El Partido Socialista de Argentina cumple 125 años de historia. Una historia de logros y desafíos, de avances y retrocesos, de éxitos y fracasos. 125 años de bregar por una sociedad más justa e igualitaria, sin bajar las banderas, sin traicionar sus valores. La historia del socialismo es la historia de hombres, mujeres y diversidades, de sus militantes, de quienes nos mostraron el camino y de quienes seguimos construyéndolo.
Un siglo, dos décadas y un lustro después el Partido Socialista continúa su periplo en la Argentina. ¿Cúánto hay de aquel pequeño partido fundado en 1896 y comenzado a fraguar tiempo antes? ¿Cuánto queda del legado de esos hombres y mujeres que querían un país diferente? Mucho tiempo ha pasado y ese es un dato a considerar: la Argentina es un país fecundo en partidos políticos y, al mismo tiempo, tiene un cementerio poblado de ellos. Por fuera de la antiquísima Unión Cívica Radical y el imponente Partido Justicialista, no muchas organizaciones pueden jactarse de una sobrevida con tanta salud y vigor como el Partido Socialista.
No obstante eso, que merece ser mencionado, la historia del PS ha sido una tumultuosa, como la del propio país, pero con sus propios ritmos, con sus marchas y contramarchas. Las rupturas y escisiones han sido recurrentes en la historia del socialismo, a veces se lograron tramitar internamente, y otras muchas provocaron salidas resonantes y la proliferación de nuevas siglas partidarias que, sin desconocer el tronco común, optaban por una vía alternativa a la de otros compañeros. El PS vio nacer de sus entrañas al Partido Socialista Internacional (luego Partido Comunista), al Partido Socialista Independiente, al Partido Socialista de la Revolución Nacional, al Partido Socialista Democrático, al Partido Socialista de Vanguardia, y así podríamos seguir un largo rato. Entre los dirigentes la lista es incluso más extensa y con nombres tan célebres como Alfredo Palacios o Héctor Cavallero.
En sus primeras décadas de vida el Partido Socialista supo construir su impronta e incidir de múltiples formas en el debate público argentino. Obtuvo representación parlamentaria, conquistó municipios, fundó instituciones perdurables a lo largo de toda la geografía nacional: bibliotecas, cooperativas, mutuales. Sin lograr nunca la masividad que aspiraba en cuanto partido «de la clase obrera», supo dejar su huella. Sus propuestas en materia de derechos para los trabajadores y trabajadoras, las mujeres, los niñas y niños fueron pioneros. Fue un faro ideológico en más de un sentido, incluso más allá de su capacidad para obtener resultados en las urnas. Un partido que se pensó desde la sociedad y no desde el Estado, quizá haciendo de la falta virtud.
Fue un faro ideológico en más de un sentido, incluso más allá de su capacidad para obtener resultados en las urnas. Un partido que se pensó desde la sociedad y no desde el Estado, quizá haciendo de la falta virtud.
Navegó mal las aguas del populismo, tanto radical como peronista, incluso abjurando vergonzosamente de algunas de sus credenciales más preciadas. Sufrió la persecución, algunos de sus dirigentes la cárcel y el exilio, mártires en tiempos convulsos. Quizá en ademán ateo, no siempre supo o pudo poner la otra mejilla: algunas páginas de la historia socialista quedaron impregnadas del tufo de la intolerancia y la incomprensión, sufrida y ejercida. No hace falta hacer uso del beneficio de inventario para reconocer un legado, un poco de autocrítica puede servir para reconstruir sobre cimientos más sólidos.
La era moderna del PS supo recoger algunos de los escombros que dejaron los tiempos más cruentos de nuestros país y más duros para su democracia. Ya en 1972, la fundación del Partido Socialista Popular abrió, incluso sin saberlo entonces y con un inicio menos auspicioso que el que los relatos míticos han recreado, un nuevo comienzo, con el imperativo de reunir los girones, de suturar las heridas. La dictadura puso en suspenso esa tarea, hubo que sobrevivir a la represión, el exilio y las catacumbas.
La refundación del Partido Socialista se concretó en el año 2002, dejando atrás los adjetivos en su nombre. Fue el resultado de un largo proceso de reconstrucción, de frentes electorales y coaliciones, de reencuentros y discusiones. La Unidad Socialista, como se llamó aquel primer frente, permitió al socialismo recobrar representación parlamentaria. La voz del socialismo fue importante en tiempos donde el neoliberalismo penetró a todo el espectro partidario, sin perder de vista la aspiración de construir un espacio mayor, plural y con ambiciones de transformar la realidad. Los golpes y sinsabores no cejaron esa vocación, ni siquiera cuando el cielo parecía no escampar.
Los tiempos recientes, aún cuando no lo dimensionamos, vieron por primera vez a un gobernador socialista en la Argentina (no uno, sino tres) y a un candidato presidencial de ese origen terminar en segundo lugar en el año 2011. Hoy, esos tiempos promisorios parecen vivir un pequeño impasse, pero es preciso no desalentarse. El socialismo sigue vivo, que no es poco. Tiene objetivos, tiene ambiciones y, sobre todo, tiene una irrenunciable vocación por luchar contra cada injusticia y cada desigualdad. 125 años de historia, un partido que fueron muchos partidos, muchos socialismos que tratan de ser uno. Mucho pasado y, esperemos, todavía más futuro.