Las críticas arrecian contra el gobierno, se han dado suficientes razones del porqué de la crisis económica y social, pero las soluciones todavía parecen distantes. Así como se espera el rebote de la economía, la política también deberá rebotar.
Juan Grabois no se anda con muchos pruritos a la hora de hablar. Si bien es un militante que sabe dialogar con todos, a la hora de expresarse no tiene pelos en la lengua y dice lo que piensa. La pobreza superando el 44 por ciento que develó el índice de la UCA puso sobre la mesa el problema de la desigualdad más cruda, agudizada por la recesión de arrastre y la pandemia. De la crisis económica se vuelve, de la pérdida de la vida no había dicho en algún momento Alberto Fernández, sobre todo en los momentos inaugurales de la cuarentena temprana.
Pero es la hora amarga de pasar revista a los resultados, que no son los mejores. Ni a nivel económico ni a nivel epidemiológico, aún teniendo en cuenta que el virus parece haber disminuido al menos transitoriamente en su poder de transmisión y es evidente que el sistema de salud no colapsó aún funcionando al límite de la tensión sobre los cuerpos de trabajadores de la salud poco reconocidos. Pero la pobreza indudablemente se incrementó. Por más IFE, por más ATP que hubiera. Es evidente que sin esas políticas el índice hubiera trepado a más del 50 por ciento e incluso haciendo más vulnerable la situación de los que más necesitan de la ayuda, la asistencia del Estado.
Hubiera sido peor, pero no alcanza. Porque, a la hora de medir los resultados y llevándolo al fútbol, no cuentan los goles que no te metieron para que no sea goleada, sino los que no pudiste evitar a la hora de consumarse la derrota. A fines de los 80 e inicios de los 90, en San Lorenzo atajaba Juan Carlos Docabo, un excelente guardameta. Pero el equipo no andaba y perdía, por más que él hubiera sacado tres, cuatro pelotas de gol en cada partido. La ingrata tarea de un arquero atajando en cancha inclinada, como la economía y el gobierno de la pandemia. Recesión, baja de recaudación, emisión, inflación y pobreza extendiéndose e inclinando la cancha.
¿Para qué sirve, entonces, el Estado, el gobierno si se muestra impotente o indolente a la hora de evitar el agudizamiento evidente de la situación social?
Y Grabois dice, en definitiva, que si la política no sirve para disminuir la pobreza habría que cerrar la Casa Rosada. La frase es fuerte porque vuelve a reavivar la discusión sobre la democracia con la que no siempre se come, se cura y se educa como soñara Raúl Alfonsín. ¿Para qué sirve, entonces, el Estado, el gobierno si se muestra impotente o indolente a la hora de evitar el agudizamiento evidente de la situación social?
Una pregunta o una afirmación que retrotrae al sentido del Estado moderno, el que se ocuparon de teorizar los grandes pensadores de eso que se dio en llamar el contractualismo. Los individuos aceptaban someterse, obedecer a la autoridad del Estado resignando el derecho puro al libre albedrío para encontrar una forma de organización social que evitara una guerra de todos contra todos, como postulara Thomas Hobbes. Para Rousseau, en el otro extremo, el hombre era bueno por naturaleza y la sociedad lo corrompía. Ambos coincidieron en postular la necesidad de un Estado que organizara y mediara en la convivencia social.
Le dimos el poder como ciudadanos al Estado, pero ¿para qué? ¿Para un 44 por ciento de pobres? Cuando la desigualdad social se acrecienta, pareciera volverse en parte al estado de naturaleza que planteara Hobbes, la guerra de todos contra todos, y en particular de pobres contra pobres. Policías mal pagos desalojando a desamparados sin techo en Guernica. Uniformados pobres desalojando a manteros. Pero estos razonamientos pueden llevarnos a un lugar peligroso: impugnar la existencia misma del Estado. No muy diferente de lo que hacen sectores hegemónicos de derecha cuando postulan el Estado mínimo, achicarlo para manejar sin ningún tipo de regulación sus capitales. En un período anterior del capitalismo, el empresario estaba también arraigado de alguna forma al suelo, a su comunidad. Hoy son capitales que vienen y van para asegurar su rentabilidad, comprando y vendiendo papeles, acciones en la bolsa, fugando divisas o instalándose las multinacionales donde es más barata la mano de obra esclava. Estado mínimo postulan, reduciéndolo a gendarme del orden para reprimir cuando es necesario para asegurar el derecho de propiedad. Entre esa especie de anarquismo romántico que plantea Grabois, cuestionando el sentido del gobierno ante el aumento de la desigualdad social y la postura neoliberal recalcitrante, hay un maridaje que no es para nada intencional pero que puede llevar a un punto cercano a pesar de las diferentes motivaciones. Es entendible interpretar el cuestionamiento del dirigente social como un tirón de orejas o llamado de atención para que el gobierno cumpla también la otra parte del contrato social que fue el contrato electoral para con los jubilados y los trabajadores que lo eligieron.
¿Y entonces? Otra vez el dilema de conciliar la democracia con mayores niveles de justicia social. A mayor desigualdad, la calidad de la democracia se empobrece notablemente. No se pagó el IFE 4 y la posibilidad o no de una renta básica universal quedó como un sueño o simplemente una anécdota. La negociación con el FMI pareció terminar de un golpe con el romanticismo progresista. El Proyecto Artigas, un pretendido modelo de gestión alternativa de la tierra comunitario y sin agrotóxicos, sucumbió, con más atención mediática que resultados, en la batalla contra el título de propiedad de Etchevehere. Y la continuidad o el robustecimiento de las políticas sociales colisionan con los compromisos establecidos con los acreedores. Lo pelotearon por todos lados al gobierno, como a un malabaristas que le lanzaron veinte clavas al aire. Algunas, muchas, se iban a caer.
¿Y entonces? Otra vez el dilema de conciliar la democracia con mayores niveles de justicia social. A mayor desigualdad, la calidad de la democracia se empobrece notablemente.
Tuvo buenas intenciones el gobierno, dijo también Grabois matizando un poco la crítica. Pero es la hora de encontrar explicaciones a los resultados. La recesión arrastrada y la pandemia jugaron su parte. La herencia de la hipoteca recibida también. Pero el pueblo lo eligió delegando en el gobierno esperanzas de mejora, de cambio respecto a la gestión anterior. Especialistas dicen que la economía rebotará, casi como un efecto inevitable de haberse estrellado contra el suelo.
También deberá rebotar la política, procurando acuerdos sociales que permitan poner sobre el tapete de forma sincera el objetivo de disminuir la desigualdad. Y de continuar con la asistencia a los que más lo necesitan robusteciendo además los servicios de salud y educación públicas. Que el cuarenta y cuatro por ciento de pobres no sea una foto, una diapositiva más en el torbellino enloquecedor de noticias que se alternan y confunden. Que vuelva a ser el objetivo sincero del gobierno y de la sociedad avanzar hacia una mayor justicia social.
¿Cómo conjugar esto con lo otro, con los números en rojo y los tenedores de papeles de deudas propias y heredadas? El gran desafío en la ensaladera. ¿Alcanza para todos? No pareciera. Entonces, crezcamos. Y, de una forma y otra, tal vez todos terminamos creyendo en eso del derrame. Y la política se vuelve entonces decantación, podés hablar de redistribución del ingreso, de reformas agrarias, de poner a la Argentina de pie pero a la larga la realidad dura parece terminar imponiéndose. Casi como recreando a Simón Bolívar en sus últimos instantes, cuando dijo: Hemos arado en el mar. Aún así, preferible arar en el mar que cerrar la Casa Rosada o dejar los sueños en la puerta, como dijera aquél Presidente en que quiere mirarse el actual. En momentos aciagos, de pérdidas dolorosas para todos los argentinos, se presenta el desafío gigantesco de intentar dibujar una nueva utopía en el horizonte. Para eso, tiene que rebotar la política.