El debate nacional por la implementación de la boleta única de papel (BUP) y su media sanción nos invitan a reflexionar sobre los motivos a favor de esta reforma. Sin exagerar sus virtudes, ni imputarle defectos que no tiene, Oscar Blando realiza una pormenorizada defensa en favor de su aprobación: un sistema más justo para los competidores y más transparente para los ciudadanos.
EL SUFRAGIO COMO REVOLUCIÓN DE LA IGUALDAD
“La salud de las democracias, cualesquiera que sean su tipo y su grado, depende de un mísero detalle técnico: el procedimiento electoral…”. Tal vez constituya una exageración esta conocida sentencia del filósofo español José Ortega y Gasset: la democracia es mucho más que un procedimiento electoral ciertamente, salvo cuando estamos en vísperas de elecciones y, cuando en los comicios, se cuentan los votos.
Es que las reglas electorales no son excentricidades de la democracia: organizan la competencia y la oferta electoral y la representación política determinando quiénes pueden competir por el poder y el acceso a los cargos públicos, cómo deben hacerlo y quiénes ocuparán esos espacios según los resultados surgidos de la voluntad popular. También garantizan el derecho constitucional de elegir y ser elegido. De esos “míseros detalles técnicos” depende en mucho la democracia electoral, aunque paradójicamente nunca parece buen tiempo para ser discutidos.
El medio por el cual el pueblo expresa su voluntad política en elecciones libres y periódicas es el sufragio. El maestro Carlos Fayt en sus históricas clases como Profesor de Derecho Político decía que el sufragio es la base de la organización del poder en el Estado: consiste en el derecho político que tienen los miembros del pueblo de participar en el poder como electores o elegidos (sufragio activo y pasivo). Y la forma de expresar la voluntad del pueblo, es decir, de ejercer el derecho al sufragio, es a través del voto: mediante el voto el elector y la electora declaran su voluntad política en los comicios.
No hay igualdad política en democracia si no está garantizado o se limita el acceso al sufragio o se distorsiona el sentido del voto. Derecho al sufragio e instrumento de votación visualizados no como fines sino como medios para alcanzar una sociedad más igualitaria y más justa.
Desde una perspectiva progresista, cómo se expresa la voluntad popular y cómo se respetan los resultados electorales decididos en las urnas constituyen cuestiones capitales. La expresión “un hombre, un voto” no ha sido sólo el lema de todo demócrata sino también una de las manifestaciones más significativas de la Igualdad y, por tanto, manifiesto liminar y declaración de principios de toda izquierda democrática que se precie de tal y que tiene a la igualdad en el centro de sus preocupaciones.
Este enfoque recupera la larga lucha por la conquista y extensión del sufragio en el más hondo de los sentidos: ha sido una verdadera “revolución de la igualdad”. Norberto Bobbio sintetizaría ese arduo y extenso desarrollo igualitario así: “una sociedad en la que tienen derecho a voto todos los ciudadanos varones mayores de edad es más democrática que aquella en la que tienen derecho a voto solo los propietarios, pero menos democrática que aquella en la que también tienen derecho a voto las mujeres”.
No hay igualdad política en democracia si no está garantizado o se limita el acceso al sufragio o se distorsiona el sentido del voto. Derecho al sufragio e instrumento de votación visualizados no como fines sino como medios para alcanzar una sociedad más igualitaria y más justa.
BOLETA ÚNICA DE PAPEL E IGUALDAD EN LA COMPETENCIA ELECTORAL
El reciente debate con dictamen favorable en la Cámara de Diputados de la Nación que propone la implementación de la boleta única de papel (en adelante, BUP) a nivel nacional, tomando como antecedentes las experiencias de las Provincias de Córdoba y Santa Fe, recupera la centralidad de los principios arriba expuestos: la BUP como instrumento de votación se refiere al debate en torno al acceso al sufragio y a la equidad en la competencia electoral.
La BUP es el sistema de votación usado por la absoluta mayoría de las democracias representativas del mundo, incluida Latinoamérica, que precisamente debe su nombre a que todas las opciones electorales le son presentadas al ciudadano en una misma papeleta, ya sea porque todas las categorías a elegir figuran en una sola boleta (diseño Córdoba) o porque haya una boleta única por cada categoría de cargos a elegir (diseño Santa Fe).
El rasgo sobresaliente es la integridad de la oferta electoral en un solo instrumento de votación permitiendo al elector acceder a todas las opciones en forma completa y traducir su preferencia en un voto de manera sencilla, fácil y fiel. Por otro lado, garantiza la equidad y transparencia en la competencia electoral ya que la oferta se expone de manera igualitaria: las agrupaciones políticas tienen un espacio y visibilidad equivalente y sabrán que estará a disposición de cada votante: la BUP equipara y nivela la cancha entre los partidos políticos y alianzas electorales. Por otro lado, el elector tendrá la seguridad que la opción de su preferencia no estará ausente, ni será suprimida u ocultada, sino que estará necesariamente disponible, con lo cual se garantiza íntegramente el derecho constitucional de elegir y ser elegido.
Al subrayarse que la principal y suficiente razón para adoptar la BUP es la integridad de la oferta electoral, que supone acceso al sufragio y equidad en la competencia electoral, permite que el debate se circunscriba a sus justos términos y no se le atribuyan a la BUP problemas que le son ajenos ni se le adjudiquen soluciones que no puede brindar.
Al subrayarse que la principal y suficiente razón para adoptar la BUP es la integridad de la oferta electoral, que supone acceso al sufragio y equidad en la competencia electoral, permite que el debate se circunscriba a sus justos términos y no se le atribuyan a la BUP problemas que le son ajenos ni se le adjudiquen soluciones que no puede brindar.
En efecto, la BUP representa una de las dimensiones de un sistema electoral: la que responde a la pregunta ¿cómo se vota? Pero un sistema electoral, que es el que define las reglas según las cuales los electores pueden expresar sus preferencias políticas, incluye otros aspectos de suma importancia: la magnitud de las circunscripciones (plurinominales, uninominales); la estructura de las boletas (listas bloqueas y cerradas); el cálculo sobre la distribución de las bancas: la conversión de votos en escaños (sistemas mayoritarios, proporcionales). Como todo sistema, el electoral importa un juego de relaciones -de interacciones- y cualquier modificación en una dimensión puede impactar en las demás, pero también tienen relativa autonomía con problemas que le son propios y que requieren soluciones específicas. Dicho de otro modo: los problemas y la crisis de representación de la política y de los partidos -en Argentina y en el mundo- no tienen que ver con el modelo de boleta ofrecido al elector: sería una simplificación tan falsa como superficial.
Del mismo modo, el formato de las listas adoptado por Argentina -bloqueadas y cerradas- que deriva en las llamadas “listas sábana verticales”, supone una discusión válida pero no han surgido con la BUP: también aparecen -y desde siempre- en las boletas múltiples o partidarias. De nuevo: para ser rigurosos en el debate no pueden atribuírsele a la BUP problemas que no le son propios o se le exija que resuelva inconvenientes que le son ajenos.
Una característica central del sistema de BUP, y por tanto relevante para toda política pública progresista, es el papel del Estado en el proceso de emisión del voto. Con la BUP el Estado recupera una actividad central: es quien diseña, imprime y distribuye las boletas a cada establecimiento de votación. Hoy el Estado en Argentina se desinteresa de la responsabilidad de asegurar al ciudadano que su opción electoral, el acceso material al sufragio, esté a su disposición y delega esa responsabilidad a la capacidad operativa (desigualitaria) de las agrupaciones políticas. La BUP mediante una “estatización” de responsabilidades garantiza un derecho humano que es fundamental para la democracia: el derecho político de elegir y ser elegido.
También el Estado con la BUP se redime de su desatención actual ya que permite y no controla debidamente un verdadero negocio: el de la impresión de las boletas. El Estado paga fortunas para ello a agrupaciones políticas ficticias, inexistentes, creadas al solo efecto de hacer un negocio que es ajeno a la función de los partidos: la de la representación política de los ciudadanos. Hoy el Estado aparece como “garante” de un negocio privado muchas veces ilícito que se organiza en torno al ejercicio de un derecho electoral: la entrega de grandes sumas de dinero a apoderados y representantes partidarios que como su intención última no es competir, no se utilizan para la impresión de boletas sino para lucrar con fondos públicos. Esa estafa política y económica desaparece con la BUP ya que es el Estado quien imprime y distribuye las boletas de sufragio.
FRENTE A LAS CRÍTICAS, LA EXPERIENCIA SANTAFESINA
La BUP de papel garantiza tres principios irrenunciables de la democracia electoral: el secreto del voto, su integridad, que comprende la equidad en la competencia electoral, y la transparencia, que incluye el control ciudadano.
Estas fueron las principales razones -no las únicas- para que los gobiernos del Frente Progresista en Santa Fe decidieran adoptar la BUP. Surgida de un proyecto del ex legislador y actual Intendente de Rosario, Pablo Javkin, fue implementada por el primer gobernador socialista de Argentina, Hermes Binner, y continuada por Antonio Bonfatti y Miguel Lifschitz. Y un dato no menor: fue la primera experiencia en el país que la aplicó desde el año 2011 cuando el Frente Progresista era gobierno en la Provincia, es decir, no cambió las reglas de juego para ganar una elección sino para mejorar el instrumento de votación. Subyace aquí una concepción democrática del poder: el entender que el sufragio es un derecho de los electores y no un instrumento en beneficio de los gobernantes. Por tanto, el instrumento de votación debe ser pensado, legislado e implementado desde la mirada de los ciudadanos, del demos, y no desde la circunstancial conveniencia de los actores políticos.
Desde luego, como todo sistema de votación tiene fortalezas y debilidades que derivan en debates públicos. En el modelo de BUP implementado en Córdoba, que coincide con el proyecto de ley aprobado recientemente en la Cámara de Diputados de la Nación, todas las opciones electorales le son presentadas al ciudadano en una misma y sola boleta e inclusive contiene un casillero para elegir por lista completa. Es decir, es un modelo en donde la categoría de mayor jerarquía permite el “arrastre” a las menores. En cambio, el sistema de BUP por categoría como adoptó Santa Fe tiene el efecto posible de favorecer el llamado “voto cruzado”, es decir, que la ciudadanía elija el candidato de un signo político y los legisladores de otro. Las ventajas y desventajas de uno y otro sistema no son técnicas sino políticas y deben ser evaluadas y decididas por los propios actores políticos, partidos, académicos en cada caso. No creemos que el instrumento de votación sea el motivo decisivo que defina una elección, pero en todo caso, cada modelo tiene su lógica: si queremos otorgarle mayor poder y autonomía al ciudadano y con distintas representaciones y equilibrio de poderes, debemos preferir el “modelo santafesino”; por el contrario, si pretendemos fortalecer al poder ejecutivo con el intento de obtener mayorías propias y mayor gobernabilidad, el “modelo cordobés” lo alienta.
La BUP también recibe críticas muchas veces inconsistentes y que la evidencia no confirma.
Se sostiene que este sistema promueve la pérdida de identidad de los partidos políticos porque, según se afirma, se privilegia la persona del candidato lo que favorece la presencia de hombres y mujeres “conocidos”, “outsiders”, provocando el fenómeno denominado “farandulización” de la política. Ciertamente esta crítica no tiene sustento: la aparición de referentes provenientes del mundo del deporte o el espectáculo, por fuera de la política, tiene su origen nacional en los años 90 -y que en muchas épocas continúa- en pleno auge neoliberal, sustentado por una fuerte impronta antipolítica cuando se utilizaba -y sigue utilizándose- la boleta partidaria. No había BUP y, como es sabido, en la actualidad solo dos provincias argentinas lo han adoptado. La BUP no ha “inventado” la farándula en la política.
La experiencia sobre el funcionamiento de la BUP en la Provincia de Santa Fe ha sido ampliamente satisfactoria, con un decisivo compromiso político gubernamental, que es imprescindible a la hora de su implementación, especialmente en las primeras elecciones. En 12 años de vigencia de la BUP en Santa Fe los resultados electorales fueron respetados por todos, otorgando legitimidad democrática a los gobiernos: con BUP ganaron los oficialismos y también las oposiciones.
La crisis de representación y de los partidos políticos no tiene que ver con el sistema de emisión del voto. La crítica apunta a que la BUP, supuestamente, permite y agudiza la fragmentación partidaria. En realidad, las divisiones partidarias y la desafección ciudadana vienen de lejos y ha ocurrido por otras razones, en todo caso, más profundas y graves: el incumplimiento de los mandatos electorales, el vaciamiento ideológico de las agrupaciones, las claudicaciones éticas de sus dirigentes. Vale preguntarse, como lo ha hecho la politóloga Ana M. Mustapic, si la boleta única es causa o efecto de ese fenómeno. En otros términos, ¿no será que si los partidos están divididos esto habrá de reflejarse en la votación, al margen del tipo de boleta?
La experiencia sobre el funcionamiento de la BUP en la Provincia de Santa Fe ha sido ampliamente satisfactoria, con un decisivo compromiso político gubernamental, que es imprescindible a la hora de su implementación, especialmente en las primeras elecciones. Una demostración de esa voluntad política fue la del Gobierno de Hermes Binner -continuada luego- cuando se implementó por primera vez en el año 2011 con la expresa y contundente acción pública destinada a la información y capacitación ciudadana y de autoridades comiciales, claves para el éxito conseguido. En 12 años de vigencia de la BUP en Santa Fe los resultados electorales fueron respetados por todos, otorgando legitimidad democrática a los gobiernos: con BUP ganaron los oficialismos y también las oposiciones.
Todos los temores y críticas que se esgrimieron en su momento al adoptarse el sistema quedaron desechadas por la fortaleza de la realidad. Como todo instrumento de votación es perfectible, pero hubo y hay un amplio consenso social: las mediciones (investigaciones, encuestas) realizadas desde nuestra Dirección de Reforma Política y Constitucional en los gobiernos del Frente Progresista, junto a la Universidad Nacional de Rosario, y con organizaciones de la sociedad civil especializadas en la temática como Cippec, demostraron que el ciudadano tuvo y tiene una alta consideración y hace una evaluación muy favorable del sistema. La percepción comparativa de las autoridades de mesa y de la ciudadanía sobre el comportamiento de la BUP ha sido y sigue siendo, satisfactoria: valoración general, facilidad al votar, rapidez, confiabilidad del voto, contabilización y claridad al votar, demuestran un promedio favorable superior al 80%. Es más, en una encuesta realizada recientemente, entre el 20 y 24 de mayo de 2022 por la Consultora Doxa Data, se comprobó que sobre 1300 casos en la Provincia de Santa Fe, el 78,5% respondió que estaba de acuerdo con implementar la BUP a nivel nacional.
También hay un acuerdo favorable desde la política: después de 12 años de vigencia ninguna agrupación política o sector ha propuesto su derogación y regresar al sistema de boletas partidarias. El instrumento de votación en los procesos electorales en Santa Fe constituye una política pública sostenida y consentida.
Hay algo incontrastable: la BUP permite cuidar mejor el voto ciudadano. Y cuidar el voto, también es cuidar la democracia.