David Alegre es un joven historiador que ya cuenta con una prolífica y destacada obra. Especialista en historia bélica, su trabajo busca echar luz a algunos procesos nodales del mundo contemporáneo. Con él, conversó Salvador Lima para La Vanguardia.
Los imperios modernos no han sido gobernados únicamente por la fuerza. Algún grado de resignación o de colaboración de las poblaciones locales resulta necesario para la administración imperial. A pesar de su breve duración, el Tercer Reich no era extraño a esta lógica. Entre 1940 y 1944, miles de ciudadanos europeos participaron en las políticas nazis de dominación y expoliación de sus propios países, impulsados por sus inclinaciones fascistas e inspirados por los deslumbrantes triunfos de la Alemania de Hitler. Su ascenso y caída estuvieron inevitablemente vinculados a la supervivencia del régimen nazi y componen el tema principal del último libro de David Alegre, Colaboracionistas. Europa occidental y el Nuevo Orden nazi (Galaxia Gutenberg, 2022). Nacido en Teruel, España, en 1988, este investigador y profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona profundiza en las experiencias de los colaboracionistas, su universo mental, sus estrategias políticas y sus tormentosas relaciones con los alemanes, incluyendo la creación de unidades voluntarias para la guerra contra la Unión Soviética. Lejos de verse a sí mismos como meros peones, los colaboracionistas creían que una cooperación estrecha y leal con los ocupantes sería la forma más rápida y eficaz de promover sus intereses personales y sus proyectos políticos. Marginados por sus convicciones como traidores y perseguidos por la Resistencia, terminarían firmando un pacto de sangre con los ocupantes, contribuyendo al saqueo de sus países y empujando a sus comunidades al borde de la guerra civil.
¿De dónde surge tu interés por el fenómeno de la colaboración en la Segunda Guerra Mundial?
Siempre he pensado que la historia debe servir para abordar las grandes cuestiones sobre la naturaleza humana y sus interacciones dentro de una comunidad específica. En otras palabras, la historia debe ser ambiciosa y abordar temas que consideren lo local, lo nacional y lo global. El colaboracionismo fascista permite tal complejidad. Sucedió a diferentes escalas y en un contexto de violencia extrema en Europa. Fue un momento de ruptura de los equilibrios sociales, culturales y políticos dondequiera que ocurriera la ocupación alemana, o sus movimientos aliados llegaran al poder. Por lo tanto, tratar de entender cómo los individuos y los grupos reaccionaron a tales experiencias traumáticas, como la invasión, las purgas y la agitación de la guerra, podría traer diferentes perspectivas sobre el comportamiento social y personal en contextos extremos.
¿Quiénes fueron los colaboracionistas nazis de la Europa ocupada?
Eran parte de un colectivo muy variopinto, dentro del cual había muchos perfiles diferentes. Los partidos u organizaciones fascistas que en 1939/1940 optaron por la colaboración con los ocupantes nazis sufrieron un fuerte drenaje de sus militantes en ese mismo momento. Después de todo, el núcleo ideológico de estos partidos era una forma de nacionalismo de extrema derecha, un rasgo que define al fascismo como una cultura política. Sus proyectos buscaban la grandeza y la expansión nacional a través de la violencia. Por lo tanto, a partir de 1940, la mayoría de estos militantes nacionalistas en los Países Bajos, Bélgica, Francia y Escandinavia no podían apoyar a unas organizaciones cuyos liderazgos habían optado por ayudar a una potencia ocupante, incluso si estaban de acuerdo con la ideología nazi en muchos aspectos. Ese espacio dejado por los miembros originales fue tomado por oportunistas de última hora, escaladores sociales que no tenían ningún apego ideológico a la causa fascista. Buscando riqueza, poder e influencia, muchos de ellos terminaron por politizarse extremadamente, hasta el punto de ofrecerse como voluntarios en el Frente Oriental. Después de todo, en 1940, el Tercer Reich parecía marchar hacia la victoria total, por lo que muchos jóvenes en los países ocupados vieron la colaboración como una oportunidad para participar en una campaña gloriosa.
Dicho esto, lo que pretendía con este libro era encontrar una definición adecuada del colaboracionismo. La colaboración podía abarcar diferentes actitudes y reacciones. De hecho, hay muchas maneras, pasivas o activas, de convivir con la ocupación y no todas ellas tienen fines políticos. Si no consideramos estas diferencias estaríamos acusando a muchos individuos o grupos, que solo intentaban sobrevivir, de ser colaboradores. Especialmente las mujeres. Muchas viudas o mujeres solteras de los territorios ocupados no tuvieron otra opción que buscar la protección de funcionarios o militares alemanes, casándose en algunos casos con ellos, para estar a salvo de la violencia masculina y tener medios de vida. ¿Eso es colaboración? Creo que no, al menos no desde un punto de vista político. Es supervivencia.
«En los países ocupados, las agencias de la policracia nazi preferían trabajar con las élites socioeconómicas, como los industriales y los partidos conservadores, en lugar de con los partidos fascistas. Esto parece contradictorio, pero tiene su lógica. Los nazis eran prácticos. Debido a su legitimidad social, estatura política y recursos económicos, las élites tradicionales tenían mucha más credibilidad dentro de sus sociedades y podían ser aliados confiables con los incentivos adecuados».
¿Qué otras formas de colaboración o convivencia para con la ocupación encontramos en la Europa ocupada?
Está la cuestión de la colaboración económica, la cual no pude abordar de manera profunda en el libro ya que se requiere otro tipo de herramientas intelectuales y de investigación y, sobre todo, mucho espacio y tiempo para tratarla. A modo de ejemplo, en Francia, las grandes industrias siguieron trabajando bajo la ocupación alemana y con el régimen de Vichy. Si algunas de ellos tuvieron fluctuaciones en su rendimiento y productividad, fue debido a las necesidades cambiantes de la máquina de guerra alemana, no a formas de «resistencia económica». Más tarde, durante las purgas de 1944, los industriales franceses justificaron su colaboración como una forma de evitar que el tejido industrial francés fuera desmantelado y reubicado en Alemania, junto a miles de trabajadores franceses.
Este caso es un buen ejemplo del tipo de colaboradores que los nazis buscaban. En los países ocupados, las agencias de la policracia nazi preferían trabajar con las élites socioeconómicas, como los industriales y los partidos conservadores, en lugar de con los partidos fascistas. Esto parece contradictorio, pero tiene su lógica. Los nazis eran prácticos. Debido a su legitimidad social, estatura política y recursos económicos, las élites tradicionales tenían mucha más credibilidad dentro de sus sociedades y podían ser aliados confiables con los incentivos adecuados. Por el contrario, los partidos fascistas eran vistos como unas organizaciones extremistas y marginales de carácter casi mafioso. Por esta razón, los fascistas locales se toparon sistemáticamente con el desprecio de Himmler. Además, las prioridades nazis eran cambiantes y su método de ocupación no era un sistema perfecto. Cada agencia nazi tenía sus propios funcionarios y ambiciones y tendían a competir entre ellas por el poder y el dinero. La relación entre la Wehrmacht y las Waffen SS no era armónica. Esto trajo diferentes ventanas de oportunidad para los colaboradores inteligentes, pero también hizo que la colaboración en sí fuera una empresa muy difícil, dadas las tendencias fluctuantes y la corrupción de las autoridades alemanas. Como resultado, hubo un ambiente de desconfianza y competencia entre los colaboracionistas, que no tuvieron más remedio que intensificar sus actitudes fascistas si querían ser respetados por los ocupantes.
Hablaste de las preferencias de las agencias nazis, pero ¿cuál fue la actitud de las elites de cada país frente a la ocupación?
Para las élites tradicionales, la colaboración con los alemanes era una forma de garantizar la continuidad de sus naciones, evitando la anexión total, así como una herramienta para fortalecer sus mecanismos de control económico y social. Este es un punto muy importante, ya que lo que demuestra la colaboración de las élites sociales y de los partidos de derecha es hasta qué punto el fascismo realmente existente se basaba en los grupos contrarrevolucionarios tradicionales. Estos pueden no haber compartido todos los métodos e ideas violentas de fascistas, pero, en general, compartían el mismo anticomunismo furioso y opiniones reaccionarias sobre la sociedad y la política democrática. Basta ver el proceso de crecimiento del Partido Nacionalsocialista. El partido había sido una organización marginal hasta que las élites económicas alemanas se dieron cuenta de que ofrecía una forma alternativa y no democrática de ganar el poder. Esta observación es crucial para España, donde el debate sobre el carácter fascista del régimen de Franco aún sigue abierto. Si la construcción de un régimen fascista dependió en gran medida de la agregación de las élites tradicionales y los sectores contrarrevolucionarios, entonces es legítimo preguntarse si el Estado franquista fue parte de la familia fascista. Después de todo, así lo interpretó el propio Mussolini.
Ya que mencionas a Mussolini, ¿por qué elegiste dejar afuera de tu estudio al caso italiano? El libro es de una amplitud notable. Has abordado la historia de los colaboracionistas en Francia, Bélgica, Holanda, España y los países escandinavos, lo cual habla de un enorme trabajo de archivo e historiográfico de tu parte.
Este libro ha sido un gran desafío. La versión final fue el resultado de muchos años de maduración personal como historiador. Mi intención fue combinar la experiencia específica del colaboracionismo en cada país con el movimiento transnacional fascista en su conjunto. El problema es que, para abordar el tema con esta ambición, la historia de la Italia fascista es extremadamente compleja y particular. Su posición era muy diferente al resto de Europa. En primer lugar, fue el lugar de nacimiento del fascismo. No fue un país ocupado, sino más bien un aliado de la Alemania nazi, al menos hasta 1943. En este año, surgieron focos de poder alternativo contra el estado italiano y se intensificaron los enfrentamientos entre partisanos y fascistas, al tiempo que se producían los desembarcos aliados. La misma dinámica de la República de Saló no es fácil de explicar. En conclusión, es un caso que diverge ampliamente sobre los otros casos nacionales que incluí en un libro que ya es suficientemente complejo y largo. Después de todo, cada investigador debe elegir dónde trazar la línea de su investigación, es imposible y desaconsejable cubrir todo. Dicho esto, hay excelentes trabajos académicos sobre la experiencia fascista italiana y sus colaboradores, como es la investigación del historiador italiano Claudio Pavone.
¿Qué desafíos implicó la inclusión de España en tu libro? Después de todo, el estado franquista no participó en la guerra, ni fue ocupado o invadido.
Ha sido una de las grandes luchas de la academia española para llevar a nuestro país a la tradición historiográfica sobre el fascismo y la Segunda Guerra Mundial. Es necesario erradicar ese estereotipo sin sentido sobre la excepcionalidad de España en la primera mitad del siglo XX. La excepcionalidad española comienza en 1945: cuando los regímenes fascistas se derrumbaron en Europa, la España franquista permaneció viva durante treinta años más. La historia española de la época fascista es atlántica, europea y mediterránea, por lo que no podemos descartar sus conexiones con los países ocupados, Italia y Alemania. Debemos integrar plenamente a España en el contexto de violencia y agitación política de los años 30 y 40, no solo considerando la Guerra Civil Española, sino también el movimiento transnacional de la Resistencia, la inspiración fascista de Falange, la postura de Franco ante la guerra y la participación militar española en el Frente Oriental. Además, no cabe duda de que nuestra Guerra Civil fue un punto de inflexión en la evolución del fascismo y su proceso de radicalización. Italia y Alemania colaboraron con el Ejército rebelde y el régimen militar resultante adoptó, inicialmente, algunos de los principios fascistas. Por otro lado, la Segunda Guerra Mundial tuvo una profunda influencia en la sociedad española. También fue un tema principal para la solidaridad y las redes políticas del catolicismo nacional español y los cuadros de Falange, y dio al Ejército la posibilidad de colaborar en la lucha contra la Internacional Comunista.
«En retrospectiva, la guerra germano-soviética es crítica para entender el desarrollo posterior de la extrema derecha. La experiencia de los voluntarios en el Frente Oriental es el gran mito narrativo y fundacional de los partidos neofascistas y ultranacionalistas en las democracias europeas. La guerra contra la Unión Soviética fue el gran argumento esgrimido por grupos ultraderechistas de todos los países europeos, durante la Guerra Fría, para justificar su legítimo lugar en la alianza anticomunista occidental».
Precisamente, la lucha contra el comunismo y la guerra Germano-Soviética son una sombra que sobrevuela toda tu obra. ¿Cuál fue el significado ideológico y espiritual del Frente Oriental para los nacionalistas de extrema derecha en la Europa Occidental?
En 1941, en el campo fascista, no había duda de que la victoria alemana en Rusia sería rápida y gloriosa. Así, miles de colaboracionistas europeos se apresuraron a alistarse en las unidades de voluntarios de las Waffen SS. Fue la oportunidad de demostrar su compromiso con la causa alemana y de ganar una nueva influencia política en sus propios países y ante las agencias nazis. Sin mencionar las expectativas de aventura que la Cruzada antibolchevique inspiró en todos estos grupos ultranacionalistas. Al lado de estos idealistas, estaba también el elemento clásico de toda fuerza militar voluntaria en la historia: mercenarios, trabajadores desempleados o insatisfechos, fugitivos de la justicia y otros marginales. Además, las Waffen SS necesitaban más soldados. Por lo tanto, el proceso de alistamiento e instrucción de los voluntarios a la guerra germano-soviética fue demasiado rápido y mal preparado. Como regla general, los cuadros alemanes subestimaron la fuerza militar soviética y pensaron que los voluntarios extranjeros tendrían la oportunidad de convertirse en soldados experimentados durante la campaña.
En retrospectiva, la guerra germano-soviética es crítica para entender el desarrollo posterior de la extrema derecha. La experiencia de los voluntarios en el Frente Oriental es el gran mito narrativo y fundacional de los partidos neofascistas y ultranacionalistas en las democracias europeas. La guerra contra la Unión Soviética fue el gran argumento esgrimido por grupos ultraderechistas de todos los países europeos, durante la Guerra Fría, para justificar su legítimo lugar en la alianza anticomunista occidental. La participación española con la División Azul es el ejemplo paradigmático. En la década de 1950, cuando los últimos prisioneros de guerra españoles fueron liberados por la Unión Soviética, la propaganda franquista sobre la División Azul se hizo más presente que nunca en la opinión pública española y la cultura popular. Para el régimen de Franco, enfatizar la Cruzada en el Frente Oriental fue una forma de señalar que España ya había luchado contra los soviéticos, ha estado en la vanguardia europea en la lucha contra la invasión asiático-comunista, por lo que era pleno miembro del bloque cultural occidental y de las potencias atlánticas. En el resto de las democracias de Europa occidental, los partidos de derecha, integrados por ex fascistas y veteranos del Frente Oriental, utilizaron la misma narrativa para subrayar su legitimidad como actores políticos.
Siguiendo el hilo de tu historia, uno concluye que la colaboración, la Resistencia y las eventuales purgas tuvieron una influencia capital en la organización de la Europa de la posguerra y sus culturas políticos. ¿Te parece que este pasado sigue incidiendo hoy en los debates de las democracias europeas?
Yo diría que ya no. Ha pasado mucho tiempo y la vieja generación de la guerra ha desaparecido. La Segunda Guerra Mundial y la experiencia fascista son casi prehistoria para el público en general. Por otro lado, el mito de la posguerra en torno a la Resistencia y la lucha antifascista ha sido desacreditado hace ya muchas décadas. Durante años, el “resistencialismo”, es decir, la idea general de que la mayoría de la población se opuso a la ocupación nazi al unirse a la Resistencia o a las fuerzas aliadas, fue muy popular y se integró plenamente en las narrativas nacionales de cada país. Era una manera de lidiar con el pasado traumático y de restaurar la autoestima nacional. Después de todo, lo que la ocupación y la colaboración nazis habían revelado era la debilidad de la nación, ese ídolo esencial e incuestionable del siglo XIX que constituía el núcleo de la cultura política europea del siglo XX. Los colaboracionistas demostraron que la nación no es una esencia natural que garantice la cohesión social armónica, rompieron la creencia popular en ello. Esa fue la razón de la extensión de las purgas de colaboracionistas políticos, como una manera de borrarlos de la historia, y la necesidad de reconstruir el tejido social con el mito que rodea al movimiento de resistencia y la guerrilla partisana. Sin embargo, desde la revolución cultural de 1968, la nueva generación de baby boomers ha desafiado las lecturas convencionales construidas por la generación de sus padres. La recesión económica de los ’60 y la crisis internacional producida por la lucha anticolonial en Vietnam y Argelia hizo que muchos estudiantes y trabajadores comenzaran a ver el orden de posguerra como un fraude que no había cambiado los vicios esenciales del sistema. El resultado fue el fin del mito de la resistencia y la revisión de la experiencia fascista a través de diferentes perspectivas. Después de todo, nos guste o no, el fascismo forma parte de la historia europea. Por ello, una nueva generación de historiadores se dio cuenta de que no podían seguir ocultándolo en sus historias nacionales. Esto significó una necesaria renovación de las líneas de pensamiento y estudio sobre el fascismo, la guerra y las purgas.
Ahora bien, las sociedades europeas han cambiado radicalmente desde entonces, por lo que han acumulado nuevos problemas. La derecha y la izquierda también se han adaptado a la nueva era, remodelando sus programas y discursos a temas modernos. Ya nadie recuerda lo que es estar bajo un régimen fascista. Por lo tanto, el consenso antifascista de la posguerra se ha debilitado. Si a eso agregamos el lento agotamiento del Estado de Bienestar y del modelo económico asociado a él, se comprende la expansión del electorado de extrema derecha como «voto de castigo» contra un sistema que ya no ven como una garantía de progreso social. Dado el crecimiento de unos partidos que no temen sacudir los viejos consensos y reivindicar elementos del pasado fascista, considero que es crucial entender la historia de la colaboración de los europeos de los países ocupados. Solo así podemos desentrañar los mitos fundacionales de la extrema derecha moderna y comprender su naturaleza y aspiraciones en perspectiva histórica.
QUIÉN ES
David Alegre Lorenz (Teruel, 1988) es Doctor Europeo en Historia Comparada, Política y Social por la Universitat Autònoma de Barcelona con la tesis titulada Experiencia de guerra y colaboracionismo político-militar en Bélgica, Francia y España bajo el Nuevo Orden (1941-1945). Desde el año 2014 es coeditor de la Revista Universitaria de Historia Militar, un espacio de encuentro transatlántico para el análisis y el debate donde se promueven los estudios de la guerra.
Ha realizado estancias de investigación en Alemania y ha publicado diversos trabajos sobre los estudios de la guerra, la identidad del combatiente, la experiencia de guerra y el fascismo, todos ellos centrados por lo general en la guerra civil española, la Segunda Guerra Mundial y sus posguerras. Ha publicado los libros Bajo el fuego cruzado: los voluntarios franceses en el Frente del Este (2015); La batalla de Teruel. Guerra total en España (2018) y, en colaboración, Europa desgarrada. Guerra, ocupación y violencia, 1900-1950 (2018).