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Entre el Guasón y el loop la Argentina virtual

por | Oct 21, 2024 | Opinión | 0 Comentarios

La siguiente nota está destinada a la práctica política, un texto de urgencias. La expresión de una deuda individual e histórica. Un abrazo sin certezas.

“En tiempos de crisis, los inteligentes buscan soluciones y los inútiles culpables”
Hiparco de Nicea

 “La incomprensión del presente nace, fatalmente, de la ignorancia del pasado”
Marc Bloch

Surge de la concepción que indica que un conocimiento sesgado lleva a una práctica limitada, ineficaz o reaccionaria. Si no se puede analizar correctamente la realidad no se puede actuar bien y solo queda “resignarse“ a la denuncia o al relato. Por eso, decide no esconderse en enunciados o análisis sofisticados, ni refugiarse en la indignación ya sea genuina o impostada, a menudo cómplice de una comodidad sin riesgos, y que se disfraza de superioridad ética.

Aquí se sale a caminar entre el desengaño, el desprecio, la angustia, la fractura y las ofensas. Sale a andar por la Argentina de octubre del 2024. Una sociedad que experimenta , hay que reconocerlo con honestidad, una crisis civilizatoria. Hoy el fundamento real, las bases de nuestra actual vida en común es la inseguridad existencial de las mayorías, el desprecio y el abandono.

Nuestro principio ordenador como sociedad es la indecencia. El orden del maltrato donde convive un cuestionamiento a la convivencia por la reproducción de las desigualdades, el genocidio de los proyectos de vida individual y colectiva, la emergencia de un individualismo autoritario y la impugnación a cualquier representación. Esta sociedad y su tipo de crisis se ha venido formando y transformando a lo largo de décadas, no es un accidente, ni una anomalía inimaginable. Es un producto. Es nuestro producto.

Ni aquí, ni en ningún lado, ni ahora, ni en otros tiempos, estas situaciones les suceden a sociedades de ángeles asoladas por demonios. Las responsabilidades son proporcionales a los distintos dispositivos de poder de los que cada quien dispone y los acuerdos o resistencias para reconocerlos, admitirlos o impugnarlos.

Si cada sociedad construye su vida entre el miedo y la esperanza, cabe reconocer que la nuestra presenta hoy una agregación fenomenal de miedos diversos y superpuestos; un excedente de pavor casi inagotable y una dispersión microscópica de esperanzas fugaces.

«Si cada sociedad construye su vida entre el miedo y la esperanza, cabe reconocer que la nuestra presenta hoy una agregación fenomenal de miedos diversos y superpuestos; un excedente de pavor casi inagotable y una dispersión microscópica de esperanzas fugaces.»

Es importante aclarar que la cultura predominante de un tiempo, mucho mas duradera que los mandatos electorales y las explicaciones que se les destinan, no es la sumatoria de ideas al voleo, sino la condensación de ideas anteriores, formas concretas de vida, estrategias de reproducción cotidiana e histórica de los actores sociales, imaginarios individuales y colectivos, sus correspondientes sentidos de bien y mal, de admisible e inadmisible, sentido de orden y jerarquía.

Por eso el resultado y los efectos de esta regresión, al igual que los 90 no desaparecen cuando se derrota a la ultraderecha. Lo vivido, el achicamiento de la sociedad, la mercantilización de todo, la desconfianza, la desestructuración de la vida y la producción de una nueva vida y una nueva riqueza no frenan con los calendarios electorales. Siguen trabajando sobre cada uno, siguen haciendo con la vida cotidiana y la vida pública a los individuos que tomarán decisiones, administrarán sus broncas y violencias, protegerán sus sueños y a los tuyos, se despedazaran y juntarán sus pedazos para seguir.

No hay brotes, hay procesos.

La intención y la obligación con este texto, no es iluminar ni aseverar, ni demostrar y, menos aún, verificar. Estas reflexiones y esta práctica, sabiéndose en deuda, se ponen en duda. No sacan pecho, se quitan protecciones.

Esto no es un horóscopo para la Argentina, ni un texto de ayuda para quien busca muletas para argumentos desvencijados, ni un ansiolítico para aplacar riesgos propios mientras señala con falsa emoción riesgos de otros.

ORDEN DEL DESPRECIO

Hace una década sostuvimos que se estaba instalando en la Argentina y en el mundo un orden del desprecio que implicaba, en el marco de un capitalismo global sin contendientes sociales e ideológicos, sin miedo a las movilizaciones o los estados: un proceso masivo e intensivo de mercantilización, una agresión sostenida sobre lo común, una revisión hacia atrás de los acuerdos sociales y las formas de vida y, quizá los mas irrefrenable, la conformación de un individualismo desconfiado, iracundo, autodestructor e intolerante.

En definitiva una nueva forma de producir sociedad y de reproducirla cotidianamente que pone en riesgo, día a día, el sentido de la vida en común.

Estaba y está a la vista que ese orden social, con jerarquías y principios propios, no iba a encontrar en los sistemas de convivencia, participación y decisión como la democracia: la libertad como capacidad de la realización individual y colectiva y la igualdad como condición indispensable para la libertad su razón de ser.

Pero ese orden es una abstracción que incluye cómo y dónde se trabaja y se vive, cómo nos tratan, con qué herramientas materiales, intelectuales y emocionales afrontamos lo cotidiano, la dimensión de nuestras expectativas , el uso del tiempo de vida y el reconocimiento de los otros.

Por eso, cuando las economías no crecen y estalla el mundo del trabajo, los derechos son amplios y las satisfacciones efectivas escasas, las instituciones se vuelven indiferentes, ineficaces o crueles, los prójimos pasan de apoyos a amenazas. El futuro es esquivar la tragedia cotidiana y la utopía no está adelante en la imaginación sino atrás y en un recuerdo adulterado por la melancolía.

Así el orden del desprecio se reproduce de manera ampliada.

«cuando las economías no crecen y estalla el mundo del trabajo, los derechos son amplios y las satisfacciones efectivas escasas, las instituciones se vuelven indiferentes, ineficaces o crueles, los prójimos pasan de apoyos a amenazas. El futuro es esquivar la tragedia cotidiana y la utopía no está adelante en la imaginación sino atrás y en un recuerdo adulterado por la melancolía.»

Hace décadas era materia de debate y de práctica política, el choque de estas preguntas ¿Cuánto capitalismo soporta la democracia?¿Cuánta democracia soporta el capitalismo?

Ese debate es un lujo del pasado. Una joya de la abuela. La cuestión hoy es ¿Cuánta vida en común, cuanta naturaleza común, cuánto respeto a los demás soporta el orden del desprecio?

Es imprescindible subrayar, con insistencia y sin complacencia, que este orden preexiste al surgimiento de las ultraderechas y que venía ganando legitimidad en conflictos cotidianos, conflictos políticos y epocales aunque su expresión electoral y mediática no fuese tan difundida. Ni siquiera los brotes de bestialidad contra la inmigración, las ideologías progresistas o las diversidades son novedosos, ni remiten solo al fascismo y al nazismo.

Los pueblos colonizados a la fuerza, las mujeres, la militancias anti sistémicas previas a la guerra del 1914 tendrían también su enciclopedia del horror. Con una enorme e inigualable diferencia se vivía, se pensaba y se luchaba, se comía, se moría y se enamoraba con la convicción de que lo mejor estaba por venir. Recordemos que cada sociedad es sus conflictos y los acuerdos y sometimientos en que los encuadra.

Todos los órdenes tienen, entonces, ganadores y perdedores relativos. Todos los órdenes sufren conmociones, crisis y reacomodamientos. Su vitalidad se demuestra cuando admite sucesión de cambios, aún aquellos que repugnan a sus beneficiarios, sin alterar la reproducción ampliada en el tiempo y el espacio del mismo.

AGRAVIO, RESENTIMIENTO E INDIVIDUALISMO

Quizás por pereza o por imbecilidad muchos supusieron que las crisis y las conmociones iban a replicar o a mantener “un parecido de familia” con los episodios del pasado inmediato.

Tampoco se tomó el camino de revisar otras conmociones disponibles en la práctica y la teoría para, sin cuestionar al sistema social que defienden aunque no lo nombren, ni comprender condiciones de hartazgo, saturación y fractura ética.

Dentro del movimiento general del orden del desprecio se verificó la aparición, extendida y con mil voces y situaciones expresadas, de un generalizado agravio moral.

Hablamos de agravio moral cuando se violan las reglas, se rompen acuerdos sin denunciarlos, se estafa la confianza social e individual, se tergiversan las palabras, se privatizan sentidos y sentimientos colectivos para uso y beneficio de una elite.

Contrariamente a lo supuesto, el agravio moral no es la reacción a la penuria, la escasez, la desigualdad o la caída. Es el conjunto de valores y valoraciones que se llevan encima: los mandatos de la cultura y el trato, las hipotecas consigo mismo y los cercanos. La conciencia, la cultura y la moral que explican y producen la mesa, el alimento, la casa, el trabajo, el respeto entre todos, la noción de tiempo común y de idioma realmente comunicativo. El agravio moral  puede alimentar un momento reaccionario, de fundamento, de intolerancia, aislamiento y violencia, pero rara vez abre la brecha que facilita la acción colectiva.

Si el trato a cada uno, los bienes públicos, el trabajo, la justicia, el ambiente y el tiempo diario y cotidiano son cada vez peores, injustos, segmentados y su asignación es vista como esclava de la cercanía a los poderes establecidos, el agravio se alimenta y crece. Resulta vital dejar en claro que ese agravio no fue experimentado por colectivos que se reconocieran como tales, fueran clases, organizaciones o sectores, sino que pegó de lleno en cada integridad personal y en cada subjetividad individual.

Si el agravio moral se puede caracterizar como la reacción ante un “saqueo de la fe” por los poderes, es necesario dar entrada a otro concepto central de este análisis : la cultura del resentimiento. Llamamos cultura del resentimiento a las ideas, las prácticas, los modos y las visiones que implican volver a pasar por una experiencia repetida y amarga de lo que pudo ser expectativa, normalidad o deseo. Una vida personal o común truncada que obliga a recorrerla entre gente, lugares e instituciones que pasan de ser convivientes a detestables, próximos a hostiles.

Queremos decir, sin eufemismos, que ese orden social y esa cultura, que vienen expandiéndose hace décadas, fueron el principal enemigo de lo común, lo colectivo y lo público y que la ultraderecha no es la productora sino su emergente minoritario, desarticulado y altamente peligroso.

Ciertamente es más cómodo, aunque sea rotundamente falso y genera complicidades fáciles y empatías berretas, cargar en la mochila de la ultraderecha y las redes sociales la responsabilidad de estos fenómenos. La realidad no sería ya un producto de la sociedad sino la consecuencia del shock exógeno de perversiones universales.

«El individualismo autoritario es producto, productor y reproductor de esta cultura. Se siente al borde de una expropiación de su vida, vive una batalla sorda con todo lo que afecte ´la mía´, con temor o desprecio al de al lado desconocido en sus méritos y enormes sacrificios, ya no soporta ese ruido de palabras sin sentido que discuten, cuestionan, interrogan o impugnan su micro dictadura del yo.»

El individualismo autoritario es producto, productor y reproductor de esta cultura. Se siente al borde de una expropiación de su vida, vive una batalla sorda con todo lo que afecte “la mía”, con temor o desprecio al de al lado desconocido en sus méritos y enormes sacrificios, ya no soporta ese ruido de palabras sin sentido que discuten, cuestionan, interrogan o impugnan su micro dictadura del yo. No tiene tiempo ni le quiere dar lugar a todo aquello que lo haga aproximarse al trabajo de entender. Se trata sólo de juzgar y repudiar.

Surge entonces la paradoja típica de la cultura del resentimiento: lugares como igualdad, ley, estado y derechos que operaban como punto de reunión y hoy son fronteras “calientes” donde se tramita una ofensiva permanente que arrasa con lo que queda del individuo.

Resumiendo, enfrentamos como humanidad un intento de reconversión capitalista global y prepotente que tiene sus campos de enfrentamiento en la subjetividad, la democracia y el ambiente. El tipo de sociedades que conocemos y a partir de las cuales diseñamos las estrategias de transformación, se está escurriendo cotidianamente. En nuestro país este proceso adquiere características muy propias dado que el imaginario del progreso común y la prosperidad colectiva, aunque presente en banderas y movilizaciones, en discursos y debates en el pensamiento de organizaciones políticas y sociales, estaba muerto en la vida diaria aunque se escucharan sus gritos entre las ruinas.

¿SE VIENE EL ESTALLIDO?

Empezamos muy bien el proceso de reconstrucción de la democracia, parte de esos beneficios se extiende hasta nuestros días. Pero vamos mal, muy mal.

Somos el único país de América Latina que tiene más pobreza que hace 40 años.

Nuestro PBI per cápita es similar al de hace 50 años atrás.

El PBI por habitante desde 1975 hasta 2023 creció sólo 33% y hasta hoy hubo 23 años de crisis.

Mas del 45% del trabajo es informal.

La pobreza infantil supera los 66% y hace décadas oscila en el 50%.

La población argentina crece menos de 1% anual.

El estancamiento de la producción y de los ingresos durante los últimos 12 años y la bestial y criminal caída experimentada en el 2024 configuran una catástrofe. A este paso necesitaremos más de 100 años (todos los argentinos de hoy estarán muertos) para duplicar nuestro ingreso disponible. Estas cifras son apenas puntos de apoyo, precarias ayudas para ilustrar que el fundamento real de nuestra actual vida en común, es la inseguridad existencial de las mayorías, el desprecio y el abandono. El pilar de nuestra sociedad es la indecencia.

«El estancamiento de la producción y de los ingresos durante los últimos 12 años y la bestial y criminal caída experimentada en el 2024 configuran una catástrofe. A este paso necesitaremos más de 100 años (todos los argentinos de hoy estarán muertos) para duplicar nuestro ingreso disponible. Estas cifras son apenas puntos de apoyo, precarias ayudas para ilustrar que el fundamento real de nuestra actual vida en común, es la inseguridad existencial de las mayorías, el desprecio y el abandono. El pilar de nuestra sociedad es la indecencia.»

Una demostración temprana de ese estado fue, ante la brutal ofensiva de la ultraderecha, refugiarse en la esperanza del estallido.

¿Cuánto aguantará la sociedad? Así se creía resolver un par de cuestiones espinosas.

La primera, fugarse de una elaboración colectiva del estado de la sociedad, de la vida real de su gente y de cómo se llegó hasta aquí.

La segunda, correr a la política del trámite engorroso de construir un ideario, un lenguaje, prácticas, propuestas y conductas para enfrentar a este totalitarismo de mercado.

El estallido, ese hartazgo en acto colectivo, sonoro y militante, operaba como principio redentor.

Para los poderosos los despreciados, los perdedores, los castigados, los maltratados y los invisibles, como en tantas otras ocasiones iban a  luchar por imponer un nuevo rumbo. Serían la mano de obra barata en la construcción de un edificio que ni diseñaron, ni jamás iban a ocupar.

El mito del estallido redentor, tan querido por algunas tradiciones políticas, sin políticas previas, sin imaginarios compartidos, sin definición de lo común suele terminar en una solución conservadora o en una aventura reaccionaria.

«El mito del estallido redentor, tan querido por algunas tradiciones políticas, sin políticas previas, sin imaginarios compartidos, sin definición de lo común suele terminar en una solución conservadora o en una aventura reaccionaria.»

¡Que estallen los otros! Los pobres, los jubilados, los estudiantes, los trabajadores formales, los monotributistas, las mujeres, las diversidades, los ambientalistas y así, en el barullo, se salvan los administradores de poderes.

Atrás del estallido se escabullen los que, habiendo fracasado ruinosamente en la gestión de las tensiones y bloqueos entre el capitalismo y la democracia, aceptaron las continuidades para no apartarse de la decadencia que los encuentra como protagonistas.

El estallido operaría como un viaje gratis para las distintas oligarquías de los “campos nacional y popular”, “liberal y republicano”, “izquierda anticapitalista” y “ gente de bien”. El hartazgo violento en la calle operaría como la fuerza inmanente que habilitaría a la no toma de decisiones. Es decir el reino de la mala fe. Pasividad o rutina frente al entorno.

El estallido, digámoslo sin vueltas, es el salvoconducto del bloqueo de la imaginación y las hipocresías. La salida posterior del caos, la demanda de volver a una convivencia aceptable, vista la ausencia de un programa transformador efectivo, es el timbre de llamada a lo de siempre, a los que saben, a los profesionales del asunto. Entonces vuelven asegurando que aprendieron la lección, que entendieron la necesidad de caminos nuevos y de buscar nuevos horizontes al precio de que sigan siendo conductores.

Explotar para que poco cambie o peor aún para aceptar a cambio de una paz de corto plazo un piso civilizatorio mas bajo por décadas. Esta no es una elucubración intelectual sino es la revisión concreta de las crisis argentinas. Después de cada episodio lo perdido, la reducción de los niveles de vida y expectativas, nunca volvieron a alcanzar lo anterior.

¿QUÉ MIERDA TIENEN EN LA CABEZA?

Pero la inquietud  de por qué no se produce o el desprecio por los que no lo producen sintetizado en la fórmula ¿Qué mierda tienen en la cabeza? impide considerar lo que sí se está produciendo, lo que crece, lo que daña.

Para no reconocer la realidad se la esconde en números. Para no evaluar sus efectos se revolean acusaciones. Un mundo de imágenes, virtualidades arrojadizas, comparaciones beligerantes, todo vale para no hablar en serio.

La sociedad venía, viene y seguirá implosionando parece que eso no hay que verlo. En lugar de acercarse para comprender, para compartir, que dolerse en común, eligieron los datos para prever, para protegerse o para hacer diminutas ganancias electorales.

El primer manoseo escandaloso es la periodización de la historia como si fuese un hecho autoevidente, un accidente geográfico o una parte del cuerpo humano. Toda periodización es una abstracción intelectual cargada de juicios, de intereses y de intenciones. Esto no está mal si se reconocen sus límites.

¿Qué implica un período?¿Un mismo tipo de políticas, una cultura que pregne las relaciones sociales, unos resultados, unas intenciones?

Allí empiezan los problemas porque las culturas no soplan tortas de cumpleaños, los resultados son compartidos en períodos diferentes al igual que algunas políticas y las intenciones, reales o declaradas, suelen escaparse de los tribunales de la historia donde quedan los hechos.

Ni el neoliberalismo terminó en los 2000 (nos seguimos cruzando con él en la cultura, en las instituciones y en las políticas que se hicieron y también en las que se evitaron) ni el ciclo pretendidamente “nacional y popular” duró lo que sumaron sus 16 años de mandatos, sino que dio signos de agotamiento temprano a sólo 6 años de haberlo instalado.

«Ni el neoliberalismo terminó en los 2000 (nos seguimos cruzando con él en la cultura, en las instituciones y en las políticas que se hicieron y también en las que se evitaron) ni el ciclo pretendidamente “nacional y popular” duró lo que sumaron sus 16 años de mandatos, sino que dio signos de agotamiento temprano a sólo 6 años de haberlo instalado.»

No hay períodos que sistematicen estos fenómenos porque se tomó otra opción. Se eligió la pornografía estadística. Esta consiste en una mirada de los fenómenos que permite usarlos en el goce del juicio, en el trabajo de edificar la superioridad moral e intelectual de quien suministra imágenes a los otros. Por eso se explotan las cifras para satisfacer el juicio y no la realidad, excitan sus vaivenes y sus sobresaltos, se detestan las continuidades porque aburren al espectáculo y los objetos pierden su motivación.

¿Quiénes son los objetos? Los hambrientos, pobres, los niños pobres, los indigentes, la NBI, los salarios, los desocupados que buscan empleo y los que no, los precarios y los intermitentes, los femicidios, el embarazo adolescente, los suicidios y consumos problemáticos en jóvenes, el desgranamiento y la repitencia escolar, los homicidios, los ludópatas, la gente sin casa y las casas sin gente, la disposición de agua corriente y conexión digital, la demanda de salud pública y de medicina privada y así hasta la náusea.

En una sociedad que se parece a un páramo de ideas, de acuerdos y de prácticas florecen los indicadores como arsenales y no como expresión de agravios.

¿Qué van a saber hacer, sentir los miembros de esa sociedad mucho más pobre, más astillada, más injusta, sin perspectivas de futuro? ¿Los sectores populares y los sectores medios, utilicemos por un segundo esa clasificación aunque no ofrezca demasiado, quieren habitar esos porcentajes, sienten que comprenden su vida o su vida hoy es no querer ser parte de ningún porcentaje?

A esos sujetos les expropiaron su ser con la violencia de décadas, hoy son seres de ficción que viven como suponemos y piensan y sienten cómo les asignan. Convierten millones de vidas en ficciones de la Argentina virtual  y son nuestras miserias éticas revestidas de ideologías comprometidas.

La Argentina virtual no es la proliferación de redes o de sujetos que interaccionan en ellas, tampoco es la esperanza de virtudes por venir, es aquella que solo es tomada en cuenta si produce efectos traumáticos. Mujeres y hombres que solo valen como consecuencia a impedir, no como potencia a reconocer.

«La Argentina virtual no es la proliferación de redes o de sujetos que interaccionan en ellas, tampoco es la esperanza de virtudes por venir, es aquella que solo es tomada en cuenta si produce efectos traumáticos. Mujeres y hombres que solo valen como consecuencia a impedir, no como potencia a reconocer.»

Insistamos hasta el dolor. Son restos humanos desparramados entre la ficción y la virtualidad. Pueden llegar a ser, abandonando la virtualidad, si se aproximan o los necesitamos para nuestras creencias e intereses o pueden ser desactivados a fuerza de desconfianza, palos y gasto desde nuestra soberbia, comodidad, cobardía o ignorancia.

Hacemos fetiches con ellos. Convertimos a los números en sujetos y a las personas en cosas. No es uno, ni un sector, ni siquiera una clase. Son millones transversales. Y no es por un tema (pobreza, maltrato, inseguridad, angustia) se trata de personas que saben y sienten que están pero también sienten que no existen.

Entonces reaparece la pregunta orientadora que mantiene la fe ¿Cuánto dura esto?

Y el ¿Esto? Es muy distinto para las astillas de una sociedad que tiene fracturado el espacio y el tiempo de cada uno. No perdió todo su vigor la explicación de que los pobres se rebelan cuando no tienen nada que perder y los ricos cuando no tienen nada que ganar.

Hay que aclarar que “nada que perder” no es el agregado de calorías, metros cuadrados, cuotas a pagar de educación y salud, alquiler y transporte. Está claro que hay necesidades de reproducción básicas pero, tan claro e importante como eso, que se vive, se mata, se sueña y se ama por otras necesidades que son históricas y sociales. Eso es ser, ser tomado en cuenta. Tener posibilidad de una biografía y no solo un itinerario  fijado de cuna a tumba.

LA HOGUERA DE LA IRA. BONZOLANDIA

En esa inseguridad existencial el riesgo no sólo está en la calle y el trabajo, está puertas adentro y dentro de la cabeza. Aparece como la amenaza de los otros pero también como la amenaza de uno mismo. Entonces aparece la ira como el lenguaje de la cultura del resentimiento.

La ira es una pasión que toma prisioneros, les inhabilita el sentido de la oportunidad, la capacidad de diálogo, la concepción de un tiempo compartido. La ira es una guerra contra todos “los amenazantes” donde el primer muerto es uno mismo.

La ira no se acumula y se reserva, no calcula ni mide consecuencias, no tiene estrategias, no viaja de unos a otros, ni de generación en generación. Por eso la ira no construye sino que convierte en ruinas a quien la porta.

El territorio de la ira es la implosión no el estallido. Claro que pueden existir estallidos de ira como también de cólera o de odio. Pero como en el Guasón, la ira quema, agrupa la fogata y se sacia con la acción inmediata. Entretanto la cólera y el odio convocan más al sentir en común, admiten estrategias y tienen paciencia.

«El territorio de la ira es la implosión no el estallido. Claro que pueden existir estallidos de ira como también de cólera o de odio. Pero como en el Guasón, la ira quema, agrupa la fogata y se sacia con la acción inmediata. Entretanto la cólera y el odio convocan más al sentir en común, admiten estrategias y tienen paciencia.»

¿Qué pasa con el sujeto de la ira? No encaja consigo mismo, se halla en falta, se ve que sobra, se siente desperdiciado y ese malestar cotidiano sumado al maltrato y desprecio colectivo lo incinera y consume igual que una fogata. La fogata que piensa y sueña como solución de todo lo que lo antagoniza, está quemado.

Mujeres y hombres que con el miedo, la intranquilidad y el cansancio consumen sus energías sólo para volver y no para llegar a otro lado. ¿De donde saldría la energía hacia afuera, de qué reservorio, si estamos anémicos por producirla y consumirla?

Las categorías sociales. como  el pueblo, los trabajadores, los pobres; no hablan ni actúan. Son abstracciones y la pretensión de desarrollar un lenguaje, una práctica y un imaginario social sólo desde una categoría exterior y no desde los agentes concretos lleva a un fracaso rotundo o a una farsa criminal. Hay que reconocer y darle voz a los sujetos, no convertirse en ventrílocuo de la lucha o la esperanza.

ESTADO Y MERCADO CONJUNTO FRACASADO

“Ser verdaderamente radical es hacer la esperanza posible no la desesperación convincente”

 Raymond Williams

Nunca se tuvo tanta información, tantos trabajos teóricos y empíricos, tanta experiencia de gestión del Estado en todos sus niveles (nacional, provincial y municipal) como en estas décadas.

Nunca se fracasó tanto y tan profundamente. Somos los más viejos -ninguna generación tuvo tanta vida-, sabios- ninguna generación acumuló tanto saber y tanta experiencia- y los más desastrosos de nuestra historia democrática.

Aquí no cabe desconocer que el cataclismo y las oportunidades desperdiciadas no son responsabilidad sólo de la dirigencia política y el Estado. Es el fracaso de una relación perversa entre el capitalismo y la democracia, no solo entre Estado y Mercado.

No sólo los políticos, sin embargo tienen toda la responsabilidad, los empresarios, los sindicalistas, dirigencias sociales y culturales, los medios de comunicación nunca adquirieron tanto saber y experiencia. Si fuera solo por esa acumulación de ideas, hechos y prácticas, por el acopio de recursos materiales, humanos y simbólicos, el fracaso sería impensable e inadmisible. Sin embargo sucedió.

Pero asimismo nunca el Estado y el Mercado fueron tan grandes (en relación al PBI y a los sectores donde se establecieron) y sus resultados fueron la implosión social, el estancamiento, la desarticulación productiva, la disolución y el daño feroz a una sociedad integradora pero no igualitaria y a una democracia representativa.

Hay suficiente evidencia internacional (leyes de trabajo forzoso de pobres, explotación colonial, papel de la moneda, violencia como resguardo de la propiedad y la disciplina social, economía de guerra, adelantos tecnológicos, etc.) para afirmar que no hay capitalismo como régimen social, no solo estructura económica, sin Estado. Esto significa que la interacción entre capitalismo y Estado, diversa en tiempos, regiones y países, es consustancial al capitalismo. Puede existir Estado sin capitalismo pero no lo contrario. El Estado no es una elección para el capitalismo, es una necesidad.

En nuestro país, pueden sumarse a la herencia colonial, la cesión de tierra pública, las leyes represivas, la protección a las industrias, los seguros a los bancos, la estatización de la deuda privada, el complejo industrial estatal como innegable fuente de demanda de los capitales privados y el endeudamiento externo.

Tanto en el mundo como aquí, capitalismo y estado son asuntos que pueden mezclarse de muchas maneras: estados de bienestar fuertes, mercantilización de bienes públicos, competencia, planificación, represión  y concertación social, por eso cada sociedad son los conflictos y acuerdos a que las sociedad arriban o soportan.

En las últimas décadas, podría fecharse en 1975, se abandonó el programa de industrialización inclusiva que con limitaciones fuertes e ineficiencias relativas importantes aún funcionaba. A partir de allí (no en vano tenemos hoy un ingreso per cápita similar al de 1974) la conjunción de Estado y mercado fue exitosa para producir ricos pero desastrosa para generar riqueza y para distribuirla. Esto implica algo central de nuestro presente: la riqueza colectiva no creció sino que  se destruyó la sociedad.

«En las últimas décadas, podría fecharse en 1975, se abandonó el programa de industrialización inclusiva que con limitaciones fuertes e ineficiencias relativas importantes aún funcionaba. A partir de allí (no en vano tenemos hoy un ingreso per cápita similar al de 1974) la conjunción de Estado y mercado fue exitosa para producir ricos pero desastrosa para generar riqueza y para distribuirla. Esto implica algo central de nuestro presente: la riqueza colectiva no creció sino que  se destruyó la sociedad.»

Una economía más chica y menos relevante en el mundo, más rústica, una sociedad astillada y una democracia sin respuestas no pueden dar solución y menos sostener la existencia de una clase media frondosa, un mercado laboral formal y un estado de bienestar expandido y defectuoso.

Esta sociedad le dio todo al mercado: medicina privada, educación privada, vivienda, aguas y saneamiento, puertos, aeropuertos, petróleo, jubilaciones, teléfonos, tecnología, trenes, rutas, bancos desregulados, beneficios fiscales enormes, estatización de deudas, etc. Nunca tan pocos recibieron tanto de tantos. Florecieron mercados y se multiplicaron las ganancias.

Sin embargo, a pesar de todo lo privatizado y las ganancias extraordinarias, sólo quedó en penuria la inversión reproductiva. Reafirmando el viejo chiste: “Donde los capitalistas no funcionan ponele crisis, no negocios”. En las crisis se hacen los mejores negocios sea devaluando el trabajo, recortando derechos o sepultando competidores.

La misma sociedad observó cómo el estado proveía legitimación a todo lo bueno y lo malo. Dejaron en gran medida de ser ciudadanos y trabajadores y pasaron a ser usuarios y clientes, beneficiarios de planes, empleados públicos y subcontratados de empresas privadas, monotributistas, jubilados de la mínima, testigos de la corrupción y los acuerdos corporativos y espurios entre el estado y el mercado. Millones y no solo pobres o precarios fueron descubriendo como el documento de identidad, las ansias de saber, la prevención de la enfermedad, la mesa y el hogar cada vez eran menos tomados en cuenta si no se pasaba antes por el bolsillo.

Para decirlo salvajemente, el Estado era bueno para promover negocios privados, para contener la tensión social, mantener viva la llama del progreso futuro. Pero un Estado sin prioridades y sin plata, sobreextendido en promesas y raquítico en resultados, acompañó sin pestañear la implosión. Un Estado que no combatía o expandía la inflación, se negaba a una reforma fiscal progresista, carecía de política industrial y no modificó ninguna de las estructuras del atraso y la desigualdad también recibía mucho de tantos.

Frente a cada demanda insatisfecha y siguiendo cada castigo del mercado la apelación fue a la presencia del Estado. De nuevo un viejo chiste “Donde no tenemos idea… ponele Estado”. Nada más alejado de lo necesario que es un Estado planificador, concertador y promotor. Un Estado que elige y que no es “carancheado” por empresas y corporaciones.

Aquí no hubo fracaso de mercado, tampoco un fracaso de Estado a expensas uno del otro. Fracasó el conjunto, la articulación, los arreglos y los sujetos sociales que lo llevaron adelante.

Frente a esta decadencia y regresión, la ultraderecha que domina la agenda pública y respira cómoda el espíritu del resentimiento y la ira, impulsa un totalitarismo de mercado. Ello implica llevar al mercado al principio que ordena la convivencia social. El Mercado es el Uno que excluye o incluye, premia o castiga las imperfecciones o las diferencias. A diferencia de la democracia que debe reinventarse y rehacer sus acuerdos, que reconoce que la sociedad y nosotros mismos cambiamos y se deben rediscutir en igualdad de condiciones los fundamentos de la misma; el totalitarismo de mercado ya tiene dado su fundamento.

«Frente a esta decadencia y regresión, la ultraderecha que domina la agenda pública y respira cómoda el espíritu del resentimiento y la ira, impulsa un totalitarismo de mercado. Ello implica llevar al mercado al principio que ordena la convivencia social. El Mercado es el Uno que excluye o incluye, premia o castiga las imperfecciones o las diferencias. A diferencia de la democracia que debe reinventarse y rehacer sus acuerdos, que reconoce que la sociedad y nosotros mismos cambiamos y se deben rediscutir en igualdad de condiciones los fundamentos de la misma; el totalitarismo de mercado ya tiene dado su fundamento.»

Alejado de objetivos comunes, recinto de choque de expectativas de beneficio individual, indiferente a las condiciones en que se llega a él, mecanismo de distribución de castigos y beneficios inapelables, el Mercado es una totalidad armónica en torno a los beneficios. Hay que desalojar a la política, a los acuerdos, a los valores éticos y suplantarlos por el poder de los intercambios.

Si el Estado democrático convivía con tensiones (nunca resueltas y siempre denunciadas) con la lógica de la servidumbre voluntaria, en el totalitarismo de mercado la relación es bestial, sin apelaciones en la jerarquía, ni de lo que queda adentro, ni del afuera.

En esta lógica el mercado nos declara libres pero no para polemizar, discutir, impugnar, defender posiciones, intereses sino para someternos a su imperio. Libres para contratar en igualdad sin mirar las desigualdades de partida, ni las humillaciones vigentes y cotidianas. Libres para obedecer, sin vergüenzas ni excusas, el imperio del mercado.

Tomado entre las ruinas del imaginario colectivo, el discurso del mercado y el del Estado no soportan la prueba ácida de la realidad pero tampoco la esperanza.

Asignarle al Mercado o al Estado carácter performativo se descubre hoy, como ayer y se descubrirá mañana, que las palabras por sí no hacen lo que nombran. Trabajo, igualdad, respeto, dignidad, prosperidad, libertad, sin las cárceles de necesidad, son tareas que requieren indefectiblemente de palabras pero no pueden hacerse sólo con ellas.

EL LOOP DE LOS SUICIDAS

En este trágico loop en que pretende fijarse a la Argentina, los fracasados del Mercado de los 90 y los de los años 2000 del Estado sin sentido transformador debieran reconocer sus responsabilidades y, si no es mucho pedir, admitir que carecen absolutamente de una nueva hoja de ruta entre el capitalismo y la democracia que implique prosperidad e igualdad. Las dos obligaciones que no pudieron o no quisieron concretar.

Cuando no hay agenda integradora de futuro, cuando no se puede imaginar un nuevo común ¡Qué mejor que provocar convulsiones internas! Esto es funcional al resentimiento y a la ira, condensa las energías sociales en plebiscitos instantáneos que creyendo discutir el presente lo hacen más vigente, más rígido y más inamovible al pasado. Sucede que el astillamiento social y la implosión  se han convertido hoy en el principal combustible y sostén del proyecto político de la ultraderecha.

«Sería imperdonable no dejar asentado que el avance de la ultraderecha no implica que a su destino esté atada una forma desigualitaria y cruel de reconversión social. Imponer aún con consenso pasivo nuevas formas de incremento de la explotación social, afianzar el debilitamiento definitivo de bienes públicos y sumar una explotación a destajo de la naturaleza, puede ser impulsada por otras formaciones (incluso algunas formalmente antagónicas) que consideren que es la única vía disponible para el desarrollo capitalista local.»

Sería imperdonable no dejar asentado que el avance de la ultraderecha no implica que a su destino esté atada una forma desigualitaria y cruel de reconversión social. Imponer aún con consenso pasivo nuevas formas de incremento de la explotación social, afianzar el debilitamiento definitivo de bienes públicos y sumar una explotación a destajo de la naturaleza, puede ser impulsada por otras formaciones (incluso algunas formalmente antagónicas) que consideren que es la única vía disponible para el desarrollo capitalista local.

Desde siempre los poderosos han proclamado la inevitabilidad del dolor social, la ponderación del último sacrificio, para recuperar el bienestar. Así pueden jugar a enfrentar sectores medios con populares, registrados con informales, universitarios con pobres, médicos con pacientes, vecinos con asfalto o calles de tierra. Para vender hay que parcelar.

YO VIVÍA BIEN CON MI MAMÁSería imperdonable no dejar asentado que el avance de la ultraderecha no implica que a su destino esté atada una forma desigualitaria y cruel de reconversión social. Imponer aún con consenso pasivo nuevas formas de incremento de la explotación social, afianzar el debilitamiento definitivo de bienes públicos y sumar una explotación a destajo de la naturaleza, puede ser impulsada por otras formaciones (incluso algunas formalmente antagónicas) que consideren que es la única vía disponible para el desarrollo capitalista local.

YO VIVÍA TAN BIEN CON MI MAMÁ

Son estas las circunstancias precisas en que parece nos radicamos en el país de la melancolía. El lugar donde se busca el refugio ante las amenazas de la vida. La marcha hacia un útero materno de vida confortable.

Ah… la melancolía. Para la psicología es un padecimiento surgido de una pérdida que bloquea y lastima. Para la política es una lógica reaccionaria, porque la política es construcción de futuro en atención de acuerdos, porque la política no puede obligar pasado ni afectos, aunque se inunde de mártires y causas nobles o de criminales y fanatismos políticos, morales o religiosos.

La melancolía siempre está pensando en volver a un paraíso que nunca existió como se lo recuerda y menos aún de lo que se desconoce de él y de los sufrimientos que ocasionaba.

El útero, la casa amable, siempre está atrás. Para algunos en los albores del siglo XX, para otros desde el 45, para algunos otros desde el 2003. Hay que volver. Vamos a volver…

La cuestión es que mientras seguimos enredados, prisioneros, enfermos de melancolía reafirmamos esa condición reaccionaria. En efecto, la melancolía nos desconecta de la vida concreta, de las preguntas y de los conflictos. Hace de las limitaciones y sufrimientos cotidianos un mal bosquejo contra el que comparar la brillante historia pasada. La vida no es así un plan de operaciones sino una visita al cementerio de los afectos y los sueños. El parque temático de las utopías individuales y colectivas.

La melancolía ya tiene lo mejor dentro de sí: el inigualable guiso de la abuela, las costumbres y las jerarquías anteriores, las consignas más emocionantes. No puede permitirse dudas, ni incertidumbre. Lo hecho, hecho está, para los tiempos es insuperable. Por eso se dedica a encarcelar a la imaginación, impedir que las preguntas se muestren, que insista, que borre límites, que deteste la mirada insolente y se ría de las repeticiones, esta es la condición de su supervivencia. La melancolía no quiere sujetos solo sacristanes.

«La melancolía ya tiene lo mejor dentro de sí: el inigualable guiso de la abuela, las costumbres y las jerarquías anteriores, las consignas más emocionantes. No puede permitirse dudas, ni incertidumbre. Lo hecho, hecho está, para los tiempos es insuperable. Por eso se dedica a encarcelar a la imaginación, impedir que las preguntas se muestren, que insista, que borre límites, que deteste la mirada insolente y se ría de las repeticiones, esta es la condición de su supervivencia. La melancolía no quiere sujetos solo sacristanes.»

Finalmente, mutila a los sujetos individuales y colectivos ya que les levanta alambradas y muros frente al deseo. Fija para siempre, y por lo tanto mata, al deseo en recuerdos, instituciones, experiencias sociales y del cuerpo, irreproducibles y seguramente indeseables si se las analizara bien. El futuro solo entra en el pasado en la divagación de una mente o una sociedad extraviada.

Pero no, la melancolía es como un torturador embravecido, persigue a la crítica. Tanto las oligarquías de los campos “nacional y popular, liberal republicano como de la gente de bien” como los sacerdotes de la “redención libertaria” necesitan de tres condiciones inevitables para su mantenimiento y desempeño.

Su propia Narnia, su mundo y país imaginario, donde se verifica la verdad e inapelabilidad de sus juicios y sus prácticas.

Sus diferencias feroces, sus antagonistas, sus células malignas.

Su chivo expiatorio que, siendo destruido,  permite a la comunidad reencontrarse con su armonía original, su sentido de lo justo y su bienestar eterno.

Puede cada uno llenar los casilleros con su panteón de períodos, héroes y villanos, salir satisfecho de la tarea cumplida pero absolutamente ignorante y políticamente regresivo e ineficaz para los desafíos que vienen.

La insatisfacción y la incomodidad son los tonos de la democracia. La melancolía es una banda militar que desafina. El ir para atrás parece un signo de los tiempos: Debilitamiento de las democracias, relativización de los derechos, incremento de las desigualdades, prepotencia creciente del capital, fenómenos morbosos como el sexismo, el racismo, el militarismo, incremento de la intolerancia y así podríamos alargar la lista.

Hay sin embargo tres muy llamativos que ilustran sobre esa tendencia a anular la perspectiva de futuro común.

El primero, la infantilización y estabilización de la pobreza por décadas. El daño emergente hacia la dignidad y capacidades de esos niños y a la propia riqueza social del país es inconmensurable. En 1999, en la preparación de lo que luego sería el Frente Nacional contra la Pobreza (FRENAPO) escribimos “no hay sociedad en un país donde la mayoría de los chicos son pobres y la mayoría de los pobres son chicos”. Pasaron 25 años seguimos ahí. Dato inédito para la historia moderna de la Argentina son tres generaciones de niños en pobreza y limitación de sus capacidades

El segundo, la infantilización de los jóvenes limitando sus capacidades reales de autodeterminación, de concepción y gestión de sus proyectos de vida, prisioneros de empleos precarios y mal pagos, alquileres o propiedades imposibles y con el retorno al hogar familiar como rendición honrosa y problemática.

Finalmente la reaparición de la herencia, el más arcaico de los privilegios, como ordenador del presente y del futuro. Los privilegios de cuna, las desigualdades soldadas a hierro entre generaciones, las limitaciones del trato social. En definitiva la aparición de campos de concentración sin alambradas difusos pero eficaces. Y como el ingenio popular recuerda “Desde donde vienes, eso harás y allí terminaras”.

Si sacrificamos el presente de niños y jóvenes y admitimos que la lotería biológica y no la soberanía de los individuos y la sociedad deciden su destino, la discusión pasa a situarse en una inquietante pregunta ¿Hasta dónde y con qué somos una sociedad? O tal vez más brutal ¿Qué sentido tiene vivir juntos?.

Responder esa pregunta requiere de un coraje irrenunciable. Es aquí y es ahora. El largo plazo no es solo lo que tenemos por horizonte sino también el peso brutal de la mochila con los daños y frustraciones acumulados.

NUESTRA CASA ESTÁ ADELANTE

Si persiste la ausencia de un reformismo radical, de un cuestionamiento a las formas de producir y distribuir la riqueza, de convivir entre nosotros, de intentar reconquistar el tiempo para la vida y no el consumo y de usar a la naturaleza como cantera o vertedero es difícil que la democracia, la libertad y la igualdad crezcan y se revaloricen.

Ese reformismo no es sólo un programa o una suma de ideas, y menos aún unir con una línea punteada cantidades de likes, nombres de influencers o inventarios de organizaciones sociales. Por el contrario, es una lógica que desde la vida cotidiana contenga un sentir en común de mayorías y una suma de conductas y prácticas que recreen la confianza y no repitan la fe con salmos resignados.

La épica es la aventura de lo cotidiano. La disputa por retomar el manejo del tiempo de nuestra vida, arrancárselo a la precariedad y al totalitarismo de mercado.

Con humildad y con responsabilidad nos atrevemos a sugerir tres tareas inmediatas para evitar revolcarnos en la decadencia, el resentimiento y la violencia. Son urgentes y son largas y trabajosas, son imprescindibles y de resultado incierto. Son las únicas que le dan valor a nuestras penas y nos dan valor ante las penas.

Imaginar lo común.

Producir una sociedad decente.

Construir amabilidad.

La opción de este tiempo, más allá y más profundo que el arrebato salvaje de la ultraderecha, es entre la crueldad o la amabilidad. Pero, indefectiblemente, para ser amables frente al desprecio y la desigualdad hay que ser desobedientes.

Es momento de pensar radicalmente y de actuar con amplitud, sencillez y mesura.

Martín Hourest

Martín Hourest

Economista. Militante político desde 1973, participó durante la dictadura militar de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH).