El rugby estuvo en estos días otra vez en el ojo de la tormenta y no justamente por alguna hazaña deportiva. Un episodio que puso en el centro otra vez cuestiones como el clasismo, la discriminación y la violencia.
En el humor, pero no solo allí, es muy común establecer arquetipos o estereotipos acerca de determinadas comunidades. Pueden ser nacionales (españoles, polacos,) regionales (correntinos, andaluces) raciales (negros, indios, judíos), sexuales o de género (los gays, los hombres, las mujeres) o los oficios (bajistas, médicos, abogados, etc.).
Los imaginarios sociales sobre los que trabajan esos estigmas se han construido socialmente a lo largo del tiempo, algunos de ellos incluso dieron lugar a legislaciones específicas (prostitutas, mujeres, negros, gays, judíos) que operaban jurídicamente sobre esas caracterizaciones, en lo que fue una sanción por parte de un sistema social racista, patriarcal, machista, antisemita, etc.
En general, los estereotipos implican un machacar sobre supuestas conductas defectuosas o fallidas atribuidas a esas comunidades (la vagancia de los santiagueños, la tacañería de los judios, las exageraciones andaluzas, la ignorancia de los gallegos, la afición de los correntinos por los cuchillos). En muchos de esos casos, esas supuestas conductas son explotadas humorísticamente por la misma comunidad (los judíos son un caso paradigmático en ese sentido), aunque como es de esperar de sociedades con marcadas desigualdades, hay una gran cantidad de chistes sobre comunidades que pueden ser catalogados como racistas, sexistas, supremacistas.
Muchas veces los estereotipos son explotados humorísticamente por la misma comunidad (los judíos son un caso paradigmático en ese sentido), aunque como es de esperar de sociedades con marcadas desigualdades, hay una gran cantidad de chistes sobre comunidades que pueden ser catalogados como racistas, sexistas, supremacistas.
El humor es el lugar más fácil y popular de construir esas generalizaciones, que por supuesto son construcciones sociales imaginarias llenas de extrapolaciones, cicatrices y remiendos. Obviamente, también es cierto que el humor sobre comunidades en general está escrito desde afuera de ellas y en muchos casos con intenciones denigratorias o estigmatizantes.
Pero si algo habla de hasta qué punto ese humor se construyó sobre las diferenciaciones sociales jerárquicas es que no haya un género de humor sobre chetos, ricos o gente pudiente. Hay humoristas que trabajaron y trabajan sobre ese estereotipo (lo hizo Carlos Perciavalle, lo hace Campa con Dicky del Solar y Verónica Llinás). Hay también algunos clichés sobre los que se hace hincapié: vagos, hijos de primos, racistas, asesinos de countries, en una línea de tiempo que va desde el tango con sus “niño bien pretencioso y engrupido”, hasta la pobre María Pía de Paolo que comía un Flynn Paff con cuchillo y tenedor. Sin embargo no terminó de decantarse un corpus de género humorístico que se haya consolidado para que sepamos lo que viene cuando alguien nos dice “te cuento uno de chetos”, como sí todos sabemos lo que viene cuando nos dicen «te cuento uno de correntinos» o «cucháte este de abogados».
Vamos al punto. Las actitudes públicas de algunos rugbiers, ponen en juego todo un imaginario sobre los que practican ese deporte, que está asociado a las clases medias altas o altas ya que eran los que tradicionalmente lo jugaban. Si bien hay clubes que mantienen ese perfil elitista (que será propio de los clubes, no de la disciplina), la práctica del rugby se ha popularizado y -según nos dicen los que saben- el ambiente muestra una creciente diversidad social. Pero el estigma, queda.
Casualmente, los rugbiers involucrados en casos de repercusión mediática, pertenecen a sectores sociales “acomodados”, por lo cual es inevitable que se refuerce la identificación de ese deporte, con la violencia, el racismo (en el caso de los twits difundidos) y por supuesto, la impunidad, que es otro momento clásico de los delincuentes ricos en la Argentina.
Me gusta pensar que lo que se condensa en estas coyunturas en las que muchos salen a golpear a los defectos de los ricos a través de uno de sus arquetipos sociales más populares que son los rugbiers (no viene al caso si hoy hay pobres o indígenas que lo jueguen) es que lo que no se ha exorcizado por el lado del humor, emerge por el lado de la “crítica social”. Es la ventana por la cual gran parte de la sociedad se permite ajustar cuentas con ese personaje, bajarlo del pedestal al que cierta comunicación mediática y social lo ha subido. Y atención: no me refiero específicamente a Los Pumas o a los “valores del rugby”, sino también a un discurso meritocrático que ha instalado a la riqueza como única medida del éxito y al mérito como única manera de alcanzarla, aunque muchos de los referentes de la riqueza argentina sean fundamentalmente herederos y no me refiero a sus exponentes más grotescos como Esmeralda Mitre, Ricardo Fort o Mauricio Macri.
De alguna manera, y aunque sea injusto, al rugby le toca la ingrata labor de pagar las cuentas de los defectos históricos de las clases altas con las que históricamente está identificado, como ocurre (en menor medida, por cierto) con el polo, los countries y Punta del Este, por poner ejemplos sencillos. Cuando toma trascendencia un acto sancionable cometido con esos sectores sociales, que están sobrerrepresentados positivamente en muchos medios, las críticas arrecian no sólo por todo lo que no se dice públicamente sobre ellos durante el año, sino que también emergen para señalar que su lugar de preeminencia social, depende más de su poder económico que de una ética o moral intachables.
La comunidad rugbier tendrá que trabajar arduamente para redibujar su presencia en el imaginario social, sabiendo que va a tomar tiempo y que no depende solamente de cuántos pobres, gays, presos o indígenas practiquen el deporte.
Nota: Este articulista no ignora la presencia de machismo, xenofobia, homofobia y violencia en otros deportes, como el fútbol. Pero tampoco ha encontrado tanto escrito sobre los “valores del fútbol”. Por lo demás hay ciertos deportes (fútbol, boxeo, por ejemplo) están tan asociados a la pobreza que se esgrime como principal valor que “sacan a los pibes de la calle.
Será injusto que eso ocurra en estos años en que -según nos dicen- la población de quienes lo practican está variando y rompiendo la burbuja de clase en la que vivió muchos años. Pero bueno, amigos, el deporte que mejor practican los ricos argentinos es socializar las culpas y deudas propias, ya deberían saberlo.
La comunidad rugbier tendrá que trabajar arduamente para redibujar su presencia en el imaginario social, sabiendo que va a tomar tiempo y que no depende solamente de cuántos pobres, gays, presos o indígenas practiquen el deporte. La imagen de los gallegos no cambiará con mil gallegos universitarios, así como ni Sting ni Pedro Aznar cambiaron los chistes sobre bajistas.
Abrirse a la sociedad no es sólo sumar “diversidad social”, sino también conocer los imaginarios que circulan por ella y revisar si las propias prácticas contribuyen a sostenerlos o a modificarlos. Es lo que hacemos todos, cada día, por ejemplo los historiadores, para que la gente no se dé cuenta de que somos tan aburridos.