«Así nos ven» es la última producción de la directora Ava DuVernay, que desde la plataforma Netflix analiza la profunda cicatriz de racismo que todavía hoy atraviesa a la sociedad norteamericano. La calidad cinematográfica al servicio de un mensaje político, bucear en el pasado para interpelar al todavía duro presente.
Raymond Santana se baja del colectivo en Harlem. Está recién liberado después de 7 años de estar detenido. Camina unas cuadras y se para frente a un puesto callejero que vende discos en oferta. La vendedora toma el CD de Tupac Shakur, Strictly 4 My N.I.G.G.A.Z. Pocos minutos después lo vemos en su casa junto al padre y su nueva familia. Se nota su incomodidad, su no pertenencia. La vuelta al hogar, con las modificaciones estructurales y temporales, lo deja expuesto como un perfecto desconocido, más aún, como un intruso. Pero, finalmente, Raymond se encierra en la que era su pieza y encuentra en la parte de atrás de la puerta varios fragmentos del que fue y del momento en el que todo pareció quedar interrumpido: unas fotos de la infancia, algunos recortes palpitando la flamante adolescencia y las fotos promocionales del rapero LL Cool J. Se afloja, apoya la cabeza y llora. Ninguna de las dos referencias musicales es inocente, cada una marca un concepto notablemente distinto, y ese salto conceptual del hip hop, de la exploración casi ingenua del sonido de LL Cool J a la violencia callejera del gangsta rap con Shakur, marca también el antes y después en su vida, de la adolescencia rota a la juventud herida. Ya no hay forma de cambiar lo que pasó, aunque todo volverá a cambiar una y otra vez.
[blockquote author=»» pull=»normal»] La importancia de la obra de Ava DuVernay está en la interseccionalidad con la que ejerce su activismo y crea su arte. [/blockquote]
Estamos hablando de una escena de Así nos ven (When They See Us), una serie original de Netflix escrita y dirigida por Ava DuVernay que se encarga de repasar lo ocurrido con el emblemático caso Central Park Five (1989): una mujer blanca al borde de la muerte fue encontrada en los márgenes del parque, unas horas antes había sido violada y golpeada de manera brutal, cinco adolescentes racializados -Korey, Raymond, Yusef, Antron y Kevin- se encontraban esa misma noche del otro lado del parque. Tenían entre 14 y 16 años, y solamente dos de ellos se conocían entre sí. Lo que sigue es una sucesión de definiciones tendenciosas y apresuradas para tratar de conectar ambas escenas a como dé lugar y resolver el caso a tono con la demanda; una demanda orquestada al ritmo de la opinión pública, con funcionarios y rufianes mediáticos, incluyendo al actual presidente Donald Trump, haciendo un ejercicio de fuerza criminalizadora a la altura de un sistema que desconoce todo tipo de neutralidad cuando de ciertos sectores se trata. Así, rompiendo los márgenes de lo legal y legítimo, sin ningún tipo de garantías y bajo un abanico de abusos, los cinco adolescentes fueron declarados culpables sin pruebas más consistentes que las de haber estado esa noche en el Central Park. Trece años después, algunos con sus condenas ya cumplidas y otros aun en prisión, el verdadero autor confesó.
Fue el propio Raymond Santana en el 2015, apenas un año después de haber logrado junto a sus compañeros la exoneración, quien le envió un tweet a Ava DuVernay proponiéndole que cuente la historia. La elección no fue casual. Si algo caracteriza a la directora y sus equipos de trabajo es la potencia narrativa a merced de la conciencia histórica, la misma que bajo una filosa visión social entiende que ciertos hechos y escenarios complejizan esa idea ligera -semilla, entre otras, de los negacionismos e indultos más feroces- del “hay que mirar hacia adelante”, lo que compone irremediablemente realizaciones visuales que no se conforman con el poder visibilizar, sino, más bien, buscan ejercer un sentido plenamente político y cultural sobre lo que se está contando, y esto, de manera indirecta, es una protección a los protagonistas reales, a los que no se revictimiza, pero, ante todo, a un linaje de luchas en defensa de los derechos humanos y civiles.
A pesar de la dureza de la trama, que no da respiro, en Así nos ven hay una clara elección de buscar las grietas de la historia para poder ofrecer belleza sin banalizar lo dramático y sin dar lugar a ninguna lectura motivacional, o sea, individualista. Lejos de los lugares comunes, hay una dedicación milimétrica y anatómica para que -más que entender- se sienta la dimensión de los hechos desde la superficie hacia lo insondable, lo irrecuperable e irreparable.
Nada de todo esto traspasaría la pantalla de la forma en la que sucede si no fuera por los trabajos actorales. Con un casting que combina leyendas, como John Leguizamo o Michael K. Williams, con debutantes, como el brillante Asante Blackk, cada uno puso el cuerpo como si estuvieran contando su propia historia. Y, en realidad, la están contando, lo dirían ellos mismos en las rondas de prensa: “esto es tan real que sigue pasando, lo vemos todo el tiempo, lo sabemos y lo saben todos”. Otro papel para destacar es la actuación de Jharrel Jerome haciendo de Korey, quien llegó a estar 13 años tras las rejas, siempre en diferentes cárceles para adultos, bajo tal brutalidad y desamparo que se lo llamó “el chico del milagro”.
La serie de cuatro episodios se estrenó el 31 de mayo y ya se convirtió en la más vista entre las originales de Netflix. Pero el clima de celebración superó todas las expectativas cuando comenzó a tocar mucho más allá de lo emocional, y esto se traduce en las renuncias de algunos de los nombres que forzaron la detención de aquellos adolescentes y en la maratón de solicitudes de revisión sobre detenciones en casos similares, manteniendo caliente el debate sobre procesos, sistema y políticas penitenciaras. En menos de dos semanas, Así nos ven logró direccionar la agenda.
[blockquote author=»» pull=»normal»]Y, en realidad, la están contando, lo dirían ellos mismos en las rondas de prensa: “esto es tan real que sigue pasando, lo vemos todo el tiempo, lo sabemos y lo saben todos”.[/blockquote]
Es apresurado hablar de una trilogía porque Ava tiene demasiada carrera por delante, pero, sin caer en una sentencia definitiva, es imposible no decir que la serie corona el trabajo realizado con la película Selma (2014) y el documental Emienda XIII (2016), donde ya había dedicado un espacio destacado al Central Park Five.
Selma no fue tan sólo una de las manifestaciones más importantes de la autodeterminación negra, fue, además, el momento en el que Martin Luther King empezó a mover su discurso hacia lo sustancial del racismo, o sea, lo económico, y comenzó a configurar nuevas ideas que, aun alineadas a su pacifismo, plantearon urgencias y acciones no pasivas que proyectarían escenarios de conflictos in crescendo. Elegir ese tiempo y espacio para representarlo es más que significativo, es el nacimiento de un nuevo King y la razón por la cual será el último King, alineándose con los discursos anticapitalistas de la época y convirtiéndose así en un enemigo público más de Estados Unidos, algo que hasta aquel invierno americano de 1965 se mantenía siempre en los márgenes de la negociación, habiéndole valido -esa postura- la acusación de Malcolm X de ser el Tío Tom. Este giro lo expulsa del campo de tolerancia americana y su asesinato sería una cuestión de tiempo y forma en un ambiente cada vez más revolucionario.
DuVernay compone y concentra la metamorfosis del líder y todo el cuerpo de este panorama en una sola escena, y lo hace rescatando un diálogo que funciona como el nexo vital con Enmienda XIII y con Así nos ven.
Detenidos en Alabama, King le dice a su eterno compañero Ralph David Abernathy que se siente cansado “de todo esto” y cuestiona el sentido del movimiento que encabeza, “estamos luchando para que nuestra gente se siente en un bar sin tener plata para comprar la hamburguesa, más aún, sin saber leer el menú porque en su pueblo no había una escuela para negros. ¿Eso es igualdad?”. El intercambio de opiniones y reflexiones se sucede hasta que llegan al nudo central de la historia afroamericana: “¿Y qué hay de nuestras mentes? Golpeados y quebrados durante generaciones. A cada hombre que se levanta lo derriban. ¿Qué le pasa a la gente que seguía a ese hombre?”, luego de un breve silencio, Ralphy responde “lidiamos con esto, construimos un camino, colocamos roca por roca”.
Ahí mismo podríamos pasar a Enmienda XIII, el documental que desentrama la mera formalidad que abolió la esclavitud, pero no los mecanismos para que el sistema se replicara una y otra vez -hasta nuestro presente- incrementando la población carcelaria de forma sofocante y a fuerza de la criminalización política, social y cultural de ciertos sectores. El tesoro paralelo a ese recorrido es una lectura con profundidad buceadora de la propia comunidad afrodescendiente y latina, en donde King encontraría una maratón de respuestas a sus justificadas preguntas y Abernathy gozaría de haber acertado parcialmente, porque el punto en cuestión, y con unas cuantas décadas más encima de comprobación, es el alto costo que tiene ese “lidiar”, ese construir un camino roca por roca en un escenario que nunca no está siendo amenazante, adverso y opresivo. Ahí, entonces, aparece el Central Park 5 concentrando de tal manera el mapa capitalista y su pulmón racista que hasta recupera las maratones mediáticas de Trump pidiendo pena de muerte para los cinco adolescentes.
En definitiva, la importancia de la obra de Ava DuVernay está en la interseccionalidad con la que ejerce su activismo y crea su arte, por eso sus registros se mantienen entre sí en un diálogo vivo, fértil, inacabado en su vigencia atemporal y ofreciéndonos lecturas alternativas sobre la actualidad, porque la historia, en su fondo político más crudo y en su peso económico territorial, sigue siendo la misma, y así de desigual y atormentada seguirá mientras que la memoria colectiva sea tomada como algo pasado, ajeno e intocable.