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El PSOE y el programa de 1888: objetivos, propuestas y acuerdos

por | Oct 12, 2022 | Ideas e historia, PS

Nueve años después de su fundación, el PSOE realizó su primer Congreso. Allí se sentaron las bases programáticas y políticas iniciales de uno de los partidos socialistas más relevantes de Europa en la actualidad.

Aunque el Partido Socialista Obrero Español se fundó en Madrid, en el mes de mayo de 1879, sacando un primer programa, la formación política no tuvo su primer Congreso hasta agosto de 1888, celebrado en Barcelona, el mismo mes y lugar en el que se crearía la UGT (Unión General de Trabajadores). En este primer Congreso se definió claramente un programa estructurado. Este artículo pretende recordar, a través del Manifiesto publicado, en qué consistió dicho programa y los tres grandes acuerdos que definieron la posición y estrategia política a seguir por el Partido Socialista durante muchos decenios.

LOS OBJETIVOS

Las cuatro aspiraciones u objetivos del socialismo español eran los siguientes:
– La posesión del poder político por parte de la clase trabajadora.
– La transformación de la propiedad individual o corporativa (en referencia a sociedades o compañías) de los instrumentos de trabajo (medios de producción) en propiedad colectiva, también denominada, social o común.
– La organización de la sociedad sobre la base de la federación económica, y el usufructo de los instrumentos de trabajo por las colectividades obreras, garantizando a todos sus miembros el producto total de su trabajo, y la enseñanza general científica y especial de cada profesión a los individuos de uno y otro sexo.
– La satisfacción por la sociedad de las necesidades de los “impedidos por edad” o por algún tipo de padecimiento.

El Partido Socialista pretendía con estos objetivos la emancipación de la clase obrera, con la desaparición de las clases sociales y su transformación en una sola de trabajadores, que se convertirían en dueños de los frutos de su trabajo, además de ser libres, iguales, “honrados e inteligentes”.
Una vez marcados los objetivos había que plantear los medios políticos y económicos para lograrlos. Esos medios se dividieron en cuatro paquetes de medidas: políticas, económicas, laborales y sociales.

El Partido Socialista pretendía con estos objetivos la emancipación de la clase obrera, con la desaparición de las clases sociales y su transformación en una sola de trabajadores, que se convertirían en dueños de los frutos de su trabajo, además de ser libres, iguales, “honrados e inteligentes”.

LAS PROPUESTAS

En el ámbito político, los socialistas planteaban un claro avance en el reconocimiento de derechos, más allá de lo que estipulaba la Constitución en vigor de 1876 que, aunque reconocía más que las Constituciones de la época isabelina, y se acercaba en esta materia a la Constitución de 1869 del Sexenio Democrático, no se garantizaban de forma categórica, dependiendo del gobierno de turno, siendo más restrictivos los conservadores que los liberales, por lo que se ha considerado un texto constitucional elástico, porque permitía mucha libertad a los ejecutivos. En consecuencia, los socialistas abogaron por los derechos de asociación, reunión, petición, manifestación y coalición, sin ninguna cortapisa. Además, pretendían la libertad de prensa, la inviolabilidad del domicilio y de la correspondencia, la seguridad individual, y el reconocimiento del sufragio universal. En este sentido, recordemos que hasta la llegada del Gobierno Largo de Sagasta no se aprobaría dicho sufragio, justo dos años después de este Congreso, pero que fue falseado sistemáticamente gracias al fraude electoral y el caciquismo, convirtiendo las elecciones en España en una farsa, eso sí necesaria para mantener el edificio político diseñado por el conservador Cánovas del Castillo. Los socialistas tendrían aquí una de sus batallas futuras.

El PSOE defendía la adopción de medidas encaminadas a una profunda reforma de la justicia. En primer lugar, se quería la abolición de la pena de muerte, y el establecimiento de la justicia gratuita. También se pretendía el juicio por jurado para todos los delitos, coincidiendo, en parte, con la parte más progresista del liberalismo español y con el republicanismo. Los socialistas, fieles a un acusado antimilitarismo, pretendían la supresión de los ejércitos permanentes. La cuestión de la guerra sería otro de las cuestiones en las que el PSOE siempre se implicó de forma evidente.
En materia religiosa, el PSOE desarrolló un evidente anticlericalismo, aunque siempre procuró ser muy respetuoso con las conciencias de los individuos, además de considerar como clave en esta cuestión la faceta económica del poder del clero, en estrecha relación con el capitalismo, intentando siempre marcar diferencias con el anticlericalismo de raíz republicana y/o del ámbito del librepensamiento o la Masonería.
El programa socialista estableció un ambicioso programa de medidas en este ámbito. Dos puntos se plantearon como fundamentales: el fin de la deuda pública, y la supresión del presupuesto del clero (En España el Estado sostenía a la Iglesia) y confiscación de sus bienes.

También se pretendía la enajenación de toda la propiedad pública, y la explotación de todos los talleres del Estado por parte de las Sociedades Obreras. La última medida era de carácter fiscal, y también de envergadura, porque suponía una completa reforma tributaria, con abolición de los impuestos indirectos, y transformación de los directos en progresivos sobre las rentas o beneficios superiores a las tres mil pesetas. La lucha contra los Consumos, es decir, los impuestos indirectos que gravaban los productos de primera necesidad y, por tanto, pesaban sobre las clases más humildes, fue siempre una prioridad socialista.

En lo laboral se planteaba un conjunto muy amplio de medidas. En primer lugar, destacaría la adopción de la jornada de ocho horas de trabajo para los adultos, el gran caballo de batalla de la Segunda Internacional, pronta a crearse. Después venía la prohibición del trabajo de los niños menores de 14 años, y la reducción de la jornada laboral a seis horas para los que iban desde los 14 hasta los 18 años.

El PSOE quería dejar claro que lo que pretendía era organizar de forma sólida al proletariado, pero también mejorar sus condiciones en tanto que se completaba esa organización y se reunían los elementos necesarios para dar la última batalla a la “clase explotadora”, concluyendo con la explotación y la miseria aboliendo las clases. Era evidente que el objetivo último era el fin del capitalismo, pero no se renunciaba a la lucha concreta para arrancar todo tipo de mejoras sociales, mientras tanto.

Además de estas propuestas sobre la duración de la jornada, los socialistas defendían la semana de seis días de trabajo. En relación con el trabajo femenino, y en línea con el evidente paternalismo que se desarrolló en los primeros tiempos, tanto desde la lucha obrera como en el establecimiento de la legislación por parte del poder, el PSOE quería prohibir el que fuera poco higiénico o “contrario a las buenas costumbres”.
Por fin, había que crear Comisiones de vigilancia, elegidas por los obreros, para inspeccionar de las condiciones de las viviendas y de todos los centros de trabajo. Por fin, había que reglamentar el trabajo penitenciario.

En el ámbito salarial se defendían varias cuestiones; en primer lugar, el establecimiento del salario mínimo legal que, cada año, debía fijar una Comisión de Estadística Obrera con arreglo a los precios de productos de primera necesidad, es decir, teniendo en cuenta la inflación. Y, en segundo lugar se pedía la igualdad salarial entre ambos sexos.

En materia de seguros sociales se quería que se protegiesen las Cajas de socorros y pensiones para los “inválidos del trabajo”. Pero, además, se exigía responsabilidad a los patronos en los accidentes de trabajo, garantizada con una fianza en metálico que debían depositar en las Cajas de las Sociedades Obreras, proporcional al número de trabajadores empleados y a los peligros que presentase su industria o sector productivo.
La enseñanza general y técnica ya fue una primerísima preocupación socialista porque se pedía el establecimiento de escuelas de primera y segunda enseñanza, así como profesionales, debiendo ser gratuitas.

La cuestión de la vivienda no se agotaba con la creación de las citadas Comisiones de Vigilancia. Además, había que reformar las leyes del inquilinato y desahucio, y todas aquellas que lesionasen derechos de los trabajadores.

A raíz todo lo expuesto, el PSOE quería dejar claro que lo que pretendía era organizar de forma sólida al proletariado, pero también mejorar sus condiciones en tanto que se completaba esa organización y se reunían los elementos necesarios para dar la última batalla a la “clase explotadora”, concluyendo con la explotación y la miseria aboliendo las clases. Era evidente que el objetivo último era el fin del capitalismo, pero no se renunciaba a la lucha concreta para arrancar todo tipo de mejoras sociales, mientras tanto. Así pues, una revolución final, pero una lucha reformista día a día, entrando en colisión, tanto el PSOE como la UGT, con el sentido casi exclusivamente revolucionario de los anarquistas y luego de los anarcosindicalistas de la CNT.

Los socialistas españoles consideraban que era fundamental para conseguir el fin último la necesidad de trabajar por la extensión de la conciencia de clase de los trabajadores. Había que ejercer una labor pedagógica, encaminada a alejarlos de los partidos “burgueses”, en implícita referencia a los republicanos de signo progresista, y poniéndose de lado de los obreros en sus luchas. En este sentido, la prensa obrera se convertía en instrumento fundamental, especialmente a través del principal de sus periódicos, El Socialista.

El fin de la explotación de la burguesía, es decir, del hombre por el hombre, sería obtenida por el Partido Socialista en el momento en el que, ayudado por los conflictos que provocaba el capitalismo, tuviese la suficiente fuerza para arrojar a la clase dominante del poder. Valiéndose del mismo no se buscaría tiranizar a una parte de la clase obrera, como defendían algunos elementos revolucionarios, aunque no se especifica a quiénes se refería el Partido Socialista, sino para arrancar a la burguesía todos sus privilegios y monopolios.

LOS ACUERDOS

Por último, haremos referencia a los tres acuerdos que se tomaron. El primer acuerdo tenía que ver con la actitud a seguir con los “partidos burgueses”. Como el PSOE proclamaba la lucha de clases como medio para conseguir la emancipación del proletariado se colocaba en una posición frente a los partidos que consideraba que defendían el régimen social existente. Así pues, todos los “partidos burgueses”, como se señalaba en el acuerdo, desde los más conservadores a los más progresistas o avanzados, representaban a la “clase explotadora”, porque defendían la esclavitud de los obreros, a través del mantenimiento del sistema del salario, obligando a la lucha para conseguir la abolición de la propiedad privada transformándola en colectiva, “social o común”. Así pues, se acordaba que la actitud del Partido Socialista con estas formaciones políticas no podía ser, en ningún caso, conciliadora, sino de enfrentamiento constante.

Con este acuerdo se sancionaba la estrategia política del Partido, claramente inspirada por Pablo Iglesias, y luego en consonancia con lo establecido en la Segunda Internacional, no sólo de combate contra los partidos dinásticos del turno de la Restauración -conservadores y liberales-, sino también y, muy especialmente, contra los republicanos de todo cariz, desde el posibilismo conservador hasta el federalismo más progresista. Este asunto generó en el Partido algunas polémicas importantes y disidencias, pero su línea de acción no se separó ni un milímetro de este acuerdo hasta 1909-1910 cuando las circunstancias derivadas de la Semana Trágica de Barcelona con su consiguiente feroz represión marcaron, junto con otros factores, el acercamiento hacia los republicanos, aunque una parte sustancial del Partido mantendría sus recelos, como se demostraría en el período previo al establecimiento de la Segunda República, y después. Los socialistas lucharon con denuedo para intentar demostrar a los obreros que los republicanos no les representaban, ni tan siquiera los federales que poseían un programa social, y que su lugar se encontraba formando parte de una organización política plenamente obrera, la socialista. La propaganda política para fomentar la conciencia de clase fue siempre una prioridad para el Partido Socialista, teniendo también que empeñarse en intentar alejar a los trabajadores del universo anarquista, como ya hemos señalado anteriormente.

La huelga sería el medio que tenían los trabajadores en el terreno económico para combatir el “despotismo patronal” y hacer menos precaria su situación. Pero, además, la huelga era un medio para fortalecer la conciencia de clase.

El segundo acuerdo tenía que ver con la posición ante las huelgas del socialismo. La huelga sería el medio que tenían los trabajadores en el terreno económico para combatir el “despotismo patronal” y hacer menos precaria su situación. Pero, además, la huelga era un medio para fortalecer la conciencia de clase. Por otro lado, como los gobiernos solían intervenir en el antagonismo entre el capital y el trabajo, las huelgas terminaban tomando un cariz político, en la lucha de una clase contra la otra. Por eso, el PSOE debía fomentar el movimiento de resistencia y apoyar con todas sus fuerzas las batallas que las organizaciones obreras librasen con los patronos. En todo caso, conviene recordar que la UGT, no fue, generalmente, partidaria de recurrir, como primer instrumento de lucha, a la huelga, si no se habían agotado antes todos los medios de negociación. Es más, la UGT aprobaría que sus órganos centrales podían desaprobar una huelga convocada por una Sociedad Obrera o una Federación si se consideraban que la organización pudiera correr un riesgo grave. Nunca se renunció a la huelga, pero los sindicalistas socialistas tuvieron siempre muy presentes las consecuencias de las mismas, especialmente, si no estaba clara la victoria, y no se debilitaba la organización obrera, un objetivo en sí para los socialistas españoles.

El tercer acuerdo proclamaba la vocación internacionalista del PSOE, quizás el asunto menos estudiado por la historiografía. Para el año siguiente estaba convocado el Congreso en el que nacería la Segunda Internacional, y el Partido quería estar presente en ese acontecimiento porque era considerado como un deber, y creía en el internacionalismo de la lucha. Así pues, se acordó que estaría representado en el Congreso Internacional de París con un delegado propio.

[Fuentes: sobre la estrategia política en la Historia del PSOE sigue siendo imprescindible acudir a la obra de Santos Juliá, Los socialistas en la política española. 1879-1982, publicada en el año 1997 por Taurus. Por su parte, como fuente hemos empleado los números 131 y 132 de El Socialista, que podemos consultar en la red en la Hemeroteca de la Fundación Pablo Iglesias.]

Eduardo Montagut

Eduardo Montagut

Doctor en Historia e Historiador. Profesor de Secundaria en la Comunidad de Madrid. Editor de "El Obrero".