Alberto Fernández tiene su carta astral y el INVAP lanza satélites al espacio. ¿Cuál es el rol de la ciencia en el debate público? Es hora de reflexionar no sólo sobre sus éxitos, sino también sobre sus métodos.
El pasado sábado, el presidente Alberto Fernández comentó que la Secretaria Legal y Técnica de la Nación, Vilma Ibarra, le había acercado una carta astral en la que se le indicaba que estaba “predestinado a siempre tener que construir sobre las cenizas”. Por otro lado, al día siguiente observó con orgullo el lanzamiento del satélite SAOCOM 1B, que se espera que sea de gran ayuda para diversos estudios ambientales.
Cabe preguntarse, entonces, si la astrología y la ciencia y tecnología espacial están en el mismo plano de importancia para el presidente y/o para la sociedad. Dicha pregunta debe hacerse sin caer en imperativos homogeneizadores: después de todo, en una sociedad que garantiza constitucionalmente las libertades individuales en el ámbito del fuero íntimo, no sería fructífero (para la discusión pública) pretender determinar si es apropiado, o no, creer, practicar o analizar prácticas pasibles de ser consideradas como pseudocientíficas.
Lo que es pertinente discutir es qué lugar se le da en el ámbito público a una y otra empresa, para lo cual es interesante analizar qué separa a la ciencia de la astrología. La diferencia fundamental radica en que la astrología no pretende hacer afirmaciones que puedan ser refutadas, ya que dichas refutaciones pondrían en duda sus cimientos. Por el contrario, la ciencia -en general- comprende afirmaciones que pueden ser puestas a prueba a través de mediciones o experimentos. Cuál es el mecanismo de rechazo o aceptación de estas afirmaciones (hipótesis, modelos, o teorías) es un tema de amplio debate filosófico. No obstante, el hecho de que las afirmaciones y los experimentos estén disponibles de forma pública para que colectivamente (e, idealmente, sin sesgos) se determine su grado de veracidad, puede describirse como uno de los rasgos distintivos de la ciencia.
La astrología no prevé que sus argumentos puedan ser puestos a prueba (para eso suele basarse en afirmaciones amplias y vagas) por lo que estos no pueden ser analizados críticamente. Por esto es cuestionable, desde el punto de vista político, que el jefe de estado revindique la astrología a la hora de hacer una caracterización de su gobierno o su función pública.
¿Por qué es relevante esta distinción? Básicamente porque en la discusión pública, al menos idealmente, se puede llegar a acuerdos o compromisos cuando se utilizan herramientas que permitan el análisis crítico de los argumentos de las distintas partes. La astrología no prevé que sus argumentos puedan ser puestos a prueba (para eso suele basarse en afirmaciones amplias y vagas) por lo que estos no pueden ser analizados críticamente. Por esto es cuestionable, desde el punto de vista político, que el jefe de estado revindique la astrología a la hora de hacer una caracterización de su gobierno o su función pública, aunque pueda personalmente tener esas creencias. En particular, es un poco preocupante que se deslice una especie un relato épico sin otro sustento, que encima es acompañado por llamados de otros partidarios kirchneristas a “salir de clóset” astrológico.
La crítica del uso de la astrología en el debate público debe ser complementada con la aparente concepción del presidente respecto del rol de la ciencia en la definición de políticas públicas, ya que de otra forma esta crítica sería simplemente una queja de un hecho coyuntural. En la apertura de sesiones ordinarias, el presidente afirmó que éste es “un gobierno de científicos”. Esta afirmación, pese a ser del agrado del sistema científico, tiene sus bemoles por una serie de razones. Afirmar que puede existir un gobierno de científicos (en el discurso de Fernández, en contraste con un gobierno “de CEOs”), es dar a entender que hay castas de gente preparada para gobernar que se disputan los lugares de poder. La lectura que se puede hacer es que si no se es científico (o CEO) no se puede gobernar. Aunque el autor parte de la idea que no son buenas las exégesis exageradas, eso no significa que éstas no se formulen en el debate público. Y esta expresión es tomada recurrentemente en redes sociales como pivote en la crítica a las actuales medidas en el ámbito de la pandemia de COVID.
Una parte del problema con esta frase es más bien sutil. El equívoco parte de atribuirle a las personas que participan de la labor científica las características de la empresa que realizan. Los científicos no son mejores porque son racionales, analizan sin prejuicios sus argumentos y someten toda su labor a la crítica constante (se podrían citar muchos ejemplos que refutan esta afirmación). Es la actividad científica como empresa colectiva la que nos ha permitido comprender un poco más la naturaleza, resolver problemas prácticos y mejorar nuestra calidad de vida. Esto se debe a que la ciencia, colectivamente y a lo largo de los años, ha utilizado (no sin dificultad) criterios racionales para comparar los aportes de diferentes científicos. Las expresiones “un gobierno de ciencia” o “un gobierno con actitud científica” hubiesen sido más correctas, aunque quizá menos memorables.
Por otra parte, la frase “gobierno de científicos” también da la idea de un grupo selecto que cuenta con herramientas no accesibles al común de los mortales, que no tienen otra alternativa más que someterse a sus designios. Ilya Prigogine e Isabelle Stengers en su libro La nueva alianza (1971) describieron diversas facetas de esta idea clásica de la ciencia, en la que la iniciativa científica es llevada adelante por “comunidades de hombres que viven al margen de materias mundanas”. La ciencia no debe ser ajena a las personas, porque de otro modo los científicos no damos una apariencia diferente a la de magos o astrólogos que poseen herramientas tan complejas como incomprensibles, en vez de presentarnos como agentes que contribuyen al avance del conocimiento de nuestra sociedad.
Los científicos no son mejores porque son racionales, analizan sin prejuicios sus argumentos y someten toda su labor a la crítica constante (se podrían citar muchos ejemplos que refutan esta afirmación). Es la actividad científica como empresa colectiva la que nos ha permitido comprender un poco más la naturaleza, resolver problemas prácticos y mejorar nuestra calidad de vida.
Finalmente, es importante remarcar que la ciencia no es solo para el desarrollo del país, aunque esta es una de sus virtudes más elogiadas. Es una manera de pensar, de pensarnos y, nuevamente en términos de Prigogine y Stengers, de “dialogar con la naturaleza”, de la cual formamos parte. Comprender estas características, no sólo realzan la labor científica por sobre los distintos modos dogmáticos de sostener creencias, los cuales difícilmente alientan el debate público pacífico. También la ubican humildemente en su debido lugar, alentando la pluralidad de miradas y la búsqueda racional de perspectivas comunes. Solo de esta manera puede hacerse frente a las recurrentes respuestas irracionalistas que se manifiestan en estos días en movimientos anti-vacunas, terraplanistas o que niegan la gravedad de la COVID.
Por ello, se recuerda lo comentado en una nota precedente: es menester acercar a las personas cuál es la forma en que la ciencia efectivamente trabaja. Con esas herramientas, quedará en cada uno decidir las convicciones de su fuero íntimo y a la sociedad la determinar su camino con espíritu crítico. De otro modo, se corre el riesgo de exagerar la crítica a los dichos del presidente del pasado sábado y no prestar atención a las sutiles formas en las que la ciencia se distancia de la sociedad. Es necesario, entonces, mirar cómo la ciencia critica sus fundamentos, los revisa y perfecciona, y tomar su método y sus conocimientos como uno de los pilares para comprender el mundo en que vivimos. Quizá, así, podamos enfrentar mejor los desafíos de nuestro tiempo.