Georg Trakl fue un poeta fundamental del expresionismo y las vanguardias, la traducción de una antología de sus poemas es, por tanto, una excelente noticia. Fabián Herrero conversó con Julián de la Torre, poeta y responsable de la traducción de esa antología, sobre los tópicos y marcas de su poesía.
Julián de la Torre, nació en Buenos Aires en 1993. Es Licenciado en Ciencias de la Comunicación Social por la Universidad de Buenos Aires. En 2014 publicó su primer libro de poesía, La tierra solar. Realizó, un año más tarde, un Curso de Invierno en la Albert-Ludwigs Universität de Freiburg y en 2018 fue becado por el Servicio Alemán de Intercambio Académico (DAAD) para profundizar su estudio de alemán en el Institut für Internationale Kommunikation de Berlín. En 2021, apareció su plaquette Canto de un mirlo cautivo, con una selección de poemas del poeta austríaco Georg Trakl (Ediciones Kalos, 2021). Data también de aquel año Truenos, relámpagos, imágenes, hombres, su segundo poemario, ilustrado por la reconocida artista Cristina Santander. Desde el 2020 dirige el proyecto Alemán en Casa, espacio dedicado a la enseñanza del idioma y la cultura alemana.
Nieto del notable cineasta Raúl de la Torre e integrante de los talleres de escritura que coordina la gran poeta María Julia De Ruschi, Julián es, en mi opinión, uno de los muy buenos jóvenes poetas que, además, cultiva el arte de la traducción. Para Vanguardia digital, conversé con él sobre la antología reciente de los poemas de Georg Trakl.
¿Cómo llegaste a la obra de Trakl? ¿Alguien te lo hizo conocer o lo hallaste en una búsqueda personal?
A Trakl lo conocí a través de mi maestra, la poeta María Julia De Ruschi. Yo acababa de publicar mi primer libro, La tierra solar, y me encontré en una suerte de páramo creativo. Lo que antes me parecía abierto y accesible, de pronto se me había cerrado. ¿Iba a ser para siempre? Yo no lo sabía y me desesperaba. No encontraba las palabras, no sentía el impulso necesario para escribir. Entonces me acerqué a María Julia y me propuso que aprovechara el alemán que conocía y que tradujera a un poeta, a uno grande si pudiera, y ahí apareció Trakl. Recuerdo todavía escuchar ese nombre por primera vez, yo no lo conocía, pero esa combinación de letras resonó en mi cabeza de un modo extraño y misterioso, como si fuera un oráculo. Lo primero que leí de él fue el poema Die Sonne, El sol, un poema extraordinario, que traduje de inmediato, a medida que iba leyéndolo. Me sorprendió la sencillez de sus palabras y la potencia de sus imágenes, que iban sucediéndose unas a las otras, de un modo misterioso. Me sorprendió el silencio. El poema, que consta solo de unas pocas líneas, me pareció un cosmos alucinantemente concreto y riguroso. No puedo explicarte la alegría de ver en mi cuaderno el poema traducido. Fui corriendo a lo de María Julia y le dije: “Mirá, ¡escribí un poema!”
«Hay un ensayo de Heidegger que me sirvió de guía durante todos estos años. Heidegger dice hacia el final de aquel ensayo que Trakl es “el poeta de occidente”. Es un juego de palabras. En alemán, occidente se dice Abendland, “la tierra del atardecer”, una palabra que en sí misma es un poema».
Quisiera que nos hables sobre la tarea de la traducción. ¿Cómo fue el proceso de selección de los poemas, qué dificultades encontraste en el camino? ¿Qué representa la tarea de traducir para vos, te ayuda en tu escritura como poeta?
Desde aquel primer poema hasta la publicación de Canto de un mirlo cautivo, la antología bilingüe que salió este año de la mano de Ediciones Kalos, pasaron nueve años. Una vida, ¿no? Lo que sucede es que traducir a un poeta de la talla de Trakl no es cosa sencilla. Ante su obra, uno tiene inmediatamente la impresión de que no hay un solo poema, ni una sola palabra, me animaría a decir, que esté allí porque sí. ¿Te imaginás el desafío que eso implica para un poeta? Me refiero al de querer escribir esos poemas, el de tratar de decir en tu propia lengua y con tus propios medios algo que en verdad fue expresado con maestría por Trakl en alemán. Debo confesarte igual que entré a la tarea de un modo muy naif, sin mucha conciencia de lo que estaba haciendo. No supe hasta mucho después en qué embrollo me había metido. Un poema me llevaba al otro, algo me llamaba y tenía ante todo la necesidad de seguir traduciendo, de adentrarme más y más en esa obra que, como ya había presentido en El sol, constituía un cosmos perfectamente delimitado, riguroso y mágico. De lo que se trataba era de ser justo con todo eso, de elevar el propio nivel continuamente para recrear en castellano esa voz tan delicada, esa voz que siempre linda con el silencio.
En la lectura de los poemas es como que queda flotando algo. Trakl parece contar lo que en apariencia no se puede contar, las sensaciones, los aparentes sonidos, lo que se siente. Al mismo tiempo, es el poeta que, creo, como se ha dicho y vos también lo señalas, es un representante de aquellos que perciben la decadencia del “progreso indefinido” como ideología dominante de las últimas décadas del siglo XIX. En algunas de mis clases, para comenzar a explicar el período de “entre guerras”, a veces, solía leer el poema “Grodek”. A tus ojos, ¿Qué representa social o históricamente este tipo de poemas de Trakl? ¿Te parece que aún en nuestro propio presente nos dicen cosas que están lamentablemente sucediendo?
Sí, por supuesto. En sus poemas hay una denuncia social, pero está hecha de un modo muy personal, alejado de todo partidismo. Recuerdo, ahora que traes el tema, un pasaje de Walter Muschg sobre Trakl, creo que está en su Historia trágica de la literatura. Él lo compara a Casandra, esa profetisa que predice la muerte y las ruinas de la civilización, pero que nadie escucha. Eso es exacto. Trakl ve el porvenir y parece por momentos que la voz se le ahoga de terror. Su tono no deja por ello de ser leise, apenas perceptible al oído y también still, sereno. Tiene sentido que muchos no lo hayan oído, porque él nunca apela al grito ni a la pose para revelar sus visiones. Hay en sus versos la serena y terrible constatación de un hombre que está muriendo y la de toda una civilización que se hunde junto a él, que está a punto de entrar en una matanza sin precedentes como la de la Primera Guerra Mundial. El poema que nombrás, Grodek, es el último que escribió. Trakl es movilizado por propia voluntad (¿para ver aquello que en realidad ya había visto a través de su poesía?) al frente oriental de Galicia. Allí, en Grodek, debe atender a más de noventa soldados moribundos. Escribe ese último poema, donde brilla por última vez un fuego helado, y se suicida a sus veintisiete años, recordando a “los nietos no nacidos”, a la descendencia trunca de una humanidad entregada a una batalla terrible e injusta.
Todo esto es cierto y dolorosísimo, pero no creo que sea lo único importante de su obra. Hay un ensayo de Heidegger que me sirvió de guía durante todos estos años. Heidegger dice hacia el final de aquel ensayo que Trakl es “el poeta de occidente”. Es un juego de palabras. En alemán, occidente se dice Abendland, “la tierra del atardecer”, una palabra que en sí misma es un poema. Y el atardecer es precisamente el momento en que ocurre la poesía de Trakl. Él lo señala obsesivamente, como también lo hace con el otoño. Momentos liminares, destello final de una luz que está por hundirse en el abismo. Es un lugar común hacer notar la oscuridad en la obra de Trakl. Eso tiene sentido, por lo que sabemos de su vida y de su muerte. Yo quise, sin embargo, poner énfasis en la luz, en ese “último oro de estrellas que se extinguen”, porque sé que Trakl se ubica siempre antes de lo negro, que señala, entre tanta decadencia y muerte, algo que brilla, aunque esté lejos y no sea para él. Fue esa la luz que me acompañó durante todos estos años y la que quise dejar en el libro, como testimonio para estos tiempos también muy difíciles.
“El lugar de la poesía de Trakl es el bosque”, así comienza tu prólogo. ¿Podés explicarnos por qué y, al mismo tiempo, por qué te encargas de señalar que se ocupa del bosque, no de la selva?
Bueno, todo eso puede tener que ver con que era austriaco, ¿no? Quien conozca Austria o Alemania sabe a qué me refiero. Aquí hay un pueblo o una ciudad, allá un bosque, después viene otro pueblo o ciudad… Su naturaleza es diferente a la de estas latitudes, todo parece más ordenado, más riguroso, menos exuberante. Lo mismo pasa con la luz. En Trakl, esa necesidad de medida se expresa de un extremo al otro de su obra. Al traducirlo, me di cuenta que no hay uno solo de sus símbolos que no vaya en esta dirección. Lo desmedido tiende a quedar afuera del poema, el mundo es llamado a serenarse mientras muere. Por eso hago notar en el prólogo que él se refiere al bosque y no a la selva, al atardecer y no al mediodía, al lago y no al mar. Fondo y forma se articulan perfectamente con esa voz tan delicada, esa voz de pájaro que resuena en lo profundo del bosque.
No hay que olvidar que Trakl nació, como Mozart, en la bellísima Salzburgo, una ciudad rodeada de bosques y de lagos. Se sabe que fue un pésimo estudiante en el colegio, que vivía escapándose con sus compañeros al bosque. El bosque representó para él, ya desde sus comienzos, una actitud de rebeldía ante un sistema que no podía tolerar, un sistema corrupto en el que se sentía extraño y cautivo. Es notorio cómo él vuelve a ese espacio el centro único del poema, cómo se resguarda en él, mientras se aparta. Su personaje central es el forastero, aquel que se interna solo en el bosque, por oscuros senderos. Más allá de la cuestión autobiográfica, me parece importante notar que el bosque de Trakl no es el bosque de Salzburgo. Quiero decir, no hay en él en absoluto una voluntad descriptiva. Hay, más bien, la capacidad de cantar un mundo, un mundo propio, que es personalísimo y fácilmente reconocible. Trakl es un creador, un gran artista, y no un mero imitador. Su bosque está lleno de símbolos que retornan de manera obsesiva. Hay colores, figuras, vivos y muertos, muertos que están vivos, hay árboles, hay ciertos pájaros…
Sugerís que en los poemas de Trakl se puede delinear la silueta del poeta, “la imagen del poeta”, y la vinculás con la presencia de los pájaros. ¿Podes por favor explicarlo?
Son muchos los pasajes de la poesía de Trakl donde él se identifica con un pequeño pájaro. Dice en Sebastián en sueños, uno de sus grandes poemas: “Pero él era un pequeño pájaro en el ramaje desnudo”. Y uno siente la soledad de ese pájaro que está ahí, solo, antes de la llegada del invierno, antes de la llegada de la noche. En el prólogo, trato de diferenciar las bandadas de pájaros que irrumpen en sus versos para escapar del peligro de aquel pájaro indefenso y solitario, del pájaro cautivo. Creo que en este último se cifra el misterio de la poesía trakleana. Él canta, y llama al forastero hacia el ocaso. El ocaso, es decir, el atardecer, la hora mágica, die blaue Stunde, la hora azul, como se dice en alemán. Entre los pájaros, su predilecto era el mirlo macho. Un pájaro verdaderamente hermoso, muy tímido y solitario, todo negro, pero que tiene el pico amarillo. ¿No es conmovedor pensar que es justamente el pico de esa ave que canta el que resplandece sobre un fondo negro con el color que tienen las estrellas al extinguirse?
«Hay, más bien, la capacidad de cantar un mundo, un mundo propio, que es personalísimo y fácilmente reconocible. Trakl es un creador, un gran artista, y no un mero imitador».
Para terminar, quisiera que nos comentes cómo fue el trabajo de la publicación del libro en la hermosa edición a las que, como siempre, nos tiene ya acostumbrado Ediciones Kalos.
Para darle un libro a un editor es fundamental la confianza. Con Ariel Fleischer nos conocemos hace mucho tiempo. Para atestiguarlo conservo todavía un ejemplar de un libro mío dedicado a él que aún no pude entregarle, será por timidez, que data del 2019. Después vino la pandemia y el deseo conjunto de publicar en medio de esas tinieblas dos plaquettes, hechas con la maravillosa linotipo. Yo no puedo explicarte lo que es verlo trabajar en esa máquina un libro propio, ver impreso tu trabajo en un papel tan exquisito y delicado. El taller de Ediciones Kalos, donde aún trabaja Ariel y que compartía con el maestro Rubén Lapolla, es un espacio mágico de Buenos Aires, recomiendo mucho su visita, la realizan todos los meses. Entrar ahí es un viaje en el tiempo, ver esas máquinas antiquísimas, y todo dedicado a la poesía, hecho por amor al arte… Te decía que Ariel y Rubén me publicaron poco después de la pandemia un poemario mío, Truenos, relámpagos, imágenes, hombres, que fue ilustrado por la gran artista Cristina Santander. Más o menos al mismo tiempo salió la primera tirada de mis traducciones de Trakl. En ese momento publicamos doce poemas, en relación al simbolismo del año que aparece una y otra vez en la poesía del austríaco. Fue una primera tentativa, que se completa con esta edición en formato industrial, que contiene cincuenta poemas en edición bilingüe y que está editada muy hermosamente, como decís. No quisiera dejar de comentarte lo maravillosa que estuvo la presentación del libro en la Biblioteca Nacional, el pasado dieciséis de octubre. Tuve la alegría de estar acompañado, además de por Ariel, por dos grandes poetas que se refirieron muy generosamente al libro, Dolores Etchecopar y Lucas Margarit. Tuvimos también el honor de contar con la participación y el apoyo de la Embajada de Austria en Buenos Aires, quien a través de su consejera Sophie Triller-Windisch, se ocupó de las palabras introductorias del evento. ¿Qué más se puede pedir? Yo estoy feliz de que el mirlo ya esté volando hacia nuevos lectores, de que ya no esté cautivo de su traductor, y de que en este momento esté haciéndose su propio camino en un mundo que necesita urgentemente de más luz y belleza.
El sol
Siempre vuelve el amarillo sol a la colina.
Es hermoso el bosque, el oscuro animal,
el hombre; pastor o cazador.
Por el verde estanque sube rojo el pez.
En silencio, bajo el redondo cielo,
navega el pescador en la barca azul.
Lentamente maduran la uva y el grano.
Cuando sereno declina el día,
un bien y un mal están dispuestos.
Y cuando cae la noche,
levanta el caminante los pesados párpados,
silenciosamente,
y el sol irrumpe de la barranca sombría.
***
Revelación y caída
Cuando entré en el jardín crepuscular y la negra figura del mal se apartó de mí, la noche me rodeó con su serenidad de jacinto; entonces navegué sobre una barca ahuecada por el estanque en calma y una dulce paz rozó mi petrificada frente. Atónito yacía yo bajo los viejos sauces y alto sobre mí estaba el cielo azul, colmado de estrellas. Y como al contemplarlo me iba muriendo, murieron también el miedo y el dolor en lo más profundo de mí, y ascendió, resplandeciente en la oscuridad, la sombra azul del joven, el dulce canto; con sus alas de luna ascendió, sobre las verdes copas de los árboles y los nichos de cristal, el blanco rostro de la hermana.