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La Ilustración en cuestión, entrevista con Julio Seoane Pinilla

por | Jul 7, 2021 | Entrevistas

El debate sobre la Ilustración y los valores ilustrados hunde sus raíces en la historia, pero también resultan de gran actualidad. Julio Seoane es un autor de referencia para conversar sobre estas cuestiones.

La Ilustración y los valores ilustrados trascienden largamente la periodización que los afinca en el siglo XVIII y los límites del continente europeo, su proyección ha empapado las discusiones filosóficas, políticas y morales contemporáneas. La modernidad se ha pensando en esos términos y muchas de sus derivas también: las promesas incumplidas de la Ilustración. Sin embargo, muchas de estas lecturas han cristalizado sus sentidos y construido una Ilustración canónica, a veces carente de matices.

La obra de Julio Seoane Pinilla, profesor titular de la Universidad de Alcalá, ha sido desde hace décadas una invitación a darle un sentido más plural y multiforme a esa Ilustración y, por tanto, a los valores e ideas que de ella se desprenden, incorporando autores, perspectivas y horizontes de análisis. Asimismo, ha proyectado su preocupación, intelectual y política, a los tiempos contemporáneos y a la democracia. Sobre estos temas, sus libros e inquietudes, conversamos con él para La Vanguardia.

Una parte importante de tus preocupaciones y libros está ligada a repensar y complejizar la Ilustración, como concepto, como período, como movimiento. Si tuvieras que sintetizas: ¿Qué es la Ilustración? ¿Cuáles son los elementos, hitos y autores ineludibles? ¿Cuál es su legado en la sociedad contemporánea?

Si la pregunta es “¿Qué es la Ilustración?” la respuesta sencilla es acudir al opúsculo de Kant que lleva precisamente ese título. Es una respuesta sencilla y en buena medida tramposa porque realmente Ilustración es lo que es, pero también tiene mucho de lo que queramos que sea.

La Ilustración es la creación de nuestro mundo moderno. Digo “nuestro” porque es el mundo occidental donde las nociones de libertad e igualdad son las primeras, donde se busca que cada individuo piense por sí mismo y que al mismo tiempo su voz pueda tener algo que decir en la organización social. Con la Ilustración se construye nuestra Modernidad. Uno puede estar a disgusto con tal modernidad, uno puede tomarla como androcéntrica, etnocéntrica, uno puede incluso recordar las voces postmodernas que trataban de olvidar tal modernidad, pero para esas protestas o cualesquiera otra hasta el momento no hemos podido sino tirar del almacén de conceptos, metáforas e imágenes que nos proporcionó la Ilustración.

Kant, en la respuesta sencilla a la pregunta, afirmó que la Ilustración era “atreverse a saber” a pensar por sí mismo, a olvidar a los tutores y en resumidas cuentas eso y no otra cosa es la Ilustración. Traduzcámoslo como crítica, si se quiere porque lo que uno lee cuando lee el XVIII es el deseo de llevar la propia voz a cualquier lugar y el deseo de atender a otras voces. No seamos ingenuos: en el XVIII muchas voces no eran escuchadas porque no se consideraban voces (al menos no voces humanas: las mujeres a veces, los indígenas, los negros…), pero la semilla estaba plantada y cuando comienza a dar fruto son todos los que pueden alzar la voz los que repiten los ideales de la Ilustración: no deseamos tutores y podemos pensar por nosotros mismos.

Elementos, hitos y autores ineludibles es algo que a mí me es difícil de decir. Mi propio trabajo ha estado enfocado a ampliar el número de autores ineludibles y añadir autores olvidados o marginados a los clásicos (Kant, Rousseau, Hume, Diderot, etc.); ¿cuáles? Mis favoritos fueron Sade y Mandeville en un principio, luego Francis Hutcheson, pero comencé empapándome con gente como Fougeret de Monbron, Laclos, Retif de la Bretonne, también con Hamann que pasa por ser un contrailustrado. Realmente estoy convencido de que es muy complicado encontrar un autor de la época que no ofrezca un modo diferente de considerar el mundo. Posiblemente se pueda decir que la Ilustración tiene dos elementos, libertad e igualdad, que quedan representados por los ilustrados liberales y por los que siguen a Rousseau (y que ya en el XX se expresaron casi sin variación en los dos bloques que organizaron el mundo y que aunque parezca mentira en mi país se vuelven a dar), pero aun en una visión tan esquemática se pueden encontrar momentos inesperados que nos alertan contra la cerrazón a oír a otra voz. Ahora me doy cuenta de que quizá ese sea el elemento que más me agrada de la Ilustración: que de la reclamación a pensar por uno mismo, a poner mi voz en el discurso público, no puede sino salir la evidencia de que hay muchas voces a las que hay que escuchar.

«La Ilustración es la creación de nuestro mundo moderno. Digo “nuestro” porque es el mundo occidental donde las nociones de libertad e igualdad son las primeras, donde se busca que cada individuo piense por sí mismo y que al mismo tiempo su voz pueda tener algo que decir en la organización social».

Dicho esto creo que debo añadir que no se puede ir a la Ilustración buscando un mundo sencillo de establecer. No se puede uno conformar con la definición que encontramos en el opúsculo kantiano: desde la Ilustración hemos construido nuestro mundo en el cual, qué duda cabe, han aparecido muchas preguntas, deseos, cuestionamientos e incomodidades que no era imaginables en el XVIII, pero que han aparecido porque en aquel momento se sembró la semilla del “sapere aude”; para Kant quizá el saber era una cosa y para nosotros es otra, pero la necesidad de poder elaborar nuestra propia voz, creo que es lo que en último término es la Ilustración. Y ello se puede rastrear en muchos autores siempre que uno tenga ganas de hacerlo.

Asimismo, llevo algún tiempo tratando de escribir algo centrado en las propuestas descolonizadoras que se pueden leer en América Latina y en ellas hay dos líneas (por ser simplificador): por un lado están las de aquellos que apuestan por retornar a antiguos modelos de pensamiento pre-europeos y los que apuestan por retornar después de haberse dado un baño de modernidad que les permita usar tales modelos para salvar las “injusticias” del etnocidio epistemológico, cultural y económico al que la Modernidad impuesta sometió a aquellos pueblos. Por más que leo no encuentro sino puntos a favor de esta segunda opción. Nuestro mundo es horrible, es cierto, es cruel en no pocas ocasiones, pero gracias a que tenemos una herramienta maravillosa que comenzó en la Ilustración podemos reconocer nuestra crueldad y solicitarnos a nosotros mismos atenuarla.

Vinculado a ello, has procurado dar cuenta de una Ilustración más heterogénea, multiforme y, tal vez contradictoria, en libros como La ilustración olvidada, Canallas ilustrados o La ilustración heterodoxa. ¿Cómo alteran estas relecturas la visión canónica en torno a la Ilustración? ¿Cuáles son los elementos a considerar que fueron soslayados? ¿Qué autores y tópicos se incorporan en esa revisión?

Es complicado hacer una relación de autores ilustrados heterodoxos o de canallas ilustrados porque mi experiencia me ha mostrado que el XVIII ofrece un amplio abanico de autores que tan solo están esperando a que deseemos buscar en ellos un rasgo de heterodoxia o por lo menos de originalidad que nos pueda ofrecer elementos nuevos para desentrañar nuestro presente. Me explico mejor: es verdad que (a) hay autores con los que hemos establecido nuestro canon de la Ilustración. Son Kant, Rousseau, Voltaire, Hume, etc. Pero (b) en buena medida motivados por nuestras desafecciones presentes podemos ira a la Ilustración a recoger elementos nuevos, diferentes metáforas y conceptos para comprender en nuestro tiempo o para poder intervenir de manera novedosa en el mismo. Según escribo esto me doy cuenta de que quizá el índice de heterodoxia lo marque el propio deseo de encontrar algo distinto, no ortodoxo, para poder diagnosticar y curar alguna enfermedad contemporánea. No es exactamente así y sí lo es. No lo es porque hay autores como Sade o Mandeville, como Fougeret de Monbron o como el mismo Diderot a veces que no son fácilmente encasillables dentro de lo que entendemos como XVIII y origen de nuestra modernidad. Sí lo es porque incluso en los autores más clásicos, por decirlo así, podemos encontrar o huellas de heterodoxia (es el caso por ejemplo de Hume que repite en muchas ocasiones, a Mandeville siquiera de un modo algo más urbanizado) y no lo es porque la preocupación por encontrar el XVIII dicho con otras palabras nos puede llevar a personajes excéntricos y marginados como el mismo Sade o, pienso ahora en Lord Monboddo. Son estos últimos personajes poco conocidos que en su momento formaron parte de la República de las Letras, esto es, que eran interlocutores continuos de nuestros autores clásicos que formaron su voz en diálogo y discusión con ellos. Uno puede considerar que un autor es un autor, pero también puede considerar que un autor es un precipitado de diversas discusiones. Si lo primero nos puede valer con leer a Kant; si lo segundo creo que es válido leer a Kant y su impugnación, por ejemplo, en la obra de Hamann. En esta tenemos a Kant criticado y si volvemos a Kant, veremos como hace frente a tal crítica (generalmente soslayándola) y con ello podemos volver a Hamann y así en un proceso largo que lo que mostrará será que al final nuestro tiempo nunca se estableció sino como una discusión continua y generalmente nunca finalizada. Ello en buena medida creo que es lo que da el nervio a la democracia entendida no como un sistema de reglas, sino como un modo de vida. De ello luego hablaré que veo que hay una pregunta sobre el tema.

Al final se me olvidaba responder a la pregunta: ¿en qué altera la aparición de una Ilustración olvidada nuestra concepción de Ilustración? Básicamente en considerar la Ilustración, nuestro pasado, el momento en que montamos nuestro presente, como un campo de discusión y nunca como algo perfectamente establecido. Ni en los autores más canónicos las ideas estaban siempre claras y si es así como hemos construido nuestro presente ¿Por qué vamos a considerar que este es fijo, inerte, no contingente? Este es el camino por el que fui al pragmatismo y del que luego hablaré

En otro de tus libros, Del sentido moral a la moral sentimental, enfatizás el rol de los sentimientos en la configuración de nuestra modernidad y, más importante todavía, en relación a la ciudadanía y la democracia. ¿Por qué considerás importante reponer esta dimensión? ¿Cómo se vinculan en ese esquema razón y sentimientos y cómo se tradujeron en términos políticos?

Este libro tenía como leif motiv algo muy simple que descubrieron todos, absolutamente casi todos los ilustrados: si no da algún placer defender el nuevo mundo, este nunca se defenderá. Si no aprendemos a tener algún sentimiento de favor, de gusto, de amor, con los nuevos conceptos e imágenes con los que se formará nuestra democracia, estos jamás se defenderán con ahínco y deseo. La cuestión puede parecer simple, pero es así: no hay ningún autor que no hay tenido alguna incursión en la novela, el teatro, la ópera, la poesía. Kant debe dejarse aparte aquí, aunque seguro que habrá kantianos que me puedan echar una mano. Por qué ese ir a las obras literarias: porque es el mejor modo de proponer una nueva ciudadanía. Rousseau cuando tiene que exponer su ideario escribe una novela sentimental, La Nueva Eloísa, y en ella tuvieron el manual de educación del nuevo ciudadano las generaciones con las que se iba a componer un nuevo mundo. Lo mismo ocurrió con el otro gran escritor de novelas sentimentales que seguía al punto las publicaciones y lecciones de Adam Smith (y de hecho se escribían y aconsejaban caminos en su obra). Algo que fue la Ilustración era el convencimiento de que se estaba ofreciendo un nuevo modo de vida y los modos de vida se presentan siempre con un afán no sé si moralista, pero sí que ha de emocionar. De hecho aunque leamos una obra de lo más seria y sesuda del XVIII veremos que está plagada de ejemplos, de pequeñas historias, de lugares que tratan de seducir el corazón del lector. Porque sólo si es seducido el lector luchará, trabajará por un mundo muy diferente.

Los sentimientos son un campo que se crea en el momento. No es que antes no hubiera emociones ni pasiones pero ahora pasan a ser sentimientos, es decir, emociones que se educan con relatos que podríamos llamar «relatos de ciudadanía» en los que se aprende a reaccionar como un ser civilizado reacciona. Por mucho que en la época se alabe el estoicismo de los indios norteamericanos (ajenos al dolor, cumplidores de su palabra, taciturnos y reflexivos) lo cierto es que ellos no tienen nada que ver con el nuevo mundo. Sí que tienen que ver con el mundo antiguo, ese que alababa Rousseau cuando alababa a los espartanos, pero no con una nueva sociedad comercial que ha afinado su sensibilidad para llevar a cabo las esperanzas de la razón (esto último me ha quedado muy bien, pero quede como quede y aunque no lo voy a desarrollar más, estoy convencido de que es cierto: la razón aportaba esperanza y la esperanza se recoge sólo desde los sentimientos)

No de las emociones, sino de los sentimientos. Creo que lo preguntas luego, pero aprovecho aquí y comento que vivimos en un presente emocionalizado donde los sentimientos se han vuelto lo que eran antes de Descartes: en pasiones. Lo que tenía la Ilustración es que consideraba que esas pasiones podían ser educadas, afinadas, que podían ser reflexivas. Esto se ve bien en el “invento” del sentido moral por parte de la Ilustración escocesa, un sentido moral que es natural, como la vista o el oído, pero es interno y siente sensaciones que en el idioma del sentido moral son sentimientos (el oído escucha, la vista ve, el sentido moral siente). Hace ya unas décadas (y quizá sean las redes sociales una de las principales culpables) hemos creído que los sentimientos eran buenos simplemente por ser sentidos y no por su capacidad de afinarse, de educarse, de ser sentimientos “morales” o “ciudadanos” que era lo que deseaba la Ilustración.

«¿En qué altera la aparición de una Ilustración olvidada nuestra concepción de Ilustración? Básicamente en considerar la Ilustración, nuestro pasado, el momento en que montamos nuestro presente, como un campo de discusión y nunca como algo perfectamente establecido».

Esta cuestión fue repuesta en La democracia como estilo de vida y proyectada hacia la actualidad y sus desafíos. ¿Cuál es el diagnóstico de la crisis democrática, la desafección y apatía ciudadana? ¿Qué lugar ocupan la educación y la virtud cívica en su propuesta?

En la época en que planteé el proyecto de La democracia como estilo de vida (fue un proyecto para el que busqué a dos compañeros que hablaran de lo que yo creía que se debía hablar y yo no estaba capacitado) la cuestión de la apatía social era un problema sentido. Tras la crisis del 2008-2010 ello fue olvidado. Y con ello se olvidó la medicina que era común desear para acabar con tal apatía, que era la educación de la ciudadanía. Por pasos:

Primero: la desafección democrática me parecía y me parece algo grave: la democracia es el gobierno de todos, pero si todos nos desentendemos de proveer para tal gobierno, de gobernar, resulta que no hay democracia más que de una manera formal o sobre el papel. Esta desafección ocurre en el momento en que uno toma la democracia como un sistema político organizado que organiza su vida, en lugar de comprender que el democracia es un sistema donde uno organiza su vida. La organización no se impone en democracia, sino que se vive (y de nuevo la noción de sentimiento, de desear ser democrático y encontrar placer ahí). La medicina es aprender a ser ciudadano, pues ciudadano no se nace sino que uno ha de aprender a serlo. Aquí en mi país surgió la idea de que debía haber una asignatura en el colegio bajo la rúbrica de “Educación para la ciudadanía” cosa que me tuvo entre sus partidarios hasta el momento en que tal asignatura aparece y se empieza a impartir. Y se imparte como si fuera una asignatura más, pero uno no aprende a ser leal con su constitución con su sistema político, con sus conciudadanos, como aprende a hacer ecuaciones. La educación de la ciudadanía supone, en palabras de Arendt, dar a los que vienen lo que creemos que es lo mejor del mundo en una especie de “tomad, este es el mundo que nos parece más digno, el que nos ha costado mucho conformar y lo mejor que tenemos para daros”. Este ofrecimiento es un ofrecimiento de amor, sentimental, es dar democracia porque la consideramos óptima, es verdad, pero en el mismo hecho de darla se ofrece no como un sistema cerrado que deba aceptarse acríticamente simplemente porque es lo mejor del mundo (ello no está ni someramente demostrado, obviamente), sino que ofrecemos pedazo de nuestra vida como se ofrece todo lo que se da a un hijo con todo el amor del mundo. Me estoy poniendo ñoño, pero espero que se vea que la educación de la ciudadanía, aquello con lo que la desafección desaparecería y la apatía sería menos apática, es al final un ofrecimiento sentimental, lleno de amor a aquellos a quienes se ofrece. Si quitamos la ñoñería del amor tendremos también el mundo que Dewey consideró que era el de la democracia.

Problema: tras la crisis del 2008-10 ya nadie piensa en educar ciudadanos. Y no se piensa porque parece que se ha impuesto un sistema donde la democracia no puede ser sino la reclamación de un sistema estático, quizá menos cruel que otros sistemas, pero en modo alguno podemos dejar libre la sensación de que la democracia se hace todos los días con el comportamiento de cada quien. En mi país las últimas discusiones políticas así lo atestiguan: no hay casi espacio para la disensión. Hay unos partidos que piensan una cosa, otros que piensan otra y de una manera partidista solicitan acólitos, votantes que votan sin discutir, sino de la misma manera que fichan en el trabajo: son de ese partido, están en contra de otro partido y no hay más que hablar. También que se haya llevado la discusión política a redes sociales donde el límite de argumentación son 240 caracteres, dice mucho de esta no posibilidad de la reflexión, del afinamiento. Las emociones son eso, emociones no reflexivas, no educables. Y lo peor del caso es que las tomamos como lo más propio de la identidad: yo soy lo que digo en Twitter y soy eso y nada más. No se me pregunte si soy coherente, si miro a los demás, si les escucho o no, porque esas son cosas típicas de los antiguos ilustrados a los que no puedo entender: ¿reflexionar?¿discutir?¿conformar mi identidad en el gusto de la discusión y de realmente conformarla día a día? Eso es todo ininteligible: escribo y leo a quien escribe lo mismo y no me saca de mí mismo.

Tu artículo en ese libro tiene claras reminiscencias republicanas y, al mismo tiempo, repone algunas ideas del pragmatismo (al que también has dedicado algunos trabajos). ¿Qué aporta el pragmatismo al pensamiento político republicano? ¿Cómo dialogan con el liberalismo?

Estoy convencido de que sólo hay democracia si deseamos tomar la democracia como un modo de vida, como un estilo de vivir. La única manera de defender la tolerancia, la igualdad entre sexos o géneros, etc., es realmente creer que si no lo hago no soy. Eso es lo que es ser un ciudadano virtuoso. No tener un cuadro de virtudes claras, sino simplemente tener una disposición a vivir de modo democrático en el entendido de que la democracia no es algo fijo, sino, como digo un estilo de vida. Por ello la educación de la ciudadanía es un ejercicio que tiene mucho de sentimental. También de ofrecer conceptualmente herramientas para poder ser crítico y reflexivo (algo esencial a los sentimientos que no son meras pasiones, sino pasiones calmadas que saben estilizarse por más que no siempre lo puedan hacer: como no son racionales no tienen por qué ser siempre coherentes, es verdad). Decir esto así es no decir mucho hasta que no descendamos y empecemos a especificar qué entendemos con eso de la democracia como un estilo de vida. Aquí es donde el pragmatismo me ha prestado bastante ayuda.

El pragmatismo que manejo no es un pragmatismo muy especializado. Llego a él desde la lectura de Rorty (que está considerado como el pragmatismo menos “serio”) y desde él me acerco a Dewey, pero no al Dewey epistemólogo, sino al preocupado por la “educación y la democracia”. ¿Qué leo en ellos? Para empezar la prevención de Dewey para que la democracia no sea ir a votar o aceptar acríticamente los modelos de tolerancia, libertad individual, etc. La democracia para él no era un sistema político, sino el modo de vida con el que cualquier sistema político se puede presentar. Aquí me puedo perder pero no lo voy a hacer utilizando un ejemplo. Mi última clase: mis alumnos daban por hecho de que debe haber becas, de que debe haber una Seguridad Social potente y se reían del mundo de los EEUU donde “pobrecitos ellos” no tienen tales cosas con la seguridad que ellos las tienen. La pregunta mía era simple: ¿Por qué?¿Por qué nuestros sistemas de redistribución que generan una igualdad no muy grande, pero muy estimable son los mejores? ¿Por qué son deseables? Es más ¿Por qué favorecer al desfavorecido? Mis alumnos simplemente tomaban el asumido de que así debe ser, pero eran incapaces de dar una respuesta. No la tiene por qué haber, es cierto, pero incluso la respuesta de Rorty, intentamos que nuestro mundo sea algo menos cruel con tales sistemas y apuestas “del Estado de bienestar”, aun sin ser satisfactoria es una respuesta que aparece tras dar vueltas al asunto y considerar otras opciones. Y, sobre todo, es una respuesta. Un día alguien vendrá que negará a mis alumnos que el Estado de bienestar es deseable y ellos, criados en una aceptación acrítica (no democrática) de la democracia no sabrán contestar y seguro que se quedarán sin esos mecanismo de redistribución social que tanto alaban. Dewey nos enseñó esto que, dicho con palabras de Rorty, es sencillamente reconocer que nuestro mundo es contingente, frágil, experimental y en continua formación y elaboración. Eso es la democracia.

«Estoy convencido de que sólo hay democracia si deseamos tomar la democracia como un modo de vida, como un estilo de vivir. La única manera de defender la tolerancia, la igualdad entre sexos o géneros, etc., es realmente creer que si no lo hago no soy. Eso es lo que es ser un ciudadano virtuoso».

En la actualidad, hay un avance de las derechas políticas (y de ciertas izquierdas) y de un discurso que, en términos generales, exhibe una retórica anti-ilustrada. ¿Por qué considerás que la Ilustración y sus valores son un eficaz contrapunto para estas ideologías? En contraste, las mismas derechas invocan valores republicanos o constitucionalistas, claramente ilustrados: ¿La izquierda ha abandonado esos valores? ¿Debería disputar esos sentidos?

Lo confieso: yo mismo hasta la crisis del 2008-10 era un firme defensor de las virtudes cívicas que se alzaban desde posiciones republicanas. Ahora creo que haría lo mismo pero me olvidaría del republicanismo y preferiría el mundo más liberal de Hume. ¿El motivo? Lo que ha generado el mundo republicano es sencillo: ha pavimentado la presencia de posturas que yo creía olvidadas. Se ha tomado la necesidad de que la ciudadanía ha de estar educada pero que tal educación no puede ser cualquier educación, sino que tiene que ser la educación “buena” y “progresista”.

Me vas a permitir que te conteste a estas dos preguntas al mismo tiempo y con un pequeño rodeo. Dices que hay un avance de derchas políticas (y de ciertas izquierdas) y yo creo que hay un avance de posturas totalitarias que en que el mundo que comenzó con la Iustración lleva a una fragilidad que al final nos hace poco efectivos cuando hay que luchar por una mejor sociedad. Para las derechas la Ilustración supone una reflexión continua, una crítica, una fragilidad, que les pone nerviosos porque hace que incluso cuando somos conservadores lo somos con un talante dialogante y capaz de poner en solfa nuestras propias ideas y hasta de cambiarlas. ¡Menudo conservador! Piensan las derechas que son incapaces de leer a Berlin o a Hume y prefieren tener las cosas claras y fijas para siempre. Eso es lo que en su momento se llamó “contra-Ilustración” y que con la voz generalmente de la religión se oponía a los valores que ebullían en el XVIII (y esa es la palabra: ebullían, porque la Ilustración es una ebullición, un burbujeo constante de conceptos, metáforas e imágenes a la espera que cada quien tome lo que le interese). Para la izquierdas la ilustración es un movimiento en el mejor de los casos kantiano, pero sin la claridad de un Hegel o un Marx que tenían el convencimiento teológico de que había una Historia que indefectiblemente nos llevaba a un futuro definible o cuando menos nos legitimaba en nuestros deseos. Esa seguridad, esa Historia, es un movimiento muy poco ilustrado. Para la Ilustración en general la historia se escribe sin mayúsculas pues no es un proceso seguro ni fijo ni fijado, sino sencillamente el caminar de los seres humanos que aportan soluciones a problemas concretos y que no siempre se controlan esas soluciones habiendo, las más de las veces, consecuencias inesperadas de nuestras propias acciones que generan nuevos periodos y problemas históricos.

Tanto para la derecha como para la izquierda la nostalgia de un mundo de cariz teológico, bien definido y donde cada paso que damos puede tener su clara legitimación (y no es, en plan ilustrado, un intento de mejora que quizá no dé en el clavo) es lo que ha generado un presente tremendamente autoritario. La política es una política de facciones de amigo-enemigo donde no cabe la consideración del otro ni la discusión con él: el otro es un enemigo que debe ser eliminado. No deja de ser gracioso, si no fuera por lo trágico, que al final izquierdas y derechas queden unidas en esa apuesta por el autoritarismo, por tener las cosas claras, por la política Twitter que es todo lo contrario a la Ilustración. Realmente ahora mi problema es como un viejo como yo de izquierdas puede encontrar un partido al que votar. Y no es menor el problema que tiene uno cuando ve que es sólo en los viejos conservadores ingleses donde se encuentra la pausa, la reflexión moderada. No es que personalmente esté con sus propuestas (mi misma formación vital es muy alejada a la de un conservador inglés), pero es el único lugar donde se ve una actitud ilustrada (que ahora es simplemente una actitud reflexivamente crítica) capaz incluso de poner en duda a la misma capacidad reflexiva. Capaz de poner en solfa a la misma Ilustración que es lo que les daba valor a mis ilustrados heterodoxos. Aunque más que poner en duda la Ilustración, era reconocer que esta era tan frágil como todos los asuntos humanos y por ello no hay modo de decir «esta es la última palabra”. Si para algo sirve la ilustración es para reconocer que no hay nunca una última palabra.

QUIÉN ES

Julio Seoane Pinilla es profesor en la Universidad de Alcalá y especialista en el siglo XVIII. Ha publicado diferentes estudios históricos dedicados a descubrir la cara menos conocida de la Ilustración, como Del sentido moral a la moral sentimental (2004) o La política moral del Rococó (2000). Ha traducido e introducido La Ilustración olvidada (1999), la edición de F. Hutcheson de Escritos sobre la virtud y el sentido moral (2000), Emilio y Sofía o Los solitarios (2004) de Rousseau o El cosmopolita (2012) de F. Monbron. Siempre con vistas a intervenir en las discusiones contemporáneas de filosofía moral y de educación de la ciudadanía, ha publicado también La democracia como un estilo de vida (2009) y El regazo y la trama (2009), así como distintos artículos en revistas.

Fernando Manuel Suárez

Fernando Manuel Suárez

Profesor en Historia (UNMdP) y Magíster en Ciencias Sociales (UNLP). Es docente de la UBA. Compilador de "Socialismo y Democracia" (EUDEM, 2015) y autor de "Un nuevo partido para el viejo socialismo" (UNGS-UNLP-UNM, 2021). Es jefe de redacción de La Vanguardia.