La antipatía que Sergio Berni manifiesta hacia Sabina Frederic tiene un componente misógino, pero va mucho más allá. El estilo y valores del ministro bonaerense se llevan mal con ciertos parámetros de la democracia y el pluralismo.
La hipótesis circula con fuerza. No solo a través de la pluma y de la voz de buena parte del periodismo, que se jacta de progresista, sino también en los discursos y en la boca de buena parte del propio progresismo. Incluso trepó y se extendió, como pasa a menudo, a los círculos más estrechos de la esfera política o del poder político. Una porción del gobierno, dicho de otro modo, la hizo propia. Las crónicas periodísticas de los últimos días lo confirman: según una nota publicada hace poco en el El Gran Diario Argentino, el ala femenina que integra el poder Ejecutivo se le rebeló a Fernández y le hizo saber, con modos enfáticos y propios de quienes buscan una respuesta rápida y sin medias tintas, que la situación había ya llegado a su punto límite y que se había vuelto insostenible. La situación a la que me refiero es harto conocida, y se viene repitiendo en los últimos meses con la insania propia de quien la lleva a cabo: el continuo destrato, para ser generoso y no perdernos en los adjetivos, del ministro de seguridad bonaerense Sergio Berni, para con la ministra de seguridad nacional, Sabina Frederic.
Ese destrato, el pasado 18 de marzo, sumó dos nuevas aristas que antes no había tenido: Berni hizo públicos sus improperios contra Frederic (la llamó “inoperante” e “hipócrita”) e hizo uso de la violencia para marcar sus diferencias con esta última (al querer tomar a puños a un funcionario de su cartera, Eduardo Villalba). Lo que generó, este último episodio, la rebelión del ala femenina del gobierno que antes mencionábamos.
El odio de Berni para con la Ministra de Seguridad Sabina Frederic es, dicho de otro modo, mucho más -si así fuera- que el odio de un misógino a una mujer que ocupa una función pública.
La hipótesis -decía- que a propósito de esta novela entre Frederic y Berni circula con fuerza es la que bien podríamos etiquetar, sin mucha originalidad, como la hipótesis feminista. Ésta dice, simplifiquemos un poco, que la ira y el destrato de Berni para con Frederic se debe a su condición de mujer y que, por ende, la vehemencia y la violencia que emplea para atacarla es ni más ni menos que la vehemencia y la violencia propias de quien convierte a toda mujer, por el solo hecho de ser mujer, en objeto legítimo de las agresiones más repudiables y deleznables.
La hipótesis feminista plantea, en pocas palabras, que Berni es un misógino y sus acciones contra Frederic responden, en consecuencia, a su misoginia. Es probable -ni siquiera lo discuto- que el incontrolable ministro de seguridad de Axel Kicillof (ya a esta altura un injustificable observador desentendido) lo sea. Honestamente es difícil de saberlo, e incluso de analizarlo fríamente porque, sin ir más lejos, a quien el propio Berni reconoce como su jefa política, Cristina Kirchner, es tan portadora de esa condición femenina como Frederic. Ahora bien: más allá de su posible misoginia, la hipótesis feminista que recoge buena parte del periodismo, del gobierno y del progresismo indica y refleja muy bien dos cuestiones distintas. En primer lugar, la discutible y poco saludable “inflación” con la que algunos sectores del progresismo feminista suelen ver los diferentes fenómenos de nuestra realidad política, tendiendo a reducir a muchos de estos últimos a la crítica de género y a la actualidad del accionar del imaginario patriarcal y machista (que sin dudas existe y opera en muchos casos y que explica, también en muchos casos, muchos de esos fenómenos: como, por ejemplo, el déficit, que de a poco se está revirtiendo, de mujeres en la función pública). Y, en segundo lugar, y más importante aún, la ceguera y la miopía con la que es tratado, lo que ya hoy es sin dudas un fenómeno político en sí mismo, el caso Berni.
El odio de Berni para con la Ministra de Seguridad Sabina Frederic es, dicho de otro modo, mucho más -si así fuera- que el odio de un misógino a una mujer que ocupa una función pública. Es, en primer lugar, el odio de un hombre que aborrece el saber y el conocimiento que, con sus luces y sus sombras, produce ese segmento de nuestra sociedad que mal conocemos con el nombre de académicos o intelectuales. No solo porque la propia Frederic lo es -es una importante y lúcida antropóloga que dedicó toda su vida académico-intelectual al estudio de los temas que hoy la ocupan como ministra- sino porque el propio Berni, con su vocabulario poco afecto a los matices y a los tonos moderados- lo dijo: “Violencia es vivir diagnosticando sin aportar nunca una solución”. Como si el conocimiento que producen las Ciencias Sociales, y la vida que las mujeres y los hombres del mundo académico dedican a la ciencia, fuera y estuviesen basados en eso: en puros diagnósticos sin soluciones, en basura especulativa alejada de la realidad. Porque, dicho sea de paso, es la distancia con la que supuestamente están hechos esos diagnósticos, lo que enerva a Berni: esos “50 kilómetros de distancia de donde se juega la vida un ser frágil”. La única distancia, habría que aclararle a Berni, con la que miramos la realidad quienes “solo la diagnosticamos”, es la distancia epistemológica y siempre fallida con la que solo es posible conocer, y conocer parcialmente la realidad, y no la distancia física, que precisamente la antropología supo reducir para conocer de otro modo a ese Otro que estudia: se lo llama método etnográfico y tiene una larga tradición en las Ciencias Sociales.
Berni es, quizás, el representante más grandilocuente, explícito y exagerado de un sistema político que contiene en su seno, porque arrastra desde hace décadas, una concepción de la práctica política que socava cualquier intento de convivencia democrática, de tolerancia frente a lo diverso y de pluralismo político.
En segundo lugar, y más fundamental aún, el odio de Berni para con su par del poder Ejecutivo es, como ya dijimos hace algún tiempo en esta misma columna, el odio a una forma de hacer política que escapa a los verticalismos, a la mediación corporativa, a los personalismos y a la falta de profesionalismo. Porque Frederic encarna, precisamente, esta otra forma de hacer política a la que el ministro bonaerense aborrece tanto como repudia con sus acciones y sus exabruptos. Se trata, en suma, de una política que respeta las investiduras, las instituciones que esas investiduras sostienen, y los principios democráticos que, en nuestras sociedades, las regulan.
Berni es, quizás, el representante más grandilocuente, explícito y exagerado de un sistema político que contiene en su seno, porque arrastra desde hace décadas, una concepción de la práctica política que socava cualquier intento de convivencia democrática, de tolerancia frente a lo diverso y de pluralismo político. Es una pieza de un engranaje profundo y muy arraigado en nuestra dirigencia política. Es un ancla que paraliza el movimiento hacia delante que otros actores del mundo político, oficialistas y opositores, intentan llevar a cabo a regañadientes. Más allá de la hipótesis feminista, por ende, Berni es, si lo fuera, mucho más que un misógino dando vueltas en nuestro sistema político. Es una amenaza, lisa y llanamente, para cualquier intento de superar los obstáculos que nuestra democracia viene arrastrando hace rato. Las consecuencias de sus acciones y de su protagonismo son, por lo tanto, mucho peor que las consecuencias que irradia la misoginia que denuncia la hipótesis feminista y que parecen avalar sus inconductas. Son, si se me permite, las consecuencias de quien es hoy, para nuestra democracia, un verdadero lastre político.