El médico Carlos Schwartz despide a Carlos Gabetta recordando al hombre detrás del periodista, con el que trabó amistad durante largas décadas.
Murió Carlos Gabetta. Saldrán sus obituarios y en la web pueden leerse su extensísima curricula profesional y de su literatura política, pero me siento impulsado a contar algunos de sus relatos que no van a aparecer allí.
Aunque ambos éramos rosarinos -el leproso, yo canalla- y casi de la misma edad recién nos conocimos en Buenos Aires, cuando como Secretario de la Sección Argentina del Partido Socialista Francés, acepté su ingreso a la misma como “titular”, si bien no tenía la nacionalidad francesa, ya que esta no era requisito formal del Partido.
Sus anécdotas pasaban desde que siendo un niño veía a Alfredo Palacios en la intimidad de su hogar hasta en sus últimos años, con una enfermedad evolutiva que lo aquejaba, opinar con sólidas argumentaciones políticas cada noticia del momento, pasando por su viralizado “jetón, te voy a romper la naricita” ante la insólita y violenta agresión recibida por quien hoy es el presidente del país.
Allí me enteré de su desgarrador libro publicado en Francia en 1979, “Argentine: Le diable dans le soleil”, luego traducido y publicado en Argentina como “Todos somos subversivos” en 1984. Lo admiré inmediatamente, además de por su eminente pluma, por su increíble bravura y riesgos que esa denuncia implicaba. Allí nació nuestra honda amistad. Avant la lettre, reveló lo que el mundo iba a leer 6 años después en el “Nunca más”. De “Todos somos subversivos” se vendieron 180.000 ejemplares, cuando una tirada promedio de un libro en el país es de 1700 ejemplares. Donó sus derechos a las Madres de Plaza de Mayo, aunque mucho después dudaba de lo acertado de esa decisión.
Sus anécdotas pasaban desde que siendo un niño veía a Alfredo Palacios en la intimidad de su hogar hasta en sus últimos años, con una enfermedad evolutiva que lo aquejaba, opinar con sólidas argumentaciones políticas cada noticia del momento, pasando por su viralizado “jetón, te voy a romper la naricita” ante la insólita y violenta agresión recibida por quien hoy es el presidente del país.
Llegó a París exiliado, sin hablar una palabra de francés, y a los tres años llegó a dirigir publicaciones periodísticas, nunca olvidando la defensa de los derechos humanos en la Argentina, manifestándose junto a amigos como Soriano, Cortazar, García Márquez, Costa Gavras, Mitterand y otros que iban a manifestar frente a la Embajada Argentina en París en los años de dictadura y a cuanto foro accediera para su valientes denuncias. Le dolía ser recientemente criticado por quienes en esa época se ocultaban y simulaban ignorar las atrocidades cometidas por el proceso militar.
A mano alzada escribo estas líneas para tolerar el inmenso dolor de la muerte de mi muy querido amigo Carlos que supo ver el diablo en el sol.
Sus lúcidas intervenciones, además por contar con el phisique du rol, le permitían ser el centro de cualquier reunión, indistintamente de hombres y mujeres, a estas últimas las atraía con indiscutible mérito. Siempre recordaba a la militante Maria Elena, asesinada delante suyo en marzo del 76, a la afamada actriz Charo, con quien estuvo casado varios años, y Sofía, su mujer de las últimas dos décadas, que merece ser destacada acá por el profundo amor mutuo y la ayuda que ella sostuvo hasta el último segundo de vida de Carlos.
A mano alzada escribo estas líneas para tolerar el inmenso dolor de la muerte de mi muy querido amigo Carlos que supo ver el diablo en el sol.