […] Culminar la caravana y hacer el acto en el Monumento porque tiene una gran fuerza simbólica”.
Si uno miraba los banderazos opositores desde lo que mostraba TN, había una marcha de preclaros ciudadanos que clamaban por la defensa de libertades civiles y económicas conculcadas por el populismo en el poder. En cambio, el retrato que presentaba C5N era el de una horda de locos anti cuarentena con consignas incoherentes y extremadamente excitados.
Esta manifestación tuvo repercusión en los medios locales, pero prácticamente no se le prestó mayor atención en los medios capitalinos, con pocas excepciones. Por la tarde, en ese mismo escenario hubo otra manifestación, que replicó el banderazo del 20 de junio en contra del gobierno, contra la posible estatización de Vicentín, por la república, y contra la corrupción. ““El miedo es enemigo de la libertad”, “Justicia independiente del poder de turno”, “Apoyo al campo. Viva la patria” y “Hartos de los K”, fueron algunos de los carteles improvisados que portaron los manifestantes”, comentaba la cobertura del diario Clarín .
El punto de la corrupción real o imaginaria de los mediáticamente llamados «gobiernos K» fue quizás uno de los que más movilizó a los manifestantes. La muerte sospechosa del ex secretario de Cristina Kirchner y supuesto testigo protegido de la causa de corrupción llamada de “los cuadernos” y la prisión domiciliaria para Lázaro Báez, funcionaron como activadores de esa movilización callejera. Las intervenciones de los dirigentes más furibundamente opositores del PRO y del ex presidente Macri intentaron subirse a la ola de protestas y, a la vez, agitaron las movilizaciones opositoras. También aportaron lo suyo los intelectuales que un mes antes habían advertido sobre los peligros de una posible “infectadura”.
¿LOCOS RESENTIDOS O CIUDADANOS EJEMPLARES?
Si uno miraba los banderazos opositores desde lo que mostraba TN, había una marcha de preclaros ciudadanos que clamaban por la defensa de libertades civiles y económicas conculcadas por el populismo en el poder. En cambio, el retrato que presentaba C5N era el de una horda de locos anti cuarentena con consignas incoherentes y extremadamente excitados. TN mostraba la racionalidad de una manifestación contra la irracionalidad populista, mientras C5N exhibía la irracionalidad de la manifestación frente a un gobierno que se había autoproclamado como de “científicos” y que tomaba medidas asesorados por expertos de autoridad incuestionable. Ambos, sin saberlo quizás, participaban de supuestos muy caros al positivismo, esa filosofía nacida en el siglo XIX y que trascendió su propio tiempo.
El positivismo, como es sabido, estableció un cuadro evolutivo de la humanidad donde quedaba claramente dividida las etapas teológica, metafísica y positiva o científico-racional. La racionalidad y el progreso eran las metas del siglo XIX occidental y el atraso se combatía, ya sea mediante la violencia estatal o la educación. Pero, en el mismo siglo, se pusieron en jaque estos asertos con la aparición de las masas proletarias como un nuevo actor social potencialmente revolucionario.
Los pensadores positivistas tomaron ese desafío y se preocuparon por entender esa irrupción de las masas. Gabriel Tarde y Gustave Le Bon trataron de explicar las actitudes de las masas a partir de su “irracionalidad” y su patologización. «Imitación», «sugestión» y «contagio» fueron conceptos médicos trasladados a la psicología de las masas, comparadas estas a formas de vida consideradas inferiores como las animales y que Le Bon utilizó para tratar de entender la irrupción de los sectores populares y su potencial revolucionario o, al menos, disruptivo.
Georges Sorel, en sus Reflexiones sobre la violencia, retomó algunas ideas lebonianas para plantear su hipótesis-programa del mito movilizador. Las masas tienen un protagonismo positivo en la historia (léase revolucionario) que se potencia a partir de la síntesis que transmiten ciertas imágenes y representaciones de la acción, que él propone llamar «mitos». Su discusión era con aquellos socialistas que planteaban la racionalidad del programa como elemento suficiente para la acción del proletariado.
No nos es posible predecir la emergencia de un “populismo de derecha”, pero están apareciendo algunos síntomas que nos deberían preocupar a los que nos consideramos dentro del espacio progresista. Están las demandas particulares, pero para que exista un populismo, como nos enseñó Laclau, faltarían los articuladores políticos de esas demandas.
En nuestro país, José María Ramos Mejía intentó algo similar y, en 1899, escribió Las multitudes argentinas, preguntándose quiénes son los protagonistas de la historia y utilizando para ello una matriz leboniana. A partir de ese análisis, el médico y estadista se propuso una política educativa centrada en el culto patriótico para nacionalizar y asimilar a las ingentes masas de inmigrantes que llegaban a la argentina por esos años.
En la década del ’20, el peruano José Carlos Mariátegui, contra un marxismo excesivamente racionalista, planteó el retorno al Tawantinsuyu como mito movilizador de masas en un sentido revolucionario. Muchos años después, el argentino Ernesto Laclau hizo una revisión crítica de la historia intelectual de la psicología de masas y, tamizado por el psicoanálisis, propuso entender la acción social aparentemente irracional como la emergencia de rasgos comunes compartidos y reprimidos que sólo pueden ser representados de manera simbólica.
Volviendo a nuestros manifestantes, allí vimos una multiplicidad de actores heterogéneos y asociados. Propietarios de autos viejos reivindicando un supuesto ataque al libre mercado; señores y señoras de country que no quieren convivir con un símbolo de la corrupción kirchnerista; mentados republicanos indiferentes o justificadores de la dictadura militar; y jóvenes manifestándose contra la libertad de los cuerpos; entre muchos otros. Cualquier análisis somero podría quizá desarmar racionalmente sus argumentos, pero eso es un ejercicio fácil que no sólo no explica, sino que es impotente políticamente.
Habría que indagar quiénes son los que manifiestan, qué demandas particulares hay detrás de las consignas, qué representaciones imaginarias persisten y qué lugar nos toca a los que intentamos entender esta realidad. No nos es posible predecir la emergencia de un “populismo de derecha”, pero están apareciendo algunos síntomas que nos deberían preocupar a los que nos consideramos dentro del espacio progresista. Están las demandas particulares, pero para que exista un populismo, como nos enseñó Laclau, faltarían los articuladores políticos de esas demandas. No faltan postulantes para este rol, incluido Mauricio Macri, que, tras la derrota de 2019 e incluso al final de esa campaña, empezó a abandonar su fobia a la política de masas que tanto lo había caracterizado. Racional o no, la política tiene su propia lógica.