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Leonardo Gasparini: «Hay desigualdades que son inaceptables aun si provienen de factores meritorios»

por | Jul 25, 2022 | Entrevistas

El economista Leonardo Gasparini se ha propuesto indagar el problema de la desigualdad y sus efectos. Problema moral y político, inmanente a la humanidad, es uno de los principales desafíos que enfrentan nuestras democracias contemporáneas.

La publicación de Desiguales de Leonardo Gasparini (Edhasa, 2022) es, ante todo, una buena noticia. Es celebrable que el problema de la desigualdad se traté con la sencillez y la rigurosidad con la que lo hace su autor, sin sacrificar seriedad, en pos de cierto efectismo, ni claridad, como ocurre en muchos trabajos académicos. A ese fin, el libro restringe al mínimo las referencias bibliográficas y el cúmulo de información sobre la que basa sus análisis (que invita a consultar en el sitio de CEDLAS), el estilo que predomina es llano y directo, la exposición es ordenada y minuciosa.

A lo largo de los trece capítulos, Gasparini presenta distintas facetas del problema de la desigualdad económica, asumiendo desde el vamos la multicausalidad y complejidad de un fenómeno inmanente de la historia humana. En cada uno de ellos, el autor presenta el problema a tratar, analiza de forma somera con algunas investigaciones relevantes y enuncia una serie de conclusiones parciales. Cada capítulo se presenta como una pieza, por tanto más asible y acotada, de un rompecabezas más complejo. Las características del problema hacen que el autor reconozca lo parcial y contingente de cualquier solución: la desigualdad nunca va a desaparecer, pero es preciso mitigarla de algún modo. Sin embargo, tampoco hay consensos con respecto a la magnitud de problema que representa la desigualdad y, todavía menos, qué batería de soluciones es la más adecuadas para enfrentarla.

Las posiciones son múltiples y, entre las principales, resulta difícil debatir con visiones voluntaristas o escépticas frente a la desigualdad. Ante ellas, Gasparini defiende dos premisas claras: la desigualdad es un problema grave y, al mismo tiempo, nunca podrá ser erradicada del todo, y quizá tampoco sea deseable. En ese movimiento, a primera vista inocuo, se desembaraza de ciertas posiciones que podríamos llamar neoliberales, a falta de un mejor término, y de algunas variantes del socialismo. Pero, lo cierto, es que en el espacio ideológico que se conforma entre estas dos posiciones estamos muy lejos de arribar a consensos, tanto de diagnóstico como de medidas a tomar.

Leonardo Gasparini suma su voz a un conjunto de autores y autoras notables que se han preocupado por este tema, muchos de ellos también economistas como Thomas Piketty, Amartya Sen o Anthony Atkinson. Su obra viene a ratificar que la desigualdad económica representa un problema moral y, al mismo tiempo, un problema práctico (o de eficiencia): vivimos mucho peor en sociedades desiguales. Pero no existen soluciones fáciles ni rápidas, pero es imperioso ponerse en marcha. Sobre su libro y sus preocupaciones, Leonardo Gasparini conversó con La Vanguardia.

«No me molesta que un empresario talentoso y emprendedor gane más, me molesta que gane muchísimo más. No solo por razones éticas: más allá de cierto nivel, las desigualdades gigantescas tampoco generan incentivos especiales para el esfuerzo y el progreso. Es más, hay evidencia que sugiere que la alta desigualdad es perjudicial para el crecimiento económico».

La primera pregunta es de orden general y parte de una presunción, quizá errónea, sobre cuál es el lugar de la desigualdad en nuestro debate público: ¿Por qué se trata de un tema en boga en el campo académico y, en especial, en la economía? Y, por el contrario, ¿por qué creés (si es que lo creés) que está marginado o ausente del debate político o planteado de forma subsidiaria de otras cuestiones?

No comparto del todo esa percepción. Es posible que la desigualdad no esté tan en el centro del debate como la relevancia del tema amerita, pero no creo que sea un tema marginado o ausente. Sí creo que hay gente que no ve a la desigualdad como un problema importante, y de hecho algunos ni siquiera lo consideran un problema. Y también percibo que la desigualdad se ha venido corriendo de los primeros lugares en la lista de preocupaciones de la gente, quizás por las urgencias económicas que estamos viviendo, o por los típicos vaivenes ideológicos, donde por momentos ciertas ideas son centrales y, en otros, secundarias. Pero mi percepción es que los temas de equidad siguen presentes en casi todas las discusiones políticas y económicas de la actualidad.  

En el libro tomás una posición clara en la que asumís que erradicar todas las desigualdades es imposible, pero ciertas desigualdades son intolerables y perniciosas (moral e instrumentalmente). ¿Cuáles son las desigualdades tolerables e incluso deseables

Hay desigualdades que muchos, posiblemente la mayoría, no consideramos injustas. Si dos personas comparten las mismas oportunidades, pero una es más esforzada o más talentosa, no nos molesta que su ingreso sea un poco superior. Creo que a pocos les preocupa que un futbolista más talentoso gane un poco más que otro probadamente peor. La desigualdad moderada además es funcional al esfuerzo, a la inversión y finalmente al progreso. Si los ingresos fueran iguales hagamos lo que hagamos, los incentivos al esfuerzo se debilitan o desaparecen. Ha sido el talón de Aquiles de todas las economías socialistas. En resumen, hay desigualdades justas y hay desigualdades funcionales. Pero, naturalmente, en el mundo real también hay, y posiblemente sean la mayoría, desigualdades que no responden a esta caracterización: son las desigualdades generadas por asimetría de oportunidades, o por privilegios, o discriminación o corrupción. Y además, hay desigualdades que son inmensas, obscenas, inaceptables aun si provienen de factores meritorios. No me molesta que un empresario talentoso y emprendedor gane más, me molesta que gane muchísimo más. No solo por razones éticas: más allá de cierto nivel, las desigualdades gigantescas tampoco generan incentivos especiales para el esfuerzo y el progreso. Es más, hay evidencia que sugiere que la alta desigualdad es perjudicial para el crecimiento económico.

¿La propuesta de “igualdad de oportunidades”, a sabiendas de las inercias sociales y la reproducción de las desigualdades, no resulta un poco ingenua?

A mí me atrae la idea de igualdad de oportunidades, pero entiendo sus limitaciones. Primero, la igualdad de oportunidades exige nivelar en muchas dimensiones. No alcanza con asegurar con que los jóvenes de contextos vulnerables terminen la secundaria, o accedan a una vivienda digna. El ingreso está determinado por esos factores, y por muchos otros más difíciles de nivelar: capital social, contactos, estímulos sociales, condicionamientos culturales, discriminaciones y tantos otros. Pero asegurar igualdad de oportunidades en los factores básicos – educación, salud, vivienda, protección social, acceso al crédito, al empleo – es el paso fundamental. La segunda limitación es que la plena igualdad de oportunidades, aun en todos los factores, no asegura necesariamente una sociedad justa. Pensemos en una sociedad hipotética en la que el éxito está determinado solo por la corrupción y en la que todos tenemos las mismas oportunidades de ser corruptos. Esta sería una sociedad con igualdad de oportunidades, pero profundamente anti-ética y seguramente desigual porque no todos aceptaríamos seguir el camino sugerido para el éxito en esa sociedad. De cualquier forma, y dadas estas limitaciones, encuentro que el objetivo de igualdad de oportunidades, si bien no es suficiente, es muy necesario para aspirar a sociedades más equitativas.    

En el libro dedicás todo un apartado a la cuestión de la medición y de los instrumentos para hacerlo asumiendo las severas limitaciones que tienen: ¿Qué podrían hacer los investigadores de aquí en más para procurar revertir esto? ¿Los estados podrían ofrecer más y mejor información?

Los investigadores pueden hacer su parte, pero en cierto punto la mayor responsabilidad la tienen los gobiernos, que tienen el monopolio de la información de ingresos y activos de las personas. En muchos países desarrollados hay un movimiento hacia la publicación de información administrativa y tributaria que aún no tiene su correlato en nuestros países. Los temas de secreto estadístico se pueden superar sin problemas con procedimientos de mantener el anonimato de las observaciones en las bases de datos. Los gobiernos también podrían hacer más esfuerzos en mejorar sus encuestas de hogares. Por ejemplo, en Argentina la EPH (Encuesta Permanente de Hogares) tiene muy mala cobertura de los ingresos de capital y nunca se ha extendido a las áreas rurales del país.

Gran parte del libro discute una tesis que señala que la carrera entre innovación tecnológica y educación es la que marca el ritmo de la desigualdad: ¿Cómo explicarías sintéticamente esta relación? ¿No se corre el riesgo de caer en determinismos en uno u otro sentido?

Dos de los principales determinantes de la desigualdad en los ingresos laborales son la tecnología y la educación. Jan Tinbergen, un economista neerlandés del siglo pasado, lo ilustró con una carrera entre estos dos factores. Las innovaciones tecnológicas demandan cada vez más trabajo calificado; emplean ingenieros y programadores, y desechan operarios no calificados. La educación, el otro contendiente de la carrera, tiene el efecto opuesto: convierte jóvenes que sin educación hubieran sido no calificados en ingenieros y programadores. Queda establecida entonces una carrera: si la tecnología corre más rápido, la demanda de trabajo calificado crece más que su oferta y entonces las brechas salariales crecen y la desigualdad laboral aumenta. Esta idea ha sido contrastada en muchos países del mundo y parece responder bastante bien a la realidad. Ahora bien, la desigualdad es un fenómeno extraordinariamente complejo y multidimensional. La desigualdad laboral se determina por estos y otros factores. En el libro trato algunos de ellos: las políticas laborales, los sindicatos, las normas sociales y varios otros. Si interpretamos a la carrera entre la tecnología y la educación como un factor que nos ayuda a entender y pensar un fenómeno complejo como el de la desigualdad, tiene mucha utilidad. Pero tenemos que ser conscientes de sus limitaciones.

Un pasaje revelador, y también muy preocupante del libro, es donde advertís el círculo vicioso de la segmentación social, donde los sectores sociales se vinculan cada vez menos entre sí y esto, más allá de otros efectos negativos, es un notable reproductor de desigualdades: ¿Cómo es posible revertir esto y, de encararlo, cuánto tiempo puede llevar desandar un proceso como este? ¿La fragmentación conduce inevitablemente a la segregación? ¿Es sostenible una comunidad política democrática con esta tendencia?

La segregación es un fenómeno muy preocupante. Y en toda América Latina hay signos claros de creciente segregación en varios ámbitos, en particular en dos: el escolar y el residencial. Hace algunas décadas atrás en la escuela pública convivían niños y niñas de distintos estratos sociales (salvo los muy altos). Hoy, masivamente, la clase media, media/alta se ha desplazado de la escuela pública a la privada. E incluso se ha segmentado dentro de ésta, en función de los aranceles de las escuelas. La segmentación residencial también es creciente, con el aumento día a día de asentamientos por un lado y barrios privados por el otro. Esta segregación es perjudicial para la cohesión social, para la construcción de soluciones comunes, para desarrollar un sentido de solidaridad, y finalmente para la propia democracia.

«La segregación es un fenómeno muy preocupante. Y en toda América Latina hay signos claros de creciente segregación en varios ámbitos, en particular en dos: el escolar y el residencial. Esta segregación es perjudicial para la cohesión social, para la construcción de soluciones comunes, para desarrollar un sentido de solidaridad, y finalmente para la propia democracia».

 El libro propone, de forma nada simplista, una serie de medidas que han contribuido o pueden contribuir a mitigar la desigualdad: ¿Qué opinión te merecen las propuestas de renta universal básica o, como la llaman algunos filósofos políticos, una política predistributiva?  ¿te parece deseable? ¿te parece viable?

En principio estoy de acuerdo con el objetivo general: un esquema de transferencias monetarias como un instrumento (entre otros) de política distributiva. El tema es la modalidad de ese esquema: una renta universal sería una alternativa. La universalidad tiene dos grandes ventajas. La primera es que minimiza los desincentivos laborales. Si uno recibe una transferencia solo por ser ciudadano, no tiene incentivos a evitar un trabajo formal o a esconder ingresos por miedo a perder la transferencia. La segunda ventaja es que hay poco espacio para el clientelismo y la intermediación si el subsidio es un derecho automático y universal. Pero el gran problema es que el costo fiscal de esta alternativa es enorme, lo que la vuelve por ahora inviable. De hecho, ni siquiera en los países ricos es una propuesta que por ahora haya prosperado. Por esa razón, en el mundo en desarrollo se discute más como garantizar un mínimo a la población mas vulnerable, es decir focalizando. Todos los países de América Latina han avanzado en esa dirección cubriendo a la población con hijos (con programas como la AUH) o de adultos mayores (con pensiones no contributivas), y discutiendo cómo extenderla a otros grupos (por ejemplo, todos los adultos).

Vinculado a ello dedicás importantes esfuerzos a discutir la cuestión impositiva, su progresividad o regresividad, así como la factibilidad de poder cobrarlos efectivamente: ¿Son la evasión y la fuga de capitales, como señalan algunos actores políticos, problemas centrales para la prosperidad de las economías latinoamericanas (en particular la argentina)? ¿Es la informalidad de la economía una cuestión que se puede atacar sin más o, como observás, hay que tener prudencia con los instrumentos disponibles?

Me parece que la evasión y la fuga de capitales son factores centrales, ya que condicionan el equilibrio fiscal y por lo tanto la estabilidad macroeconómica, distorsionan el sistema tributario y obligan a aumentar los impuestos indirectos como el IVA. Con menos evasión tendríamos más chances de ser una sociedad más próspera y equitativa. Pero no toda evasión es igual. La evasión típica que lleva a la informalidad laboral de los trabajadores vulnerables muchas veces es inevitable. Si un gobierno la combate con todas sus energías, lo más probable es que genere desempleo. Por eso, el enfoque en ese caso tiene que ser mucho más gradual.

Es inevitable, y más pensando en Argentina, cómo se relaciona el estancamiento económico, la alta inflación y el combate de la desigualdad: ¿Es posible mitigar la desigualdad sin crecimiento? ¿Es la inflación, como se dice vulgarmente, el impuesto más regresivo? ¿Hay que crecer para redistribuir o es preciso encarar ambas cuestiones en simultáneo?

¡Son muchas preguntas difíciles! Voy a responderlas muy sintéticamente, es decir muy imperfectamente. Hay respuestas algo más desarrolladas en el libro.

Es posible, pero extremadamente difícil mitigar la desigualdad sin crecimiento. El crecimiento permite activar muchos instrumentos distributivos, como el salario mínimo, el poder de negociación de los sindicatos, las propuestas de transferencias más generosas, el aumento de inversión en educación, la reforma tributaria, por mencionar algunas. Esas propuestas con una economía estancada son mucho más difíciles de implementar.

Respecto de la inflación, es efectivamente un impuesto regresivo. Hay quienes pueden aliviar sus consecuencias comprando divisas, operando activos financieros, comprando inmuebles. Para las personas pobres esos refugios no están disponibles.

Respecto de crecer o distribuir, es un debate con muchas aristas. En muchos casos no hay antinomias. Hay medidas que apuntan a los dos objetivos: fortalecer la calidad de la educación de los pobres, reducir la evasión o ampliar el mercado de créditos por ejemplo van en dirección de los dos objetivos.

Aparece en varias ocasiones a lo largo del libro la cuestión de género como eje articulador de múltiples desigualdades. Al margen de la nominación, ¿puede ser la agenda feminista un motor para mitigar más desigualdades de las que a primera vista pareciera?

Las inequidades de género son per se muy importantes, y deben ser estudiadas y combatidas con toda energía. Pero no son un componente cuantitativamente importante de la desigualdad socioeconómica general. Si de repente todas las desigualdades de género desaparecieran, la desigualdad económica en nuestras sociedades sería inferior, pero no muy inferior a la actual.

«Naturalmente, el camino hacia sociedades equitativas se construye sobre acciones concretas, pero estas acciones maduran cuando la sociedad comprende no solo lo injusto, sino también lo disfuncional de muchas desigualdades. Pero creo que es muy importante que el diagnóstico se haga con inteligencia».

Finalmente, el libro sin ser pesimista, es muy prudente con respecto a sus ambiciones económicas y políticas, en gran medida por el predominio de miradas simplistas: ¿Es un importante primer paso discutir y evidenciar las limitaciones de las miradas simplistas?

Me parece que hacer un debate amplio e inteligente, entendiendo las complejidades del problema es un paso fundamental. Naturalmente, el camino hacia sociedades equitativas se construye sobre acciones concretas, pero estas acciones maduran cuando la sociedad comprende no solo lo injusto, sino también lo disfuncional de muchas desigualdades. Pero creo que es muy importante que el diagnóstico se haga con inteligencia: si cada desigualdad es señalada como un flagrante indicio de injusticia social, muchos interlocutores dejarán de prestar atención o, peor, tomarán una actitud contestataria: comenzarán a no cuestionarse las desigualdades y a aceptarlas con naturalidad. Desafortunadamente, percibo que es una dirección que hoy está tomando parte de nuestra sociedad.

QUIÉN ES

Fundador y director del Centro de Estudios Distributivos, Laborales y Sociales (CEDLAS) de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Gasparini es Licenciado en Economía de la Universidad Nacional de La Plata y Doctor en Economía de la Universidad de Princeton.

Actualmente es profesor de grado y posgrado en la UNLP e investigador del CONICET. Sus investigaciones sobre temas distributivos y sociales han sido publicadas en libros y en numerosas revistas académicas nacionales e internacionales. Ha enseñado cursos y dictado conferencias sobre pobreza, desigualdad y otros temas distributivos en casi todos los países de América Latina. Gasparini ha obtenido varios premios, entre ellos la beca Guggenheim y el Premio Konex de Platino. Desde 2017 Gasparini es miembro titular de la Academia Nacional de Ciencias Económicas de Argentina.

Fernando Manuel Suárez

Fernando Manuel Suárez

Profesor en Historia (UNMdP) y Magíster en Ciencias Sociales (UNLP). Es docente de la UBA. Compilador de "Socialismo y Democracia" (EUDEM, 2015) y autor de "Un nuevo partido para el viejo socialismo" (UNGS-UNLP-UNM, 2021). Es jefe de redacción de La Vanguardia.