No podemos pensar en qué tipo de izquierda queremos si antes no decidimos qué artistas de izquierda debemos admirar para ser realmente de izquierda
Mis mamá fue una mujer de izquierda. Y mi papá es un hombre de izquierda. Crecí criado como un zurdo, por dos zurdos. ¿Qué significa eso? Hay un plano que va de lo ideológico a lo emocional, que tiene que ver con valores humanos profundos: la solidaridad, la igualdad de oportunidades, el fin de la explotación del ser humano, intentar construir una sociedad más justa… Cada uno puede agregar algo a la lista. Creo que está más o menos claro de qué estoy hablando. Pero no basta con ser de izquierda: también hay que parecerlo. Y parecer de izquierda no siempre está vinculado con valores tan altos ni tan nobles.
Crecí criado por un modelo estético que acompañaba esos valores nobles. Uno modelo estético que cuando era chico me parecía inseparable de los valores que la gente de izquierda decía defender. Y si querías el socialismo, si luchabas por el fin del capitalismo, si querías que se terminara la explotación, si pretendías que el dinero no existiera más (o al menos dejara de ser lo más importante en la vida), tenías que seguir determinados patrones estéticos.
En primer lugar, debían gustarte los artistas de izquierda. Que los había y muy buenos: todos aquellos músicos, poetas, actores, cineastas, escritores, y pintores que habían abrazado causas vinculadas a la izquierda. Artistas militantes. Que iban del socialismo al troskismo y el anarquismo, pasando por la gran usina de artistas de izquierda: el comunismo.
Si eras de izquierda debían gustarte Neruda, Picasso, Berni (Antonio, el creador de Juanito Laguna y Ramona Montiel, el inventor del xilocollage, aclaro por las dudas, a ver si alguien lo confunde con el carapintada Sergio), Mercedes Sosa, Cortázar, Silvio Rodríguez, Serrat, Viglietti, Zitarrosa, Yupanqui, Quilapayún, Víctor Jara, Galeano (Eduardo, el de “Las venas abiertas de América latina”, no el juez Juan José, procesado por falso testimonio y por pagar sobornos en el juicio por el atentado a la Amia en 1994), Violeta Parra, Mario Benedetti, Rafael Alberti, entre muchos otros.
Yo me llamo Pablo por Neruda. El Premio Nobel. El poeta comunista. El amigo del compañero presidente Salvador Allende. El chileno más famoso en todo el mundo de toda la historia de la humanidad. El poeta contemporáneo más leído y más citado en todo el planeta. Neruda fue como Salvador Dalí: un tipo muy popular de altísimo vuelo. Pero en lugar de ser monárquico era comunista. Neruda era como Arturo Vidal, pero sin tatuajes. Sin cresta, pero bien gallito.
Chile era el ejemplo de hacia dónde debía girar el mundo si en América latina ganábamos los buenos. Y Chile era también la certeza de cuáles iban a ser las represalias si ganábamos los buenos. Chile aportaba mucho a la causa de la Patria Grande. Como le pasa ahora con el fútbol. Lo mismo Uruguay. Y cada país de América latina pujaba por tener “su” artista de izquierda, por aportar algo a la construcción del gran arte de izquierda de latinoamérica. Todo eso era la izquierda en mi infancia.
En la adolescencia se comienzan a registrar gustos que probablemente se cristalizarán hasta la adultez. Con una clara ruptura con lo que plantean los padres. Y allá fui yo: con algunos izquierdistas de legado materno (González Tuñón, Piglia, Ken Loach, Carpani) y con otros de legado paterno (Pugliese, Arlt, el Menchi Sábat, la revista Humor), pero, sobre todo, con el descubrimiento de un nueva variante izquierdista: la de los malditos.
Ahí comprendí profundamente la frase de Cooke cuando definía al peronismo como “el hecho maldito en el país burgués”. Porque me empezaron a gustar los malditos. Y muchos de los malditos eran peronistas: Favio, Lamborghini, Walsh, Gelman, Urondo. Bueno, peronistas: muchos eran montos, que no es lo mismo. Y había muchos que no, básicamente porque el ERP aportó varios: Gleyzer, Miguel Ángel Bustos, Roberto Santoro, Eso sí: la mayoría, desaparecidos. O exiliados. Los malditos, en la Argentina se parecen mucho a los mártrires.
La gran diferencia entre mi adolescencia de izquierda y la de mi papá y mi mamá es que en la mía hubo rock. Porque hubo rock de izquierda. Explícitamente de izquierda: The Clash, Todos Tus Muertos y, de mi generación, Las Manos de Filippi. Y mis viejos no tuvieron una adolescencia rockera. Los Beatles surgieron cuando ellos habían pasado los 20. A los 23, 24. Igual el problema con Los Beatles es que cuando los escucharon sabían que no eran de izquierda y que la izquierda los denostaba. Entonces los descartaron.
Mucho se habló y se escribió (y se habla y se escribe, y se hablará y se escribirá) sobre la histórica dificultad de la izquierda para entender al peronismo. Que hubo un par de hechos fundantes (la Unión Democrática primero; formar parte de la dictadura del 55, después) que fue muy nocivo para llegar a los sectores populares, identificados con el peronismo. Pues bien, eso es nada frente al daño que causó a la izquierda el no haber comprendido a Los Beatles. Un mal que aún existe y que es mucho más nocivo que el no haber comprendido a Borges.
¿Cuáles son, hoy, los artistas icónicos de la izquierda? ¿Calle 13? ¿Kumbia Queers? ¿Bono? ¿Naomi Klein? ¿Ismael Serrano? ¿Sean Pean? ¿Susan Sarandon? ¿Noam Chomsky? ¿Ema Watson? ¿Miss Bolivia? ¿Rep? ¿Manu Chao? ¿Malena Pichot? ¿Liniers? ¿Lila Downs? ¿El Indio Solari? ¿Mamanis XL? ¿Banksy? ¿Jairo? ¿Rage Against The Machine? ¿Liliana Herrero? ¿Ignacio Copani?
Es, sin dudas, un tema a analizar en profundidad. Porque no podemos pensar en qué tipo de izquierda queremos si antes no decidimos qué artistas de izquierda debemos admirar para ser realmente de izquierda. Es un debate que está pendiente. Pero es también un debate fundamental que, como izquierdistas, nos estamos debiendo, si de verdad queremos llegar al diálogo para lograr la unidad.