A 48 años del último golpe militar en la Argentina y en tiempos oscuros, Martín Hourest nos invita a reflexionar sobre aquel grito que nos mancomunó: NUNCA MÁS. La historia de un fracaso y la necesidad de forjar una sociedad sobre la igualdad, la tolerancia y la justicia.
Si sólo se tratara de ordenar las emociones –como lo hacemos con el celular o las llaves– y sentirnos cómodos con nuestras certezas, sería fácil. El ritual de cumplir con la responsabilidad ética y moral ocupando calles y plazas sería sólo eso. Pero es un día que debe invitar a la reflexión profunda. En lo personal, creo que la duda ayuda, aunque duela, o que, tal vez, duele porque nos ayuda. A quienes prefieran las certezas, quizá no tendría que seguir leyendo.
Quienes siguen son dudas, deudas y dolores que no les basta con lamerse las heridas. El sentido de las cosas siempre se esconde en los resquicios y se alumbra de forma dolorosa.
El 24 de marzo de 1976 es la fecha de un rotundo fracaso, bestial y trágico de la sociedad argentina. No fue un meteorito que nos impactó, ni tampoco una confabulación de minorías de la que no fuimos parte.
Hace 48 años fracasó la política como articulación de intereses, construcción de imaginario y gestión de conflictos. Eso implicaba derrotar al golpismo, ordenar la economía, y frenar el largo ciclo de violencia dentro de la ley y respetando los derechos humanos.
Marzo del 76 empezó, quizá, en 1974, sino antes, cuando se inició la represión estatal ilegal extendida y prohijada desde el gobierno, dando rienda suelta a las Fuerzas Armadas y las de seguridad. Al terrorismo de Estado le dieron partida de nacimiento cuando ya llevaba años corriendo por las calles, las fábricas, los barrios, las universidades y los colegios.
El 24 de marzo de 1976 es la fecha de un rotundo fracaso, bestial y trágico de la sociedad argentina. No fue un meteorito que nos impactó, ni tampoco una confabulación de minorías de la que no fuimos parte.
En 1976 algunas personas pensamos que perderíamos demasiado (el golpe de Chile estaba ahí para advertirnos); otras creyeron que recuperar cierta tranquilidad valía el precio que se tenía que pagar; algunos otros que la situación sería más clara (lucha abierta y sin mediaciones institucionales); y, finalmente, quizá los menos, creían que tenían todo por ganar. Estos últimos fueron los que usaron la crisis como justificación, clima de época y pretexto para intentar reconfigurar definitivamente la Argentina.
Las organizaciones armadas ya estaban derrotadas para marzo de 1976, crecientemente aisladas en términos sociales y sin rumbo político. Sin embargo, ese fue el motivo utilizado inescrupulosamente para la tortura, la reclusión ilegal, los asesinatos masivos, la apropiación de niños.
Donde debió existir ley, respeto, transparencia y garantías para superar la violencia; estas minorías poderosas eligieron los procedimientos más abyectos, innombrables y aberrantes para convertir al Estado en terrorista. Las incontables víctimas se convirtieron en trofeos que sirvieron de advertencia y recordatorio de quién y para quiénes gobernaban los golpistas.
Nuestro fracaso del 76 nos llevó allí. A la bestialidad, la desindustrialización, la injusticia social. La recuperación de la democracia, como contraparte, trajo bajo el brazo el trabajo, el esfuerzo y el coraje del NUNCA MÁS.
¿Qué era el NUNCA MÁS? Un acuerdo de desiguales que buscaban la igualdad. No lastimar, no violentar, escuchar, reparar, igualar. Reapropiarnos de la ley y decidir sobre nuestra propia vida sin violencia y sin injusticia. Las bases para que eso no se volviera a repetir.
Se buscó que ese concepto y esas palabras fueran el código de una nueva convivencia. NUNCA MÁS era un grito transversal: de quien sufrió la capucha, el golpe y la mordaza; también del que calló por miedo; del que pensó “algo habrán hecho”; del que apretó los dientes mordiendo la puteada e, incluso, del que estaba convencido de que “hacía falta orden”. También aquellos pibes que, sin haberlo vivido, se embanderaron en esa causa y entrevieron, quizá, una mezcla de orgullo, de llanto y de certeza en sus viejos.
¿Qué era el NUNCA MÁS? Un acuerdo de desiguales que buscaban la igualdad. No lastimar, no violentar, escuchar, reparar, igualar. Reapropiarnos de la ley y decidir sobre nuestra propia vida sin violencia y sin injusticia. Las bases para que eso no se volviera a repetir.
El NUNCA MÁS era igualitario, no tenía zonas VIP para los “socios fundadores”, ni exclusiones. Asumía que debíamos partir de nuevas bases y extenderla hacia la vida cotidiana. Donde el maltrato y el desprecio habían hecho mella, donde las oportunidades y la esperanza se extinguían.
Porque en el fondo del NUNCA MÁS también había una pregunta insinuada en las fotos blanco y negro de las mujeres y hombres arrasados: ¿Pude ser yo?
Pero no seamos complacientes con el NUNCA MÁS. Nunca fue un consenso pacifico, ni siquiera entre los que lo sostuvieron aún sin defenderlo. Para algunos fue bandera y programa, para otros apenas un paso vacilante. Hubo quienes lo caracterizaron como traición y quienes lo redujeron a “consenso”, como si esa palabra fuera una herramienta banal, pretenciosa y distractiva de la verdadera política.
Pero el NUNCA MÁS, aunque la memoria nos haga trampa (o nos hagamos trampa con nuestra historia), duró muy poco como política. En 1989 y 1990 el peronismo lo arrasó mediante indultos que no sólo quitaron culpa y cargo a las cupulas militares del terrorismo de Estado, sino también al Ministro de Economía de la dictadura y gerenciador del plan de destrucción de la economía y la sociedad argentina.
Esto es: mediante el voto popular mayoritario y reiterado a lo largo de una década se instituyó la libertad de los genocidas y se llevó adelante (como ni siquiera la dictadura en sus mejores tiempos lo soñó) una política de destrucción y privatización del Estado, ataque a la moneda local, ruptura del mercado de trabajo con una profundidad y velocidad inéditas en el mundo, entre tantas otras cosas. Nada nuevo bajo el sol.
Sera bueno que muchos no se confundan y reconozcan que las huellas más recientes de esos crímenes no están sólo en el 76 sino en aquellos 90.
Y, de nuevo, ¿Por qué marchamos hoy? Para buscarle un nuevo sentir en común a una celebración que se fue vaciando. Sí, aunque moleste, el 24 de marzo no puede terminar en un “grito identitario”, ni una colección de crueldades biográficas, ni una galería del horror compartido.
Si se trata de la reconstrucción del pacto de la ley y el bienestar, eso se puede sintetizar y reclamar en ese NUNCA MÁS. ¿Qué sentido tiene eso si vivimos con menos riqueza y peor que en 76, si a la violencia sobre los cuerpos se le suma la violencia de la moneda y los precios, la del desempleo y la precariedad de la existencia?
La pregunta es si sólo alcanza con las atrocidades pasadas, las similitudes de los negacionistas de hoy, los atropellos a las libertades y derechos conquistados, el meneo del “están volviendo” ¡Como si, a la luz de los resultados, los 90 se hubieran ido en algún momento! ¿Alcanza?
Estar satisfecho es un buen negocio para mirar a los demás desde arriba. Como si un nuevo meteorito u otra secta o minoría de clase fuera la explicación de lo que nos pasa y entonces podemos respirar tranquilos porque la responsabilidad pasó de largo y escondimos la libreta.
La construcción de un sentido que abreva en el resentimiento, denuncia los acuerdos, insulta y desprecia a los otros y propone un individualismo donde todo se compra o se vende no es un accidente, ni un virus, ni una ola de moda ideológica mundial. Es una consecuencia de lo que ha pasado aquí.
La construcción de un sentido que abreva en el resentimiento, denuncia los acuerdos, insulta y desprecia a los otros y propone un individualismo donde todo se compra o se vende no es un accidente, ni un virus, ni una ola de moda ideológica mundial. Es una consecuencia de lo que ha pasado aquí.
Sólo los irresponsables históricos, cínicos sin remedio o inútiles saturados de consignas pueden suponer que la precariedad, la angustia diaria, el maltrato de las empresas, y del Estado no fueron los insumos esenciales para esta actualidad. Esta suerte de totalitarismo de mercado que pretende imponerse como salvación y promesa.
Cuarenta y ocho años después hemos vuelto a fracasar. El riesgo de convivir en un estado de mayor crueldad social y maltrato está creciendo.
A diferencia del 24 de marzo de 1976, ahora marchamos con verdades precarias, buscando criterios de bien común, con dudas enormes acerca de los rumbos y nuestras capacidades. Con culpas impagables por haber fracasado tanto en nuestra historia, para que nos vean aquellos que no nos acompañan ni nos entienden. Se trata de mostrarles que hay otros iguales a ellos buscando un poco de paz, tranquilidad, igualdad y justicia.
Siempre en la vida queda la duda. Si una palabra o un gesto habrían cambiado algo, si podríamos haber hecho las cosas de otro modo y mejor. Prefiero no quedarme con la duda y hablar, hacer el gesto y caminar. Nos vemos en la calle y en la plaza.