La discusión sobre el “fetichismo de la tecnología” es susceptible de ser superada gobernando la técnica y abrazando su avance. El repliegue hacia visiones hostiles a la técnica y enfocadas estrictamente en la participación puede resultar aniquilacionista.
En enero de este año fue publicada la nota “El fetichismo de la tecnología y el futuro del socialismo”, donde Leonardo Stanley amplió algunos argumentos desarrollados durante su participación en el Enero Socialista de las JS. Recogiendo parte de su planteo, nos proponemos señalar algunos aspectos que podrían sumar a la discusión rescatada por el autor. Procuraremos dos aportes: en primer lugar, haremos un mayor foco en lo que podríamos entender como un mecanismo que alimenta al “fetichismo de la tecnología” y luego discutiremos una forma de respuesta a esto.
HUMO
Tecnogurúes en las redes sociales enumerando éxitos y vendiendo cursos; encuentros de emprendedorismo (con generoso apoyo del sector público) e innovación con speakers motivacionales; videos de propaganda centrada en el uso exclusivo de una sola tecnología como mecanismo de solución prácticamente universal a los problemas de la Humanidad… es posible que a quien lea estas líneas le vengan a la memoria varias imágenes y nombres, usualmente en inglés, repetidos hasta el hartazgo en una enorme cantidad de formatos diferentes y con un entusiasmo extraordinario por parte de diversos promotores. En esta Era Exponencial de la que nos habla Oszlak estamos habituados a sufrir este bombardeo de modas que difunden optimismo y lugares comunes para cualquier tormenta de ideas: hace pocos años era difícil escapar a la sugerencia de crear o minar criptomonedas (o establecer algún mecanismo blockchain para lo que sea); en la actualidad nos azora un poco más la constante apelación a alguna aplicación de inteligencia artificial. Antes aun hubo una fiebre por lograr que todo fuera “inteligente” (a secas, lo artificial vino más tarde) o, como preferían las áreas de marketing político, smart. Por supuesto, se trata de poner el carro delante del caballo en la búsqueda de justificar la utilización de estos desarrollos casi mágicos que se nos exhibe por todas partes. Esta permanente divulgación de una tecnología de moda en la que se cifran las esperanzas de una realidad mejor, cuando llega a oídos de decisores públicos (y lo hace de maneras que han sido estudiadas), puede presentar efectos incrementales en términos de políticas públicas. O sea, el humo puede expandirse enormemente: vemos los desfiles de intendentes, gobernadores, legisladores y presidentes ansiosos por lograr ciudades cripto-friendly, por la constitución de hubs de innovación para las economías del conocimiento y celebrando (y contratando) la visita de exponentes llamativos del ámbito de las inversiones de riesgo en tecnología de punta para convencer a vecinos de su entusiasmo. Esta seducción de los decisores públicos deviene en “fetichismo de la tecnología”, que en algo nos recuerda al solucionismo tecnológico de Morozov. Como señalaba Stanley, se trata de observar en la tecnología de moda una solución universal y esperar además que la tecnología resuelva los problemas generados por ella misma. Y por supuesto, contiene al menos dos grandes problemas.
La tecnología como conocimiento aplicado no resulta neutral sino que contiene los sesgos que le dieron origen.
En primer lugar, tenemos la conocida aseveración de que la tecnología como conocimiento aplicado no resulta neutral sino que contiene los sesgos que le dieron origen. Esto constituye, también, el señalamiento de que una tecnología no necesariamente tiene, por si misma, la capacidad para cambiar sustancialmente el orden social existente en la forma en que algunos activistas podrían imaginarse que lo haría. Podríamos decir que la tecnología sola no tiene agencia (a esa aun parece que la conservamos, sobre todo, nosotros). Volveremos sobre esto más adelante.
En segundo lugar, evidencia que existen muy potentes corrientes ideológicas en el ámbito de la tecnología, que a su vez se encuentran generosamente financiadas por sus promotores. Y que su capacidad de llegada al aparato estatal no parece enfrentar respuestas realmente superadoras y coherentes por parte de fuerzas políticas de izquierda, al menos en territorios como los nuestros.
¿QUÉ HACER?
El entusiasmo por la técnica ha sido compartido por buena parte de la izquierda política en muchos períodos porque se veía en ella la potencialidad de generar un futuro alternativo y mejor (aquí cerca Allende tuvo su Synco). Maravillarse por los crecientes logros de la Humanidad (con la contracara de su gigantesca capacidad destructiva) es un enorme valor, optimista y políticamente productivo, que probablemente sea erróneo abandonar. La tecnología requiere ser contrarrestada en su fetichismo, no ser negada por provenir impuesta desde centros de poder: requiere, en otras palabras, ser gobernada. Algo de eso pensaban Srnicek y Williams cuando escribieron su “Manifiesto Aceleracionista” y observaban que el problema político no se trataba solo de un déficit democrático sino ante todo de un déficit técnico por haberse abandonado el embanderamiento de las tecnologías a quienes aquí vemos como fetichistas.
Un futuro promisorio, de la mayor abundancia posible, requiere la combinación de condiciones sociales con los dispositivos técnicos que estas pueden contener.
La existencia de títulos como “Comunismo de Lujo Completamente Automatizado”, de Bastani, muestra la emergencia de una demanda por la reconquista de la tecnología para los fines de un mundo que se juzga distinto y mejor. En nuestro caso, nuestro compromiso con la democracia implica la generación de una apertura de la técnica para su gobierno y la habilitación de esa participación y debate desde abajo hacia arriba, como señala Stanley. Pero esto último, en definitiva, demanda como tarea urgente la elevación del nivel de instrucción general: a la obviedad de que no alcanza con leer, escribir y hacer operaciones matemáticas elementales se le suma la necesidad de tener alguna comprensión de la condición técnica que nos circunda. Una labor socialista consiste en el detenido estudio de las circunstancias (hablamos de las técnicas aquí, pero se trata de muchas más) para operar sobre ellas. Y posiblemente ver, en una tecnología que se comprende y se gobierna, que el reemplazo de ciertas instancias de decisión por su automatización puede habilitar la posibilidad de pasar a discutir cuestiones más elevadas. Como señala Bratton en su Terraformación, no hay “vuelta al origen” con la que podamos fantasear: reconocer el poder adquirido como especie a través de la amplificación de nuestras capacidades con la técnica es un paso necesario para actuar responsablemente.
Por último, vale recordar que las tecnologías son aplicadas en contextos que las habilitan (esto suele ejemplificarse con la inviabilidad de la máquina a vapor bizantina). Un futuro promisorio, de la mayor abundancia posible, requiere la combinación de condiciones sociales con los dispositivos técnicos que estas pueden contener. Esto es, así como Cohen rescataba para la democracia en su “Por una Vuelta al Socialismo”, necesitamos configurar unas alianzas políticas capaces de forjar un ethos que honre una existencia técnica superior. Y vale la pena, aunque no parezca intuitivo, pensarlo en territorios empobrecidos, periféricos, como los nuestros. Después de todo, como dijimos más arriba ¿no se discute y fomenta constantemente la economía del conocimiento? ¿no tenemos un campo tecnificado y nuestros tejidos urbanos totalmente atravesados por la gestión centralizada de las aplicaciones de delivery? ¿qué son las redes logísticas de Mercado Libre, los unicornios con los que Argentina destaca en la región y las constantes actividades sobre emprendedorismo digital? los saberes tradicionales no tienen por qué ser una trinchera ante estos avances y el diálogo que proponga el socialismo puede tanto ampliar como paulatinamente mover (gracias a la superación de las discusiones y su potencial reemplazo por las rutinas) las instancias de participación. La tecnología, las máquinas, están allí. Tenemos que capturarlas. Y detener el humo.