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En el día de las madres… no quiero regalos, no quiero criar sola ni sólo criar

por | Oct 15, 2022 | Género

«Como madre me siento como Damocles cada octubre», escribe la autora, explicando que las madres no queremos sentirnos solas, juzgadas ni culpables. Tenemos derecho a disfrutar de la maternidad, acompañadas en el cuidado.
Madres y el derecho a disfrutar compartiendo la carga de los cuidados. ¿Feliz día?

Este domingo es el día de las madres en Argentina. Desde inicios de octubre empezamos a ver vidrieras y publicidades llenos de eslóganes: “mamá la más bella”, “Gracias mamá”, “a la que siempre está”, “a la que nos enseña a nunca bajar los brazos”, “a la que hace las mejores comidas” y bla blá… Como madre me siento como Damocles cada octubre, porque sí, quiero mi regalo, pero no estoy tan segura de querer todo el peso que conlleva ser merecedora de dicho presente. Son sentimientos encontrados: Les agradezco el reconocimiento, pero… sin ánimos de ser ingrata, que entre todes reproduzcamos el discurso esencialista sobre mi rol de abnegada sin poner en debate por qué soy yo “la que hace las mejores comidas” si no nací sabiendo cocinar, ni por qué no se me permite mostrar que a veces sí quiero bajar los brazos y acostarme a dormir, más que un reconocimiento se convierte en una muy pesada carga. 

Más que el regalito de cada octubre, las madres queremos no sentirnos solas, juzgadas ni culpables (¿de qué? ¡De todo!). En simples palabras queremos tener el derecho a disfrutar de la maternidad, disfrutar de jugar con nuestros hijes, lo que implica no lidiar solas con la parte complicada del proceso ni perder todo ápice de identidad en esta empresa. Queremos compartir la tarea, la carga mental, la preocupación y el regocijo de criar. Porque en definitiva, en el bullicio familiar, las exigencias escolares, el mito de la mujer maravilla que todo lo puede -porque es autónoma económicamente, porque se mantiene “en forma” y está a la postre de su familia con la mejor sonrisa y por supuesto jamás se enferma-, las madres nos sentimos solas. Aisladas, incomprendidas, ahogadas en mares de culpas por mandatos cumplidos a medias, que para colmo de males, son cada vez más excluyentes y sincréticos. 

NO NOS ARREGLAMOS NI LAS UÑAS PARA EL MARIDO

Las madres de niños pequeños recibimos embates desde muchos lugares. De nuestras madres y abuelas, agotadas y abnegadas, recibimos la mirada que desaprueba la crianza sin “correctivo”, que no nos arreglemos ni las uñas para el marido, que tengamos la casa despelotada, que el bebé duerma en nuestra cama y que estemos poco en la casa. De las pediatras de Instagram –qué casta-, que el colecho, la crianza con apego, la lactancia a demanda, la comida orgánica y casera, y disponibilidad al cien por ciento de las demandas de los peques sin prestar atención al mandato externo (porque los otros mandatos son los malos y generan culpas, los suyos, para quienes tienen las condiciones materiales resueltas, liberan). De amigas sin hijes, que no nos damos tiempo para nosotras, que no hablamos de otro tema que no sea la caca o la oferta de pañales, nos volvimos aburridas y sosas. Nos remarcan que no entienden cómo ni por qué elegimos maternar. Tampoco nosotras entendemos cómo hacemos ni por qué lo hacemos en estas condiciones, no entendemos por qué aún rodeadas de ruido y compañía nos sentimos solas e incomprendidas. En todos estos ámbitos está permitida la catarsis moderada, un poquito para mostrar que somos humanas, pero no mucho para no poner en dudas nuestro amor incondicional a la cría. 

Hablar de cuidados es también hablar de una política cultural y si hablamos de cultura hablamos de que el cambio tiene que ser integral en la sociedad.

Cuando hablamos de cuidados y de la forma en que se organizan socialmente las responsabilidades vinculadas a la sostenibilidad de la vida, el epicentro está en las familias, y dentro de las familias el núcleo principal de asistencia, de respuesta y contención son las mujeres, principalmente las madres, aunque también las hermanas mayores, las tías, las abuelas, que estarían encarando y supliendo el rol esencialmente materno, ese que festejamos en fechas como esta. Tenemos vasta evidencia sobre esto, inclusive los resultados de la Encuesta Nacional de Uso de Tiempo (2021 INDEC) lo muestran con claridad: las mujeres en Argentina tenemos jornadas productivas mucho más extensa que los varones, incluyendo no sólo el trabajo remunerado sino también todo el trabajo doméstico y de cuidados que hacemos en nuestros hogares. A partir de esa evidencia, y de que cada vez nos faltan más manos y horas del día para cumplir con todas las exigencias, comenzamos a problematizarlo y a demandar al Estado que cumpla una función central como promotor de políticas públicas que atiendan a estas necesidades y de regulador de las relaciones en el mercado laboral y la oferta de servicios privados. Pero…con que una minoría intensa (¡gracias feministas!) le exija al Estado –y ojalá este responda-, no basta para sentirnos menos solas en este proceso. Como advierte Nieves Rico, hablar de cuidados es también hablar de una política cultural y si hablamos de cultura hablamos de que el cambio tiene que ser integral en la sociedad. 

Cambio cultural. Romper estereotipos. No alcanza sólo con normas.

NECESITAMOS UN ESTADO PROMOTOR DE POLÍTICAS

Pensar en los cuidados como parte central de nuestra construcción cultural, y por consiguiente entender a las políticas de cuidado como políticas culturales, implica tener la posibilidad de romper con el contrato sexual que establece con qué cartas juega cada uno/a y re-barajar. Pero para eso no sólo necesitamos de un Estado promotor de políticas… necesitamos fundamentalmente discutir las vivencias vinculadas a cuidar despojadas de prejuicios y tapujos, con toda su diversidad variopinta, por clase, etnia, región, tipo de familia, sin el miedo a la censura social que a todas y todos nos convierte en víctimas y verdugos. Nos debemos esa discusión, a nivel social en general pero sobre todo en el plano de las relaciones íntimas y fraternas.

No es fácil ser impermeable frente al juzgamiento de la abuela, de las amigas, de la maestra, del compañero, de los amigos del compañero, de la pediatra, de las/os colegas y jefes, ni principalmente, del nuestro. Tampoco es fácil dar cuenta de nuestras falencias y de nuestros privilegios. Por ello generalizamos, sublimamos, tapamos. En ese ejercicio de “impermeabilizarnos” nos anestesiamos y también nos aislamos, dejamos de sentir lo bueno y lo malo, todo pierde intensidad y nos automatizamos. Al automatizarnos reproducimos sin reflexión alguna los distintos mandatos impuestos, y generamos un mosaico de modelos en torno a los cuales construimos el andamiaje de nuestras vidas y el de nuestros hijos. Así, la soledad se vuelve parte de nuestra identidad como madres, y como dice Florencia Freijo en su libro Solas (aun acompañadas), nos une a todas por igual y está presente en todas las mini batallas que libramos día a día. El problema a mi modo de ver, no es la soledad en sí, sino la falta de conciencia sobre ella y por consiguiente su naturalización. 

Qué dilema se presenta cuando el amor incondicional a un hijo se antepone moral y socialmente a todo deseo de individualidad de las mujeres. Porque dicho dilema es una singularidad femenina, que debe ser oculta bajo secreto de sumario con las vergüenzas vinculadas al caso, aislándonos y juzgándonos aun más. 

MATERNIDADES AUTOMATIZADAS

Pero ¿Acaso podemos simplemente tomar conciencia de nuestra soledad y seguir como si nada pasara cuando tenemos en nuestras espaldas el peso de la vida de otros? Parece una trampa: el aislamiento anestesiado nos permite vivir con cierta incomodidad pero en un terreno en el cual estamos adaptadas que nos habilita a seguir funcionando como se espera que lo hagamos. Al respecto me resonó mucho el ensayo “Vivir sola” de Vivian Gornick, que si bien no refiere a la maternidad, en uno de los pasajes donde describe la soledad cristaliza el mayor temor sobre mi individualidad que despertó ser madre. A grandes rasgos Gornick plantea que la soledad no es letal y ser conscientes de ello puede ayudarnos a convertirla en una aliada, pero que carcome la energía y evapora la vida interior, nos secciona de nosotras mismas, nos quita vivacidad y por consiguiente en su adormecimiento nos condena a la mediocridad. Qué dilema se presenta cuando el amor incondicional a un hijo se antepone moral y socialmente a todo deseo de individualidad de las mujeres. Porque dicho dilema es una singularidad femenina, que debe ser oculta bajo secreto de sumario con las vergüenzas vinculadas al caso, aislándonos y juzgándonos aun más. 

Ser conscientes de que criamos en soledad nos conduce a enfrentarnos con nuestra responsabilidad individual y colectiva. Por lo tanto, nos obliga a tomar una posición activa y optar por sostener a conciencia maternidades automatizadas, o apostar por el cambio de dirección. Comencemos a poner en palabras nuestra soledad, permitámonos ver en las madres personas falibles, que cometen errores, que desean y que conviven con su propia fragilidad, y también en este proceso, demos espacio para que las masculinidades ejerzan la paternidad sin la constante supervisión materna. Si para esperar el regalo del mes de la madre, el precio es criar sola y que de mi (nosotras) se espere sólo criar, al igual que Damocles, también devuelvo los regalos.

El cuidado es trabajo. La maternidad disfrute. La cultura nos carga de culpas.
Gabriela Marzonetto

Gabriela Marzonetto

Politóloga, analista de políticas sociales de cuidados en perspectiva comparada. Becaria posdoctoral del CONICET-FCPyS Universidad Nacional de Cuyo. Miembro del Carework Network.