La vida de Bernard Pignerol fue la de un típico izquierdista francés más, pero, a su modo, idiosicrática. Desde la peculiaridad de su biografía, contrastada con la historia de la izquierda francesa, Humberto Cucchetti nos presenta a este personaje para pensar más allá de él.
Conocí a Bernard Pignerol bien a finales del año 2019, en el hall de entrada del Consejo de Estado, el máximo órgano jurídico de Francia. Acababa de terminar una entrevista biográfica a Yves Salesse, consejero de Estado como él. Ambos compartían el hecho de haber sido trotskistas, en la órbita de la Liga Comunista Revolucionaria, organización fundada a fines de los años 1960. Salesse, quien llegaba tarde a su almuerzo con Pignerol en razón de la entrevista que me había dado, me presentó a su amigo, “investigador argentino que estudia los militantes en el Estado”. Pignerol respondió, “ah, militante en el Estado, ¡yo soy un militante! Usted tiene que hablar conmigo”. Tal encuentro, marcado por situaciones azarosas y poco probables, dio lugar a numerosos intercambios y entrevistas de una enorme riqueza en mi experiencia de investigador.
La prensa francesa, ante su fallecimiento el 21 de mayo pasado, sintetiza su trayectoria. Hombre en las sombras, consiglieri y alto funcionario, su participación pública es conocida por poseer un vínculo estrecho con Jean-Luc Mélénchon, dirigente y fundador de la Francia Insumisa (LFI), de extensa carrera política. Cuando los locales de la asociación la Era del Pueblo son allanados en 2018 por una causa judicial de sobrefacturación, Pignerol, presidente de la misma, se encuentra al lado de Mélénchon, intentando entorpecer o impedir físicamente la perquisición y exhortando a los oficiales de la policía: “no toquen al Señor Mélénchon”.
La biografía de Pignerol, como la de otros de su generación, revela los cambios y la gran diversidad que anidó en la izquierda francesa tras mayo de 1968. Nuestro actor proviene de una familia socialmente elevada y, del lado paterno, con credenciales políticas, habiendo sido su padre Francis miembro de la Resistencia y dirigente de confianza de Pierre Mendès-France, figura política de primer nivel en la vida política de tal país. De chico, fue alumno pupilo en instituciones jesuitas. Es como estudiante secundario en un colegio jesuita de Austria que, por intermedio de un profesor, se hace trotskista. Estudiante de Derecho en París, comienza a trabar relaciones con militantes de la Liga Comunista Revolucionaria y del sindicalismo estudiantil. En ese grupo, compuesto por militantes en fase de finalización de estudios durante los últimos años de la década de 1970, participaban hombres y mujeres que tendrían importantes responsabilidades partidarias y estatales en las décadas siguientes. 10 años después de mayo 1968, comienzan a ver el agotamiento del proyecto revolucionario, constatando dos cosas: que el trotskismo no iba a funcionar como movimiento autónomo, ni a transformarse en opción política mayoritaria dentro del marco democrático.
Pero todo condujo a una nueva desilusión: la vida partidaria socialista, dice Pignerol, está mucho menos determinada por los militantes que por los dirigentes encumbrados. Se trata de una estructura política profesional en proceso de notabilización. Como telón de fondo, el viraje en la política pública en la que el socialismo en el poder encarna, desde 1983, el llamado “giro del rigor”.
Es allí cuando optan por la vía de la socialdemocracia. En el caso francés, ello significaba, justo antes de las elecciones presidenciales de 1981, ingresar al Partido Socialista (PS). Este ingreso, en el que Pignerol participa, se realiza a título colectivo y apelando, según sus discursos, a la estrategia del “entrismo” preconizada por Léon Trotski con la idea de penetrar la socialdemocracia para “el día de la Revolución, hacer caer el aparato del buen lado”. El argumento puede ser inocente para el analista, pero movilizó motivaciones de reconversión en lo militante y en lo profesional. Pignerol y sus camaradas revolucionarios aprenden a negociar en términos político-prácticos con dirigentes socialistas por intermedio del sindicalismo estudiantil. Es el aprendizaje de la política parisina territorial y de la lógica de las negociaciones formales en los inicios de la presidencia de François Mitterrand.
Pero todo condujo a una nueva desilusión: la vida partidaria socialista, dice Pignerol, está mucho menos determinada por los militantes que por los dirigentes encumbrados. Se trata de una estructura política profesional en proceso de notabilización. Como telón de fondo, el viraje en la política pública en la que el socialismo en el poder encarna, desde 1983, el llamado “giro del rigor” (política de ajuste, para muchos autores, puntapié inicial del neoliberalismo a la francesa). Un año después, la reforma educativa impulsada por el ministro Alain Savary es derrotada en las calles, producto de la fuerte movilización de la derecha católica vinculada a las escuelas privadas. El horizonte político es deprimente, en palabras de nuestro actor. Sólo emerge la marcha de los “beurs” (árabes, en francés lunfardo) en el mismo 1983, dirigida por un sacerdote católico que impulsa la movilización por gran parte de Francia y que persigue defender la causa de los franceses surgidos de la inmigración, como protesta ante el auge del racismo –conviene recordar que es el momento en el que el Frente nacional de Jean-Marie Le Pen pasa de ser una formación grupuscular a convertirse en partido político de extrema derecha, algo que sacude al sistema político francés desde esos años.
El grupo de Pignerol ve en este emergente una oportunidad política para movilizar a la izquierda desde la juventud. A partir de contactos socialistas, le hacen llegar una carta al propio presidente François Mitterrand redactada por nuestro protagonista. Gracias a esta “Note au président de la République”, en la que le indican a Mitterrand que, por intermedio de movilización juvenil antirracista, él podía ser reelecto presidente, se pone en marcha todo un movimiento asociativo novedoso: SOS Racismo. Tal asociación supone la interface entre burocracia estatal y movimiento social. Poco después, el grupo de Pignerol confluye con otros sectores disidentes y conforma una nueva corriente en el Partido Socialista: la “izquierda socialista”. A mediados de los años 1980, el ascenso de este grupo genera el interés de Jean-Luc Mélénchon, que en la época era un muy joven senador socialista.
El vínculo con Mélénchon sería duradero y marcaría gran parte de su vida política posterior. Pignerol continúa su militancia partidaria y actúa como asistente parlamentario y municipal, alternando su tiempo con SOS Racismo. En los años ’90, Pignerol busca alejarse de sus funciones de “permanente político”, de apparatchik, para diversificar su perfil profesional. Ello se explica, en parte, por la debacle electoral de su propio partido y, en parte, por las nuevas exigencias de la vida familiar: el nacimiento de su hija en 1992 profundiza su necesidad de alejarse del militantismo retribuido para ganar cierta autonomía. Desempleado, cobrando el subsidio de desempleo, intentó ingresar a la Escuela Nacional de Administración (ENA) por la vía del “Tercer Concurso” (destinado a dirigentes asociativos). Consiguió el ingreso entre los mejores de su promoción y eso le permitió realizar una carrera en el Consejo de Estado.
Esta legitimidad profesional le permitió construir un perfil de alto funcionario de orígenes militante, con savoir-faire tecnocrático y “movimientista”, y de perfilar de mejor manera sus funciones con su carrera política. Pertenecer al Consejo significa integrar la “muy alta función pública”. Algo que, a pesar de su asombro, podía ser coherente y prestigioso dentro de la tradición de izquierdas: “descubro con estupor que mis camaradas, que sin embargo vienen de la extrema izquierda, cuando hablo me escuchan diferentemente; es el peso del reconocimiento social”. El socialismo lo busca para integrar la Comisión de Conflictos, órgano disciplinario dedicado a resolver disputas de orden personal. Tal rol le permitió comprender no sólo cómo funciona tal partido sino también conocer quiénes son sus actores territoriales. Fue vicepresidente y presidente de tal institución hasta 2013, fecha en la que renunció al PS.
Esta experiencia y conocimiento le sería de gran utilidad a Mélénchon cuando buscó extender territorialmente su formación política. A pesar de permanecer en el PS, Pignerol mantuvo esta amistad con el fundador del Parti de Gauche (Partido de Izquierda). Incluso, compartieron sus vacaciones en 2011 cuando Mélénchon, candidato del Frente de Izquierda, escribe su célebre libro Que se vayan todos.
Años más tarde, ya juntos, llega el momento de la construcción de la Francia Insumisa y de la aclimatación explícita a las tesis del populismo de izquierda que signaría a esta formación. Pignerol relativiza la influencia de Ernesto Laclau y de Chantal Mouffe en esta conversión, Se trata más bien de dos cuestiones: la primera, estratégica (captar votos de la abstención), la segunda, teórica (pensar en el agotamiento del proyecto social-emócrata, así como en otro momento hizo falta reflexionar sobre el agotamiento revolucionario). Sin embargo, es consciente de las dificultades de éxito de una candidatura populista en el contexto institucional francés. Para ello, Pignerol se ocupaba de toda la construcción “por arriba”: crear espacios intelectuales y think-tanks para que estos sectores pudieran sumarse al proyecto insumiso. Tarea no sencilla, porque era el único Quijote a disposición de Mélénchon para tal tarea.
La vida de Pignerol es, en síntesis, la de un largo aprendizaje: de la militancia, de la política partidaria, del trabajo asociativo y de los engranajes del Estado.
El otro dispositivo del éxito populista consistía en el sometimiento político de la administración. Es decir, en el ejercicio del poder y de disciplinamiento de la burocracia. En caso de victoria en las elecciones, iba a ser necesario aplicar “la revuelta del capitán contra los coroneles”: “¿los coroneles no están contentos? Se jubilan. Y se recluta en los estamentos inmediatamente inferiores […] Mis jóvenes camaradas de la ENA tienen las convicciones en función de sus ambiciones”.
La vida de Pignerol es, en síntesis, la de un largo aprendizaje: de la militancia, de la política partidaria, del trabajo asociativo y de los engranajes del Estado. Una cruel enfermedad terminal terminó abruptamente con su vida y no le permitió ver los frutos de su trabajo al servicio de su líder y amigo.
El caso, idiosincrático y excepcional a sumo, nos permite, sin embargo, abordar dimensiones de mayor generalidad. Pero sin disolver esa singularidad biográfica que toda reconstrucción específica debe respetar. Pignerol evoca a muchos personajes literarios en la línea de los héroes de Stendhal: aventurero, contradictorio, extremadamente curioso y abierto (al punto de apreciar ser entrevistado por un investigador argentino), con un estilo viril en el que las amistades son vínculos a largo plazo, casi indisolubles. Francmasón, miembro de la logia del Gran Oriente de Francia desde mediados de los años 1990, me afirmó en uno de sus intercambios que él “había sido formado políticamente por los trotskistas… y por los jesuitas”.
Una historia con infinidad de lecciones biográficas que merecen ser analizadas y profundizadas. Para, finalmente, ser narradas.