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El otro 17

por | Nov 17, 2022 | Ideas e historia, Opinión

El peronismo tiene su 17 de octubre, pero también su 17 de noviembre: el día del retorno de Perón tras más de 17 años de exilio y proscripción. Sobre esos episodios, escribe Mónica Bartolucci en este adelanto de su próximo libro «Cuando pueda, vuelvo».
Juan Domingo Perón acompañado por Héctor Cámpora y José López Rega en su retorno.

EPISODIO 1

Unos meses antes de la enajenación anticomunista de los militares que produjo la masacre de Trelew, los “peronistas de Perón”, al estilo de Osinde, comenzaron a sentirse un poco raros. Habían luchado diecisiete años para que Perón volviera al país, y aunque durante todo ese tiempo convivieron con caras nuevas que entraban y salían de las reuniones secretas o de las unidades básicas de los barrios, desde 1971 en adelante la cuestión fue diferente. Las chicas y chicos que empezaron a caer al nuevo baile de la Argentina estaban demasiado desprolijos para los viejos y fieles guardianes del movimiento. ¿Y estos pibes de donde salieron? Les molestaban los pelos largos, las minifaldas, que cantaran zambas a los gritos, que se pusieran ponchos, pero sobre todo les fastidiaba mucho que lo enaltecieran tanto al Che Guevara y lo mezclaran con las fotos del general. Esta juventud no tenía mucho que ver con las organizaciones juveniles “especialmente militares” que Osinde quería preparar “para el futuro”, como le escribió a Perón.[1]

“¡Los muchachos peronistas todos unidos triunfaremos!” decía la marcha histórica. Se les ensanchaba el corazón, pero aunque la cantaran a voz en cuello desafinaban bastante, porque la tormenta peronista estaba por desatarse. A esa altura, los cantos eran más cortitos pero contundentes. Unos cantaban “¡Perón, Mazorca, los bolches a la horca!”, y los otros “¡Salta, salta, salta pequeña langosta, que a los fascistas los hacemos bosta![2]

En la Argentina de los primeros setenta no había tregua, porque la convulsión era general y a la represión de las fuerzas de seguridad contra las organizaciones guerrilleras se le sumo el enfrentamiento interno dentro del movimiento peronista. Finalmente, en 1972, Perón decidió aceptar las condiciones para volver al país.

A esa altura de los acontecimientos, parecía más un jingle publicitario que otra cosa, porque si algo sucedió es que desde los primeros años setenta los peronistas se separaron en muchas facciones y se tirotearon entre sí. 1971 es un año para tener en cuenta respecto a estas divisiones. Héctor Cámpora, otro fiel miembro de la antigua guardia pero mejor adaptado a las nuevas ideas, quedó a cargo del Movimiento Nacional Justicialista, mientras que la juventud pelilarga y radicalizada se incorporó como “la cuarta rama del movimiento”. Esta participación estuvo representada por Rodolfo Galimberti, un personaje entre aventurero, exaltado y algo figurón, que terminó militando en Montoneros. Pero en ese 1971, también tallaban la piedra del peronismo otros sectores juveniles que eran de derecha y anticomunistas. Eran los militantes del Comando de Organización (CdeO) o los de la Concentración Nacionalista Universitaria (CNU), nacionalistas aguerridos parecidos al cómic Boogie el aceitoso de la autoría de Fontanarrosa.

En una importante ciudad balnearia argentina, en diciembre de 1971, la Concentración Nacionalista Universitaria y sus aliados en la policía y los sindicatos entraron a los cadenazos a una asamblea universitaria y mataron a una alumna de primer año de Arquitectura. Así que los setenta comenzaron con una picante ensalada ideológica en la que la izquierda peleaba por el peronismo como un camino a la revolución socialista y la derecha se declaraba a sí misma como una militancia verdaderamente “patriótica y peronista“, donde se sería “implacable contra los traidores”.[3] Para cumplir con tan pacífico fin, no dudaron en hacer muy buenas migas con las organizaciones militares y policiales capacitadas especialmente para combatir contra los circunstanciales enemigos. Un historiador le dedicó todo un libro a esta batalla, se los sugiero.[4]

En la Argentina de los primeros setenta no había tregua, porque la convulsión era general y a la represión de las fuerzas de seguridad contra las organizaciones guerrilleras se le sumo el enfrentamiento interno dentro del movimiento peronista. Finalmente, en 1972, Perón decidió aceptar las condiciones para volver al país. Así que, muchachos, a limpiar las alfombras, sacar lustre a la vajilla y peinarse para la foto, que el general se está poniendo el traje. “Cuando pueda, vuelvo”, dijo, y volvió.

EPISODIO 2

La emblemática imagen de Perón junto a José Rucci y Juan Manuel Abal Medina.

Mirar de cerca el 17 de noviembre de 1972, día del primer regreso de Perón al país, nos da una idea bastante cabal de los pingos que había elegido para correr esa carrera, la última de su vida, una vez que se instalara definitivamente. La verdad es que prefirió ser acompañado por sus amigos de toda la vida, hombres de bigotes peronistas, diríamos, y no imberbes (como denominó en un acto un tiempo después a los miembros de las organizaciones de izquierda). Por lo menos ese es el indicio que nos da el análisis del “Comité de Recepción” que él mismo había formado, integrado por gente con años de tradición en el movimiento, como José Rucci, Lorenzo Miguel y Jorge Osinde, entre otros. Es cierto que también designó a dos personas que representaban a la juventud peronista, pero no optó por ninguno de los representantes de las organizaciones político armadas revolucionarias de izquierda que peleaban por su vuelta. Eligió para estar en aquella comisión de regreso a Juan Manuel Abal Medina y a Norma Kennedy, esta última en representación de los jóvenes más ortodoxos.

En realidad, Abal Medina había conocido a Perón hacía muy poco, en 1971. Era una figura interesante desde un punto de vista ideológico porque, como se dice en el barrio, tenía puestos “los huevos en distintas canastas”, aunque en términos académicos podríamos decir que era un mediador entre sectores juveniles radicalizados y sectores militares nacionalistas. Juan Manuel era hermano de uno de los cuadros más importantes de Montoneros, Fernando Abal Medina, que fue asesinado en un bar de William Morris por la policía poco antes de la llegada de Perón al país.[5] Parece que el dueño del bar le vio cara conocida y lo delató, porque la ciudad de Buenos Aires estaba empapelada con su afilado rostro de “buscado” a causa del asesinato de Aramburu en 1970. Juan Manuel en cambio era un poco más tranquilo, no por eso menos convencido de sus ideas. Era un muchacho de intensa formación católica y larga trayectoria para su edad, con aires maduros y, como ya hemos dicho, amigo de los viejos nacionalistas argentinos que boicoteaban al gobierno militar. Pero sus mejores amigos en realidad estaban en Montoneros. ¿Quizás sea por eso que en la foto que ilustra esta sección, en la que se lo ve peinado con gomina al lado de José Ignacio Rucci, se tapa la nariz como si algo le oliera mal en aquel ambiente?

Mirar de cerca el 17 de noviembre de 1972, día del primer regreso de Perón al país, nos da una idea bastante cabal de los pingos que había elegido para correr esa carrera, la última de su vida, una vez que se instalara definitivamente. La verdad es que prefirió ser acompañado por sus amigos de toda la vida, hombres de barbas peronistas, diríamos, y no imberbes (como denominó en un acto un tiempo después a los miembros de las organizaciones de izquierda).

La otra joven designada para la comisión de regreso era Norma Kennedy, una mujer no del todo analizada por la historia argentina. Quien dejó un valioso testimonio sobre todas idas y vueltas de aquel primer regreso fue un periodista llamado Miguel Barrau.[6] Por él nos enteramos que para organizar esa vuelta Perón recibió en Madrid, de manos de Cámpora, un detallado informe realizado por la “Comisión de Regreso”[7] sobre los preparativos específicos pero también sobre el estado de la política argentina. Allí se especificaba muy bien que el horno no estaba para bollos. Miren lo que dice el punto 1 de ese documento acerca del gobierno: “Es evidente el estado de pre-caos que predomina en la vida de nuestro país y de la incapacidad de nuestras autoridades para controlar el desorden y el abuso (como lo prueban Trelew, los secuestros, los artefactos explosivos, los asaltos y atentados personales, las declaraciones sectarias, las torturas, etc.)” [8]

Los historiadores que atienden los climas emocionales se harían un festín si analizaran con detenimiento el punto 6, donde se decía textualmente que: “existen grupos -poco numerosos pero muy exaltados y activos- que están determinados a que dicho regreso no se realice. De estos grupos, tanto los gorilas como los extremistas pueden llegar hasta el atentado personal.”[9] Incluso, el escrito advertía sobre uno de los corrillos que circulaban en esos días, acerca de la “existencia de otros grupos (paraoficiales u oficiosos) destinados a provocar perturbación y justificar así que el gobierno adopte medidas restrictivas o de impedimento al regreso”. Entre las desventajas que planteaba el informe respecto de la modalidad de llegada por aire se mencionaba que, durante el descenso, “expertos tiradores pueden abrir fuego contra las personas”.[10] O sea, en otras palabras, volvemos, pero no sabemos de dónde pueden venir los tiros.

Aunque parezca una película de acción, el peligro era bien real. Así que a los imaginativos peronistas de todas las horas se les ocurrió una idea muy original en la historia política mundial: invitar a un conjunto de personalidades emblemáticas de la cultura y la política argentina afines al general y cargarlos en el avión chárter de la línea aérea Alitalia como táctica de seguridad frente a posibles ataques. Supongo que más de uno de haber tomado alguna pastillita para los nervios antes de volar.

Es decir, después de los múltiples informes de la Comisión, nadie podía argumentar inocencia respecto de ambiente caldeado. Los muchachos peronistas estaban enfrentados al gobierno, pero a la vez todos peleados entre sí. Si bien esto era demasiado para Perón, como militar experimentado y como padre de la criatura comprendió que el enfrentamiento traería consecuencias mayores en un clima en el que los militares sacarían su propio rédito.

Volvamos unas horas atrás así les puedo relatar algunos pasajes de su última conferencia de prensa europea, cuando hizo su paso por Roma, antes de subir al Douglas DC 8 de Alitalia, el Giuseppe Verdi. Perón dijo: “deseo muy simplemente hacer presente el objeto de mi viaje. En primer lugar contactarme con el pueblo argentino, al que tantos años no he podido contemplar sino desde una larga distancia. […] El objetivo de mi viaje como ya lo he dicho en otras oportunidades es llevar la palabra de paz, tan indispensable en estos momentos para la Nación Argentina, que todavía no ha cicatrizado las heridas de una lucha que ha producido tanto mal al país […] asimismo tomo yo las palabras del gobierno argentino, que no solamente me ha invitado a regresar al país sino que hace poco tiempo he leído, aquí , en los diarios de Italia, que quiere establecer un diálogo conmigo, para lo cual no tengo necesidad ni de pedir audiencia. […] Por eso a todos mis compañeros peronista yo les pido que mantengan la mayor prudencia a fin de no provocar acontecimientos desagradables a mi llegada a Buenos Aires. Con eso quiero decirles, hasta mañana, si Dios quiere.” [11]

Independientemente de la interpretación que se hagan de estas palabras, les cuento que la primera vez que Perón pisó suelo argentino, como era de esperar, las cosas no fueron tan románticas y la tensión y palpada de armas a los recién llegados fue una práctica que se reiteró a lo largo del día. Ni bien arribó, el 17 de noviembre a las 11.15 hs, el jefe de la zona militar Julio René Salas subió al avión y después de los cordiales saludos le dijo a Perón que venía en representación de las autoridades argentinas y que su seguridad estaba garantizada por las Fuerzas Armadas. Si bien habían sido autorizadas trescientas personas en el comité de recepción y unos mil quinientos periodistas le advirtió al ex presidente que ”usted, momentáneamente, no se puede acercar a unos ni a otros. Usted puede descender acompañado por tres personas y deberá dirigirse  directamente al Hotel Intercontinental. Le ruego manifieste su decisión. Puede elegir, también, el permanecer en el avión o regresar”. Un iluso el comodoro. Eso de tener que volverse ya le había pasado en el aeropuerto de El Galeao, en diciembre de 1964, así que Perón se puso de pie y le contestó: “ Vamos a descender que para eso hemos venido”.

Custodios de un lado y del otro. Desconfianza mutua. En principio, se trataba de que el expresidente derrocado en 1955 abandonase la zona restringida de Ezeiza y se dirigiese a su domicilio particular por unos días, en Vicente López, sin complicaciones por las marchas populares de alrededor. Algo poco probable para la ocasión, como comprenderán.

Después de los primeros abrazos, un grupo reducido participó de las engorrosas conversaciones en el Hotel Internacional de Ezeiza con el brigadier Ezequiel Martínez, secretario de la Junta de Comandantes en Jefe de la Nación. Perón había bajado y estaba en suelo argentino. Devaneos, mensajes cruzados, escenas de discusiones entre el secretario personal de Perón, José López Rega, y la “custodia especial” puesta por el gobierno militar a Perón, con todas las precauciones del caso. Custodios de un lado y del otro. Desconfianza mutua. En principio, se trataba de que el expresidente derrocado en 1955 abandonase la zona restringida de Ezeiza y se dirigiese a su domicilio particular por unos días, en Vicente López, sin complicaciones por las marchas populares de alrededor. Algo poco probable para la ocasión, como comprenderán.

Osinde nunca quería salir en la foto, pero conseguimos una en la que está pegado a su querido general. Es el que va adelante.

Después de tanta fidelidad, es buen momento para recordar una anécdota sobre el misterioso guardián. Viene al caso, por eso se las cuento. Cuando Perón fue derrocado, Osinde fue arrestado por el coronel Cabanillas, quien lo llevó personalmente en su auto hasta Campo de Mayo. Durante el viaje deben haber recordado alguna anécdota en común, imagino, porque habían sido compañeros en el Colegio Militar. Sin embargo, lo más interesante fue el duelo verbal que se produjo cuando Osinde le expresó:

“Lo mejor que podes hacer es detenerme, Cabanillas. Soy el mejor oficial de Inteligencia de este país y si en este momento hay alguna persona peligrosa, esa soy yo. Algún día voy a traer de vuelta a Perón. La historia es un péndulo, Cabanillas, ¿sabías? El poder es un péndulo”.[12]

Aguante, persistencia y fidelidad nunca le faltaron a Osinde. Por fin, el 18 de noviembre de 1972 a las 6:03 de la mañana, Juan Perón, precedido, flanqueado y enmarcado por una movilización militar que superó los 30 mil hombres en el aeropuerto de Ezeiza, comenzó una veloz carrera por la autopista General Richieri en un poderoso Ford Fairlane, después de 17 años y 48 días de ausencia en el país.


[1] Carta de Osinde a Perón, 25 de mayo de 1971. AGN, Depto. Archivo Intermedio, Fondo Juan Domingo Perón.

[2] Tcach, César (2003) La política en consignas: memoria de los setenta. Rosario: Homo Sapiens, pp. 65 y 63.

[3]“Peronismo y universidad”, Dimensión Universitaria, Mar del Plata, 1971, año V, N° 7, pp. 10-12.

[4] Nahmías, Gustavo (2013) La batalla peronista: de la unidad imposible a la violencia política (Argentina 1969-1973). Buenos Aires: Edhasa.

[5] Junto a Carlos Ramus, el 7 de septiembre de 1970.

[6] Barrau, Miguel Angel (1973). Historia del regreso, Buenos Aires: Ed. FA-VA-RO, pp. 88-89.

[7] La misma estaba integrada por Jorge Taiana, José Rucci, Lorenzo Miguel, Alejandro Diaz Bialet, Esther de Sobrino, Benito LLambí, el General Sanchez Toranzo, Brigadier Arturo Bedoya. Luego se incorporan Antonio Cafiero y Héctor Cámpora. Barrau, M. A (1973).

[8] Barrau, Miguel Angel, Op/cit. pp. 95-96.

[9] Ídem p. 96.

[10] Ídem p. 99.

[11] Barrau, Miguel Angel, Op/cit.pp.230-231.

[12] Eloy Martínez, Tomás. “La tumba sin sosiego”, La Nación, 6 de agosto de 2002.

Mónica Bartolucci

Mónica Bartolucci

Doctora en Historia (UNTREF) y Magister en Historia (UNMdP). Ha trabajado en el campo de la historia urbana, memoria y violencia política en Argentina cuyos resultados han sido divulgados en artículos de revistas nacionales e internacionales y capítulos de libro. Como autora, ha publicado diferentes obras como "Pequeños Grandes Señores Italianos y estrategias de ascenso, Mar del Plata 1900-1930" (Prometeo, 2009) y "La juventud maravillosa. La peronización y los orígenes de la violencia política. 1958-1972" (UNTREF, 2017).