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Mejor hablar de ciertas cosas

por | Oct 26, 2022 | Opinión

Tras la nota de Bruno Percivale sobre Viviana Canosa y la interesante respuesta de Claudia Balagué, Fernando Manuel Suárez ofrece su mirada al respecto. La importancia de conocer las «voces enemigas» y una defensa del pluralismo.

LAS VOCES ENEMIGAS

Como recuerda José Aricó en La cola del diablo, a principios de la década del setenta, la nueva derecha francesa (Nouvelle Droite), con Alain de Benoist como referente intelectual, alarmado por la derrota cultural de las derechas hacía un llamamiento a estudiar al que, él entendía, era el más relevante intelectual para abordar esa lucha: ni más ni menos que el comunista sardo Antonio Gramsci. Esta reflexión, señala Aricó, permitió derribar aduanas culturales. No muy diferente operación a la que el propio Aricó hizo traduciendo y difundiendo la obra del jurista alemán vinculado al nazismo Carl Schmitt, señalando: “¡Ojalá sea leído con la comprensión y el espíritu crítico que el excepcional valor de su obra merece!”.

En la misma sintonía, el brillante liberal Isaiah Berlin –en una entrevista con Steven Lukes– observó con ironía: “Me aburre leer a la gente que es aliada, gente de aproximadamente las mismas visiones. Lo que es interesante es leer al enemigo, porque el enemigo penetra las defensas”. Su lectura, como se deduce de cualquiera que haya transitado su obra, no se acotaba en absoluto al campo académico, lo pensaba, además, en clave política. No casualmente, la obra de Berlin recorrió autores con los que disentía, incluida una original biografía de Karl Marx.

Tiendo a creer, y así lo he comprobado, que cuando uno comienza leyendo (escuchando, analizando, o lo que sea) la parte de la biblioteca que coincide con nosotros o, incluso peor, nos da la razón, terminamos a la larga sin leer nada. Un ritual de conformismo y autoafirmación que es incluso más nocivo en término político que intelectuales.

El ensayista marxista Eduardo Grüner, en un interesante libro de hace algunos años, comentaba con ironía los criterios de algunos partidos de izquierda, orientados desde el centralismo democrático, y su canon cultural: “Lukács fue primero subjetivista de ultraizquierda y después estalinista, Gramsci tiene un tufillo a reformismo culturalista, Benjamin es un místico suicida, Adorno o Sartre son pequeñoburgueses desesperados, Althusser es un cientificista neoestalinista, Perry Anderson no pasa de socialdemócrata bienintencionado, y no vamos a perder el tiempo con los diletantismos «posmos» de, digamos, Jameson (en el supuesto caso de que lo hubiéramos escuchado nombrar). Si así se trata a los propios «compañeros de ruta», ni hace falta mencionar lo que se dice -con la más supina pero orgullosa ignorancia de sus teorías- del «irracionalista» Nietzsche, el «individualista burgués» Freud, el «conservador» Weber o el «nazi» Heidegger”. Siempre parece haber un excelente motivo para impugnar un autor o un registro, incluso con las más nobles de las intenciones, y el resultado siempre es el mismo: el empobrecimiento intelectual y político de ese espacio.

Tiendo a creer, y así lo he comprobado, que cuando uno comienza leyendo (escuchando, analizando, o lo que sea) la parte de la biblioteca que coincide con nosotros o, incluso peor, nos da la razón, terminamos a la larga sin leer nada. Un ritual de conformismo y autoafirmación que es incluso más nocivo en término político que intelectuales, cuando se supone que el deber es convencer a aquel que no está convencido (“dialogar hasta con el que no quiere dialogar” decía Estévez Boero). Ese ensimismamiento lleva, más temprano que tarde, a un lamento por el olvido y la pequeñez de un espacio que solo habla consigo mismo y que, muchas veces, ni siquiera puede hacer eso.

UNA DEFENSA DEL PLURALISMO

Tras la publicación del artículo “La pasión según Viviana” de Bruno Percivale, la diputada provincial Claudia Balagué señaló su disgusto en Twitter calificando de vergonzosa dicha publicación. Tras un intenso, aunque amable, intercambio, la invitamos a escribir una réplica para desplegar sus razones sin los corsés que imponen los 280 caracteres de la red del pajarito. A esos argumentos intentaré dar los míos, con el respeto y el aprecio que la interlocutora merece.

Con respecto al personaje en cuestión, creo que no hay disenso al respecto: tanto el autor del artículo como los editores responsables comulgamos con el parecer. El artículo no soslaya ni rebaja en ningún momento las implicaciones ideológicas de la periodista y conductora en cuestión, como tampoco relativiza su accionar. Por el contrario, la analiza como parte de un dispositivo comunicacional y político más amplio con gran predicamento en nuestra actualidad y, en particular, entre los y las jóvenes. Y, sobre ese punto, tengo un disenso central con Balagué y con otros que comentaron el artículo: analizar no es difundir un pensamiento, ni mucho menos exaltar. Esa visión implica, como señalé en esa discusión, sobreestimar el alcance de nuestro medio (sostenido con mucho esfuerzo y pocos recursos) y subestimar a los y las lectores/as. ¿Sería deseable que estas figuras y discursos no tuvieran la centralidad que tienen? Probablemente, pero la tienen y eso merece una lectura o varias.

Con respecto al rol de La Vanguardia, sus orígenes e historia, vale una aclaración semejante. Esta nota es una entre muchas otra, la mayoría de las cuales, incluidas varias la propia Balagué, tributan a difundir, discutir y analizar la actualidad y la historia de las ideas socialistas, desde diferentes perspectivas y abordajes. Siempre mejorable, por supuesto, con más tiempo, recursos e ideas. O, también, por las limitaciones que podamos tener quienes llevamos la tarea a cabo. No obstante lo cual, creo que se puede defender, sin temor, lo conseguido con mucho esfuerzo y trabajo. Así como una gaviota no hace primavera, al decir de Aristóteles, un artículo no altera el sentido general de la publicación. ¿O acaso los periódicos del SPD no analizaban el fenómeno del nazismo? ¿O la revista La Ciudad Futura intentaba desentrañar al menemismo? ¿Acaso La Vanguardia en sus distintas épocas no ha analizado fenómenos, figuras o expresiones políticas con el que el Partido Socialista disentía? La respuesta siempre es sí, pero tal vez hemos vivido equivocados.

Hay que abrir el espacio a la discusión y multiplicar las voces. Cada tema o problema tiene varias miradas posibles, que incluso pueden disentir aunque compartan los fines. Y, repito, hablar de un tema no implica difundirlo ni enaltecerlo y creo que habría mala fe al suponer que eso es lo que se ha hecho en este caso.

Finalmente, vale una extensa discusión sobre el socialismo y la difusión de sus ideas que, como bien señala Balagué, no transita sus momentos más felices ni prósperos. Sobre ese punto quisiera hacer dos observaciones, acogiéndome también a esa rica, aunque no exenta de contradicciones y máculas, tradición. En primer lugar, el socialismo parte de la necesidad de conocer la realidad en la que habita (cosa que, otra vez, era crema y nata del discurso de Estévez Boero). Dicha realidad es compleja y está plagada de cuestiones a las que nos oponemos y que, incluso, nos repugnan, negarlas no parece una solución sensata. En segunda instancia, ese socialismo en el que nos reconocemos ha mutado y cambiado en el tiempo, no es idéntico a sí mismo, y bien lo sabemos. Entre esas transformaciones estuvo, entre las más relevantes, el compromiso del socialismo, al menos el que nosotros defendemos, con la democracia y el pluralismo. Y aquí no se trata del personaje en cuestión, a quien nadie “dio voz”, sino a los autores que consideran relevante indagar un tema o un objeto como, en este caso, Viviana Canosa. Así lo han hecho en el último tiempo figuras como Pablo Stefanoni, director de Nueva Sociedad, sobre las derechas o la feminista Celia Amorós sobre “la razón patriarcal”, solo por dar un par de ejemplos. En definitiva, mejor hablar de ciertas cosas.

Para cerrar, creo que uno de los grandes méritos de La Vanguardia en sus últimos años ha sido el de ampliar su espacio, sin abdicar de sus principios. Convocar a cada vez más lectoras y lectores, autoras y autores, y tratar más y de mejor forma las diferentes temáticas. Cada cual lo ha hecho con el mismo respeto y compromiso, enriqueciendo el espacio. Más que la nota de Viviana Canosa, con la que se puede disentir e invitamos a hacerlo, lo que me preocupa es la actitud de censura detrás de ciertas expresiones desafortunadas. Nada bueno puede derivar de ello y, tristemente, lo sabemos. Por el contrario, hay que abrir el espacio a la discusión y multiplicar las voces. Cada tema o problema tiene varias miradas posibles, que incluso pueden disentir aunque compartan los fines. Y, repito, hablar de un tema no implica difundirlo ni enaltecerlo y creo que habría mala fe al suponer que eso es lo que se ha hecho en este caso. Asimismo, creo que con simple superioridad moral no basta para dar las batallas que, comparto, hay que dar. Los tiempos difíciles requieren aguzar la mirada y los sentidos, cerrar los ojos solo garantiza tropezar o perder el rumbo.

Por tanto, la invitación es a ampliar, no a cerrar. A debatir en el medio partidario y en el espacio que, como bien señala Balagué, tan trabajoso fue conquistar. Amplitud de miras, análisis crítico y un socialismo más amplio y más plural. El silencio, en este caso, no es salud. El disenso no daña mientras sea con respeto y, por ello, todo esto sea bienvenido.

Fernando Manuel Suárez

Fernando Manuel Suárez

Profesor en Historia (UNMdP) y Magíster en Ciencias Sociales (UNLP). Es docente de la UBA. Compilador de "Socialismo y Democracia" (EUDEM, 2015) y autor de "Un nuevo partido para el viejo socialismo" (UNGS-UNLP-UNM, 2021). Es jefe de redacción de La Vanguardia.