El conflicto policial desató una respuesta inesperada, o tal vez no. La coparticipación y el federalismo otra vez en el centro de la escena, ese problema estructural de la Argentina. La pregunta más que secular de qué es lo que hace falta para vivir juntos y lo mejor posible.
Una semana caliente, casi que traduciendo que se va el invierno y está por comenzar la primavera. Temperamentos ofuscados de la policía bonaerense que se manifestaron para hacer un reclamo que puede ser considerado justo. Pero que tuvo momentos en que se extralimitó, en particular aquél en que los uniformados rodearon con armamento la quinta de Olivos. El arco político se unió, de derecha a izquierda, de oficialismo a oposición en repudiar ese hecho, un síntoma de salubridad de las instituciones que es preciso rescatar. Un conflicto que escaló en tres días sucesivos y que expuso alevosamente la ausencia de espacios institucionales donde los policías bonaerenses pudieran hacer llegar su voz sin que se experimentara ninguna zozobra institucional ni reavivar fantasmas de golpismo. El desafío complejo que se plantea de poder conjugar el reclamo justo con el irrestricto respeto de la gobernanza y el estado de derecho. Con sindicato o sin él, lo que se visualizó fue la necesidad de que existieran representantes de los uniformados que pudieran hacer llegar sus demandas de modo institucional. Cuidando la democracia y el derecho de un personal de seguridad cuyo nivel de remuneración se encuentra por debajo de la línea de pobreza.
Se arriba al fin a una especie de solución del conflicto, o de propuesta de aumento salarial anunciada por el Presidente Alberto Fernández en conferencia de prensa el miércoles 9 de septiembre franqueado por el gobernador e intendentes del Conurbano bonaerense. La solución, tal vez demasiado expedita del conflicto en cuanto a asignación de recursos, se encontró en una reducción de un punto en la coparticipación para la Ciudad de Buenos Aires y su transferencia a la Provincia. Y ardió Troya.
Provincianos contra porteños, el nuevo round y un acuerdo que parece imposible, que nos hace rememorar aquélla escisión en nuestra historia entre la Confederación Argentina y Buenos Aires luego de la caída de Rosas.
La entente de esa especie de triunvirato que habían liderado el Presidente, el gobernador de Buenos Aires y el Jefe de Gobierno terminó de volar por los aires. Ya se había insinuado la separación en el último anuncio de extensión de la cuarentena y éste hecho no hace más que confirmarla. Varios provincianos que se pronunciaron a favor de la medida y afirmando, por ejemplo Alberto Rodríguez Saá que los porteños son insoportables, terribles y que todo les importa poco, para citarlo educadamente. Los intendentes del Conurbano bonaerense embanderados en el justicialismo apoyaron con fervor la medida. El Jefe de Gobierno porteño Horacio Rodríguez Larreta se abroqueló en un terminante rechazo, diciendo además que nunca había sido consultado. Veintiséis reuniones con el Presidente, y el tema no se tocaba desde marzo, explicó ofuscado. Llamando al diálogo, pero llevando el diferendo a la Corte Suprema de Justicia.
Un comportamiento previsible por dos razones. Primero, porque es parte de la principal coalición de oposición. Y segundo, porque los porteños lo votaron y tras esa actitud se desprende la dificultad de articular localismo y Nación, en esta o en cualquier otra jurisdicción. Mostrando localismo, te asegurás la fidelidad de los lugareños. A la hora de empezar a bosquejar un sueño presidencial, tendrá que articular más allá de la General Paz, si tal fuera su deseo. Dialogamos, pero al mismo tiempo vamos a la Corte. Hablamos y golpeamos. Conversamos y nos defendemos.
Provincianos contra porteños, el nuevo round y un acuerdo que parece imposible, que nos hace rememorar aquélla escisión en nuestra historia entre la Confederación Argentina y Buenos Aires luego de la caída de Rosas. Un problema que vuelve a traer a la coyuntura un tema no resuelto: una ley de coparticipación federal. Una imposibilidad de sanción tal vez hija del poder que da la discrecionalidad en la asignación de los fondos por parte de la Nación, esa que hizo posible también que la gestión anterior de Mauricio Macri elevara los fondos asignados por coparticipación a los porteños. Una ley de coparticipación federal implicaría quitarle al gobierno nacional ese poder que, a veces, se traduce en el envío de partidas a condición de favores políticos, de la aprobación de tal o cual ley en el Congreso y Senado nacionales. Una democracia federal nunca será sincera sin volver más transparentes e imparciales la asignación de las partidas coparticipables. En este gobierno y en cualquier otro. A mayor discrecionalidad, menor es la calidad de nuestra democracia.
Pero para que exista democracia y federalismo, se vuelve imprescindible, además del necesario “automatismo” si se quiere en la transferencia de los recursos, otra condición atinente a los valores: la solidaridad. Algunos apuntaron en estos días que tanto la provincia como la Ciudad de Buenos Aires aportan muchos más recursos de impuestos coparticipables de lo que terminan recibiendo. Esa generosidad, esa solidaridad para con otras jurisdicciones con menor desarrollo es lo que constituye la Nación. Debemos salir de esa postura de “si aporta el 40 por ciento de los recursos, debe recibir lo mismo”, porque de lo contrario seríamos celdas y comunidades aisladas y no un país integrado, vinculado y verdaderamente federal. Las asimetrías de desarrollo que originó un país mirando al puerto por décadas no se resuelven de un día para el otro arrojando a las localidades menos desarrolladas a sus propias posibilidades.
Las asimetrías de desarrollo que originó un país mirando al puerto por décadas no se resuelven de un día para el otro arrojando a las localidades menos desarrolladas a sus propias posibilidades.
Se necesita de la solidaridad y de la empatía para ser Nación. Para intentar superar esta grieta de porteños y provincianos, voy a acudir a una cita de Domingo Faustino Sarmiento, tan cerca del 11 de septiembre que lo conmemora. Y aquí el escritor debe ser sincero, y decir sin eufemismos que es una figura que no le resulta agradable en la historia argentina, admitiendo ser más rosista que sarmientino si tal cosa pudiera decirse. Cuentan que en una discusión sobre estos mismos temas, hace más de cien años, un día el sanjuanino dijo: «Yo soy provinciano en el Buenos Aires, porteño en las provincias y argentino en todas partes».
Por supuesto que una cosa es decirlo, y otra muy difícil, hacerlo. Superar el localismo, coparticipando todos en construir cada día la Nación. Con ingredientes que no pueden faltar: empatía, solidaridad, democracia. Como dijo un día un maestro.