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España: crónica de unas elecciones a pie de playa

por | Jul 27, 2023 | Mundo

Desde Cantabria, el historiador Jesús Movellán Haro explica el complejo escenario político español para los lectores de «La Vanguardia». Entre el freno a la ultraderecha y la fragmentación política, el desenlace es todavía incierto. 

Pedro Sánchez, presidente socialista de España, y el líder de la oposición Alberto Núñez Feijóo (PP).

 

El verano en España está siendo excesivamente caluroso. La razón no sólo está en las olas de calor agravadas por el incontestable (salvo por algunos) cambio climático, sino también por el contexto político e institucional en el que se encuentra envuelto el país. Tras la celebración de las elecciones a Cortes Generales del pasado domingo, 23 de julio, el escenario político en España suscita algunas inquietudes y reflexiones. Inquietudes en el sentido negativo, para algunos, constructivo o retador, para otros. Reflexiones tanto para aquellos ciudadanos que hemos seguido la campaña electoral con particular interés como para los líderes políticos, responsables ahora de buscar posibles alianzas, pactos y, en definitiva, el número suficiente de escaños en el Congreso de los Diputados como para sacar adelante una posible investidura.

Tal vez la primera gran conclusión que puedo adelantarles sea que Vox, representante político de la extrema derecha, de carácter ultranacionalista, xenófobo, homófobo, machista y (¿neo?) franquista, ha sido frenado. De hecho, ha perdido peso e importancia en las dos cámaras que conforman las Cortes Generales españolas (a saber, el Congreso de los Diputados y el Senado). En un mundo en el que una gran ola ultraderechista, negacionista (de muchas cosas, elijan ustedes el qué), demagoga e iliberal (como poco) se ha venido extendiendo durante al menos la última década, el resultado de Vox en los comicios del pasado domingo ha sido una buena noticia para buena parte del electorado.

Es, no obstante, una situación agridulce para muchos ciudadanos españoles, habida cuenta de que, tras las elecciones autonómicas y municipales del 28 de mayo, este partido de extrema derecha ha entrado en ayuntamientos y gobiernos regionales gracias a sus pactos con el Partido Popular (la principal fuerza conservadora en España desde su fundación, en 1989). Allá donde ha logrado acceder al poder, Vox ha pedido concejalías (en los ayuntamientos) o consejerías (en los gobiernos autonómicos) relacionadas con la cultura; lógicamente, una vez en estos cargos no ha dudado en aplicar la censura sobre obras de teatro de autores tan sospechosos de marxismo-leninismo o de pornógrafos como Lope de Vega, o feministas como Virginia Woolf, entre otras gestas de vergonzoso recuerdo que prefiero ahorrarme.

Ninguno de los bloques ha logrado la ansiada mayoría absoluta para una investidura plácida. Esto es muy importante porque, en España, no necesariamente debe gobernar el partido más votado. Al tratarse de una democracia parlamentaria y pluralista, la base de cualquier gobierno pasa necesariamente por contar con el número de diputados suficientes en el Congreso como para obtener una mayoría de investidura.

Sea como fuere, les había anticipado una historia de inquietudes y reflexiones. Acá van las mías. Más allá de haber frenado a la extrema derecha mientras en otros países continúa su ascenso galopante y hasta forma parte de Consejos de Ministros, el contexto político nacional depende ahora, sobre todo, de si será posible abrir una nueva legislatura con un gobierno que logre la investidura de su candidato a la presidencia del Gobierno. En España, el Congreso de los Diputados lo forman trescientos cincuenta escaños, por lo que la mayoría absoluta se alcanza al obtener, al menos, ciento setenta y seis de ellos. La celebración de los comicios del pasado domingo ha dejado un hemiciclo parlamentario fragmentado, pero claramente diferenciable en dos bloques: uno conservador y, por otro lado, uno progresista.

Ninguno de los bloques ha logrado la ansiada mayoría absoluta para una investidura plácida. Esto es muy importante porque, en España, no necesariamente debe gobernar el partido más votado. Al tratarse de una democracia parlamentaria y pluralista, la base de cualquier gobierno pasa necesariamente por contar con el número de diputados suficientes en el Congreso como para obtener una mayoría de investidura. Ésta deberá, posteriormente, reafirmarse y renegociar sus espacios de poder para desarrollar la labor legislativa y de control al poder ejecutivo que corresponde a las Cortes. Desde las elecciones de 2015 y 2016, el bipartidismo representado por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), en el marco de la izquierda moderada, y el Partido Popular (PP), en el amplio ámbito de las derechas, se quebró. Nuevas formaciones surgieron tanto a la izquierda del PSOE (Podemos; posteriormente Unidas Podemos) como en el siempre difícil de definir centro político (Ciudadanos). Tras las elecciones de 2019 (celebradas en dos ocasiones, pues hubieron de repetirse), entró también el anteriormente referido partido de la extrema derecha Vox.

Pedro Sánchez celebra el resultado de las elecciones. A pesar de salir segundo, el PSOE tiene posibilidades ciertas de formar gobierno.

 

Una legislatura después, y en mitad de un contexto internacional que se ha visto condicionado por una pandemia, una crisis económica y, desde febrero del año pasado, una guerra en Europa del Este y la subsiguiente crisis energética, alimentaria y económica, se celebraron las elecciones del 23 de julio. Fueron convocadas de manera anticipada por el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez (líder del PSOE y de un gobierno de coalición entre su partido y Unidas Podemos) tras el enorme giro a la derecha visto en gobiernos autonómicos y locales a tenor de los resultados electorales del 28 de mayo. El adelanto de los comicios fue una maniobra arriesgada y, tras una campaña electoral en la que no me detendré pero que podría ser calificada como una de las más sucias y vergonzantes de las últimas décadas en España, los resultados se tradujeron en los dos bloques que he anticipado. Ambos bloques orbitan sobre las dos principales formaciones políticas que han obtenido los mayores resultados: el partido más votado, el PP, con ciento treinta y seis escaños en el Congreso; y el PSOE, con ciento veintidós. Previsiblemente, los líderes de ambas formaciones ofrecerán al rey Felipe VI, a la sazón jefe del Estado, su candidatura como presidenciables.

Como pueden comprobar, ninguno de los dos llega ni de lejos a la mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados (los ciento setenta y seis escaños). Aquí, hablando de modo coloquial, es donde empiezan las curvas. En una posible investidura encabezada por el candidato del PP, Alberto Núñez Feijóo, los populares cuentan, potencialmente, con los escaños de la extrema derecha de Vox (treinta y tres) y con un candidato de UPN (Unión del Pueblo Navarro, un partido conservador localista afín al PP). Juntos, sólo suman ciento setenta escaños. En una también posible investidura encabezada por el candidato socialista y presidente en funciones Pedro Sánchez, el PSOE contaría previsiblemente con el apoyo de Sumar (treinta y un escaños); Esquerra Republicana de Catalunya (siete escaños, aunque aún está por ver su voto afirmativo por mucho que haya apoyado al gobierno de la anterior legislatura); el Partido Nacionalista Vasco (cinco escaños; partido conservador, pero que ya apoyó al anterior gobierno y que se ha negado en rotundo a negociar con el PP por su alianza con Vox); EH-Bildu (seis escaños; izquierda independentista vasca, considerada por los partidos de derechas como los herederos directos de la banda terrorista ETA -en una campaña electoral, dicho sea de paso, que ha traspasado cualquier barrera moral por parte del PP y Vox-); el Bloque Nacionalista Galego (un escaño) y Coalición Canaria (un escaño). En total, el bloque liderado por el PSOE contaría con ciento setenta y dos escaños.

El partido que se comprometía a “derogar el sanchismo” (vamos, todo lo que haya tenido que ver con el gobierno de Pedro Sánchez) parece necesitar, bien la alianza con el propio “monstruo”, bien el transfuguismo de votos de “algunos socialistas buenos”, como recientemente han sugerido voces procedentes de Vox.

No he hablado de un último partido político. Me refiero a los siete escaños que le corresponden a Junts, una fuerza independentista catalana, presidida por Carles Puigdemont desde Waterloo (a la sazón expresident de la Generalitat de Catalunya, eurodiputado y huido de la justicia española como consecuencia del llamado procés independentista en Cataluña y de los sucesos de octubre de 2017, sobre los que no me detendré aquí porque nos daría para otro artículo). El apoyo de Junts a una probable investidura de Pedro Sánchez haría posible un gobierno en minoría, similar al de la legislatura 2019-2023. Sin embargo, los independentistas catalanes “venderán” caro su voto (ya sea afirmativo o, directamente, la abstención), pidiendo, como de hecho han recordado estos días, la amnistía para los políticos presos o con orden de detención y, por otro lado, el acuerdo entre los gobiernos español y catalán sobre la celebración de un nuevo referéndum de autodeterminación en Cataluña. Material altamente sensible, polémico y, para los partidos y medios de comunicación conservadores, inflamable, sobre todo por la concepción centralista e igualmente nacionalista de las derechas españolas sobre la indisoluble unidad de la patria. ¿Logrará Pedro Sánchez el apoyo de los partidos a los que me he referido previamente y, de paso, al menos la abstención de Junts para que su investidura salga adelante? El tiempo dirá.

Sin embargo, la pelota está en el tejado de la fuerza política más votada en las elecciones: el PP de Alberto Núñez Feijóo. Todo parece confirmar lo que, salvo al líder de los populares, no se nos escapa a nadie: exceptuando a Vox y, acaso, a UPN, el PP no tiene aliados políticos y, por consiguiente, su investidura está llamada a ser un fracaso. La soledad de las derechas es el fruto de al menos dos décadas de ejercicio arrogante del poder y de una constante y concienzuda voladura de todos y cada uno de los puentes con formaciones que, en otros momentos, llegaron a pactar con el PP (como el propio PNV o la extinta formación nacionalista catalana Convergència i Unió). ¿La única alternativa del PP? Exigir, casi a modo de letanía, que se deje gobernar a la lista más votada en los comicios (ciento treinta y seis escaños del Congreso de los Diputados, recordemos) o, como ya se comienza a escuchar y a leer, que el PP y el PSOE se alíen en una casi mitológica “Gran Coalición” que estabilice el gobierno y, de paso, neutralice a todas las minorías parlamentarias. El partido que se comprometía a “derogar el sanchismo” (vamos, todo lo que haya tenido que ver con el gobierno de Pedro Sánchez) parece necesitar, bien la alianza con el propio “monstruo”, bien el transfuguismo de votos de “algunos socialistas buenos”, como recientemente han sugerido voces procedentes de Vox.

Verano caluroso el que tenemos por delante en España. La alternativa a la formación de un gobierno (sea de un bloque o de otro), pasa necesariamente por una repetición electoral al final del otoño o el inicio del invierno. Sea como fuere, la ciudadanía española ha demostrado su compromiso con la democracia y con su sistema parlamentario y así lo seguirá haciendo, tanto si nos encontramos en mitad de una ola de calor como si la nieve nos dificulta la entrada a los colegios electorales. La mejor noticia, haber parado (por ahora, al menos) la ola reaccionaria que ya ha anegado gobiernos autonómicos y ayuntamientos. Quien no se consuela…

Jesús Movellán Haro

Jesús Movellán Haro

Doctor en Historia Contemporánea por la Universidad de Cantabria. Cuenta con decenas de publicaciones sobre culturas políticas republicanas durante el siglo XX español, así como en los debates actuales en torno a la historia y la memoria. Su primer libro es "Los Últimos de la Tricolor: republicanos y republicanismo durante la transición hacia la democracia en España (1969-1977)" (Editorial de la Universidad de Cantabria, 2021).