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Camila Perochena: «En el gobierno de Cristina el pasado fue omnipresente»

por | Dic 26, 2022 | Ideas e historia

¿Qué lugar tiene el pasado en los discursos de Cristina Kirchner? ¿Qué importancia tiene la historia en la «batalla cultural»? El libro «Cristina y la historia» de la joven historiadora Camila Perochena nos presenta esta compleja relación entre política, memoria e historia.

Historiadora y docente, Camina Perochena, todas las semanas analiza alguna página de nuestra historia en el programa Odisea, conducido por Carlos Pagni (curiosamente también graduado de la carrera de Historia). A mitad de camino entre la divulgación histórica y el análisis con vistas a la actualidad, Perochena despliega con desparpajo y simpatía sus conocimientos en la pantalla chica. El logrado equilibrio entre el trabajo académico y el interés por trascender al gran público hacen de Perochena una rara avis de nuestros tiempos.

En su último libro, Cristina y la historia. El kirchnerismo y sus batallas por el pasado (Crítica, 2022), este ejercicio se repite. Allí, la historiadora rosarina analiza los usos del pasado en el discurso de la dos veces presidenta y actual vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner. A partir del abordaje crítico de sus discursos, Perochena intenta dar cuenta de las claves de una narrativa agonista forjada en inclusiones y exclusiones de acontecimientos y actores individuales y colectivos, en la cual el pasado parece servir para legitimar las acciones políticas del presente. Fundamentado en un pormenorizado trabajo sobre fuentes (principalmente discursos presidenciales, aunque no exclusivamente), el trabajo invita, a su vez, a pensar sobre las posibilidades de hacer historia reciente.

En conversación con Eduardo Minutella, Camila Perochena reflexiona sobre los desafíos que le representó la investigación sobre este tema y la publicación de su libro, dada la gravitación que la figura en cuestión sigue teniendo en la actualidad. Historia, política y memoria se entrelazan de forma compleja en nuestra vida pública y, todavía más, cuando la enunciadora tiene peso propio, como es el caso. Sobre este y muchos otros temas la autora habló con La Vanguardia.

La primera pregunta que quisiera hacerte es del orden de lo metodológico. ¿Qué dificultades encuentra un historiador cuando encara el análisis de un tema tan contemporáneo como el que decidiste trabajar? ¿Cómo se mantiene la distancia analítica necesaria para una investigación rigurosa cuando el efecto de agenda sobre el objeto abordado es prácticamente permanente?

Creo que diste en el punto de uno de los aspectos más difíciles de mi investigación y es que no sólo se trata de un tema contemporáneo que, aún hoy, sigue siendo tema de agenda y disputa política, sino que además vivimos en una sociedad que está completamente polarizada. La identidad política hoy es una identidad prevaleciente en argentina, quiero decir con esto que, en muchos casos, las personas asumen una serie de juicios de valor sobre otros a partir de las preferencias políticas que tiene. 

Teniendo esto en cuenta, lo que intenté en términos metodológicos, fue acercarme a mi objeto de estudio (los usos políticos del pasado en el gobierno de Cristina Kirchner) como si estuviera estudiando algo que sucedió hace cinco siglos en Francia. Marcar la diferencia entre mi rol como historiadora y mis preferencias como ciudadana. El éxito de esa intención puede, sin dudas, ser cuestionado, pero siempre sostuve la aspiración de establecer una distancia con el presente y analizarlo con pretensiones académicas y no cívicas. Dicho esto, soy consciente que en la selección del tema y en las preguntas que le hago se juega la subjetividad del historiador, ningún acercamiento al pasado o al presente puede ser completamente objetivo. A pesar de esa limitación, en las respuestas a las preguntas de investigación, busco no caer en la grieta, ni en las visiones simplistas de blanco o negro que, por momentos, predominan en el debate público. 

Caracterizás a Cristina Fernández de Kirchner, según la conceptualización de Michael Bernhard y Jan Kubik, como una “guerrera memorial”. ¿Hay algún caso homologable en la historia argentina del siglo pasado?

Cuando digo que Cristina Kirchner es una “guerrera memorial” me refiero a que ella buscó dar una “batalla por la historia” y que sostuvo que existe una “verdadera historia” que debe imponerse sobre una supuesta “historia falsificada”. Esta es una fórmula que Cristina Kirchner retomó del revisionismo histórico. Pero esa no es la única “guerra memorial” de nuestra historia. 

En muchos momentos se pueden reconocer ese tipo de batallas que suelen coincidir con períodos de fuertes antagonismos en las identidades políticas. Aquellos momentos en los que los “otros” pasaron de ser considerados adversarios a ser considerados enemigos. Cito sólo algunos ejemplos que me vienen a la cabeza. Con la caída de Rosas (incluso antes) se construyó una visión del pasado argentino donde el rosismo aparecía como la tiranía que había que derribar y dejar atrás. Esta voluntad de venganza se ve incluso en la memoria urbana. Donde alguna vez estuvo la quinta de Rosas, se construyó el parque 3 de febrero, fecha de su caída, se derribó la quinta donde vivía y, en el mismo lugar, se colocó una estatua de Sarmiento, uno de sus enemigos.

A esta batalla memorial, el revisionismo histórico respondió con una nueva “guerra memorial” al sostener que esa era una historia falsificada y que existía una “verdadera historia” que debía ser contada donde Rosas no era un tirano sino un héroe popular. Ese es el guante que recogió Perón. Pero, lo interesante, es que no fue durante su presidencia sino después de su caída que se hizo revisionista. Durante su presidencia Perón estaba lejos de ser un “guerrero memorial”, lo que hizo fue retomar una visión liberal de la historia. Pero cuando, luego de ser derrocado, el régimen de 1955 se identificó a sí mismo con la línea Mayo-Caseros, Perón pasó a identificarse con Rosas y a recoger las visiones de la historia que el revisionismo le había acercado, con mucha expectativa, durante su presidencia. Pero los adversarios de Perón también podrían pensarse como guerreros memoriales, al identificarse con Urquiza y al buscar dar su propia interpretación del pasado reciente que los llevó, incluso, a saquear y demoler la quinta donde había vivido Perón en su presidencia. Entonces, en diversos momentos dirigentes políticos se pensaron como “guerreros memoriales”, en ese sentido lo de Cristina no sería del todo novedoso. 

«Cristina Kirchner consideraba que para avanzar en el plano político, económico y social debía primero triunfar en la “batalla cultural” y, la base de esa batalla, era para ella la reescritura de la historia. Uno podría decir que ese lugar que le daba a la historia es un gesto mitrista, pero que no apareció como un aspecto tan central en otros presidentes».

Autores como Rorty o Sartori han sostenido que en la década de 1990 la izquierda a nivel mundial se habría refugiado en lo cultural. Y sin embargo, no fue aquella una época propicia a la emergencia de discursos que otorgaran centralidad a la denominada “batalla cultural”. En el nuevo siglo, en cambio, pudimos observar la pregnancia de esa concepción en discursos de lo más diversos, desde el sostenido por Cristina Fernández de Kirchner, como bien analizás en tu libro, hasta en fuerzas políticas de signo muy diverso, incluso posicionadas en las derechas. ¿Por qué te parece que esto fue posible?

Lo voy a tratar de pensar en clave latinoamericana. Creo que las crisis económicas y sociales que se dieron a principios de siglo fueron también crisis identitarias. Hubo una explosión de demandas de reconocimiento e identidad en toda Latinoamérica. No se trataba sólo de demandas materiales, sino que la cuestión cultural adquiría centralidad. Diferentes fuerzas de distinto signo ideológico tomaron nota de ese lugar central que pasó a tener la identidad e incluyeron la cuestión cultural en sus discursos.

xFrente a la pérdida de coordenadas identitarias, había que volver a responder a la pregunta de quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos. En el caso del kirchnerismo, creo que ese cambio en relación con el contexto de 1990 se puede ver en el lugar central que volvió a tener la idea de “revolución”. Cristina sostenía que el kirchnerismo venía a cumplir las promesas inconclusas de los revolucionarios de mayo de 1810 y de los jóvenes militantes de 1970. Ese “revival” de la idea de revolución es, también, una respuesta a la crisis identitaria de principios de siglo. 

Algo muy interesante que se desprende de la lectura de tu libro es que en algunos aspectos el uso de la historia que hace Cristina Fernández de Kirchner no es muy diferente al que hicieron en su momento los artífices de la Argentina liberal. Por un lado, la historia aparece como una guía para la acción; por el otro, es un discurso que forja identidades. ¿Qué especificidades encontrás, más allá de esta condición en apariencia paradojal, en los usos del pasado que hace la expresidenta?

Creo que esas son las dos funciones que todo político le encuentra a la historia, ya sean de derecha, izquierda, peronistas, liberales. Los historiadores debemos ser una minoría que insistimos en que la historia no funciona como guía para la acción porque la historia no se repite, o que estudiamos el pasado sin el objetivo de forjar identidades. Dicho esto, creo que los usos del pasado de Cristina Kirchner tienen tres características específicas. Una es la intensidad con la que usa el pasado. En su gobierno el pasado fue omnipresente. En el 51% de sus discursos habló de historia, creó nuevos museos, nuevos feriados, inauguró monumentos y escenificó la historia en numerosos actos políticos. La segunda, se relaciona con el lugar central que ocupa la historia en su imaginario político. Cristina Kirchner consideraba que para avanzar en el plano político, económico y social debía primero triunfar en la “batalla cultural” y, la base de esa batalla, era para ella la reescritura de la historia. Uno podría decir que ese lugar que le daba a la historia es un gesto mitrista, pero que no apareció como un aspecto tan central en otros presidentes. Y la última característica es el uso polarizador del pasado que rastreaba en la historia los antagonismos que el kirchnerismo buscaba profundizar en el presente. Eso no sería una originalidad de Cristina Kirchner pero sí se podría decir que ese uso polarizador de la historia es más reiterativo y profundo que en otros presidentes anteriores. 

En lo que hace a la mirada histórica específica de Cristina Fernández de Kirchner, la presentás como artífice de una “nueva-vieja historia”. ¿Cuáles serían las características de esa tensión entre lo nuevo y lo viejo presentes en su concepción de la historia?

Cuando me refiero a “nueva-vieja historia” lo que quiero decir es que la visión del pasado que Cristina Kirchner presentaba como una nueva historia tenía poco de novedoso porque era una suerte de mix de diversas visiones del revisionismo histórico. Tampoco había una novedad en la visión del período revolucionario del siglo XIX donde Cristina retoma la interpretación más tradicional de la historia liberal. Lo novedoso, podríamos decir, está en convertir esas visiones revisionistas en historia oficial. Si bien ya se puede ver al revisionismo en los gobiernos de Cámpora o de Menem, los usos políticos que el kirchnerismo hizo de esas visiones son diferentes. Se podría sintetizar diciendo que Menem repatrió los restos de Rosas pero con el objetivo de “cerrar” un debate por el pasado y “reconciliar”. En el caso de Cristina Kirchner, se subió a Rosas al panteón con el objetivo de abrir la batalla por la historia y “polarizar”. 

Pero esta tensión entre lo viejo y lo nuevo podría reconocerse también en los propios objetivos del gobierno. Hay una paradoja que encierra este discurso y es que requiere hablar del pasado para posicionarse en un presente que se instituye como un nuevo origen. Es decir, hay una paradoja a la hora de hablar de un gobierno que para refundar la nación, para terminar con lo que Cristina llamaba “200 años de fracasos y divisiones”, restaura el pasado.

Lo político, indeterminado por definición, es un elemento central en el discurso de Cristina Fernández de Kirchner. Sin embargo, en la construcción de una línea 1810/militancia revolucionaria de la década de 1970/kirchnerismo, el presente aparece como inscripto en el pasado, lo que te permite caracterizar a la expresidenta como una “filósofa de la historia”. ¿Cuál sería entonces el lugar para el azar y lo indeterminado en su concepción de la historia?

Esto que marcás es un punto buenísimo y ahora que lo presentás así pienso que me hubiese gustado que se me ocurriera cuando estaba escribiendo el libro. Como bien marcás, a mi me parece que Cristina Kirchner tiene un discurso donde el kirchnerismo se presenta como punto de llegada de un proceso iniciado en 1810 e interrumpido en diferentes momentos históricos. Ahora bien, esa idea de que hay algo de inexorabilidad en el proceso histórico deja poco lugar a la acción de los individuos. Por lo cual, esa es una visión de la historia que entra en tensión con otra idea de la historia que es central en el kirchnerismo: el rol de la voluntad para moldear la realidad. El voluntarismo revolucionario que se puede encontrar en la tradición francesa, rusa o guevarista de la revolución, por citar algunos ejemplos. Esa idea de que la voluntad política no tiene límites estuvo en Néstor Kirchner y en Cristina Kirchner. Entonces, por más paradójico que suene, creo que en el kirchnerismo conviven ambas concepciones de la historia, una que hace hincapié en la “necesidad histórica” y otra que lo hace en la “voluntad”. 

Un tópico que aparece en forma recurrente en los discursos que analizaste es el de la “complicidad”. ¿Cuáles son las razones de esa presencia y cuál es su valor performativo?

Hay algo constitutivo de la concepción que Cristina tiene de la historia y es que las derrotas propias se explican por el complot de los enemigos del pueblo, tanto en el presente como en el pasado. Así es como lee la caída de Rosas, el derrocamiento de Yrigoyen y Perón, el golpe de 1976 y su propio presente. En esta visión dicotómica aparece la idea de que existe un enemigo, acechando y complotando permanentemente en contra de los representantes del pueblo. De esta manera, Cristina construye una oposición entre una suerte de complot mediático-judicial, por un lado, y voluntad del pueblo, por el otro. 

Esta idea de complot es muy efectiva a la hora de generar adhesiones y movilizar a la acción. Francois Furet decía que en la revolución francesa, la idea de complot era lo que le daba energía a la acción revolucionaria. No alcanzaba con reivindicar la igualdad, la libertad y la fraternidad, para desatar la energía revolucionaria se requería del complot aristocrático: “Todo credo maniqueo necesita tener que vencer una maldición” decía Furet. Esto era lo que organizaba la acción política, lo que activaba un conjunto de convicciones y creencias.

«Con Cristina Kirchner la densidad histórica es mucho mayor, Cristina hablaba tanto del siglo XIX como del siglo XX, sostenía que venía a terminar con las promesas inconclusas de los revolucionarios de mayo de 1810. Hay ahí una ambición refundacional mucho más ambiciosa que la que podía verse en Néstor Kirchner. Además, hay una preocupación mayor por escenificar esa batalla cultural».

En el capítulo sobre los festejos del Bicentenario, uno de los más elocuentes del libro, recuperás una idea de Máximo Kirchner recogida en un documental: “con esto los quebramos culturalmente”. ¿Esa vocación de integrar historia y “batalla cultural” estaba mucho más presente en Cristina Fernández de Kirchner que en el expresidente Kirchner? ¿Por qué?

Creo que esto era así porque para Cristina Kirchner, a diferencia de Néstor Kirchner, lo simbólico tenía la capacidad de moldear la realidad. En muchos discursos Cristina sostuvo que Argentina había sido derrotada política y económicamente porque antes la habían “colonizado culturalmente”. De esta manera, lo cultural y simbólico adquiría una preponderancia política que no tenía en la cosmovisión de Néstor Kirchner. Esto no significa que no hubiera un despliegue simbólico o una batalla por el pasado en el ex presidente, de hecho la hubo y es un tema que muy bien ha estudiado Sol Montero. Pero lo simbólico no tenía la centralidad que tuvo con Cristina Kirchner. Incluso, las batallas por el pasado de Néstor Kirchner se centraban en la historia argentina reciente, desde los 70 al presente principalmente. El siglo XIX casi no aparecía en los discursos de Néstor Kirchner. Con Cristina Kirchner la densidad histórica es mucho mayor, Cristina hablaba tanto del siglo XIX como del siglo XX, sostenía que venía a terminar con las promesas inconclusas de los revolucionarios de mayo de 1810. Hay ahí una ambición refundacional mucho más ambiciosa que la que podía verse en Néstor Kirchner. Además, hay una preocupación mayor por escenificar esa batalla cultural. Los rituales políticos con Cristina Kirchner estaban cuidadosamente diseñados. Cristina tenía a Javier Grosman que fue quien organizó todos los actos del gobierno desde el Bicentenario en adelante. La manera de representar la historia, la escenografía que rodeaba a la presidenta era tan importante como el contenido del discurso. Esa cuidadosa preocupación por “escenificar el poder” no estaba en el ex presidente. 

El “deber de la memoria” aparece en el discurso de la expresidenta como un imperativo moral, a la vez que, según afirmás, cumple una importante función polarizadora. ¿Cómo se salva, ante la opinión pública, la tensión entre una moral que aparece a la vez como absoluta y como utilitaria? ¿Encontrás un uso similar en otros dirigentes o fuerzas políticas en la Argentina actual?

No estoy segura de que Cristina Kirchner piense al “deber de memoria” al mismo tiempo desde una concepción deontológica (como imperativo moral) y utilitaria. En su discurso, la dimensión absoluta de la moral en lo que respecta a la memoria del pasado traumático es predominante. Creo que la idea más utilitaria aparece en los discursos que apuntan a un uso productivo del olvido, aquellos que sostienen que hay contextos históricos en los que olvidar es lo más “conveniente” desde una perspectiva utilitarista. Pienso en el caso de Carlos Menem y los indultos, por ejemplo. Allí no se piensa a la memoria como imperativo moral. Creo que en la actualidad, la mayoría de los dirigentes políticos entienden la memoria del pasado dictatorial como un imperativo moral, desde los dirigentes peronistas hasta los radicales. Creo que en el caso del PRO hay una división en ese sentido. Diría que en Horacio Rodríguez Larreta está la idea de memoria como imperativo moral que puede verse en ese video que grabó para un 24 de marzo contando el secuestro de su padre, pero que en Macri no aparece tan marcado porque, durante su presidencia, existió una deliberada voluntad por mirar al futuro y no al pasado.

Empezamos con una de orden metodológico y cerramos igual. Luego de haber realizado un intensivo trabajo en historia reciente: ¿qué sugerencias le harías a quienes quieran adentrarse en ese territorio todavía no tan transitado?

Que se acerquen a su objeto con la menor cantidad de juicios valorativos posibles, no es fácil, pero que al menos sea una aspiración. Desde ya que esto es un debate epistemológico muy profundo como para despacharlo en tres líneas, pero a mí me ayudó pensar ese acercamiento académico y no político con mi objeto.

QUIÉN ES

Camila Perochena (Rosario, 1987) es Doctora en Historia por la Universidad de Buenos Aires. Magister en Ciencia Política por la Universidad Torcuato Di Tella y Profesora de Historia por la Universidad Nacional de Rosario. Su tesis de doctorado se centra en los usos de la historia durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner en Argentina (2008-2015) y Felipe Calderón en México (2006-2012).  Se desempeña como profesora en el Departamento de Estudios Históricos y Sociales de la Universidad Torcuato Di Tella. Realiza trabajos de divulgación histórica en el diario La Nación y el canal LN+. Es cocreadora de los podcast “La Banda Presidencial” y “Hay que pasar el Invierno” de La Nación. Su primer libro es Cristina y la historia. El kirchnerismo y sus batallas por el pasado (Crítica, 2022).

Eduardo Minutella

Eduardo Minutella

Profesor en Enseñanza Media y Superior en Historia en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Se desempeña como investigador especializado en Historia intelectual y cultural contemporánea de la UNTREF. Es colaborador periodístico en Panamá Revista.