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Una estética del asesinato

por | Oct 11, 2018 | Cultura

«El ángel», la película de Luis Ortega que retrata la historia de Carlos Robledo Puch, se ha convertido en uno de los sucesos cinematográficos nacionales del año. Las historias de criminales, el género de no-ficción y la estetización de la violencia enmarcan este film y, junto a él, un segmento importante de los consumos culturales de esta época. 

En el libro El cine según Hitchcock, Francois Truffaut cuenta una epifanía que experimentó cuando en 1974 vio una serie de clips de homenaje al maestro del suspenso con motivo de una gala en su honor. Los videos, que reunían varias escenas clásicas de los 50 años de carrera del veterano realizador, provocaron en el francés una mirada nueva sobre esas películas que había visto una y mil veces. “Era imposible no ver que todas las escenas de amor estaban filmadas como escenas de asesinato y todas las escenas de asesinato, como escenas de amor” observó.

La estetización del crimen es toda una tradición dentro de la ficción. De hecho, la literatura construyó géneros completos, como la novela negra, sobre ese principio. El cine también hizo lo propio, desarrollando distintos mecanismos para obligar al espectador a no despegarse de la pantalla. Con el guión como férrea estructura que sostiene los contenidos, son elementos como las actuaciones, la dirección de fotografía y la banda sonora los que terminan de redondear el efecto buscado en el plano formal. Se trata de convenciones inherentes a cualquier creación audiovisual, parte del pacto tácito entre narrador y espectador. ¿Pero qué ocurre cuando el crimen del que se habla es verdadero? Con un  pie en la crónica y otro en el simulacro, estas películas trabajan patrones muy distintos a aquellos de las ficciones más puras.

[blockquote author=»» pull=»normal»]La estetización del crimen es toda una tradición dentro de la ficción. De hecho, la literatura construyó géneros completos, como la novela negra, sobre ese principio.[/blockquote]

El éxito de público y crítica de “El ángel” (2018) encaja dentro de la ola reciente de films y series basados en casos verdaderos. Hace unos años “El clan” (2015) había tenido gran repercusión poniendo en escena el derrotero siniestro de la familia Puccio, originando además una serie televisiva sobre los sucesos. Antes, la pantalla chica ya había cimentado la tendencia con “Mujeres asesinas”, un programa que retrataba truculentos asesinatos salidos del mundo de las noticias para conseguir generosas cuotas de rating. Pero no se trata solo un fenómeno local. En los últimos años series como “The Jinx”, “Making a Murderer” y “Narcos” profundizaron el camino iniciado por películas como “Monster” y “Zodiac” al mezclar cierto espíritu periodístico con calidad técnica y tiempos de thriller. En este entorno no es descabellado imaginar que algún productor ya esté imaginando como llevar a la pantalla las meriendas letales de Yiya Murano (que, por otro lado, ya fueron retratadas en un musical escrito por el periodista Osvaldo Bazán).

Una de las problemáticas principales de estas interpretaciones audiovisuales es que terminan remplazando a la verdad histórica dentro del imaginario colectivo. Basta con observar el muy difundido cartel promocional de “El ángel”, que reproduce la famosa foto en la que Carlos Robledo Puch baja de un móvil policial y que fue tomada por Carlos Bairó en 1972 para el diario Clarín. Quienes vieron esta imagen en los últimos meses no registran al criminal con su rostro verdadero, sino con del actor Lorenzo Ferro. Sin embargo, cuando los publicistas eligieron esa imagen icónica como punta de lanza para su campaña, querían exponer la intención realista de la producción, reforzando la ilusión de que lo filmado reflejaba los hechos tal como sucedieron. Por suerte, la puesta en escena elegida por Luis Ortega hace todo lo contrario desde el principio.

La reescritura de la historia que realiza el cine es siempre más dramática y teatral. De ahora en más la imagen del joven bailando “El extraño de pelo largo” mientras espera su detención será la que la memoria pública asocie con el caso. Pero hay licencias más importantes, como la omisión del rapto, violación y muerte de dos muchachas en Olivos, una decisión que puede buscar acortar la duración del film o no herir ciertas susceptibilidades. Estos cambios distancian la historia de los archivos policiales y las publicaciones de los medios de la época, que hasta entonces eran el único material de referencia sobre los sucesos. El entretenimiento desplaza al documento.

Al insistir en su publicidad que está basada en hechos reales, la película busca acercar su propuesta a la crónica periodística, a pesar de las modificaciones citadas. Pero ocurre que el periodismo también incluye cierto grado de ficción a la hora de trabajar la realidad. Sobre todo aquel especializado en casos policiales, que supo explotar el costado sensacionalista de los crímenes desde principios del siglo XX. Ya en década del 30’ había folletines pulp que retrataban las noticias más truculentas con astucia para que los lectores sintieran la necesidad imperiosa de sumergirse en sus páginas. Y no es casual que Rodolfo Walsh también fuera un fanático de la literatura policial, a la que aportó varios relatos notables. Todo el movimiento de novelas de no-ficción aparecido a partir de la década del 60’ estuvo impulsado por autores que disfrutaban de los trucos manipuladores del suspenso y la novela negra.

[blockquote author=»» pull=»normal»]Los crímenes mediáticos dejan una marca indeleble en la memoria de los países, transformándose en una insospechada referencia para entender su cultura y valores.[/blockquote]

En el libro The Journalist and The Murderer, Janet Malcolm sostiene que la diferencia esencial entre las personas tangibles y los personajes de ficción es que estos últimos “están bosquejados con trazos más firmes y simples, son criaturas más genéricas (o como suele decirse, más míticas) que la gente real”. Los seres humanos de carne y hueso somos demasiado ambiguos, insondables y cambiantes como para ser retratados con justicia dentro de una narración. Quizás por esto es que los intentos de humanización de los personajes monstruosos no siempre llegan a buen puerto, siendo muy importante generar empatía mediante el carisma del protagonista.

Todos estos mecanismos no deben hacernos olvidar el papel que el espectador juega en el proceso. No solo se trata de la inclinación morbosa de cierto público por ver escenas violentas y realistas, también hay una fascinación por conocer los aspectos insólitos de cada caso. Estas producciones suelen poner énfasis en el origen social de los criminales, la ineptitud de la policía y el sensacionalismo de los medios, empujando a quien ve la película a hacer un juicio personal sobre la realidad histórica en la que se desarrolla todo. Además, como muchos de estos sucesos ocurrieron durante periodos turbulentos de la historia argentina, funcionan como una alegoría de la realidad política de su momento. En la película de Ortega el protagonista incluso interpreta el himno nacional en una escena, como para que todo que claro. Los crímenes mediáticos dejan una marca indeleble en la memoria de los países, transformándose en una insospechada referencia para entender su cultura y valores.

En 1995, Peter Jackson estrenó “Criaturas celestiales” basándose en el caso real de Pauline Parker y Juliete Hulme, dos chicas adolescentes que cometieron un asesinato impactante en la Nueva Zelanda de los años 50’. A pesar de la minuciosa reconstrucción de época y de respetar el día a día de la historia real, el director le infundió un poderoso aliento fantástico a la relación entre las jóvenes asesinas, logrando relativizar la brutalidad de sus actos. Esta ambigüedad es la que también aparece en los mejores momentos de “El ángel”, provocando algo parecido a lo que sintió Truffaut al repasar las películas de su amado Hitchcock. En la gran pantalla la muerte muchas veces se acerca peligrosamente al amor.

 

 

 

Luis Alberto Pescara

Luis Alberto Pescara

Licenciado en Comunicación Social (UNC) y guionista (SICA), periodista y redactor.