Las declaraciones de Alejandro Rozitchner abrieron la polémica sobre Luis Alberto Spinetta. ¿Se puede discutir el mito? Un debate entre pescados rabiosos y políticas intensas.
Días atrás, una declaración de Alejandro Rozitchner sobre la supuesta ignorancia política de Luis Alberto Spinetta levantó el habitual revuelo de indignación en la colonia artística, los medios y las redes sociales. La declaración escuchada in extenso y en su contexto no es ofensiva ni parece faltar a la verdad, pero la condición de asesor “en cuestiones de estrategia y comunicación” de Presidencia de la Nación de Rozitchner, sumada al discutible gesto de criticar a un amigo muerto, le dio un marco inevitablemente polémico.
Sin embargo, hay algo más: la dimensión casi icónica de la que gozó Spinetta aún en vida, y que su muerte amplificó, parece inhabilitar cualquier crítica que no se haga o bien desde la dignidad de un par artístico (por caso, Piazzolla en su cruzada anti rockera de los 80s), o bien desde la marginalidad punk. Para el resto del auditorio sólo queda el culto o, al menos, el respeto a un genio artístico cuya obra encierra muchos niveles de sabiduría. Incluso el político, pese a Rozitchner.
[blockquote author=»» ]La dimensión casi icónica de la que gozó Spinetta aún en vida, y que su muerte amplificó, parece inhabilitar cualquier crítica que no se haga o bien desde la dignidad de un par artístico o desde la marginalidad punk.[/blockquote]
Esa dimensión mítica de Spinetta es la que explora el libro Spinetta: mito y mitología de Mara Favoretto, editado por Gourmet Musical. La autora, doctora en Letras y profesora en la Universidad de Melbourne, ya había escrito una interpretación de las canciones de Charly García y repite ahora la operación bajo una hipótesis: las letras de Spinetta “funcionan como una mitología que atrae enigmáticamente a gran parte de su audiencia, que, a su vez, lo ha transformado a él mismo en un mito”. Incrustando de manera algo mecánica citas y conceptos de Campbell, Carlyle y Mircea Eliade, Favoretto acomoda el corpus lírico spinettiano, al que le suma algunas portadas de discos, en cuatro categorías que son a su vez funciones de los mitos: mística, cosmológica, sociológica y pedagógica. Así, Spinetta, como un maestro que enseña sin explicar, sólo mostrando, nos invita a ver el mundo como un todo armónico en cada pequeño detalle, cuestionarnos nuestra relación con otros seres vivos, con lo material y lo sobrenatural, pero también nuestro entorno social y sus convenciones.
El libro de Favoretto contribuye a consolidar la imagen de un Spinetta inmaterial, cuyo reino no es de este mundo. Esa es su ya conocida diferencia con Charly García, quien tejió su lírica sobre el contraste brutal entre el ego dilatado del artista y un medio social del que se sentía ajeno a la vez que percibía en toda su complejidad (una operación tan rica como riesgosa: a medida que pasa el tiempo se acerca peligrosamente al autorrelato, otra forma de construir un mito, de la que el Indio Solari es ejemplo acabado). Spinetta, en tanto, prefirió explorar, sino diseñar, mundos alternos en ese punto en el que se cruzan el microcosmos personal con las fuerzas mágicas del universo, bien lejos de las asperezas de la vida social. La mitología spinettiana de Favoretto tiene así un fuerte gusto a new age y el mito de Spinetta queda más cerca de la figura del chamán que de la del trovador. Y esa imagen se condice con el criticado juicio de Rozitchner: “Básicamente, un artista popular no entiende la política, porque está cortado por otro patrón y tiene una involucración con la política muy ligada a los símbolos, casi considerándolos una especie de fantasía”.
[blockquote author=»» ]El libro de Favoretto contribuye a consolidar la imagen de un Spinetta inmaterial, cuyo reino no es de este mundo.[/blockquote]
En todo caso el límite de Spinetta: mito y mitología reside en haberse concentrado en las letras del músico, un acervo riquísimo y apasionante que ya tuvo sus estudiosos como Luis Chitarroni, pero que Spinetta trabajaba con la misma irresponsabilidad creativa con la que experimentaba musicalmente sin saber leer una partitura (otra diferencia con García): sus citas a Foucault y Jung están más inspiradas por la fascinación ante la melodía de un concepto que por un intento severo de expresar musicalmente un sistema de ideas (algo similar a lo que más adelante haría Cerati con Carl Sagan y William Blake, con mucha menos fortuna poética pero más olfato publicitario).
Es en la música, principal medio de vida y obsesión de Spinetta, en donde es posible captar in toto su sentido mítico e, incluso, político. La carrera musical de Spinetta recorre cuarenta años con tiempos de maduración casi orgánicos: el candor melodioso de Almendra, el expresionismo adolescente de Pescado Rabioso, la frescura juvenil de Invisible, la mayoría de edad jazzera de Jade y una larga carrera solista consagrada al AOR, el pop rock suave y de calidad orientado al público adulto. En cada estación Spinetta se probó las ropas que quiso y necesitó para darle forma a sus ideas musicales: Beatles con bandoneón a fines de los sesentas, Led Zeppelin con Hendrix en los setentas, Gino Vanelli con la Mahavishnu Orchestra a principios de los ochentas. Atrás de esos blends estaba la confianza del músico en ser el creador personal de una obra singular. Un artista, un autor. Palabras modernas, palabras del siglo XIX, del romanticismo y Baudelaire, que explotan con las vanguardias del siglo XX, sobreviven a dos guerras, con poetas y músicos revolucionarios cantándole al dictador de turno, y llegan a los años sesentas, su última oportunidad antes de que Levi Strauss lo invite a Sartre a retirarse: la biografía de Mallarmé queda inconclusa, el Sujeto muere y la idea de Artista, también.
Spinetta no quiso negociar con su tiempo. Absorbió selectivamente lo que su entorno le ofrecía para consolidar una obra de autor: hizo oídos sordos al punk y al sampling de los ochentas, pero no le disgustaron la caja de ritmos de Privé ni el hip hop de sus hijos. Al mandato radial (o googlero) ajustarse al gusto del público realmente existente, Spinetta le contrapuso el elitismo iluminista de obligar al público a alcanzar su música y así crear un público nuevo.“Nunca me oíste a tiempo” le reprochó a su público en los setentas, cuando aún le pedían Muchacha y él ya estaba muy lejos. A medida que envejecía, ese credo modernista lo transformó en un partisano: en medio de las dificultades para editar un álbum doble en los noventas se despachó con un manifiesto contra el mal gusto de la industria cultural que podría haber firmado Theodor Adorno medio siglo antes. En los años del rock chabón y el pastiche retro, Spinetta no bailó cumbia ni citó a un pasado que, a diferencia de otros nostálgicos, él había protagonizado. Se despidió con las Bandas Eternas, un festival de Bayreuth rockero que recorrió toda su obra. Un monumento a sí mismo, pero también al valor absoluto del Arte con mayúscula, a la excelencia y la autonomía del artista. La última misa de un monoteísmo estético a punto de caer ante el neopaganismo de la música para oir sin escuchar, de la cultura blanda y amigable para todos los que quieran vivir entusiasmados con las cosas como son. Alegría en lugar de felicidad, intensidad pero sin la angustia del pensamiento crítico.“Ah, no, pero yo tengo que ser fiel a eso” le contestó a Claudio Kleiman cuando el periodista le sugirió en 2008 que grabara “Hombre de Luz” en amable versión acústica, sin arreglos ni acordes complicados. Ya estaba atrapado en su leyenda.
[blockquote author=»» ]Spinetta no quiso negociar con su tiempo. Absorbió selectivamente lo que su entorno le ofrecía para consolidar una obra de autor.[/blockquote]
En esta dimensión, el libro de Favoretto acierta: Spinetta se volvió un mito, el símbolo de un ideal estético pero también ético. Es allí en donde está su filo político, y no en su atolondrado paso por la Juventud Argentina para la Emancipación Nacional de Galimberti de la mano del Del Guercio, ni en su mansa militancia final en Conduciendo a Conciencia, tampoco en la dedicatoria a Madres de Plaza de Mayo de Maribel se durmió, ni en su presencia testimonial en cada causa bienpensante de la democracia, desde la campaña de Angeloz hasta la Carpa Blanca docente. Todo eso es resaca de la Historia que el mito de Spinetta abstrae y deja atrás para afirmar una idea acorralada: que la cultura no es un espacio impersonalmente democrático para deleitar los sentidos y linkear subjetividades, sino un campo de batalla en donde hay que tener algo que decir, que no será necesariamente del gusto de ningún focus group.
Favoretto, Mara, Luis Alberto Spinetta: mito y mitología, Buenos Aires, Gourmet Musical Ediciones, 2017.