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Años ’30: ¿Cómo hicieron para crecer los partidos socialistas de España y la Argentina?

por | Nov 8, 2022 | Ideas e historia

El historiador español revisa los debates del PSOE y el PS argentino para crecer en militancia e influencia. Apertura y restricciones. Puros e impuros. Debates actuales.
Archivo General de la República: manifestación del Partido Socialista en Buenos Aires, 1 de mayo de 1939.

En este trabajo pretendemos abordar la cuestión de la militancia en partidos socialistas a través de los casos español y argentino en el mismo momento, a principios de los años treinta, aunque las realidades políticas fueran distintas.

Nos interesa aportar unos materiales para ayudar en la reflexión sobre el compromiso político, y sobre cómo abordar, en primer lugar, el problema que podría generar la llegada casi masiva de nuevos militantes en momentos propicios para el partido, como ocurrió en la España que veía inaugurar la Segunda República y donde el PSOE tuvo tanto protagonismo, y en segundo lugar el cómo buscar fórmulas para poder crecer en afiliación, como veremos para el caso argentino a través de la formulación de la figura del simpatizante. Así pues, reflexionaremos sobre los peligros de los crecimientos vertiginosos, pero también de las estrategias para crecer.

Mes y medio después de haberse proclamado la Segunda República, el destacado intelectual y ministro socialista Fernando de los Ríos planteó en un acto celebrado con los estudiantes, el primero de junio de 1931, la cuestión del aumento evidente de la militancia en el PSOE.

AUMENTO DE MILITANCIA EN EL PSOE

El político rondeño temía que solamente hubiera una preocupación por el número, que la democracia se interpretase solamente en función del mismo, que el Partido en ese momento creciese de forma desorbitada. No cabe duda de que era consciente que el PSOE iba a crecer o lo estaba ya haciendo de forma evidente ante su protagonismo en el inicio de la Segunda República. Pero los aluviones no eran convenientes porque terminaban arrollando a los hombres con autoridad, entendida ésta, según nuestra interpretación, no sólo como autoridad política, sino, sobre todo, moral.

Esa democracia no era la que deseaba Fernando de los Ríos, sino, regresando a su argumento anterior, la que partía de dentro hacia fuera, y que permitía que dirigiesen el Partido las personas que merecían “garantía”. Y ese método era el que había aplicar a la naciente democracia en España. Para evitar los aluviones que podían desbordar a las organizaciones socialistas había que emprender una intensa labor pedagógica.

La Agrupación Socialista Madrileña que negaba el acceso a las candidaturas del Partido para diputados y concejales a los militantes que no tuvieran una antigüedad de dos años, como mínimo, en su militancia. Esta medida era claramente defensiva.

Por eso pidió a los jóvenes que se movilizasen para explicar lo que era el socialismo, así como la “emoción socialista”, seguramente aludiendo a lo que era un ejercicio de razón y sentimiento, con el objetivo de crear conciencia. Ese momento histórico necesitaba de ese trabajo, de ejercer la democracia, de hacer política, considerada como el arte de hacer posible lo necesario, y que lo posible llegase a ser necesario.

Pues bien, otro destacado intelectual socialista, Antonio Ramos Oliveira, teorizó sobre lo que aquí nos interesa en un artículo que publicó El Socialista en marzo de 1932.

Para Ramos Oliveira habría dos posturas o tesis dentro del PSOE: una tendencia y una reacción. La primera era la preocupación llena de sentido pedagógico hacia los que habían ingresado recientemente en el Partido Socialista. Esta postura defendía realizar una labor educativa para los que llegaban, y era la del propio Ramos Oliveira. La reacción se ejemplificaba con el acuerdo adoptado por la Agrupación Socialista Madrileña que negaba el acceso a las candidaturas del Partido para diputados y concejales a los militantes que no tuvieran una antigüedad de dos años, como mínimo, en su militancia. Esta medida era claramente defensiva en su opinión.

Había, por lo tanto, que aclarar si el Partido para inmunizarse contra el arribismo político precisaba el cierre de sus puertas.

PRETENDIDA PUREZA IDEOLÓGICA

Esta cuestión se había suscitado por los sucesos de Castilblanco, que habían podido pasar, según acusaciones de algunos sectores del PSOE, en virtud de la propaganda de los recién llegados al Partido, que como no tenían la suficiente formación socialista habían predicado ideas y teorías ajenas al ideario socialista, prometiendo lo imposible.

Pues bien, nuestro protagonista no era de esa opinión. No se podía demostrar que el Partido estuviera mal representado en ningún sitio. Opinaba que era una campaña disfrazada contra el Partido, y promovida indirectamente tanto por los que habían callado como, por personas como el propio Ramos Oliveira, porque habían planteado en la prensa la cuestión de los “nuevos”. Pero insistía que no había problema alguno, y en caso de que se considerara como tal no parecían convenientes los gritos de alarma ni las medidas limitadoras como había hecho la Agrupación Madrileña.

Los defensores de esas medidas aducían que el Partido tenía que defenderse de los que buscaban solamente medrar, pero eso era penalizar a todos los que ingresaban; la privación de derechos era un castigo en una democracia. Esa privación al nuevo militante era imponer una sanción sin que hubiera delinquido. Ramos Oliveira era categórico en rechazar la limitación. El Partido no podía defenderse de antemano de un posible error. El Partido podía, perfectamente, degradar a un diputado socialista que no mereciera serlo.

En realidad, el ingreso en el Partido era como un bautismo, pero nada más. Pero, además, se podía llevar media vida en el Partido y no ser socialista, precisamente porque a ese militante le faltaría la convicción “espiritual” o la convicción “por vía intelectual”.

Ramos Oliveira hacía un alegato a favor del socialismo en general, sin vincularlo automáticamente con el Partido, ya que se podía ser socialista antes de ingresar en el mismo. Al socialismo se llegaba a través de dos caminos: por la sensibilidad o por la cultura, que nosotros interpretamos por los sentimientos o por la razón, en un razonamiento parecido al de Fernando de los Ríos. En realidad, el ingreso en el Partido era como un bautismo, pero nada más. Pero, además, se podía llevar media vida en el Partido y no ser socialista, precisamente porque a ese militante le faltaría la convicción “espiritual” o la convicción “por vía intelectual”.

El problema de existir, siempre siguiendo a Ramos Oliveira, sería solamente de vigilancia por parte de los militantes y de meditación ante los nombres de los posibles candidatos por parte de las asambleas que eran las que elegían a los mismos. Por eso era fundamental que los Comités facilitasen todo tipo de información. En democracia los problemas se solucionaban sin alarmas ni medidas draconianas.

En Argentina, en 1930, se planteó la necesidad de plantear una figura nueva para crecer, la del simpatizante.

EL SOCIALISMO ARGENTINO MÁS ABIERTO

Como es sabido, el compromiso ha sido una de las claves del socialismo internacional, de ahí el trabajo constante de los partidos socialistas para realizar actos, mítines, charlas y asambleas con el fin de difundir el ideario y conseguir más militantes. El crecimiento de la organización ha sido siempre un valor en sí para el socialismo, con las precauciones que hemos visto más arriba.

Los socialistas argentinos consideraban que muchos trabajadores no se afiliaban como militantes al Partido por distintos motivos derivados del trabajo, ocupación, etc., pero que se sentían identificados con el pensamiento y el ideal socialistas, además de participar en los procesos electorales, momentos especiales de todo Partido. Por eso, el Comité Ejecutivo Nacional del Partido Socialista argentino había resuelto que se elaborase por los centros y agrupaciones del mismo un padrón de simpatizantes.

El Partido tenía en ese momento 2.800 militantes, pero se era consciente que no todos tenían el mismo compromiso. Se calculaba que como militantes activos habría solamente unos 1.200. El objetivo era aumentar la militancia, pero también se era consciente de la dificultad de alcanzar un número sustancialmente mayor de afiliados, debido, siempre según la interpretación orgánica, por las propias condiciones y la rígida disciplina de la organización.

Empadronar un gran número de simpatizantes, sin estar sujetos a la vida activa del Partido, podía ser fundamental para difundir el ideario, fiscalizar en los procesos electorales, además de poder fidelizar un mayor número de votos, sin exigir reglas, pero dándoles la sensación que el Partido les conocía.

Y aquí encajaba perfectamente la fórmula del simpatizante, una figura de menor compromiso y tampoco tan sujeta a las estructuras del Partido, pero que podía ser un elemento fundamental en la difusión de las ideas socialistas y en algunas tareas. Los socialistas argentinos estaban intentando crecer y esta fórmula rebajada de compromiso podía ayudar en este objetivo.

Así pues, empadronar un gran número de simpatizantes, sin estar sujetos a la vida activa del Partido, podía ser fundamental para difundir el ideario, fiscalizar en los procesos electorales, etc.., además de poder fidelizar un mayor número de votos, sin exigir reglas, pero dándoles la sensación que el Partido les conocía y deseaba animarlos a la movilización en determinados momentos.

Además, con esta fórmula los propios simpatizantes se podrían ver estimulados por el reconocimiento que el Partido realizaba de su existencia y trabajo. Podrían convertirse en agentes fundamentales para el desarrollo de la organización y para el avance electoral.Hemos consultado el número 6821 de diciembre de 1930 y los números del día 2 de junio de 1931 y 9 de marzo de 1932 de El Socialista.

Eduardo Montagut

Eduardo Montagut

Doctor en Historia e Historiador. Profesor de Secundaria en la Comunidad de Madrid. Editor de "El Obrero".