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Volver a Judith Shklar, entrevista con Andreas Hess

por | Feb 21, 2023 | Entrevistas

La publicación de «Sobre la obligación política» de Judith Shklar es una gran noticia. Este libro forma parte de su redescubrimiento como una teórica política brillante. Sobre eso conversamos con su biógrafo y responsable de la edición del libro, Andreas Hess.
Andreas Hess, sociólogo y encargado de la edición del último libro de Judith Shklar.

Andreas Hess es alemán (e irlandés), dicta clases en el University College Dublin  y habla español con una fluidez envidiable. Es uno de los responsables, junto a otros y otras, de reavivar el interés por la vida y obra de Judith Shklar en los últimos años. Además de dedicar dos libros fundamentales a su figura (uno de su autoría, The Political Theory of Judith N. Shklar. Exile from Exile (2014) y una compilación junto a Samantha Ashenden, Between Utopia and Realism: The Political Thought of Judith N. Shklar (2019), fue uno de los encargados de recopilar el material y organizar en un libro el último curso de Shklar dictó en la Universidad de Harvard. Sobre la obligación política, publicado en español por Herder en 2021, es el resultado de ese gran esfuerzo intelectual para recabar, ordenar y dar forma a un material invaluable, tanto por el contenido como por la talla de su autora.

La revalorización tal vez un poco tardía de Shklar sorprende y, al mismo tiempo, no lo hace. Judith Nisse Shklar fue una fina intelectual y una docente brillante (al menos así la recuerdan sus colegas y alumnos). No solo eso, fue la primera catedrática mujer del departamento de Ciencia Política de Harvard y también la primera presidenta de la Asociación Estadounidense de Ciencia Política. Además, su obra influyó a muchos de los pensadores más relevantes de su generación con los que, todo sea dicho, disentía más de lo que coincidía. Sin embargo, por circunstancias que no son fáciles de reconstruir, tras su muerte algo prematura, su llama intelectual pareció ir extinguiéndose poco a poco. Pero una brasa quedó encendida, su pequeño y brillante artículo titulado «El liberalismo del miedo» (publicado en una compilación a cargo de Nancy L. Rosenblum en 1989) se convirtió en un faro intelectual. A partir de él, que incluso fue publicado como libro independiente en Alemania y España, se precipitó un redescubrimiento de su obra tanto en el mundo anglosajón como en los países hispanohablantes.

Sobre la importancia de Shklar y su pensamiento, así como el interesante Sobre la obligación política, conversamos con Andreas Hess para La Vanguardia. Pocas personas conocen tan al detalle y con tanta profundidad la vida y obra de una de las intelectuales más significativas del siglo XX y que, en buena hora, estamos redescubriendo.

En los últimos años, tanto en inglés como en español, un redescubrimiento de Judith Shklar y su obra, con la correspondiente edición o reedición de sus trabajos más relevantes. ¿Por qué cree que estamos ante una revaloración de su obra y su figura? ¿Qué ofrece su pensamiento que es tan pertinente en estos tiempos?

Bueno, primero hay que decir que crueldad e injusticia no son parte del pasado, son también parte de nuestro presente. ¿Hubo un progreso real o ha mejorado la raza humana? No creo. También podemos argumentar que, por ejemplo, la diferencia entre la retórica y la realidad se ha hecho más amplia.

Y hay varios otros factores que complican la situación. Por ejemplo, el fin de las utopías, en una manera u otra, pero especialmente después de la caída del muro en Berlín y el nuevo mundo que ha aparecido después de 1989, y con las consecuencias que han resultado de eso. ¿Cuáles son los modelos con los que podemos simpatizar? Al nivel de países, ¿China?, ¿Rusia?, ¿Corea del Norte?, ¿Siria?, ¿Irán?, ¿Venezuela?, ¿Nicaragua?, no lo creo. Hoy nos conformamos con Uruguay. En el último año, la revista The Economist, ha elegido a este país como uno de los más destacados del mundo. Pero así se ven las utopías hoy, ¿no?

Parece que hay que evitar lo peor, siguiendo una expresión de Shklar. Esa lectura está con nosotros hasta ahora. Parece un poco defensiva, pero no resulta poco en el actual momento del planeta. La democracia está en dudas y nos encontramos a la defensiva con respecto a ella. Incluso en países que tienen una historia bastante más larga de democracia formal, por ejemplo, los Estados Unidos, el Reino Unido, Francia, Italia o Alemania (los dos últimos después de la segunda guerra mundial). Por ejemplo, basta con mirar a Estados Unidos con Trump y la protesta enfrente y dentro el Capitolio en 2021. Esas son cosas muy terribles y eso implica, al mismo tiempo, que algunas democracias que hemos pensado como factores estables en el mundo están en crisis también. Ni hablar la cuestión ecológica o la situación de los refugiados. Vivimos en un mundo muy frágil y estamos en una situación de gran vulnerabilidad: un pequeño golpe y todo puede venirse abajo. Y pienso que un llamado al “liberalismo de miedo” es sobre todo eso.

Y, últimamente, somos un poco más escépticos con respecto a los sistemas de pensamiento totalizantes. Para eso también ayuda la obra de Shklar. 

«Vivimos en un mundo muy frágil y estamos en una situación de gran vulnerabilidad: un pequeño golpe y todo puede venirse abajo. Y pienso que un llamado al “liberalismo de miedo” es sobre todo eso».

De esas publicaciones, Sobre la obligación política destaca como una rara avis por tratarse de un libro póstumo y resultado de un curso (que, como ustedes señalan en el prólogo, ella misma se hubiera negado a publicar): ¿Por qué se embarcaron en la empresa de rescatar este curso y transformarlo en un libro? ¿Qué ofrece este trabajo en contraste con sus libros o artículos más renombrados?

Lo hemos hecho un poco en contra de lo que hubiera preferido la propia Shklar. Ella señalaba que no le gustaban los colegas que dictaban conferencias y las transformaban en un libro en pocos meses. Ella era muy escéptica sobre eso.

Pero pienso que hay argumentos en favor de publicar esas conferencias. En primer lugar, nos indican un poco como por dónde ella quería ir con sus argumentos antes de su prematura muerte. Los dos últimos libros fueron uno sobre injusticia y el otro sobre la ciudadanía de los Estados Unidos. Ella estaba trabajando sobre lo que nosotros llamamos el software de las democracias. No solo el hardware, no solo las instituciones o las reglas del juego, sino también hay que reflexionar sobre qué tipo de mentalidad necesitamos para mantener y desarrollar esa democracia. Por eso la idea de la obligación política es tan central. Está preguntándose qué hacer con los individuos y los ciudadanos políticamente, cómo ellos pueden llegar a hacer lo correcto. Claro, las situaciones muchas veces no son tan directas y hay constelaciones que son bastante complejas y complicadas. Las lecturas de Shklar presentan varios escenarios donde las personas toman decisiones que pueden parecer justas o injustas; algunas veces no hay grandes posibilidades de elegir y solo hay dilemas, todo depende un poco de las circunstancias concretas. 

Yendo al libro, Shklar empieza con la primera conferencia sobre Bonhoeffer y Weizsäcker, pero después ella vuelve a los tiempos clásicos de Atenas y habla sobre Antígona y Sócrates. Más tarde concluye sus conferencias con Martin Luther King y algunos otros que han protestado por los derechos civiles en los Estados Unidos. Ese es el hilo de su argumento, te marca un poco la dirección por donde ella quería ir en torno a la psicología política.

El segundo argumento a favor de la publicación de Sobre la obligación política es que ella fue una conferenciante y una profesora fenomenal. Desafiaba constantemente a sus estudiantes y los animaba a razonar políticamente. Varias generaciones que ahora tienen buen nombre en y fuera de Estados Unidos tomaron sus clases, fueron sus estudiantes. Y todos dicen más o menos lo mismo: ella siempre incentivaba a pensar de forma crítica. Y para muchos de ellos no fue tan fácil, porque Shklar era bastante directa con sus argumentos y no toleraba las pavadas (bullshit). Ella también insistía que enseñar en la universidad era parte de la formación de un carácter y que era muy importante para desarrollarse como un mejor ciudadano. Que tienes una obligación cuando estás en Harvard, no solo de tener un buen título o una carrera exitosa, sino también de forjar cierto carácter. Por ejemplo, su último curso sobre la obligación política fue parte de un programa que se llama Moral Reasoning, es decir el desarrollo de la razón moral, algo que vale para la universidad, pero sobre todo piensa en lo que pasa afuera de ella. 

Algo destacado por ustedes en la introducción, pero también por muchos colegas y estudiantes, tiene que ver con las peculiares dotes de Shklar como docente y la importancia que ella le daba a esa actividad. En la edición en español de Sobre la obligación política  se incluyó también el artículo “¿Por qué enseñar teoría política?”: ¿Qué lugar ocupaba la docencia en el proyecto intelectual de Shklar? ¿Es cierto que pensaba su obra escrita y sus clases como dos facetas, aunque diferentes entre sí, de una única tarea intelectual?

Hoy en día vivimos en un mundo un poco diferente. Los catedráticos dejan la enseñanza a sus asistentes o a otra gente que gana mucho menos. Eso no fue así con Shklar.

Ella fue muy meticulosa, se ve en la manera en como preparaba sus cursos, sus seminarios y sus conferencias. Por ejemplo, si miras un poco en la colección de sus papeles que están en los archivos de Harvard, hay no sé cuántos file cards (fichas) para tomar notas. Hay miles de esos pequeños memorandos que ella utilizaba para el dictado de cursos. Y tú te puedes imaginar a partir de ellos la gran dedicación que ella ponía en la preparación de las clases. Era, como he dicho, muy meticulosa.

Esto lo hemos reconstruido –la edición fue un trabajo en conjunto con Samantha Ashenden– hablando con varias personas, porque lamentablemente no hay videos ni cintas de sus conferencias. Hemos conversado con algunos colegas y algunos de sus asistentes, y todos comentan lo mismo: Shklar preparaba todo, incluido un manuscrito completo de la clase, pero para exponer en público se guiaba por unas pocas anotaciones y palabras claves. En base a esas notas, ella desarrollaba sus ideas adelante de la clase. Es una forma de preparar que me parece fenomenal. De ese modo, ella invitaba a la discusión, a cierto escepticismo y a una interpretación crítica. Ella siempre quiso que sus estudiantes piensen por sí mismos. Shklar no tenía interés en proclamar respuestas concluyentes, más bien lo que tenía era un interés por proponer preguntas significativas que, a su vez, precipiten diferentes posibilidades. También, curiosamente, esa es una forma de escepticismo. Siempre hay más preguntas que respuestas, es así.

Finalmente, está claro que Shklar nunca tuvo ningún interés en desarrollar un sistema de pensamiento. Para ella eso era casi un tabú, no quiso hacerlo. Hay un solo libro en su carrera que habla en cierto modo sobre una forma de pensar políticamente en sistemas, que fue el libro sobre la fenomenología de Hegel. Pero es, me parece, su libro más, no sé, ajeno. Fue un resultado de un curso, pero es notorio que a ella no le simpatizaba Hegel o su sistema. Ella no pensaba así.

Vinculado a eso, se ha mencionado muchas veces la enorme influencia de Shklar sobre sus colegas y amigos, incluidos varios muy célebres como John Rawls o Michael Walzer. Como uno de los mayores especialistas en Shklar, ¿Qué nos puede contar de esos vínculos? ¿Cómo impactó sus opiniones y polémicas en sus colegas? ¿Recuperar su trabajo como se está haciendo permite comprender mejor algunos de los debates de esos años?

Con Rawls se juntaron montones de veces para tomar el té al lado del Harvard Yard, pero no sabemos a ciencia cierta sobre qué han discutido. Me hubiera encantado poder escuchar sus conservaciones, pero eso no será posible.

Fueron muy, muy amigos, más allá de sus posiciones casi contradictorias. Aunque está bastante claro que Shklar fue admiradora de Rawls. A esa admiración y simpatía contribuyó el que Rawls haya sido combatiente en la Segunda Guerra Mundial, en el Pacífico. Para Shklar, que fue exiliada de Letonia, eso era muy importante. Hablar con un veterano que combatió contra el fascismo en la Segunda Guerra era muy significativo para ella.

Y, si bien Shklar reconoció a Rawls y su ambiciosa teoría de la justicia, al mismo tiempo ella pensaba: ¿Cómo es posible estudiar algo que no existe? Justicia, ya sabemos, hay en pequeñas dosis, puede ser, pero, a nivel global, ¿Cómo puedes analizar algo que no es palpable? Se pueden estudiar las injusticias, pero la justicia no. Es un trabajo normativo muy importante, no hay duda, pero para ella era más interesante mirar las injusticias que existen y que son muchas.

Claramente, para ella las injusticias no son solo el otro lado de la justicia, es mucho más complicado. Rawls y Shklar han tenido muchas conversaciones sobre eso, y un resultado fue, como ya sabemos, el libro de Shklar sobre injusticia (Los rostros de la injusticia), que me parece a mí su mejor trabajo. Así fue su relación con Rawls: de amistad, pero con un evidente desacuerdo intelectual.

Con Michael Walzer es un poco más complicado, porque Walzer fue su colega de departamento en Harvard. Hay que reconocer que él hizo mucho para corregir algunas faltas institucionales de la universidad, en especial en lo que respecta a la representación de mujeres en el departamento. Y eso fue importante, claro, especialmente con Shklar, porque ella sufrió lo que hoy llamamos discriminación. Durante décadas no hubo ninguna mujer de forma permanente en el departamento. Y Walzer bregó, junto con el nuevo presidente de Harvard, para cambiar eso.

Pero, como con Rawls, tuvieron una gran amistad y desacuerdos importantes. Si fuiste víctima o exilado del fascismo o del totalitarismo, creía Shklar, te posicionarás de otra manera en lo que respecta a las comunidades y sus características. Puede ser que “demasiada comunidad” no resulte necesariamente en un mal para una persona, pero Shklar siempre fue un poco más escéptica sobre eso que Walzer. Si bien la relación entre el comunitarismo y Walzer fue bastante peculiar, la pregunta persiste: ¿Qué pasa con la disidencia? ¿Qué pasa si tienes una buena comunidad, pero hay un individuo que no está de acuerdo? ¿Qué haces?  Es el viejo dilema y, debo decir, que no coincidían mucho. En su escepticismo sobre la comunidades y el programa del comunitarismo Shklar estaba más de acuerdo con el economista Albert O. Hirschman. Esto se nota, por ejemplo, en sus últimas reflexionas sobre las varias formas de ‘exit’ (‘salida’) en el contexto de la demanda por la lealtad (‘loyalty’) y la pertenencia a uno u otro grupo o comunidad.

«Shklar fue una conferenciante y una profesora fenomenal. Desafiaba constantemente a sus estudiantes y los animaba a razonar políticamente. Varias generaciones que ahora tienen buen nombre en y fuera de Estados Unidos tomaron sus clases, fueron sus estudiantes. Y todos dicen más o menos lo mismo: ella siempre incentivaba a pensar de forma crítica».

La obra de Shklar, o al menos parte de ella, establece un diálogo muy estrecho con los clásicos y su voz siempre solapada o, incluso en un segundo plano. Algo similar, se me ocurre, al trabajo de Norberto Bobbio. ¿Cuál era la mirada de Shklar sobre la teoría política y los clásicos? ¿Cuáles eran sus autores más visitados y cuáles sus referencias principales?

Antes he hablado brevemente sobre cómo ella siempre se identificó con la tradición filosófica del escepticismo. Y claro, los autores de esa tradición aparecen muchas veces en su obra y en varios contextos: de Sócrates y Antígona hasta Montaigne, Montesquieu, pero también los fundadores del sistema político de los Estados Unidos, un hombre como John Adams, por ejemplo.

Hay un ensayo no tan conocido donde ella hace una crítica sobre la diferencia entre John Adams y Thomas Jefferson.  Está claro que sus simpatías están más al lado de  lo que ella llama “el partido de la memoria”, no del “partido de la esperanza”. El de la esperanza era, según ella, demasiado utópico, concebía una república poco realista, que, en última instancia, nunca se concretaría. Shklar está con John Adams, que fue mucho más prudente. Adams plantea todos los reaseguros institucionales para proteger el sistema, en contraste con Jefferson que dice que cada par de años tenemos que tener una revolución. Para ella eso guarda cierto peligro. Ella optó, entonces, por “el partido de la memoria” de Adams y Madison (claro, no son partidos en el sentido de partidos políticos, son más bien posiciones) frente a gente como Jefferson o Thomas Paine que pretenden empezar todo de nuevo. Ella fue muy reacia a aquellos autores que pretendían empezar todo de nuevo y optaban por el olvido de ciertas experiencias negativas.

Pero también hay otros nombres que resultan una sorpresa. Por ejemplo, en su análisis  de Rousseau ella se distancia de las posiciones, como la de Popper, que lo consideraban una especie de abuelo de las izquierdas radicales o, incluso, un pensador totalitario. Aunque Rousseau no fue un liberal, produjo un montón de ideas que los liberales pueden y deben usar.

Además de su interés por Rousseau, hay mucho contactos con el republicanismo. Hablo sobre republicanismo con minúscula, no es el republicanismo de un partido. Por ejemplo, Shklar fue muy admiradora de Quentin Skinner y su obra.

Me gusta la obra de Bobbio,  pero pienso que hay algo que no está en su obra que sí en la de Shklar. Él está bastante preocupado con lo que se llama el hardware de las democracias: las instituciones, las leyes, la obediencia ante las leyes y todo eso. Pero dice muy poco sobre la psicología mental que necesitamos para mantener la democracia. Todas las instituciones democráticas, todas las leyes, incluso la constitución requieren a la gente que han internalizado los valores democráticos. Si la gente no está allí, es solo un papel. Y me parece un poco raro, no entiendo eso de Bobbio. Se inclina tal vez un poco demasiado al lado del liberalismo, y no suficiente al lado del republicanismo y la formación republicana de los ciudadanos y ciudadanas.

Es probablemente “El liberalismo del miedo” el artículo más citado y discutido de Shklar y, tal vez, el filón de esta relectura de su obra. Sin embargo, hay algunas confusiones con respecto a ese liberalismo que ha sido calificado como “sin ilusiones” o “realista”, pero que estaba bastante próximo a un pensamiento socialdemócrata y distante de lo que hoy podríamos llamar neoliberalismo: ¿Cómo calificaría el liberalismo de Shklar desde su punto de vista? ¿Su posición política era de un liberalismo igualitario y progresista, a pesar de su prudente realismo?

Primero, hay que comentar sobre la definición del liberalismo y cómo varias tradiciones políticas han interpretado ese liberalismo. Por ejemplo, si hablas sobre liberalismo en los Estados Unidos significa una cosa; allí significa una orientación socialdemócrata, como lo decimos en Europa. Liberalismo en Europa tiene otros sentidos, algo más relacionado con la libertad o el espacio personal. Y en América Latina, como tú sabes, también es bastante complejo, porque hay mucha gente que piensa que el liberalismo es solo una etapa necesaria para el desarrollo posterior del neoliberalismo.  

Parece que hay una generación que no sabe nada sobre la historia del liberalismo y sus varias interpretaciones. Eso para empezar. Pero, al margen de eso, Shklar ha hecho una contribución única, me parece, a la conceptualización del liberalismo.

Lo mejor que puedo intentar es contrastar otra forma de pensar el liberalismo, como fue la de Isaiah Berlin, con la de Shklar. Como sabes, Isaiah Berlin ha escrito ese famoso ensayo sobre el liberalismo moderno donde él ha desarrollado el concepto la libertad negativa (‘negative liberty’ o ‘liberty from’). Shklar siempre pensó que el liberalismo negativo de Berlin estuvo preocupado en proteger algunas instituciones y posiciones que en el contexto de la Guerra Fría eran centrales. En este tiempo, su ensayo tuvo la función de ensalzar a los países del oeste y rebajar a la Unión Soviética y sus satélites. Y claro, para la Unión Soviética la libertad positiva (‘liberty to’) no fue otra cosa que el comunismo. En contraste, Shklar siempre se mostró un poco más alejada de esa línea de pensamiento.

Shklar ha dicho, ¡ojo!, hay un liberalismo que es claramente para proteger, pero hay otro que es para desarrollar cosas, para habilitar (enable) a personas o grupos. También es cierto que Berlin no está muy interesado en los Estados Unidos y su historia, ni hablar en la lucha contra la esclavitud que tanto preocupaba a Shklar. ¿Y sobre qué fue esa lucha? ¿Es libertad negativa o positiva? Me parece libertad positiva. Shklar siempre quiso poner el foco en ese tema.

Y más: si hablamos por ejemplo sobre el Bill of Rights, la enmienda de la Constitución de los Estados Unidos, en su origen buscaba proteger al individuo del poder político. Pero en el curso de los últimos casi doscientos años se ha convertido en otra cosa, una más orientada a libertades positivas (enabling rights). Por ejemplo, las enmiendas que después de la guerra civil han abolido la esclavitud e introducido el concepto de la ciudadanía, las número 13 y 14, son tal vez los más importantes parágrafos del actual texto constitucional. Con esos suplementos, es posible desarrollar una libertad y derechos marcadamente positivos. No se trata solo de proteger a la gente. Y allí está la gran diferencia entre Shklar e Isaiah Berlin.

«Falta una psicología política y una idea sobre la obligación política. ¿Qué podemos demandar de los ciudadanos en una democracia? Positivamente, ¿Qué podemos proponer? ¿Cuáles son los valores que tenemos que defender? Claro, es importante tener algunas ideas básicas sobre por dónde no ir, pero también faltan propuestas. ¿Estamos a favor de qué, de qué exactamente? Me parece que en la crisis de la democracia actual, también en el mundo occidental, ya no está tan claro qué defendemos».

En los cursos compilados en Sobre la obligación política, al igual que en alguno de sus libros como Ordinary Vices, reaparece la cuestión de la consciencia y cierta preocupación por lo que podríamos llamar psicología política: ¿Esta preocupación por la psicología política es un rasgo que recorre toda su obra? ¿Qué implica este rasgo idiosincrático en contraste con otras perspectivas teórico políticas?

Como he comentado antes, el software es muy importante. Las instituciones, la prensa, todo bien… Pero no van a funcionar sin la contribución de sus ciudadanos y con una psicología en favor de la democracia, de las instituciones o del constitucionalismo.  También es evidente que las virtudes no son suficientes. O las viejas virtudes, en realidad, como las del cristianismo. En una sociedad pluralista las virtudes no pueden ser solo las del viejo cristianismo o las del republicanismo clásico. Hay demasiadas preguntas sobre cuáles deberían ser esos valores. Pero está claro que tampoco es suficiente con sólo desarrollar las instituciones y las leyes.

Falta una psicología política y una idea sobre la obligación política. ¿Qué podemos demandar de los ciudadanos en una democracia? Positivamente, ¿Qué podemos proponer? ¿Cuáles son los valores que tenemos que defender? Claro, es importante tener algunas ideas básicas sobre por dónde no ir, pero también faltan propuestas. ¿Estamos a favor de qué, de qué exactamente? Me parece que en la crisis de la democracia actual, también en el mundo occidental, ya no está tan claro qué defendemos.

¿Cuáles son los valores que vamos a promover? Sí, algunos los tengo bastante claros: no ejercer crueldad, no tener miedo. Claro, empiezas con el negativo, pero más tarde hay que desarrollar un poco más. No es una contradicción luchar por derechos que te protejan de la arbitrariedad y, al mismo tiempo, ampliar derechos que contribuyan a mejorar las condiciones o posibilidades de una sociedad. A partir de Shklar es posible explorar ese terreno con más y mejores herramientas.

Uno de los tópicos que aparecen en Sobre la obligación política y es destacado por usted en The Political Theory of Judith N. Shklar, es la cuestión del exilio: ¿Qué importancia tuvo este tema en la biografía de Shklar y en su reflexión teórica de los últimos años? ¿En qué se diferencia su visión de la de otros autores con trayectorias semejantes con los que se la suele comparar, como por ejemplo Hannah Arendt?

Hay varias páginas en el archivo y también en algunos ensayos publicados al fin de su vida donde Shklar habla sobre la posibilidad de escribir la historia del pensamiento político desde el punto de observación del exilio. Es una llamada para un cambio fundamental de posiciones. Normalmente hablamos desde la perspectiva de la gente que está dentro de una sociedad o un sistema político. Shklar señala que sería muy interesante ver qué pasa con la gente que se ha ido al exilio, que están mirando para atrás, lo que han dejado, y para adelante.

Y claro, una vez has tenido una mala experiencia, te han echado de tu país, eres un poco más escéptica sobre las cosas que te presentan en la nueva sociedad donde llegas. Shklar se fue de Riga a los 13 o 14 en años. En comparación, por ejemplo, con Hannah Arendt, que es algunos años mayor, y uno ve que las diferencias son bastantes. Arendt fue una mujer educada en Alemania, hasta casi el final de su carrera universitaria. Esos, en apariencia, pocos años son absolutamente relevantes para explicar las diferencias entre las dos. Por ejemplo, cuando lees el libro de Arendt, On Revolution, ella es demasiado y deliberadamente positiva sobre los Estados Unidos. No observa ninguna cosa mala, no hay mención a la esclavitud, no ve problemas en el siglo XIX, etcétera.

A diferencia de Arendt, Shklar parece más prudente y también mucho más crítica sobre su país de acogida. Ella ha observado a su nuevo país, el que le ha ofrecido todo, el que le ha permitido estudiar en Harvard, siempre con un poco de distancia.

Por ejemplo, cuando ella fue elegida como Presidenta de la Asociación Estadounidense de Ciencia Política (la primera mujer en serlo), una organización bastante grande de no sé cuántos miles de miembros, dio una conferencia para la asamblea que fue casi una revolución. Allí, ella señaló: ¿Cómo es posible que nunca hablamos sobre los efectos de la esclavitud? ¿Cómo es posible que tengamos tantas contradicciones cuando miramos al sistema político de los Estados Unidos y no hablemos sobre eso? Fue una lectura muy importante y disruptiva en ese momento.

Su propia experiencia del exilio le daba cierta sensibilidad ante esos temas como la esclavitud o la inmigración. Le brindó otra forma de posicionarse, otra forma de argumentar, otra forma de pensar, sobre todo mucho más crítica. Ella podía sentir gratitud hacia los Estados Unidos, pero también ser crítica sobre las condiciones de su exilio y sobre la realidad de su nuevo país. Ella representaba una posición minoritaria, pero clave para pensar sobre la política moderna. Una forma de pensar que me llevó a usar el término ‘el exilio del exilio’ para sintetizar su biografía intelectual.

QUIÉN ES

Andreas Hess es sociólogo por la Universidad de Duisburgo y Doctor en Ciencia Política por la Universidad Libre de Berlín. Es profesor e investigador en la Universidad de Dublín. Ha sido profesor invitado en la Universidad de Yale, en el Birkbeck College de Londres, entre muchas otras. Es especialista en el pensamiento social y político estadunidense, en especial en las obras del sociólogo Charles Wright Mills y la politóloga Judith Shklar.

Ha publicado decenas de libros, entre los que se destacan American Social and Political Thought (2000), The Political Theory of Judith N. Shklar. Exile from Exile (2014) y Tocqueville and Beaumont: Aristocratic Liberalism in Democratic Times (2018), así como las compilaciones American Social and Political Thought. A Reader (2002) y Between Realism and Utopía: Judith N. Shklar (2019, junto a Samantha Ashenden). Fue el encargado de editar y prologar, también junto a Samantha Ashenden, el libro Sobre la obligación política (2021) de Judith Shklar.

Fernando Manuel Suárez

Fernando Manuel Suárez

Profesor en Historia (UNMdP) y Magíster en Ciencias Sociales (UNLP). Es docente de la UBA. Compilador de "Socialismo y Democracia" (EUDEM, 2015) y autor de "Un nuevo partido para el viejo socialismo" (UNGS-UNLP-UNM, 2021). Es jefe de redacción de La Vanguardia.