Las noticias que llegan estos días desde Cuba producen múltiples reacciones, de repudio cerrado o defensa inflexible, pero las causas son diversas y complejas. Américo Schvartzman analiza aquí los posibles escenarios de una transición tan incierta como postergada.
Hace unos años entrevisté vía mail a tres referentes de la izquierda opositora en Cuba, miembros de fuerzas que acababan de conformar un espacio llamado «Polo Revolucionario Socialista y Democrático» (PRSD).
Las respuestas que me llegaron desde Cuba, de esas personas de izquierda (tan precisas, cuidadas, bien escritas, elegantes incluso, evidenciando no solo su gran formación sino también su profundo dolor por lo que escribían) me impactó, y me hizo abrir la mirada a una perspectiva diferente. Y eso pese a que ya había leído el libro de Claudia Hilb, Silencio, Cuba: la izquierda democrática frente al régimen de la Revolución cubana (Edhasa, 2010), para mí imprescindible para hablar en serio sobre el país hermano. Las respuestas de esos tres cubanos (Carlos Cabadilla Diaz, Pedro Campos y Orlando Ocaña) me transformaron tanto o más que el libro de Hilb (Aquí dejo el enlace por si alguien quiere leerla).
Las noticias que llegan estos días desde allá entristecen a algunas personas y alegran a otras. A mí me producen preocupación.
Los sucesos en Cuba son en cierto modo inéditos y tienen muchas causas, como vienen señalando analistas serios e independientes (ver “Por qué estallaron las protestas en Cuba”). Reducir toda la explicación a una sola causa es un error muy común, que funciona más como un recurso tranquilizador para no modificar las creencias propias que como una explicación ajustada a los hechos.
Los sucesos en Cuba son en cierto modo inéditos y tienen muchas causas, como vienen señalando analistas serios e independientes. Reducir toda la explicación a una sola causa es un error muy común, que funciona más como un recurso tranquilizador para no modificar las creencias propias que como una explicación ajustada a los hechos.
Uno de los aspectos que viene afectando al pueblo cubano en estos últimos años es que Trump impidió el envío de remesas. Las remesas son los dólares que las personas cubanas que viven en EEUU les mandan a sus familiares en la Isla. El que había abierto esa posibilidad fue Obama, y eso permitió durante varios años que miles de familias cubanas aliviaran su cotidianidad (Western Union había abierto nada menos que 400 oficinas en Cuba) al punto que el envío de remesas se transformó en el mayor ingreso de divisas de Cuba, por detrás de una extraña industria: la oferta de médicos a distintos países del mundo –que sigue siendo hasta hoy la principal fuente de divisas– y por delante del turismo. Nada menos que 3.700 millones de dólares al año en 2017.
Al eliminar esa fuente de ingresos (que Biden hasta ahora no repuso, pese a los pedidos en ese sentido) la situación de la gente en Cuba se ha agravado muchísimo y es probablemente una de las razones principales por la que se harta y sale a protestar. Aunque, como han señalado diferentes informes, se solapa ese reclamo con otros soterrados desde hace mucho, entre los principales la falta de las libertades básicas, tal como viene cuestionando el movimiento San Isidro y otros de inusitado crecimiento reciente.
Durante demasiado tiempo el «bloqueo» ha sido el argumento de la anquilosada dirigencia cubana para seguir negando libertades (a las que filosóficamente me niego a calificar como burguesas, porque como bien dijo Rosa Luxemburgo hace más de 100 años, las revoluciones se hacen para ampliar libertades, no para cercenarlas).
Creo que todas las formas de gobierno autoritarias, más allá de sus logros y de sus discursos, se terminan. Todas, tarde o temprano, eso nos enseña la historia. No hay opresión eterna porque no hay pueblo que la soporte.
El asunto es cómo termina: si en un baño de sangre o en genocidios, como ya pasó tantas veces (ex Yugoslavia, el Khmer Rojo y tantos etcéteras), en derrumbes de los cuales surgen oligarquías todopoderosas (como en la ex URSS), en experimentos novedosamente capitalistas pero tan autoritarios como antes (China), o, en el mejor de los casos, en democracias como la nuestra, llenas de defectos pero con libertades civiles, y quizás con un piso socioeconómico muy superior (Eslovaquia, República Checa, por nombrar solo dos ex estados «comunistas» ahora democratizados que están muy bien en todos los índices de desarrollo humano).
Por desgracia, y eso es lo que me preocupa, la anquilosada dirigencia cubana parece ir más camino a Rusia o Camboya que a Eslovaquia (ojalá recapaciten, pero por ahora el llamado a combatir por la posesión de la calle no es buen indicio). Veremos.
Mi deseo, y creo que el de muchas personas que alguna vez vimos en Cuba la ilusión de un modelo a seguir, es que el pueblo hermano logre una transición hacia una democracia como cualquier otra, pero cuidando sus conocidos logros, principalmente en salud y educación públicas.
Mi deseo, y creo que el de muchas personas que alguna vez vimos en Cuba la ilusión de un modelo a seguir, es que el pueblo hermano logre una transición hacia una democracia como cualquier otra, pero cuidando sus conocidos logros, principalmente en salud y educación públicas. Y a su modo claro, porque cada sociedad encuentra sus formas y estilos. Porque también la historia muestra que hay otras sociedades que han tenido logros similares sin restringir las libertades civiles. Y por supuesto, cuidando la vida de la gente, que es lo único sagrado, al menos para mí.
Como Silvio, a quien la anquilosada dirigencia cubana no escucha ni entiende, creo que «para pronunciar el nosotros, /para completar la unidad, /habrá que contar con el otro /las luces y la oscuridad. /Es grande el camino que falta / y mucho lo por corregir. /La vara, cada vez más alta /invita a volar y a seguir.”
Con esa frase de una poco conocida canción del gran Silvio Rodríguez terminaba su respuesta uno de los cubanos que entrevisté hace tres años. Pero toda la letra de ese tema es tan elocuente, que a continuación la reproduzco entera, casi como un mantra «para volar y seguir».
PARA NO BOTAR EL SOFÁ (CANCIÓN EDITORIAL)
(Silvio Rodríguez)
Qué feos se ven los cuadrados
queriendo imponer su patrón,
en nombre de lo inmaculado
y de una sagrada razón.
Sofismas, le llaman algunos;
paquetes decimos acá.
Y yo, que no creo en ninguno,
les veo botar el sofá.
“Silencio, porque llega el lobo
y te devora;
el enemigo acecha todo
y a toda hora.”
Y mientras se imaginan majos
de la conciencia,
la realidad es un relajo
de ineficiencia.
La juventud se fuga en masa
y ellos se alteran
porque una boca no es de raza
o de su acera.
Y, como el cónyuge burlado,
una mañana
tiran lo menos complicado
por la ventana.
Qué poco favor a las luces,
qué inútil y amargo disfraz,
mientras lo prohibido seduce
sin tener que usar antifaz.
No quiero el abrazo con horma
ni el beso como obligación,
no quiero que vicios y dogmas
dispongan en mi corazón.
Los vi truncar publicaciones
inteligentes
y descalificar canciones
por diferentes.
Los vi cebando las hogueras
de la homofobia,
en nombre de falsas banderas
y tristes glorias.
Los vi, confiados y seguros
lanzando dardos,
aparentando jugar duro
pero a resguardo.
Los vi, y no es que lo quisiera
o lo buscara;
los vi en el parto de una era
que se alargaba.
Para pronunciar el nosotros,
para completar la unidad,
habrá que contar con el otro
las luces y la oscuridad.
Es grande el camino que falta
y mucho lo por corregir.
La vara, cada vez más alta,
invita a volar y a seguir.