Las elecciones parecen marcar el ritmo de nuestras actuales democracias, sin embargo resulta riesgoso acotarla a ellas. En sus últimos libros, José Luis Moreno Pestaña ensaya el potencial oligárquico de ciertas inercias y hace un llamamiento a ponerlas en cuestión.
José Luis Moreno Pestaña, sociólogo y profesor de Filosofía Moral, pretende ser uno de los animadores del debate intelectual en torno a la democracia en el mundo hispanoparlante y, tras la lectura de sus últimos dos libros, merece que le prestemos cierta atención. Su preocupación central está en las tendencias oligárquicas de nuestros actuales sistemas políticos y la posibilidad de activar mecanismos para mitigar o revertir esos efectos. Los riesgos de ese proceso de deterioro democrático están a la vista, la apatía puede migrar a un franco rechazo en un abrir y cerrar de ojos con costos todavía difícil de mensurar.
Retorno a Atenas (Siglo XXI, 2020) y Los pocos y los mejores (Akal, 2021) presentan dos formas de abordar una misma preocupación: el primero, más erudito y analítico; el segundo, más ensayístico y propositivo. Desde la Atenas clásica y su filosofía, pasando por la teoría crítica francesa de los años 70 de Foucault, Castoriadis y Ránciere, hasta los movimientos de cuestionamientos a nuestras democracias llevadas a su versión más estrecha: electoralista y representativa, y a veces ni siquiera eso. Con un vector antioligárquico, y a través de conceptos como «fetichismo» o la reivindicación del sorteo como mecanismo de selección, Moreno Pestaña propone una crítica a la realidad y una apuesta política.
No parece casual que ante las amenazas que se ciernen sobre ella, la democracia sea defendida muchas veces en clave conservadora: el menor de los males o la imperfección que supimos conseguir. Las reformas parciales, que las hay y muchas, no parecen estar respondiendo a los problemas de fondo ni a las muchas impugnaciones y descontentos que proliferan. Como toda empresa teórica y ambiciosa, siempre resuena el cuestionamiento sobre la viabilidad de estas transformaciones e, incluso, su deseabilidad. Sobre esas y otras cuestiones, conversamos con José Luis Moreno Pestaña para La Vanguardia.
Tus dos recientes libros, Retorno a Atenas (Siglo XXI, 2020) y Los pocos y los mejores (Akal, 2021), parecen formar parte de un mismo programa intelectual, con una honda reflexión teórica y una evidente vocación práctica: ¿Esto es así? ¿Cómo se vinculan y pueden ser leídos ambos libros?
Así es Fernando: en el primero de ellos propongo tres tesis que se pueden extraer de la democracia antigua. Las llamo principio antioligárquico. Básicamente consiste en detectar cuando un poder legítimo se apoya sobre una exclusión ilegítima de la participación y eso debido que se atribuye capacidades intelectuales, morales y motivaciones que son generales –o que pueden llegar a generarse utilizando dispositivos inteligentes de potenciación de la cultura política- . En ese camino interrogo, ya en el segundo de ellos, cómo contribuyen la elección y el sorteo al cierre de los grupos políticos sobre sí mismos. Pero el programa es más amplio: mi próximo trabajo será sobre mercado y democracia.
«He participado en política desde joven y viví el 15M con mucha esperanza y alegría. Lo viví desde el principio hasta el final. Desgraciadamente el 15M lo hizo una generación facturada por los hábitos del neoliberalismo, de la que se había raspado el mínimo de cultura política que se necesita en una democracia».
El trasfondo de tu reflexión sobre estos temas, bastante distante de tus inicios en la investigación, parece ser cierta decepción con la democracia española y, sobre todo, con el devenir infructuoso del movimiento del 15-M. ¿Esta lectura es adecuada o hay otras fuentes, teóricas o políticas, que la han inspirado? ¿La situación actual es peor que la que entonces se impugnaba?
Yo empecé estudiando a Foucault, siempre muy influido por Bourdieu. En Bourdieu existe la tesis del capital político, esto es, de los procesos de acumulación y desposesión en el campo de la representación política. No me convence la idea de Bourdieu de hacer de todo un capital e interrogué el concepto a partir de Marx, diferenciando entre recurso y capital. Pero algo parecido he hecho en mi trabajo sobre el capital erótico. Yo veo coherencia entre lo que hago, aunque eso no es muy importante.
He participado en política desde joven y viví el 15M con mucha esperanza y alegría. Lo viví desde el principio hasta el final. Desgraciadamente el 15M lo hizo una generación facturada por los hábitos del neoliberalismo, de la que se había raspado el mínimo de cultura política que se necesita en una democracia. Tras la democracia de asambleas se hizo política inspirándose en Laclau versión escuela de marketing: ojalá hubiera sido el Laclau que
acompañado por Mouffe escribió Hegemonía y estrategia socialista. Ese referente no ayuda a comprender problemas fundamentales del 15M, como que toda asamblea dejada a su propia dinámica se convierte en un proceso aristocrático o, cuando degenera, oligárquico. Mas la solución no es menos democracia, ni tampoco un cultivo carismático del dirigente. Eso es no aprender nada, absolutamente nada, de la experiencia del socialismo real y de cómo esta se refleja, sin el componente letal y siniestro, en las organizaciones de izquierda. Al poco tiempo de Laclau tuvimos lo de siempre: clanes que excluyen creyéndose vanguardia, meritorios que desean ser cooptados por los clanes, peleas entre el clan ganador y subdivisión política hasta volver a una situación peor que la de antes del 15M. Lo digo sin rubor: muchos lo veíamos venir y cuando contemplábamos el arribismo y el vedettismo político extendiéndose por doquier, sabíamos que habría una enorme violencia y luego muy poco. ¿Debimos decirlo más fuerte o mejor? Es posible. Pero así ha pasado y es un problema común. Bourdieu ponía un ejemplo de Aristóteles: ¿cuándo se retira un ejército? ¿Cuándo lo hace el primer soldado, el segundo, los doscientos primeros…? Pues eso, el fracaso es de todos y todas.
Creo que algo de ese fracaso triunfó por el poco conocimiento de los problemas de la democracia pero también de sus posibilidades. Si hubiera existido mayor cultura política nadie se habría dejado fascinar por quienes promueven la concentración carismática de los recursos políticos como si esa fuera la condición de posibilidad de la eficacia. El título de Los pocos y los mejores alude a ello. Desde cierta lectura de Aristóteles y Spinoza cuando vemos a las elites autosatisfechas, hay que preguntarse: ¿son los mejores o solo son pocos?
La reflexión en Retorno a Atenas parece transcurrir en tres tiempos: la política (y su reflexión) de la Grecia clásica, la teoría crítica francesa de la década del 70 y nuestra actualidad: ¿Cómo se tienden esos puentes reflexivos? ¿Qué resguardos hay que tener para evitar los anacronismos o las idealizaciones o demonizaciones de experiencias pretéritas, en particular la democracia ateniense?
Un anacronismo es coger ideas de un contexto y aplicarlas a otro sin ninguna distancia crítica. Pero existen problemas que recorren el tiempo, porque en ese sentido el tiempo no se ha movido. El problema de los costes de las facciones en la esfera pública era el mismo en Atenas, en Venecia y hoy. La idea de que el sorteo puede ayudar a una distribución –o si prefieres a una socialización- de las competencias políticas es algo que Protágoras explica a Sócrates y que proporciona herramientas intelectuales para mañana mismo –es lo que llamo la epistemología política del especialista. Que aquella fue una democracia esclavista y donde se excluía a las
mujeres es fundamental. No es por tanto ningún modelo, pero allí comenzó
algo importante: la democracia como poder de acción común y de
automoderación. En ese sentido, como explico inspirándome en el movimiento intelectual de Marx sobre el fetichismo, la historia sirve para mostrarnos que hay otros instrumentos con los que habitar la política, no a copiarlos acríticamente.
La intertemporalidad de la reflexión habla, en cierto modo, de la crisis intrínseca de las democracias y su inestabilidad, al mismo tiempo que cierto conservadurismo inercial: ¿La política democrática se ha vuelto conservadora e impermeable a las reformas? ¿Qué consecuencias tiene la fetichización de la política y la oligarquización en el mediano plazo?
No, hay reformas todos los días y cada vez peores, más tendentes a consolidar el poder del capital, de los clanes políticos y a reducir la política a discusiones, cuando no a broncas tabernarias, por problemas importantes pero muy reducidos. Nadie discute de la democracia en el trabajo y sin embargo nos arriscamos por problemas muy limitados, que a menudo no se entienden por los no iniciados. La consecuencia es el desprestigio de la democracia. La falta de imaginación democrática es nuestro problema fundamental, tanto en la economía como en la política.
«Necesitamos el trabajo político de los ciudadanos y ciudadanas, y lo necesitamos sin que eso genere clientelismo o procesos de capitalización política con su consiguiente exclusión».
Uno de las innovaciones más relevantes que se plantean en ambos libros es la incorporación del sorteo a la política democrática: ¿Cómo pensás su implementación? ¿Qué impacto positivo podría tener? ¿Qué contestarías a los detractores que cuestionan su viabilidad o su impacto?
En eso no soy nada original, porque es algo sobre lo que felizmente se escribe mucho. Sí intento analizar con detalle cuál era el entorno político del sorteo en el mundo antiguo. Y en este había un proceso de inclusión social por medio de la política, por eso las elites oligárquicas abominaban del sorteo y de los salarios para la participación. De igual modo, el sorteo formaba parte de un programa inteligente de corrección de los sesgos elitistas de la asamblea, en ese sentido siempre convivió con la elección. En eso es en lo que intento contribuir, por supuesto inspirándome en muchos investigadores e investigadoras.
Uno de los puntos críticos de la democracia y también para tu propuesta son las condiciones de participación y los condicionantes que impone la desigualdad (de clase, de género, etcétera): ¿Cómo se podrían mitigar o atenuar estas diferencias a través de la política? ¿Estás a favor de un Ingreso Ciudadano Universal o piensas en otro tipo de alternativas?
Trato eso al final de Los pocos y los mejores y mi conclusión es: sin participación democrática en la empresa no es creíble que haya participación política. Y, por supuesto, habría muchas medidas necesarias para retribuir un compromiso político fiscalizado. Necesitamos el trabajo político de los ciudadanos y ciudadanas, y lo necesitamos sin que eso genere clientelismo o procesos de capitalización política con su consiguiente exclusión.
Ambos libros giran en torno a la preocupación de la oligarquización de la política, una especie de anti-ley de hierro de Michels, pero las soluciones ensayadas parecen requerir soluciones muy exigentes para la ciudadanía, casi revolucionarias: ¿Cómo piensas que se podrían implementar algunos de estos cambios? ¿Esas oligarquías, que deberían motorizar o al menos no obstaculizar estas reformas, cómo deberían ser enfrentadas o integradas? ¿Qué rol juegan los partidos políticos en este esquema?
Los partidos políticos son necesarios porque tenemos diferencias ideológicas. Pero no en todo hay diferencias ideológicas: quizá el consenso ciudadano sea mucho más amplio si lo problemas no se cargasen de la escenografía hiperconflictiva de los partidos y sus profesionales. En cuanto a las elites, no me imagino ninguna transformación de peso sin la conciencia y el apoyo de una parte de las elites. De otro modo, los costes de transición son altísimos y acaban generando dinámicas que pervierten los procesos emancipadores. Los procesos radicales requieren evitar las polarizaciones.
Claramente en contra de la epistocracia y del fetichismo electoralista, también presentás objeciones a propuestas como la democracia directa o la democracia epistémica. ¿Qué rescatás y que objetás de cada una? ¿Qué trampas encumbre la democracia directa o asamblearia? ¿Qué retomarías de las teorías de la democracia deliberativa?
La democracia directa es muy difícil y limitada: un proceso de fusión
participativa es necesariamente lento y en pocas ocasiones se sostiene
en el tiempo. Y la democracia directa a través de referéndum puede ser interesante siempre que mejore la deliberación de calidad y poco interesante si promueve la dicotomía al servicio de alguna élite de partido. Mi epistemología política del especialista pretende ser una aportación a la democracia epistémica a través de la respuesta a esta pregunta: ¿cuándo y con qué costes y bajo qué procedimientos puede distribuirse el conocimiento necesario a la participación democrática? La asamblea, como ya comenté, tiende a concentrar el conocimiento, el prestigio y la motivación en pocas manos. Ya era así en Atenas y por eso la democracia reconocía la importancia de la misma pero la controlaba mediante instituciones sorteadas. Algo de eso puede inspirarnos. En cuanto a la deliberación es la condición de la democracia. En el mundo sublunar, o sea en el nuestro, Aristóteles explicaba que debemos deliberar para discernir las estabilidades. En ese sentido no podemos no deliberar. Empezando por nuestro propio espacio íntimo e interno.
«Creo en la democracia porque soy un socialista. Mi programa de investigación obedece a una idea: ¿cómo socializar democráticamente el capital político?».
La primera impresión es que las críticas a la democracia ha derivado, luego de ciertas experiencias de la izquierda, en el avance de las nuevas derechas y una impugnación de otro orden. ¿Cómo evalúas este proceso que, en España, fue de Podemos a Vox? ¿Cómo se puede evitar que el discurso defensivo de la democracia, el cordón sanitario, se torne conservador?
No sé cómo evaluarlo, es un análisis que desborda lo que soy capaz de pensar. Hay que mostrar que es posible la democracia y la eficacia políticas, que pueden ir juntas y que se introduce cierta diferencia en lo habitual, que no se hace lo mismo. Si no innovamos, y hay mucha urgencia, estamos abriendo el camino al sentido común más regresivo que reclutará fácilmente a lo más arribista de los procesos progresistas fracasados. No recordamos que las oportunidades que tenemos son un crédito simbólico que se nos ofrece tras el hundimiento del socialismo real en un momento en que el capitalismo no parece incapaz de generar otra cultura cívica que no sea la del saqueo de los demás y la autoexplotación de uno mismo.
Por último, y para cerrar, ¿Crees que la reforma política puede afectar la realidad económica o, por el contrario, es preciso avanzar en cuestiones socioeconómicas antes? ¿Es un proceso que debe darse en simultáneo?
Lo segundo: creo en la democracia porque soy un socialista. Mi programa de investigación obedece a una idea: ¿cómo socializar democráticamente el capital político? No había mucho sobre eso. En esa socialización considero que las ideas básicas del liberalismo político están asumidas: espacio público no sectario, defensa de libertades iguales, exigencia de que las diferencias sociales demuestren ser necesarias para mejorar la vida de toda la ciudadanía, división de poderes, creencia de que las diferencias políticas no evitan ciertos acuerdos comunes…
QUIÉN ES
José Luis Moreno Pestaña es profesor de Filosofía Moral y doctor en Filosofía por la Universidad de Granada. Estudia los procesos de configuración histórica de la norma académica en filosofía, la violencia simbólica y laboral sobre el cuerpo y la renovación de la democracia contemporánea a través de procedimientos de la democracia antigua. Ha publicado Convirtiéndose en Foucault. Sociogénesis de un filósofo (2006), Filosofía y sociología en Jesús Ibáñez. Genealogía de un pensador crítico (2008), Moral corporal, trastornos alimentarios y clase social (2010), Foucault y la política (2011), La norma de la filosofía. La configuración del patrón filosófico español tras la Guerra Civil (2013), La cara oscura del capital erótico. Capitalización del cuerpo y trastornos alimentarios (Akal, 2016) y Retorno a Atenas. La democracia como principio antioligárquico (2019).