La figura de Sergio Berni sobresale dentro del Frente de Todos, pero más por sus exabruptos que por sus logros. En trascendido enfrentamiento con Sabina Frederic lo puso nuevamente en el foco y, una vez más, no por buenas razones.
La ironía, parece, fue lanzada por Frederic. Y el destinatario, cuenta la crónica periodística, fue Sergio Berni. El contexto de la frase es bien conocido: la reunión que ambos mantuvieron, junto con el gobernador y funcionarios de confianza de cada uno, este jueves. El objetivo de la reunión era terminar de limar asperezas, coordinar el arribo de las fuerzas federales a territorio bonaerense y, por último y sobre todo, mostrar sintonía después de los chispazos, que no terminaron de encender el fuego de milagro, entre ambos. Estos chispazos que, nobleza obliga, vinieron mayormente de un mismo lado: la boca del Ministro de Seguridad de la Provincia, son, en el fondo, producto de las diferencias que los separan. Diferencias de forma y de contenido, es decir, diferencias notorias.
La trayectoria que posee cada uno de los protagonistas hablan, en buena medida, por sí solas: Berni es militar, médico y militante del peronismo con amplio recorrido en la función pública, que saltó al estrellato como secretario de Seguridad del gobierno de Cristina Kirchner. Frederic, por otro lado, es antropóloga, profesora universitaria y fue, antes de Ministra, investigadora del CONICET. Una mujer que, para decirlo mal y pronto, viene del mundo académico, sin inscripción partidaria.
Estos chispazos que, nobleza obliga, vinieron mayormente de un mismo lado: la boca del Ministro de Seguridad de la Provincia, son, en el fondo, producto de las diferencias que los separan. Diferencias de forma y de contenido, es decir, diferencias notorias.
Ahora bien, más allá de la crónica y de lo que ella da cuenta, del cosmos que constituye la micropolítica autóctona, por un lado, y de la pésima relación que tienen Berni y Frederic, por el otro, la ironía que esta última lanzó al primero es el índice preciso de lo que en aquella reunión, en primer lugar, y en la mesa de la política toda, en segundo lugar, está en juego. Dos formas bien distintas de hacer y de concebir la política, de practicarla.
Berni es conocido por sus exabruptos, por sus apariciones pomposas y sus exhibiciones grandilocuentes en la pantalla chica, exhibiciones y apariciones que le vienen como anillo al dedo a la lógica del espectáculo de esta última. A Berni se lo puede ver llegar en su moto particular de alta gama (y no en auto oficial) a los operativos, se lo ve portando su propia arma como si ésta representara el espectro de lo que nunca dejó de ser: un militar o un hombre de las fuerzas armadas. Hace no mucho, de hecho, un periodista le consultó por qué portaba armas: “Porque tengo autorización para portarla”, respondió sin inmutarse.
Como si su papel de Ministro y funcionario público no tuviera ninguna relación con esa extravagancia. Frederic, en cambio, no sólo no porta armas. Hace gala de su perfil bajo, sin por eso dejar de intervenir públicamente cada vez que su cargo se lo demanda. Perfil bajo no es, en este caso, mirar para otro lado. Su estilo es austero, y su vocabulario y su lenguaje, sus gestos corporales y de todo tipo, le escapan a las extravagancias y al exhibicionismo belicoso, en todo sentido, del primero. Habla con calma. Argumenta con solvencia y le da ritmo a lo que dice. Y lo dice despacio. No te atropella con las palabras.
Sin embargo, no sólo se trata de estilos. Se trata, decíamos, de formas de hacer y de concebir la política. Berni, por ejemplo, se puede dar el lujo de irrumpir en un operativo cuyas fuerzas de seguridad él no tiene a su cargo. Y se puede dar el lujo de hacerlo para dar órdenes a quienes no le responden en “la línea de comando” (para decirlo con sus propias palabras y con ese lenguaje castrense que le es tan familiar y cercano). Se permite, dicho de otro modo, hacer un verdadero espectáculo y montar una verdadera escena de irreverencia y disrupción institucional (se trata, no lo olvidemos, de un ministro de una provincia interviniendo en un operativo federal sin siquiera levantar el teléfono antes para dialogar con quienes debería: los funcionarios nacionales responsables del despliegue de fuerzas) sin importarle o sin siquiera mostrar que le importen las consecuencias. Su estilo no sólo es su estilo. No sólo es una forma separada de su contenido. Es el contenido mismo.
Berni encarna esa forma de hacer política desprofesionalizada, impredecible, corporativa y alejada del respeto a las formas institucionales, a las instituciones como algo más que las personas que las encarnan.
Berni encarna esa forma de hacer política desprofesionalizada, impredecible, corporativa y alejada del respeto a las formas institucionales, a las instituciones como algo más que las personas que las encarnan. Su irreverencia y su intransigencia es el sello de una concepción de la política profunda y muy arraigada en el sistema político argentino: esa que, justamente, encarnan también otros dirigentes políticos cuya inscripción partidaria no tienen mucho que ver (o eso suponemos) con la de Berni. Una política que hizo mella y hiere, una y otra vez, a la Argentina. Que la hiere y la lesiona porque privilegia a las personas por sobre las investiduras y las instituciones, porque convierte toda mediación política en una mediación corporativa, en una confrontación belicosa, en un cúmulo de exabruptos y gestos grandilocuentes. Una forma de practicar la política que choca de frente con lo que la Argentina necesita y parece tratar de cambiar una parte del sistema político: que es capaz, por ejemplo, de sentar en una misma mesa a dirigentes políticos de diferentes partidos para dar una conferencia de prensa en conjunto. Vista desde una perspectiva más amplia, entonces, Frederic representa el reverso del anverso que sintetiza Berni: una forma de hacer política que, todavía, se resiste a irse.