La pandemia y sus medidas paliativas han provocado cambios profundos en los hábitos y la prácticas cotidianas. De entre todos, los niños y niñas son los que más han sufrido esta situación y, como en muchas circunstancias, sus voces están ausentes del debate público.
Esto ya fue/antes, hoy y después/están en un lugar/la ciudad de los pibes sin calma. Nada que hacer/solamente mover/la cabeza al revés/y una chica vendrá desde el alba…
(Fito Paez. 1988)
Como es bien conocido, la niñez es una construcción social relativamente reciente, tal vez uno de los logros más loables de la humanidad: el consenso acerca de la necesidad de proteger muy especialmente a las criaturas humanas, produciendo -o intentando producir- formas de cuidado universales durante ese período de la vida en que sin la asistencia de los otros no se tiene chance de una vida mejor, incluso de una vida a secas.
La educación, en su configuración moderna, presupone la niñez e intenta construir sobre ella un tipo particular de subjetividad institucional que a veces se llama alumnos o estudiantes y a veces, últimamente, lisa y llanamente los “pibes”, los “chicos”, “niñ@s”. Por eso es lícita hoy -como lo fue antes y lo será después -la pregunta, desde la educación -aunque también desde otras miradas- sobre las condiciones actuales de vida de las niñas, niños y adolescentes.
Las voces de las niñas y niños – así como sus deseos, necesidades, intereses y angustias- han quedado invisibilizadas. Tanto es así que Luisa Brumana, Representante de UNICEF Argentina, afirmó: “Los niños y las niñas son las víctimas ocultas del coronavirus”.
El aislamiento o distanciamiento social que va camino a sumar 150 días con sus tardes y sus noches ha puesto en suspenso -y por lo tanto en discusión- muchas de las nociones y prácticas habituales y naturalizadas: los modos de encuentro y reunión, de transporte y comunicación, los vínculos que consideramos indispensables y aquellos que no tanto y, por supuesto, el tironeo entre los considerandos económicos y los sanitarios que alcanzan frecuentemente ribetes absurdos. Muy mayoritariamente estas reflexiones toman estado público desde la perspectiva y las preocupaciones del mundo adulto. Como contrapartida, las voces de las niñas y niños – así como sus deseos, necesidades, intereses y angustias- han quedado invisibilizadas. Tanto es así que Luisa Brumana, Representante de UNICEF Argentina, afirmó: “Los niños y las niñas son las víctimas ocultas del coronavirus”.
Ni la escuela, ni el club, ni el playón, ni los bailes, ni el boliche, ni las plazas ni los parques, ni las fiestas, ni los viajes. Más de tres meses cerrados los espacios de socialización de niños, niñas y adolescentes; confinados a sus casas o a las calles de acuerdo al lugar de nacimiento; unos agobiados por la mirada adulta familiar devenida total, permanente, invasora -quiera o no-; mientras que otros continúan más a la intemperie que antes librados a la salvaje ley de los pares y de la jungla que es la cuadra o la esquina, abonados fijos a la niñez desrealizada que se profundiza con la ausencia de las instituciones de amparo y de esos otros adultos que mucho o poco, pero con mucho esfuerzo, intentan aportar intervalos de tranquilidad, seguridad o de alegría.
INICIO EN MENOS DIEZ
Para pensar la situación actual de las niñas y niños en Argentina, atravesados por el confinamiento pandémico -permítase la licencia- puede resultar útil configurar algunos aspectos del punto de partida, es decir: de la situación previa a la irrupción del COVID-19 y las medidas aislamiento.
Por ejemplo, acerca de la situación de pobreza, un estudio de CIPPEC-PNUD-CEDLASde principios de 2020 señala al menos tres puntos de relevancia; a) que la “(…) reducción sistemática y duradera de la pobreza es uno de los principales desafíos que tiene hoy la Argentina”; b) que “La evidencia indica que el nivel de pobreza de ingresos actual es superior al de 1983, cuando Argentina recuperó sus instituciones democráticas [y que] la desigualdad de ingresos aumentó en el período” y c) que “La noción de pobreza crónica alude a situaciones de carencias persistentes que no pueden ser superadas aún bajo condiciones económicas coyunturalmente favorables”. ¿Por qué es importante para pensar la situación de las niñas y niños? Porque “La caracterización de la pobreza crónica en Argentina revela un sesgo contra los niños y jóvenes: del total de pobres crónicos casi la mitad son menores de 15 años”.
Desde otra mirada -no muy lejana- la Encuesta de Actividades de Niños, Niñas y Adolescentes 2016-2017 advertía que de los niños y niñas de 5 a 15 años, el 8,4% realiza actividades productivas, de los cuales 3,5% realiza actividad doméstica intensiva y el 2,6% realiza actividades para el mercado. La situación se complica cuando se advierte que los hogares en los que al menos un niño o niña realiza actividades productivas pertenecen más significativamente a los hogares con clima educativo bajo. Mientras los hogares con clima educativo bajo representan en general el 51,7%; el porcentaje asciende a 68,2% para los hogares en los que al menos un niño o niña realiza actividades productivas. ¿En qué condiciones desarrollan sus tareas las niñas y niños que viven en estos hogares?
Es cierto que muchas veces el hogar, la casa, es un ámbito de seguridades y de amparo para niñas, niños y adolescentes que encuentran allí las herramientas simbólicas para enfrentar el hostil mundo del afuera. Sin embargo, en otros casos, la situación es inversa y la casa se convierte en el escenario en el que el terror se despliega sin atenuantes.
LA CASA DEL TERROR
Es cierto que muchas veces el hogar, la casa, es un ámbito de seguridades y de amparo para niñas, niños y adolescentes que encuentran allí las herramientas simbólicas para enfrentar el hostil mundo del afuera. Sin embargo, en otros casos, la situación es inversa y la casa se convierte en el escenario en el que el terror se despliega sin atenuantes. Las estadísticas sobre abuso sexual infantil en Argentina -que pueden consultarse aquí– señalan que en más de la mitad de los casos (53%) el abuso se produce en el hogar de la víctima; en casi la mitad de los casos (47%) las víctimas son niñas y niños de entre 6 y 12 años; en el 75% de los casos el abusador es familiar. ¿Es necesario agregar que esta tragedia social está atravesada por una dimensión de género, toda vez que el 90 % de los agresores son varones y la inmensa mayoría de las agredidas son niñas y adolescentes mujeres? ¿Cómo están transitando la cuarentena estas niñas y adolescentes?
Adicionalmente se ha escuchado -y leído- muy poco acerca del lugar que se otorga a la Educación Sexual Integral (ESI) en este tiempo de educación virtualizada y sin embargo, la implementación de la ESI resulta clave para desnaturalizar, visibilizar y atender las situaciones de abuso y violencia sobre niñas, niños y adolescentes.
Jésica Báez y Paula Fainsod -docentes e investigadoras- reponen la pregunta sobre la ESI en un contexto complejo: “Sabemos que el ASPO conllevó un borramiento de la división entre lo público y lo doméstico que afectó fuertemente las condiciones del trabajo docente, las condiciones de enseñanza y las condiciones de vida de lxs alumnxs. Un borramiento quizá para muchxs no tan nuevo, pero sí singular. Un borramiento que por momentos deja en soledad, que no permite un espacio de intimidad, que genera angustia ante la incertidumbre, de debilitamiento de las decisiones autónomas”.
PIEDRA LIBRE
Desangelados, desrealizados, abandonados o a la intemperie; al menos la mitad de las niñas, niños y adolescentes de Argentina necesitan con urgencia la reapertura de las instituciones de amparo que pueblan los territorios eternamente postergados de las periferias urbanas geográficas y simbólicas del país. Y necesita la sociedad toda que esa reapertura pueda repensar, reconfigurar, reposicionar esas instituciones para superar las precariedades institucionales preexistentes a la pandemia y la cuarentena, porque como también se sabe: en muchos casos entre las pobrezas del contexto y las pobrezas institucionales no queda mucho más que acompañarse en el sentimiento.
Muchas de las voces que se han desplegado durante la pandemia y el aislamiento han señalado el cúmulo de desigualdades sobre las que se asienta este tiempo: desigualdades de ingresos, de acceso a internet, de infraestructura hogareña, de red de cuidados y contención, de género, de acceso a la salud, de formalidad o precariedad laboral. Es preciso sumar aquí la desigualdad generacional, aquella que denunciaba Pierre Bourdieu en su breve y clásico “La juventud no es más que una palabra” en el que develaba que, escondida tras la exaltación a lo juvenil se encontraba el sistema social de relevos de las posiciones de poder.
Si para el mundo adulto resulta psíquicamente costoso el aislamiento obligatorio, tanto que se discute como problema del Estado el derecho de los runners a su actividad, imagínese la forma en que sobrellevan el tiempo quienes habitan todavía el territorio de la infancia.
Si para el mundo adulto resulta psíquicamente costoso el aislamiento obligatorio, tanto que se discute como problema del Estado el derecho de los runners a su actividad, imagínese la forma en que sobrellevan el tiempo quienes habitan todavía el territorio de la infancia.
Es preciso desocultar la situación de niñas, niños y adolescentes, sus angustias y padecimientos en tiempos de cuarentena. Desocultar sin detenerse en la mera cuantificación, señala Juan Skliar, “Porque si no el otro es la imagen de un otro sólo de la manipulación numérica, un otro medible, un otro obscenamente cuantificable, sin rostro, sin lengua, sin cuerpo o bien con un rostro, una lengua y un cuerpo debidamente mensurados”.
Desocultar las necesidades de las nuevas generaciones en el acceso a los medios de orientación codificados en las disciplinas escolares, porque de lo contrario se los condena a la repetición y a la orfandad simbólica; desocultar en paralelo que la escuela es también un espacio imprescindible de encuentro con otros que no son familia: un enorme ensayo de participación social. Desocultar para cuidar y reparar, para abrazar simbólica y materialmente a las niñas y niños y que dejen de ser las víctimas ocultas de la Argentina, con o sin coronavirus.