El gesto de la selección alemana de taparse la boca en Qatar es nada, podrá pensarse, pero al lado de la impasibilidad de todo el resto del mundo… es muchísimo. Hay gente (¿ingenua, cómplice, terca?) que sigue creyendo que “la pelota no se mancha”. En esta columna Américo Schvartzman hace «un poco de catarsis» para poder seguir mirando tranquilo los partidos.
Vale la pena ver el documental “FIFA Uncovered” (en español lo titularon “Los entresijos de la FIFA”). Está en Netflix. Primero, pone en el tapete cómo la FIFA pasó de ser una asociación internacional de bienintencionados dirigentes deportivos a una mafia comandada por el afán de lucro, a partir del ascenso de Joâo Havelange. Y muestra el rol central que tuvo el Mundial de Argentina 78 en la consolidación de ese camino irresistible de ONG de nobles fines a empresa capitalista internacional.
El uso del deporte competitivo como forma de blanquear regímenes aberrantes tiene una larga historia. Y el documental pone en un mismo nivel de uso aberrante del deporte a tres hitos: las Olimpíadas de Berlín bajo el nazismo, en 1936; el Mundial de Argentina 1978 en plena dictadura militar; y ahora Qatar 2022, en un país que combina las peores prácticas de un régimen medieval con la tecnología de punta, gracias a que nadan en el dinero sucio de los combustibles fósiles, la causa central del desastre climático al que se asoma inexorablemente la humanidad, gracias a dirigencias putrefactas como las del petróleo.
Superficial en algunos aspectos, bien crítico en otros, con mucha documentación y con entrevistas sorprendentes a los tipos “del riñón”, del riñón podrido de la FIFA, como Infantino o el mismo Blatter, la miniserie ocupa solo cuatro capítulos. No hay nada nuevo para quienes gustan de leer sobre estos temas, pero seguramente resultará novedoso para muchas otras personas.
Lo cierto es que si uno lo toma con rigurosidad, y si casi medio siglo después no se puede entender que ningún país –¡ni uno solo!– boicoteara de veras y con fuerza el Mundial 78, menos, mucho menos, se puede entender que todo el mundo vaya tranquilito a Qatar como si nada. Y deja la clara idea, “clara y distinta” diría Descartes, de que en el futuro se va a ver lo de Qatar con los mismos ojos de asombro que hoy vemos las Olimpíadas de Hitler o el Mundial de Videla.
“Esos ojos negros que miraban
cómo se ganaba en el Mundial
estaban tejiendo en su retina
una historia prohibida”
El gesto de la selección alemana de taparse la boca en Qatar es nada, podrá pensarse, pero al lado de la impasibilidad de todo el resto del mundo… es muchísimo. Hay gente (¿ingenua, cómplice, terca?) que sigue creyendo que “la pelota no se mancha”. O que, como todo “lo popular”, siempre habrá quien haga negocios con ello y, claro, ya se sabe: “los negocios no tienen límites”. Pero el documental tiene una virtud: muestra que sí hay límites, y ese es el punto.
El uso del deporte competitivo como forma de blanquear regímenes aberrantes tiene una larga historia. Y el documental pone en un mismo nivel de uso aberrante del deporte a tres hitos: las Olimpíadas de Berlin bajo el nazismo, en 1936; el Mundial de Argentina 1978 en plena dictadura militar; y ahora Qatar 2022, en un país que combina las peores prácticas de un régimen medieval con la tecnología de punta, gracias a que nadan en el dinero sucio de los combustibles fósiles, la causa central del desastre climático al que se asoma inexorablemente la humanidad, gracias a dirigencias putrefactas como las del petróleo.
Añado que se trata de una cuestión de responsabilidad individual y colectiva: si dejamos de exigir que se pongan límites, entonces asumiríamos que no hay reglas para los poderosos (aquello que el Martín Fierro señala desde hace 150 años: “la ley es tela de araña”). Y ¿por qué lucharíamos por lo que es justo? Precisamente aceptar que en algún terreno no hay límites, o que para algunas personas no hay límites, es en gran parte la raíz del problema.
Por desgracia para ciertas mentalidades, es tabú cuestionar cualquier cosa que sea «popular» (¡definamos popular!), y así nos va. Asusta, asombra, (al menos a mí) la complicidad de intelectuales, personas del mundo académico, referentes sociales y pensadores “progres” con el emporio burgués que organiza esta fiesta en la que (como diría el gran Juan L. Ortiz) uno preferiría no estar, “porque sabemos de qué está hecha”.
Y todo esto sin perjuicio de que después, como cualquier otro imbécil (o como cualquier griego panhelénico en los tiempos heroicos de las Olimpiadas de la Hélade), yo también me hipnotice durante horas, mirando jugar a la flor y nata del fútbol mundial, o emocionándome con jugadas impares y llorando como gurí chico si la élite argentina de este deporte logra algún resultado relevante. Así somos. Como sintetizó el Gringo Villanova: quiero boicotear Qatar, pero también quiero ver a Messi y a la “Scaloneta” campeones del mundo.
“Qué lástima que la gente no es tan sabia
de mirar sólo a los ojos para la verdad saber
y quitar respaldo popular
si otra cosa no se puede hacer”
Volviendo a los límites: sí los hay. Hace siete años que metieron presa a buena parte de la conducción de la FIFA, entre ellos a un argentino. Y varios de ellos siguen presos. De modo que sí hay algunos límites, por lo cual me parece que deberíamos pedir más límites, no resignarnos a que no los haya. Al menos quienes tenemos la posibilidad de no aceptar sumisamente lo que nos imponen los medios. En nuestro caso, en el caso argentino me refiero, con la paradoja tremenda, para el discurso (supuestamente) cuestionador de los medios que le encanta enarbolar al partido de gobierno: el adormecedor, el distractor, se aplica desde la propia TV Pública, que se enorgullece y saca pecho de ser “el canal del Mundial”).
Todo el Gobierno parece depender hoy de que “nos vaya bien” en el Mundial. Algo que uno, aplicando pensamiento mágico, también desea, pero que la lógica más rigurosa rechaza: ¿por qué nos iría bien ahí, si en todo lo demás somos un desastre? No importa, el Gobierno y nuestro pensamiento mágico recurren al viejo axioma de Dante Panzeri y reclaman que el fútbol es “la dinámica de lo impensado” y por lo tanto, podría ocurrir perfectamente que en eso, solo en eso, seamos los mejores del mundo, al menos por esta vez. (Dicho sea de paso es para lo único que recurren al gran Panzeri. Nadie, absolutamente nadie de los que citan y desgastan esa frase ya casi arruinada, pierden su tiempo leyendo “Burguesía y gangsterismo en el deporte”, el extraordinario libro de Panzeri publicado en 1974, cuando la FIFA apenas empezaba su derrotero burgués y “gangsteril”.)
Ni quise averiguar cuánto nos cuesta esto. Pero ni es necesario para indignarse. Hace dos semanas en el basural de Paraná moria un gurí en esa condena en vida que es la recolección de los restos que arrojan sus copoblanos, en esa síntesis de violación múltiple de derechos humanos que no parece preocuparle demasiado a ninguno de los numerosos organismos estatales que supuestamente se dedican a protegerlos… Y mientras eso ocurre en la capital provincial, el Banco de Entre Ríos (el banco “oficial” de la provincia, aunque hace rato no es de la provincia sino de un grupo burgués amigo del peronismo) regala viajes a Qatar. Un horror, por donde se lo mire. El reino de la injusticia garantizada desde el Estado y sus socios capitalistas. Pese a que el Estado es, legalmente, el garante de los derechos humanos de ese gurisito muerto atrozmente (y de cada una de esas personas que cada día van a revolver los desechos de las demás para procurarse su comida). Otra vez vuelvo al Martín Fierro: “Es el pobre en su orfandá / de la fortuna el desecho”.
“Esos ojos negros que miraban
la poca esperanza del país…
también se aprovecharon de la fe
y la voluntad de vivir”
Quizás la forma de no resignarnos sea empezar a pensar cómo boicotear estas cosas, en lugar de prepararnos para disfrutar, para evadirnos de lo cotidiano. Desafiarnos a nosotros mismos. Salir de nuestra zona de confort. Hablar en la escuela, en el trabajo, en el almacén, de estas cosas. Aunque después, culposamente y cuando nadie nos vea, también nos sentemos a mirar los partidos de hoy.
Como dijo el Kika Kneeteman en la apertura del Congreso del PASSS, en Gualeguaychú, hace pocos días: si nos seguimos quedando quietitos, sentaditos, calladitos, no nos asombremos dentro de algunas décadas cuando nuestros propios descendientes (nietos, bisnietos) nos juzguen como cómplices de delitos de lesa humanidad… Y sé que parece exagerado, pero no lo es. En absoluto. Es más, tan poco exagerado es eso, que lo decía Belgrano hace 200 años: “Se presiente ya lo detestables que seremos a la generación venidera”…
Quizás la forma de no resignarnos sea empezar a pensar cómo boicotear estas cosas, en lugar de prepararnos para disfrutar, para evadirnos de lo cotidiano. Desafiarnos a nosotros mismos. Salir de nuestra zona de confort. Hablar en la escuela, en el trabajo, en el almacén, de estas cosas. Aunque después, culposamente y cuando nadie nos vea, también nos sentemos a mirar los partidos de hoy.
Mientras tanto, disfrutemos del Mundial. Celebremos que la TV Pública usa su presupuesto para garantizar el derecho humano a ver el Mundial, mientras esperamos que en cualquier otra ciudad del país, otro gurisito muera atropellado por un camión recolector mientras busca comida en un basural. Porque hay derechos y derechos. Es decir, sigamos siendo esa mezcla de Homero Simpson y Pepe Argento, necio y orgulloso de su necedad, que muestra un chiste de Tute (cada uno sabrá si es a favor o en contra). En una mesa del bar, un tipo le dice a otro: “Eso del Mundial es para tapar la realidad politica, económica y social”. El otro, embanderado con los colores de la Selección, simplemente responde: “Y a mí qué me importa”. Bien mirado, el solo hecho de que el chiste nos cause gracia es una desgracia. Y de nuevo el Martín Fierro: “Pues son mis dichas desdichas /las de todos mis hermanos”.
Y no es que no podamos mirar la cosa con humor. Al contrario, no sé si no es la única (o una de las únicas) miradas lúcidas que nos quedan. El suplemento de humor de Análisis de Paraná, a cargo de Maxi Sanguinettii, publicó la semana pasada una de las observaciones (a mi juicio) más sensatas en este asunto. Por eso la transcribo en parte:
“(…) Pese a todo esto, el Mundial seguirá siendo un evento observado y ansiado por miles de millones. Seguirá alimentando la competencia, la idolatría de los millonarios y el nacionalismo. Justamente en estas últimas semanas observamos el fervor en grandes y chicos por las figuritas del mundial. No sorprende, aunque entristece, ver cómo en esta región donde la vinculación entre deporte y genocidio alcanzó uno de sus hitos históricos en el ’78 y donde parecería que ese hecho sigue siendo parte de nuestra memoria colectiva, hacemos oídos sordos a los genocidios ‘distantes’”.
Tal cual.
“Tarda un tiempo el pueblo
para abrir su puerta pero
cuando la abre pone llave
y te encierra”.
Listo. Ya hice catarsis. Gracias por leerme. Ya puedo seguir disfrutando del deporte más hermoso del mundo, que engrosa los bolsillos de los burgueses y mandamases más codiciosos e hipócritas del mundo.
(Las estrofas reproducidas como separadores son de la canción de León Gieco “Esos ojos negros”, de 1985).