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Por una crítica realista a la democracia, entrevista con Luis Felipe Miguel

por | Mar 26, 2023 | Entrevistas

Las promesas incumplidas de las democracias representativas, en especial en lo que respecta a la desigualdad, ya no son una novedad. El politólogo brasileño Luis Felipe Miguel se propone renovar esa crítica con realismo y rigor.
Luis Felipe Miguel, politólogo y profesor de la Universidad de Brasilia.

La publicación de Consenso y conflicto en las democracias contemporáneas del politólogo Luis Felipe Miguel forma parte de un programa de cooperación que la editorial de la Universidad de Buenos Aires, EUDEBA, ha firmado con su contraparte de la Universidad Estadual de San Pablo (UNESP). La colección «Puentes de Encuentro» busca mejorar la circulación de bibliografía entre Brasil y Argentina que, máxime considerando la cercanía y mutua influencia, ha sido cuanto menos pobre. Esta iniciativa, que ya cuenta con tres títulos en circulación, puede servir para establecer vínculos académicos e intelectuales más provechosos.

Dicho esto, debo confesar que el libro de Luis Felipe Miguel fue una grata sorpresa en más de un aspecto. El desafío no era fácil, el trabajo se proponía abordar un tema trillado y, sobre todo en las últimas décadas, indagado por parte de lo más granado del mainstream académico occidental. No obstante, Consenso y conflicto en las democracias contemporáneas no solo es un escrito sólido y documentado, sino que logra meterse en los resquicios de algunos debates de la teoría política con originalidad y solvencia.

Luis Felipe Miguel se propone, creo que con éxito, hacer un ejercicio de reflexión teórica que deambula entre el realismo y el utopismo, aunque resulte paradójico. Busca, en cierto modo, que el diagnóstico sombrío de nuestras democracias contemporáneas, cada vez menos democráticas, no nos suma en el parálisis y la desazón. Los límites de nuestras actuales democracias representativas, cada vez más insensibles a las desigualdades y la dominación (en especial, pero no solamente, de clase), son un problema que cualquier agenda de izquierda debe enfrentar. Sobre ese enorme desafío, conversamos con Luis Felipe Miguel para La Vanguardia.

El libro propone desde el principio un abordaje que combine la crítica y el realismo a partir de una relectura de Maquiavelo: ¿Qué límites tiene la crítica sin realismo y, al contrario, el realismo sin crítica en la teoría y la práctica política?

Creo que la ambición de las ciencias sociales debe ser comprender el mundo para permitirnos a todos intervenir en él de manera más esclarecida. Si dejamos de lado el realismo, si apartamos el rostro de ciertas verdades a veces desagradables y nos aferramos a esperanzas vacías, perdemos la capacidad de intervenir con eficacia en el mundo. Pero si abandonamos la crítica, si perdemos de vista las contradicciones presentes en la realidad, llegamos al mismo resultado, porque permaneceremos en la pasividad y el conformismo. En este sentido, Maquiavelo es verdaderamente una inspiración: el padre de una lectura cruda y desencantada de la política fue también el defensor de la unificación italiana.

«Es obra del “neoliberalismo” como exacerbación del imperio del capital frente a la voluntad popular expresada por las instituciones democráticas formales. El resultado es una democracia tan limitada, incapaz de desafiar incluso las desigualdades más flagrantes, que es poco más que una fachada. Este es el actual proceso de “desdemocratización”, como se evidencia en todo el mundo».

En Consenso y conflicto en la democracia contemporánea te sumás a las criticás a los modelos políticos consensualistas de Rawls, Habermas e incluso Honneth, pero también te alejás de los críticos más célebres como Mouffe: ¿Qué problemas encontrás en esos modelos consensualistas y qué limitaciones en las críticas más extendidas? ¿Qué implicaciones tiene asumir la inderogabilidad del conflicto político?

En política, siempre nos enfrentamos a imperativos contradictorios. El conflicto debe ser contenido para evitar que la vida social degenere en una guerra civil, el programa que Hobbes trazó magistralmente en el siglo XVII. Pero esta contención tiende a obrar a favor de los grupos en posición dominante, sobre todo porque, como ya señaló Maquiavelo, una razón central del conflicto es la rebelión de los oprimidos. No hay escapatoria a esta pregunta. El giro consensualista en la teoría política proyecta un mundo en el que las relaciones de dominación pueden ser ignoradas, lo que elimina toda utilidad para la intervención en el mundo real. Incluso Mouffe, en su crítica, juzga que es posible establecer un consenso procedimental básico, a partir del cual se establecería el conflicto de manera domesticada. Pero deja de lado el hecho de que estos procedimientos no son neutrales y terminan también en disputa.

Uno de los puntos claves de tu trabajo tiene que ver con la desvirtuación de la idea democrática, en especial de su vector igualitario: ¿Es este uno de los puntos que para usted explica la actual crisis de la democracia liberal? ¿Estamos llegando al límite de la desigualdad que tolera la democracia en esos términos?

La democracia moderna nació de la presión de los grupos sociales dominados. Permitió que sus intereses fueran tomados en cuenta en los procesos de toma de decisiones y condujo a un arreglo pactado, no a la eliminación de la dominación, sino la garantía de ciertas concesiones. Por lo tanto, es una democracia que afirma y al mismo tiempo restringe su compromiso igualitario fundamental. En los países de la periferia capitalista, la extensión e intensidad de estas concesiones siempre ha sido menor. Con la actual crisis prolongada del capitalismo, que pasa por “olas” y “burbujas”, pero que se percibe desde la década de 1970, y con los cambios en el escenario internacional, en especial el derrumbe del socialismo autoritario, las clases dominantes de los países centrales también están menos dispuestos a ceder. Es obra del “neoliberalismo” como exacerbación del imperio del capital frente a la voluntad popular expresada por las instituciones democráticas formales. El resultado es una democracia tan limitada, incapaz de desafiar incluso las desigualdades más flagrantes, que es poco más que una fachada. Este es el actual proceso de “desdemocratización”, como se evidencia en todo el mundo.

Uno de los capítulos más originales y disonantes con el resto del libro analiza la relación de representación política en discusión con gran parte de la bibliografía existente: ¿Cuáles son tus objeciones a las miradas mainstream? ¿Qué implica la idea del “representante protector”?

La discusión sobre la representación política también ha tomado en los últimos tiempos un sesgo idealista. A veces, se basa en prescripciones normativas sobre la conducta de los representantes y representados, o bien supone que la “buena voluntad” de los representantes puede suplir la ausencia de mecanismos de control por parte de los representados. Frente a esto, creo necesario comprender cómo, a los ojos de los ciudadanos de a pie, el representante puede ser visto como un medio de acceso a un universo del que está excluido, el de las ventajas que otorga el poder.

Tu trabajo es bastante escéptico con respecto a las alternativas de enmendar la democracia representativa a través de, por ejemplo, instancias de democracia participativa: ¿Por qué son limitados los alcances de estas iniciativas? ¿Cómo debería encararse, desde tu perspectiva, una reforma de esa democracia representativa?

La democracia participativa original preveía la democratización de los espacios de la vida cotidiana, especialmente en el lugar de trabajo. Desarrolló un enfrentamiento con el capitalismo, entendiéndolo como un obstáculo: o bien al precepto de la participación igualitaria en la toma de decisiones que afectan a todos, o bien al de la cualificación política, ya que se espera que los empleados tengan cualidades de sumisión y obediencia que son opuestas al comportamiento ideal que se esperan del ciudadano activo. Pero las instancias de democracia participativa, como los presupuestos gubernamentales o los consejos políticos, no atacan este problema. Pueden ser positivos, pero corren el riesgo de concentrar las energías políticas en la disputa por tajadas menores del presupuesto público, dejando en un segundo plano los conflictos sociales esenciales, como el que opone capital y trabajo.

Uno de los reclamos teóricos centrales de tu trabajo está en poner en el centro las relaciones de dominación y, en especial, el análisis de clases, aunque sin necesidad de retornar a un marxismo ortodoxo: ¿Por qué considerás que se ha soslayado la dominación en los análisis políticos contemporáneos? ¿Qué potencialidad tiene volver a pensar en términos de dominación y, si se me permite, “lucha de clases”?

La dominación es un fenómeno central de la vida social y política de las sociedades humanas. Ignorarlo o dejarlo en un segundo plano significa abandonar la pretensión de una comprensión realista del mundo y los desafíos para transformarlo. Es cierto que se desvanecen las esperanzas de un cambio radical; la politóloga inglesa Anne Phillips escribió una vez que “afirmar la incompatibilidad del capitalismo y la democracia no conduce más que a un ataque de depresión”. Pero pretender que la incompatibilidad no existe solo conduce a la producción de modelos engañosos, incapaces de cuestionar efectivamente la realidad. Comprender los ejes de dominación presentes en la sociedad, cómo funcionan, cómo limitan la vigencia de las igualdades formales, cómo estructuran preferencias y comportamientos, cómo estructuran conflictos políticos centrales (más allá de la “pequeña política” limitada a la distribución de cargos), todo esto es necesario para hacer una Ciencia Política digna de su proyecto inicial, inaugurado por Maquiavelo.

Si bien tu trabajo acude a Maquiavelo, padre de la autonomía de lo político, o distintas propuestas utopistas (Gorz, Goodwin, Roemer, Van Parijs y, de modo crítico, Friedman), también se apoya en lecturas como las de Michels y, en particular, de Pierre Bourdieu bastante escépticas con respecto a la potencialidad de la acción política: ¿Cómo se articula el voluntarismo de unos con el pesimismo, incluso determinista, de otros? ¿Hay lugar para el “optimismo de la voluntad”, siguiendo a Gramsci, en este diagnóstico sombrío?

Para mí, la genialidad de Gramsci radica en su comprensión de lo político como un “soñador con los pies en la tierra”, de la política transformadora como “una conciencia activa de la necesidad histórica”. Creo que es importante calibrar un realismo algo escéptico, que nos haga conscientes de las dificultades del proceso de transformación social, entendiendo que el mundo social está en constante cambio y, en definitiva, lo hacemos nosotros, las mujeres y los hombres concretos. No es una tarea fácil, sobre todo porque el trabajo ideológico primario es promover el conformismo: nada puede ser diferente, es inútil tratar de cambiar. Pero la forma de combatir el conformismo no es alimentar ilusiones, sino un análisis realista del mundo social, que indague los mecanismos de su reproducción y piense las formas de enfrentarlos.

«La forma de combatir el conformismo no es alimentar ilusiones, sino un análisis realista del mundo social, que indague los mecanismos de su reproducción y piense las formas de enfrentarlos».

Me interesaría pasar un poco a la coyuntura política, en especial en Brasil. Hemos visto en el último tiempo como las derechas expresan mejor los desbordes y críticas a la democracia liberal, mientras el progresismo se vuelca a defender las instituciones: ¿Estás de acuerdo con este diagnóstico? ¿Coincidís con quienes leen esto como una “polarización asimétrica”? ¿Te preocupan la radicalización de algunos sectores de derecha?

La radicalización de la derecha es un reflejo de la desdemocratización promovida por años de hegemonía neoliberal. La creciente frustración con una democracia cada vez más incapaz de cumplir sus promesas es capitalizada por estos actores, quienes simulan un discurso antisistema (de hecho, se oponen a las brechas que los dominados han generado en el sistema, condenando políticas de reparación histórica a los colectivos oprimidos y apoyo a los más vulnerables). Con ello, la izquierda se ve constreñida a la posición de defensora y guardiana de un modelo institucional cuyos problemas y límites siempre ha enfatizado. Es necesario salir de esta situación; es preciso que los sectores progresistas presenten propuestas que vayan más allá de la mera recomposición de la vigencia de la democracia liberal y los mecanismos para mitigar las desigualdades asociadas al estado de bienestar.

En ese sentido, Bolsonaro, como otros dirigentes de la derecha, ha sido eficaz para construir un discurso de outsiders al sistema político, pero articulando con los sectores dominantes en un sentido extenso: ¿A qué se debe esta eficacia? ¿La clausura del campo político, para pensarlo en términos bourdieanos, produce estos efectos? ¿Hay que darle mayor importancia a la potencia del discurso que denuncia a la “casta política” (muy semejante a la crítica de Robert Michels que tan bien analizás)?

Creo que hay una serie de factores. Un, que ya ha sido mencionado de alguna manera, es la dificultad de la izquierda para concebir un mundo social radicalmente diferente, lo que la lleva a permanecer prisionera de un imaginario político que no es el suyo –con  la consiguiente liberación de espacios para la rebelión contra el sistema para el discurso de extrema derecha. Otro, es el nuevo entorno de comunicación generado por las redes sociales. Parece que el juego político ha cambiado y solo la extrema derecha domina del todo las nuevas reglas. La percepción, que subyace a los actuales modelos de democracia liberal, de que la competencia electoral permite que una situación de mínima participación política y mínima información política conduzca, aun así, a elecciones colectivas dotadas de algún sentido, ya no se verifica. La difusión de mentiras y teorías conspirativas, la imposibilidad de establecer un terreno común de debate gracias al aislamiento en burbujas discursivas, todo ello genera un escenario muy desafiante para la acción política progresista.

QUIÉN ES

Luis Felipe Miguel es profesor del Instituto de Ciencias Políticas de la Universidad de Brasilia, donde coordina el Grupo de Investigación sobre Democracia y Desigualdades (Demodê). Ha publicado, entre otros trabajos, Democracia e representação (2014), Democracia na periferia capitalista (2022) y, en español, Democracia como emancipación: miradas contrahegemónicas, con Gabriel E. Vitullo (2021).

Fernando Manuel Suárez

Fernando Manuel Suárez

Profesor en Historia (UNMdP) y Magíster en Ciencias Sociales (UNLP). Es docente de la UBA. Compilador de "Socialismo y Democracia" (EUDEM, 2015) y autor de "Un nuevo partido para el viejo socialismo" (UNGS-UNLP-UNM, 2021). Es jefe de redacción de La Vanguardia.