Alejandro Sabella fue autor y responsable del último hito futbolístico que nos enorgulleció. Hombre de perfil bajo, modales austeros y de los valores colectivos. Esto es una despedida y, sobre todo, un agradecimiento.
“Las emociones mismas, como las imágenes, son inscripciones de la historia, sus cristales de legibilidad (…)”
Georges Didi-Huberman
Alejandro Sabella nos dio todo en esta última etapa de Argentina. Nos dio un nombre, y todo nombre donado es recibir una promesa de otro: la promesa de la muerte. Un nombre que volvió a conquistar el mundo. Argentina con todas sus variaciones, con todas sus transformaciones y con todas sus modificaciones nos permitió la posibilidad de disfrutar a Alejandro Sabella. Sabella nos dio eso: esa gota de felicidad para volver a levantarse y batallar. Una batalla para con la muerte. De nuevo. De nuevo la misma tragedia. No podemos darnos cuenta de la altura de un hombre y, precisamente, de este hombre. Un hombre, por caso, magnífico. Alejandro Sabella fue un poco héroe, un poco sujeto y otro poco más que ético: un hombre por sobre la ética. Alejando Sabella: la conducción dentro de la mesura.
La generosidad más allá de la mesura de Alejandro Sabella es lo más característico de él. Elegir afrontar una vida intensa como jugador, como director técnico de Estudiantes y, al final, como director técnico de la Selección Argentina. Otro golpe. Sabella supo conjugar las individualidades para volverlas un grupo, es decir, el Pachorra permitió conformar un equipo: un colectivo de individualidades con características muy diferentes, pero con gran nivel de elección. Sabella: te estamos agradecidos. Antes, hoy y siempre.
Alejandro Sabella fue un poco héroe, un poco sujeto y otro poco más que ético: un hombre por sobre la ética. Alejando Sabella: la conducción dentro de la mesura.
No puedo hablar por mi generación, pero puedo hablar por mí, tomando la palabra y haciéndome cargo de sus efectos. Porque la palabra es siempre con efectos. Sabella me permitió ver a la Selección Argentina en una final del mundo. Esa final donde me desgarré, donde lloré por los rincones de casa, aunque sin dejar de estar agradecido. Agradecido con Alejandro Sabella. La cicatriz se volvió a abrir. La extensión de Sabella al llevarnos a los confines del mundo futbolístico: por él, y sólo por él, pudimos ver a un grupo. Una unión entre jugador para llegar a esa copa, para llegar al Mundial, y por eso estoy triste. Triste por lo que significó. Las emociones que sentí, emociones también contradictorias, durante ese Mundial soñado que se concretó un proyecto con la final. Entonces volví a soñar con la esperanza que brilla en el espíritu de una generación. No se puede expresar en palabras lo que siento, pero se puede decir algo de lo que Sabella hizo de nosotros en este espacio llamado fútbol: otra vez, gracias.
Sabella también era un profesional comprometido. Un hombre comprometido con los DDHH, con los reclamos sociales y los desaparecidos. En su vida lo habían fotografiado junto a Abuelas, colaboró con Garganta y con interpelaciones directas al Estado. Su vida, su tránsito, su pensamiento fue comprometido: comprometido con su trabajo, comprometido con la realidad social y también comprometido con las causas políticas. El Pachorra acercó a los jugadores profesionales a Abuelas: unificar el grupo con las demandas. Esta es una forma de hacer Justicia: “Tzedek, Tzedek Tirdof” (Justicia, Justicia Perseguirás) reza Deuteronomio 26:10. Persiguiendo la Justicia y haciéndola realidad.
Las risas que nos dio. Las alegrías que nos permitió. La felicidad que nos donó. Desde los hechos como el casi-desmayo y continuado de un tropiezo hasta el agua rociada por Ezequiel Lavezzi sobre su rostro. En su rostro: un rostro recuperado que vemos antes que el color de sus ojos. También hay que recuperar a ese Sabella porque el rostro es lo que nunca se abandona. La responsabilidad de las risas, las alegrías y la felicidad de Sabella también nos corresponde. Sabella era un hombre excepcional y también podríamos decir un hombre milagroso: un técnico excepcional que rebasaba el mismo estadio de fútbol donde se jugaba un partido.
Sé que son pocas cosas las que se pueden decir, pero recuerdo cuando Alejandro Sabella regresó al país, regresó a la Argentina, y dijo: “Como la patria es el otro, el equipo es el otro”. Ahí nos encontramos con un Sabella todavía más cercano, más seductor y, sobre todo, más humano. Alejandro Sabella: humano, eternamente humano. Así como el slogan era “La patria es el otro”, Sabella propone “el equipo es el otro”: un otro cercano, hermano y fraterno. Sabella, a su manera, vuelve el fútbol uno con el pueblo argentino. Crea una sintonía entre el pueblo y el fútbol, recortando distancias, las achica, y las convierte en una otredad. Sabella, en este caso, nos propuso reconocer al grupo, como a él lo designaba, como otro para salir a su encuentro: conocerlos, mirarlos al rostro y recuperarlo. El orgullo de Sabella estaba allí: en ese grupo que supimos construir, un grupo merecedor de respeto y un grupo que supo llegar a la final del mundial.
Sabella, en este caso, nos propuso reconocer al grupo, como a él lo designaba, como otro para salir a su encuentro: conocerlos, mirarlos al rostro y recuperarlo. El orgullo de Sabella estaba allí: en ese grupo que supimos construir, un grupo merecedor de respeto y un grupo que supo llegar a la final del mundial.
El Pachorra quizás no sea un héroe, no tenga características divinas en su humanidad, pero sí tenía algo: corazón. La capacidad de hacer conectar nuestros sentimientos con el grupo de jugadores para impulsarlos a salir a jugar el partido final de la Copa del Mundo fue un mérito de Alejandro Sabella. Sabella nos dio alegrías, emociones y felicidad, fue un bálsamo. Quizás, y personalmente, le agradezco esta conjugación de estas tres cosas: la felicidad de un pueblo. La felicidad de un pueblo agradecido por aquella conducción, tan excepcional.
Alejandro Sabella: que la tierra te sea leve, que tu espíritu plagado de emociones vuele tan alto como lo que supiste conseguir en este mundo y que alcances los lugares más recónditos de la espiritualidad. La esperanza dada, otorgada y donada es el espíritu por el cual hoy te recordamos. Vuele alto como su sensibilidad, ética y respeto, Maestro. Lo queremos.