Lula llega con una coalición amplia para tratar de asegurar su tercer mandato. En las elecciones se renuevan gobernadores y parlamentarios. Una derrota de Bolsonaro sería una señal de esperanza ante el avance de la extrema derecha en Europa.
Faltaban 9 días para el “superdomingo” brasileño. Luis Inazio “Lula” Da Silva hizo la cuenta regresiva, mostrando sus 9 dedos en alto. Ese dedo que le falta, mutilado en un accidente laboral, fue motivo de burla para el actual presidente y candidato a la reelección, Jair Bolsonaro. Pero para Lula -dos veces presidente, trabajador metalúrgico y líder sindical- es motivo de orgullo, símbolo de su orígen obrero.
Como siempre, una imágen vale más que mil palabras. Y esa imágen de un Lula en overol, sucio, sonriente y orgulloso, sintetiza parte de la disputa que resolverán 148 millones de electores en lo que es la democracia más grande de Sudamérica.
Es que en esta elección se disputará mucho más que la presidencia, las 27 gobernaciones estatales, las 513 bancas en la Cámara de Diputados y un tercio del Senado. En esta elección, crucial para la región, se decidirán los valores con los cuales Brasil encarará la salida de la crisis global derivada de la pandemia de COVID-19 y la invasión rusa a Ucrania.
Si será con valores democráticos y progresistas, o de la mano de los (des)valores bolsonaristas.
Un gobierno anti progresista
Bolsonaro asumió su cargo en 2018 tras vencer ajustadamente al entonces candidato del PT Fernando Hadad. Llegó a la presidencia con un discurso “anti casta política” (propio de los populismos de derecha y extrema derecha que pululan por el mundo). Se mostró como un “outsider”, alguien común que llegaba para resolver los problemas de la gente y representar los verdaderos valores de los brasileños.
Omitió el “mesías” Bolsonaro los 27 años ocupando una banca de Diputado en representación del Estado de Río de Janeiro, abrazado a todos los privilegios de la “casta” que tanto criticó.
Bolsonaro negacionista, enemigo declarado del feminismo, aliado a lo más reaccionario del evangelismo, denunciante de la “ideología de género” y la efectividad de las vacunas, hizo de la incorrección política su bandera.
Negacionista, enemigo declarado del feminismo, aliado a lo más reaccionario del evangelismo, denunciante de la “ideología de género” y la efectividad de las vacunas, hizo de la incorrección política su bandera. Quizá, percibiendo el hartazgo de la población ante un sistema que no da respuestas a la altura de lo esperado, bienpensante pero poco eficiente y que genera una insatisfacción creciente en la ciudadanía.
Allí donde todo parecía estar cruzado por la corrupción, el estancamiento económico y la falta de perspectivas, Bolsonaro llegó prometiendo “renovar” el sistema, combatir el “statu quo”, los “monopolios mediáticos”, la agenda 2030 y cuanta causa progresista se cruzara en su camino.
Y más. Respaldó las acciones criminales de deforestación del Amazonas, por lo que fue repudiado por la comunidad internacional y el congelamiento de las tratativas para el acuerdo de libre comercio entre el Mercosur y la Unión Europea. Bolsonaro, con enorme tranquilidad, declaró hace poco en el debate preelectoral que todo lo hecho fue en el marco de la ley, justificando el ecocidio. Y agregó que, en caso de ganar, va a reforestar el Amazonas. Inimputable.
Lula vuelve con una propuesta amplia
El retador: Lula es un político experimentado. Tiene una larga militancia obrera, social y política: durante 8 años condujo los destinos de Brasil.
Líder del milagro brasileño de inicios de los años 2000 que sacó a millones de personas de la pobreza extrema, los gobiernos de Lula y el PT (Partido de los Trabajadores) generaron una movilidad social ascendente envidiable, robustecieron la clase media, insertaron a Brasil en el escenario internacional como una economīa pujante y desplegaron políticas sanitarias y educativas de enorme impacto y escala. Programas como “fome cero” (hambre cero) y “bolsa familia” se transformaron en modelo de política pública para el combate al hambre y la pobreza extrema en toda la región.
Además los gobiernos del PT (los de Lula y el de su sucesora Dilma Rousseff) dieron voz y participación a colectivos históricamente excluidos y segregados. Personas negras, poblaciones indígenas, movimientos sin tierra y el colectivo LGBT+ fueron algunos de los destinatarios de programas y acciones positivas que transformaron la sociedad brasileña.
Lula ha sumado a su candidatura a diversos sectores políticos, incluso viejos opositores.
Lula vuelve sin rencores y con una propuesta amplia. Tras haber pasado 580 días de un arresto injusto en una prisión estatal de Curitiba, cumpliendo una sentencia ya derogada del entonces juez Sergio Moro (luego designado ministro de Justicia por Bolsonaro), ha sumado a su candidatura a diversos sectores políticos, incluso viejos opositores.
Lula comparte fórmula con Geraldo Alkim, el ex gobernador de San Pablo (otrora adversario). Juntos por Brasil es la unión del PT y el PSB (Partido Socialista de Brasil) junto a un sinnúmero de expresiones políticas y sociales. De la unión nace la fuerza.
La diferencia sobre su contrincante en todas las encuestas, alimenta la expectativa de que Lula sea electo en primera vuelta. Sería por tercera vez presidente e iniciaría el camino de retorno del país al concierto internacional, superando la pesadilla populista de Bolsonaro y aportando a favorecer la cohesión y la paz social.
Dependerá de la contundencia del triunfo el 2 de octubre.
América Latina también se juega en Brasil
Mientras, el actual presidente amenaza con no aceptar otro resultado que no sea su propia victoria.
Fronteras afuera y en perspectiva, la elección de Brasil es crucial para la región y el mundo. Por un lado, porque un triunfo de Lula consolida la tendencia regional de giro hacia gobiernos progresistas. Se sumaría al triunfo de Gabriel Boric en Chile, Gustavo Petro en Colombia y Xiomara Castro en Honduras.
Una derrota de Bolsonaro sería una bocanada de aire fresco en medio del ascenso de la extrema derecha en varios países de Europa.
Por otro lado porque sacaría a uno de los países más significativos del continente de un inexplicable y caprichoso aislamiento, reactivando los vínculos con los socios regionales y fortaleciendo bloques de integración como el Mercosur, hoy muy debilitados no sólo por la desidia de Bolsonaro sino también por el escaso interés de los presidentes Mario Abdo de Paraguay y Luis Lacalle Pou de Uruguay.
Y a nivel global, un triunfo de Lula, y el consiguiente retroceso del gobierno populista de derecha de Bolsonaro, sería una bocanada de aire fresco en medio del ascenso de la extrema derecha en varios países de Europa (Meloni en Italia fue el más preocupante).
Quizá por eso nos abrazamos a Lula. Esperemos que tenga un triunfo contundente y claro que haga nuevamente feliz al pueblo de Brasil y traiga esperanza al mundo, ante el ascenso de la derecha más rancia.