La Generación del 37 es un grupo intelectual cuya centralidad en nuestra historia es indiscutible, así como tampoco es discutible la relevancia de Alexis de Tocqueville en la historia del pensamiento. Sobre este interesante cruce, Gabriela Rodríguez Rial ha centrado su último libro y sus más recientes reflexiones.
Domingo Faustino Sarmiento, Bartolomé Mitre, Esteban Echeverría, Félix Frías, Juan María Gutiérrez, Vicente Fidel López y Juan Bautista Alberdi.A pesar de que Tocqueville en el fin del mundo (Miño y Dávila, 2023) es su primer libro como autora exclusiva, Gabriela Rodríguez Rial ya lleva muchos años escribiendo y reflexionando sobre teoría política, sociología de los intelectuales e historia de las ideas. Profesora en la Universidad de Buenos Aires e Investigadora Independiente del CONICET, sus trabajos han intentado conjugar algunos autores de la teoría política clásica y, al mismo tiempo, su recepción, difusión y resignificación en nuestro país.
Su último libro, justamente, intenta hacer eso. Parte de un intelectual y teórico político de indiscutido renombre y relevancia, el francés Alexis de Tocqueville, para luego indagar su impacto en una de los grupos intelectuales (y políticos) más significativos de la historia de de nuestro país: la conocida como Generación del 37. Aunados en torno a intereses y preocupaciones comunes, este conjunto de hombres (y una mujer: María Sánchez) comenzaron a desandar una relación intelectual y política en tiempos de consolidación del rosismo. Con un ojo puesto en Europa, de donde obtuvieron muchas y diversas lecturas, y otro enfocado en las experiencias de otros países del nuevo mundo, como Chile o Estados Unidos, estos hombres desarrollaron una actividad que tornó de la crítica al activismo, para luego consagrarse, en la mayoría de los casos más célebres, a la actividad política.
Con una mirada de conjunto, pero también sobre sus más destacados miembros (Sarmiento, Alberdi, Mitre, López, Gutiérrez, Frías y Echeverría), Rodríguez Rial recorre a esta renombrada Generación a partir y en torno a la lectura e influencia de Tocqueville. Los tópicos comunes, desde la democracia a la religión, así como las coincidencias en sus trayectorias y perfiles, permiten a la autora trazar esta conexión y reflexionar sobre las preocupaciones que compartían estos hombres. El análisis político, una ciencia política en ciernes, así como la inquietud por sentar las bases de una nación próspera y pacífica.
Sobre su último libro, conversamos con Gabriela Rodríguez Rial para La Vanguardia. La figura de Tocqueville, su influencia entre los intelectuales argentinos, la importancia de la Generación del 37 y un largo etcétera. Tópicos y figuras que hunden sus raíces en el pasado, pero que, como se observa de forma cotidiana, siguen formando parte de nuestro debate público.
La primera pregunta, que respondés de algún modo en el libro, es: ¿Por qué de todas las influencias intelectuales que compartieron y modelaron a la Generación del 37 elegiste a Alexis de Tocqueville? ¿Por qué, como señalás, su obra fue tan relevante y lo sigue siendo?
De todas las influencias intelectuales que compartieron los miembros de la Generación de 1837 elegí a Tocqueville por tres motivos. Primero, es una de las pocas lecturas que se preserva desde los años juveniles hasta la madurez o la vejez. En todas sus trayectorias vitales, leen a Tocqueville. Segundo, su concepción de la democracia como estado social les da una noción clave para interpretar la sociabilidad política argentina después de la revolución de mayo. Tercero, Tocqueville les enseña un modo de hacer análisis político, con métodos, procedimientos, pero también problemas y sensibilidades, que se podría calificar como una ciencia política para un mundo radicalmente nuevo.
Y Tocqueville fue y es relevante, porque planteó un desafío que sigue vigente para la ciencia política: comprender la democracia moderna, que no es solamente en régimen político, sino una forma de vida, sustentada en la fenomenología de la igualdad (el sentirse iguales, aunque física o materialmente no lo seamos).
«Lo que sí se puede decir es los miembros de la Generación de 1837 leían a los europeos con lentes sudamericanos, y en eso, tal vez eran más originales que algunos pensadores y pensadoras contemporáneos que denuncian el colonialismo sin romper el colonialismo intelectual a la hora de plantearse interrogantes propios».
¿Qué implicaba ese programa de una Ciencia Política para el nuevo mundo o, en otro sentido, para las jóvenes repúblicas democráticas? ¿Por qué este proyecto tuvo tantas resonancias y derivas en la Generación del 37? ¿Qué es lo que era tan urgente comprender?
En ese programa una ciencia política para un mundo nuevo implicaba entender a la democracia como un estado social, producto de la ruptura revolucionaria con las sociedades de antiguo régimen, donde la igualdad desplazaba a la jerarquía. Esto no quiere decir que se tratara de una igualdad en términos económicos, pero sí se reconocía la igualdad natural entre los seres humanos como un rasgo fenomenológico. En las jóvenes repúblicas sudamericanas era necesario comprender qué implicaba la revolución democrática que había nacido de manera contemporánea, aunque no necesariamente deseada por las elites, con la revolución de mayo. Las guerras de la independencia y las luchas civiles habían activado políticamente a la sociedad, especialmente a los sectores populares, pero no se había logrado canalizar esa participación institucionalmente, ni organizar, con una constitución, una orden político nacional unificado.
La Generación de 1837 recurre a Tocqueville para explicar lo que a sus ojos es el fracaso sudamericano: no haber podido conciliar la sociabilidad democrática con el régimen político representativo (gobiernos fundados en el consentimiento del pueblo pero no en el ejercicio directo de la soberanía popular) en una república de gran extensión, ordenada, pacífica y tendiente al progreso material de sus habitantes. Lo urgente de comprender era, porque, a diferencia de los Estados Unidos, las jóvenes repúblicas sudamericanas no pudieron conciliar la sociabilidad democrática con un sistema político estable. Es decir, lograr que el gobierno representativo organice políticamente las pasiones democráticas de una sociedad cuya pasión principal es la igualdad y cuyo dogma político, la soberanía del pueblo
Hay un detalle que vos señalás, en apariencia contradictorio o en tensión, entre el marcado europeísmo de la Generación del 37, muy proclive a leer, imitar e incluso plagiar a autores consagrados del viejo continente, y su indiscutible originalidad: ¿Cómo procesaron esas dos aristas los autores más relevantes de ese grupo? ¿Hay autores en que predomina una u otra? ¿Hay momentos en que predominó más una que otra?
Es cierto que la Generación de 1837 recurrió a la copia y al plagio, pero en ese momento no había criterios tan rígidos como en el campo científico actual para citar la producción de otros. Casi todos, por no decir todos, era europeístas, no muy pro-hispánicos (sobre todo en su juventud), admiradores de Francia e Inglaterra, y algunos como Sarmiento, se enamoraron, gracias a Tocqueville y por haber vivido en ese país, de los Estados Unidos. Sin embargo eran conscientes que su realidad era otra, y que para transformarla, primero había que comprenderla.
Sarmiento seguramente fue el más radical, al juzgar el atraso civilizatorio de las pampas argentinas. Alberdi creía que todo lo bueno venía de Europa, pero analizaba de modo más realista la relación entre el campo y la ciudad en la América del Sur posterior a la caída del virreinato del Río de la Plata, y llegó a defender el americanismo rosista. Mitre era un nacionalista avant la lettre,: inventó que la nación argentina nació en 1810, cuando lo que existía en ese entonces eran pueblos se auto-organizaron cuando entró en crisis la monarquía española a principios del siglo XIX. Lo que sí se puede decir es los miembros de la Generación de 1837 leían a los europeos con lentes sudamericanos, y en eso, tal vez eran más originales que algunos pensadores y pensadoras contemporáneos que denuncian el colonialismo sin romper el colonialismo intelectual a la hora de plantearse interrogantes propios.
En el análisis y la recuperación de la Generación del 37 y sus miembros más destacados hay una explícita recuperación de su obra y pensamiento como pioneros de la Ciencia Política: ¿Por qué considerás que es necesaria esta reivindicación? ¿Hay cierto complejo que nos ha llevado a soslayar su aporte y originalidad?
Creo, como decís, que no somos capaces de ver a la Generación de 1837 como pioneros de la Ciencia Política, a causa de un prejuicio cientificista, o mejor dicho por una concepción positivista o conductista de la disciplina que se ocupó más por describir conductas que por comprender el sentido de las acciones políticas. En la senda de Tocqueville la Generación de 1837 se propuso comprender la política argentina para intervenir en ella. No resignó el uso de tipos ideales (Sarmiento casi es un precursor de Weber en eso), puso en valor la importancia de la historicidad de los fenómenos sociales (Mitre y López), demostró interrelación entre las instituciones y las costumbres (Alberdi), analizó a la religión como fenómeno político (Frías, pero los demás también) e hizo de la construcción de archivos, instituciones y redes una tarea educativo científica (Gutiérrez). Entiendo que su concepción de la Ciencia
Política comprensiva es más actual que la de muchos colegas contemporáneos que siguen aferrados a la «encuestomanía» que no explica ni predice nada. Seguro que Sarmiento y Mitre, si hubiesen tenido encuestas en su época de políticos prácticos, habrían recurrido a ellas. Pero, lo hubieran hecho con la conciencia que sólo se puede entender los resultados de una análisis de este tipo en un marco más amplio. Por ello, la importancia que daban a la sociabilidad, es decir las relaciones sociales que caracteriza a una sociedad específica, la Argentina, en un momento tiempo histórico específico. Y esa sociabilidad se comprende mejor conociendo el pasado, analizando el presente y proyectando un porvenir.
Uno de los aspectos que comparte Tocqueville con sus seguidores en el Río de la Plata es la relación estrecha que existe entre un proyecto intelectual, tanto descriptivo como prescriptivo, y la actividad política: ¿Cómo se desenvolvieron estas aristas, a veces contradictorias, de este proyecto? ¿La Generación del 37 estaba unida por sus ideas y se separó por las divergencias de la política concreta? ¿O esas diferencias ya estaban en ciernes?
Justamente una de las mayores tensiones que tuvo que enfrentar la Generación de 1837 fue cuando tuvo la posibilidad de concretar su proyecto de nación para el desierto Argentino (parafraseando a Halperín Donghi) luego de la caída de Rosas. Las diferencias personales e intelectuales que siempre existieron. Por ejemplo, Sarmiento priorizaba las explicaciones deterministas, pero, además de ser personalista en todos los aspectos de su vida, no sólo la política, creía en la necesidad de fortalecer el civismo republicano de la ciudadanía mientras que Alberdi era más relativista e institucionalista, creía que la acción política era necesaria al fundar un orden pero luego debía quedar subordinada a las libertades civiles y la autorregulación económica. Ahora bien, tras Caseros, surge una gran división entre los que apoyan la Confederación de Urquiza (Alberdi, Gutiérrez, López)y la causa porteña (Mitre, Sarmiento, Frías con más ambivalencias) y entre quienes de tener un lugar periférico en la Generación pasaban a ocupar lugares centrales (Mitre y Sarmiento) y quienes se sienten desplazados (Alberdi y López) Todo eso generó recelos y resentimientos, políticos y personales, que son interesantes para dejar de lado cierto prejuicio que idealiza a esta generación de intelectuales y político contrastándolos con los políticos y políticas contemporáneos.
Tal vez sea algo reduccionista afirmar que las ideas los unían y las política los separó. Los unían también vínculos interpersonales (relaciones de amistad), instituciones (compartir espacios como salones, bibliotecas, universidades) e incluso personas. Echeverría y Cané, muertos prematuramente eran figuras de unión, y Gutiérrez fue el que mantuvo los vínculos entre los dos grupos separados por cuestiones políticas, porque siempre fue el núcleo de las redes de amistad y un creador de instituciones. Esos vínculos, forjados en la juventud, entran en crisis, cuando maduran intelectual y políticamente. Desde el inicio el proyecto de nación de la Generación de 1837, aunque se inspiraba en la concepción tocquevilliana de la democracia, tenía sus diferencias. Sarmiento, con Echeverría, defendía una nación cívica, de raíces republicanas, que tenía como centro la educación del pueblo soberano. Alberdi siempre prefirió una nación civil, y con más libertades personales que políticas. Algunos tenían un odio visceral por los caudillos, otros los entendían como líderes de las campañas pastoras que eran la fuente de progreso del futuro país más que las ciudades (aquí se oponen Alberdi por un lado, y Mitre y Sarmiento, por el otro). Quizás el sueño que compartieron no fue la nación argentina, unidad y consolidada institucionalmente en un gobierno representativo estable, sino el deseo, no realizado en forma individual (era un proyecto personal de Echeverría) pero sí de manera colectiva, de escribir la versión sudamericana de La Democracia en América de Tocqueville.
Son muchos los autores que reconocen la peculiar idiosincrasia de este grupo generacional y su enorme impacto político e intelectual: ¿Resulta tan excepcional como señalan, entre otros, Botana o Halperin Donghi? Si es así, ¿en qué reside esa excepcionalidad?
Retomo lo que dije en la última pregunta, la Generación de 1837 fue original y no fue original respecto de otras generaciones políticas e intelectuales “argentinas” (es anacrónico usar este gentilicio antes de los románticos rioplatenses, es decir la Generación de 1837, aunque conservaban un iluminismo de fines como diría Alberini) que los precedieron y los sucedieron como la Generación de Mayo, la unitaria, la de 1880 o los setentistas. Su originalidad radica, al menos para mí, en la manera en que crearon una sociabilidad bastante institucionalizada donde compartían lecturas, diagnósticos y propuestas para la sociedad argentina posrevolucionaria.
También se destacan, y esta sí es mi hipótesis personal, por el hecho de que leyeron muy bien a Tocqueville y se animaron a apropiarse de sus planteos, con audacia y originalidad. Para mí fueron mucho mejores lectores de Tocqueville que otros contemporáneos, europeos o estadounidenses. Incluso sus lecturas compiten con los mejores intérpretes que tuvo el auto de La Democracia en América en el siglo XX y hasta en nuestros días. Se parecen a los demás generaciones políticas argentinas en que a la hora de concretizar su proyecto en acción política, tuvieron que hacer concesiones y los desacuerdos, siempre presentes, se hicieron más patentes, desencadenándose una competencia interpersonal por el prestigio feroz.
«La Generación de 1837 recurre a Tocqueville para explicar lo que a sus ojos es el fracaso sudamericano: no haber podido conciliar la sociabilidad democrática con el régimen político representativo (gobiernos fundados en el consentimiento del pueblo pero no en el ejercicio directo de la soberanía popular) en una república de gran extensión, ordenada, pacífica y tendiente al progreso material de sus habitantes».
Insistís en el libro en la enorme vigencia del pensamiento de Tocqueville y, por añadidura, de los miembros de la Generación del 37: ¿En qué reside esta vigencia? ¿Deberíamos discutirlos con más asiduidad y profundidad, despojarlos de la solemnidad del bronce?
Exactamente esa es la propuesta del libro. Volver a la Generación de 1837 con menos prejuicios, quienes se sienten liberales, podrán ver en ellos las tensiones y contradicciones de esta generación política. Quienes se identifican como nacional populares, si los leen con atención se darán cuenta que son algo más que elitistas antidemocráticos. Y respecto de Tocqueville, se podría decir algo parecido. Su comprensión de la democracia como una forma sociopolítica donde priman la igualdad y la soberanía del pueblo es muy potente para entender la política actual. Y dentro de esa reflexión la relación que establece entre la libertad personal y la libertad política es más que interesante en el mundo contemporáneo donde se habla mucho de libertad pero quienes más la nombran defienden la tiranía el individuo y esto, lo digo yo, no sé si Tocqueville acordaría con mi punto de vista en un ciento por ciento, el despotismo del mercado que confunde consumir con sentirse libre. También creo que Tocqueville y los miembros de la Generación de 1837 son maestros a la hora de enseñar cómo analizar la política, por eso, deberían enseñarse en las carreras de ciencias sociales no como figuras prehistóricas sino como padres fundadores de este tipo de disciplinas-
Se ha dado en el último tiempo una recuperación muy explícita de la figura de Alberdi por parte de algunos sectores políticos, así como también Sarmiento en algunas oportunidades: ¿Qué opinión y análisis te merecen estos “usos” ideológicos? ¿Qué faceta de ellos es recuperada y cuál es soslayada?
Los usos de la historia son siempre polémicos, pero no por ello dejan de ser interesantes y efectivos. De hecho, Alberdi se pelea en sus Escritos póstumos con Sarmiento pero sobre todo como Mitre, porque los acusa se hacer un uso electoralista de la historia de los héroes de la independencia. Martín Kohan escribe una bella frase en El país de la guerra para sintetizar la polémica: “Porque en definitiva la visión de Mitre prevaleció sobre la de Vicente Fidel López, tenemos una historia de héroes. Y porque prevaleció sobre la de Alberdi, tenemos una historia de héroes de guerra”. Sin embargo, yo creo que los políticos y políticas que usan la historia, aunque la tergiversen, son más interesantes y entretenidos/as que quienes no lo hacen.
En el caso de Alberdi, además de haber sido citado con fruición por Elisa Carrió allá por el 2007, y que el ex presidente Macri lo tomó como un modelo para su defensa de la figura del emprendedor, actualmente aparece como una figura de referencia de los jóvenes republicanos libertarios. ¿Qué pensaría Alberdi? Ciertamente no lo sé. Creo que se sentiría contento con que haya quienes retomen su prédica contra la omnipotencia del Estado por considerarlo un enemigo de la libertad individual, pero les recordaría que el poder político es necesario para fundar un orden político estable. Al presidente Macri le hubiera reprochado el privilegio de su fortuna heredada. Para Alberdi el mérito se lo ganaba uno mismo no se heredaba. Una de sus peleas con Sarmiento fue por eso: le dijo que era un falso republicano, porque se pasaba haciendo alarde de su árbol genealógico.
Respecto de Sarmiento, y esta es una opinión bastante polémica y que en general no comparten ninguno de los actores políticos a los que voy a implicar, yo pienso que, aunque el ídolo histórico de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner sea Belgrano, ella es bastante sarmientina. Primero, es hija del sistema escolar que creó Sarmiento y discurre políticamente como una maestra normal nacional. Baste recordar que el autor de Facundo creo ese cuerpo docente con maestras importadas de otras latitudes (me permito recomendar sobre el tema el excelente libro de Laura Ramos, Las señoritas). Segundo, su ethos profesoral al construirse como figura pública es muy sarmientino, y su modo personal de construcción política también. Ambos son personalistas y orgullosas/os de sí mismas/os, de sus obras políticas, y sus legados. Pero el revisionismo cristinista y su defensa de Rosas, harían revolcar Don Domingo de la tumba. Y el peronismo, no del primer Perón que le puso a uno de los ferrocarriles estatizados su nombre, se construyó sobre el odio al Sarmiento que inventó la dicotomía entre civilización y barbarie, que los antiperonistas transformaron en «libros no, alpargatas sí», y más recientemente «república versus populismo». Entonces, seguro que suena extraño decir que una lideresa peronista es sarmientina, pero yo creo que CFK, le guste o no, lo es.
QUIÉN ES
Gabriela Rodríguez Rial es politóloga, doctora en Filosofía (Universidad de Paris 8) y Doctora en Ciencias Sociales de la UBA, donde es profesora de grado y posgrado. Investigadora del CONICET y del IIGG.
Ha sido compiladora de República y Republicanismos. Conceptos tradiciones y prácticas en pugna (2016) y co-autora de Hobbes, el hereje (2018), entre otros títulos. También ha escrito y publicado numerosos artículos académicos sobre teoría política e historia de las ideas.