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Ricardo Herrera: «La poesía exige que se acceda a ella ritualmente»

por | Ago 25, 2020 | Cultura, Entrevistas

Ricardo Herrera es un poeta en pleno sentido: la escribe, la lee, la describe. Conversar con él sobre la poesía es una invitación difícil de rechazar, donde la reflexión se vuelve arte de forma imperceptible.

Ediciones En Danza publicó en estos meses de cuarentena quizás el último libro de Ricardo Herrera. Es lo que afirma su autor. Sin ser “jugador”, juego mis fichas a que esto no sucederá. Estamos hablando de un poeta muy productivo. Escribió varios volúmenes de poesía, la editorial española Pre-textos publicó en el 2008 una antología poética (1977-2007). Codirigió esa excelente revista que es Hablar de Poesía, en sus primeros 35 números, en donde publicó a autores muy diferentes, incluso algunos con quienes no compartía lo que hacían. Editó varios libros de ensayos sobre poesía y poetas. En el 2012 una antología de sus principales trabajos. Su tarea como traductor de poetas muy diversos tiene varios volúmenes. Reside en Buenos Aires. Sin embargo, pasa los veranos en Traslasierra. Las sierras cordobesas y la costa argentina (Miramar y Mar del Plata) son los lugares donde más ha vivido.

Herrera el viejo acaba de editarse por Ediciones en Danza. ¿Qué podés contarnos tanto sobre el momento en que surge este conjunto de poemas cómo del proceso de su escritura que, tiene, si seguimos las fechas de las partes, varios años?

El libro se inicia en el momento en que colisionan el pasado no resuelto y el límite de la edad. Momento que percibo de modo positivo, oportuno, que me permite una liberación tanto existencial como expresiva. Surge un nuevo estilo, un estilo tardío que le debo a la generosa colaboración de mi otro yo, hasta entonces oculto en la buhardilla de la mente. El proceso de la escritura fue largo, pero intermitente. La revelación de la poesía no se puede programar, es algo que acontece esporádicamente. Como “instante raro de la emoción noble y graciosa”, define a la poesía José Martí; coincido con él. Por un lado es intuición –o vislumbre– de una realidad huidiza, “rara”, que ha de captarse con la velocidad de un acuarelista. Por otro lado es una materia “noble”, escasa, preciosa. Así las cosas, reunir poemas para formar un libro me suele llevar bastante tiempo: siete años en el caso de Herrera el Viejo. Lo que en realidad significa: algunas pocas horas intensas a lo largo de siete largos veranos dedicados a la lectura.

«El proceso de la escritura fue largo, pero intermitente. La revelación de la poesía no se puede programar, es algo que acontece esporádicamente».

El libro consta de seis partes y cada una de ellas tiene una especie de prólogo o notas explicativas. Me hace acordar a De un día a otro, ese bello libro que parece un ensayo de experiencia del poeta pero se puede leer como un poema. Puede decirse que es volver a la idea más clásica que no diferencia narrativa y poesía.

Me gusta acompañar a la poesía con la prosa, acercarla a la atención del lector con amabilidad, sin provocaciones. De este modo, con palabras llanas y cordiales, la rareza de la poesía choca menos y puede llegar a atraer más. No hay verso más eficaz que el verso citado, enmarcado por la prosa. De esta comprobación nace mi estrategia. La poesía tal como yo la practico supone máxima condensación semántica y rítmica, cada verso debe ser autónomo y musical, sólido y suave a la vez. La prosa me permite clarificar el ánimo del lector, prepararlo para una experiencia insólita: la contemplación de evocaciones puras. El orden en que efectúo el trabajo es el natural: primero nace el poema, luego la prosa que la acompaña (pero no la explica); a veces media un año o más entre la redacción de una página y otra. En Herrera el Viejo coexisten poesía, prosa, crítica y traducción. Y ello es así porque a mi juicio la poesía se beneficia con la asistencia de sus complementarios. La poesía, sobre todo en nuestro tiempo, exige que se acceda a ella ritualmente, pasando por diferentes fases de iniciación. No es nada nuevo, ya Dante lo hizo hace setecientos años en su primer libro.

En varios momentos hablás del valle de Traslasierra, como un espacio sagrado, que te devolvió la voz. ¿Qué podés contarnos sobre esta experiencia de vida y poesía?

Me refiero a la natural alternancia de estados de ánimo que rigen la existencia: lo intenso y lo extenso. La poesía es lo intenso, lo extenso lo constituyen los largos intervalos de sequedad que median entre un poema y otro. El demonio del tedio habita lo extenso. Pese a que me ha acosado sin tregua a lo largo de toda mi vida, he logrado controlarlo bastante bien con la lectura y el cuerpo. Con lecturas y caminatas he mantenido a raya al tedium vitae. Soy muy lector, tanto de narrativa como de ensayos, la curiosidad intelectual no me ha abandonado nunca. Los peores males que me han salido al paso a lo largo de mi vida los he conjurado leyendo. Detesto las distracciones. La lectura es un diálogo serio, el más genuino que está a nuestro alcance en nuestro tiempo.

La bella tapa del libro es motivo de un poema. La pintura surge como motivación, como aprendizaje. Es de este modo o hay otra cosa detrás de la mención a la pintura.

La pintura es un arte que me resulta muy afín a la poesía tal como yo la practico. En mi manera de escribir hay una dimensión decididamente artesanal: darle forma y color al verso es mi pasión. Y, naturalmente, los pintores han sido modelos que he tenido muy en cuenta al administrar luces y sombras. El capítulo que da título al libro da testimonio de ello. De los casi mil versos que se cuentan en Herrera el Viejo, un noventa por ciento son versos endecasílabos. El resto son unos pocos versos de arte menor, no hay un solo verso libre en todo el libro. Hay una decidida aventura formal –artesanal– en este volumen; he exigido al máximo las posibilidades del verso endecasílabo, probándolo en los más variados registros, pasando de lo coloquial a lo ceremonial, del susurro de la súplica agónica al alarido de la afirmación vital, constantemente maravillado por su plasticidad, por su formidable potencial rítmico. Intentar emparentarme con los viejos maestros del arte del verso y de la pintura ha sido mi atrevido propósito en este libro.

Tanto el silencio como el tiempo resultan frecuentes en tus poemas.

 “El silencio es la mitad de la música”, ha escrito Lugones. Y quien aspira a realizar una poesía musical no puede menos que observar que el silencio ocupa un lugar importante en ella. Desde un punto de vista formal, tanto las cesuras como las pausas de fin de verso y los blancos entre estrofas, grafican ese silencio en cualquier poema, por antimusical que sea. Pero cuando la poesía aspira a la música –y es mi caso– cuenta la dimensión imaginaria del silencio poético, que viene simbolizar algo así como la diáfana atmósfera de altura en la que respiran las palabras poéticas.

«Los peores males que me han salido al paso a lo largo de mi vida los he conjurado leyendo. Detesto las distracciones. La lectura es un diálogo serio, el más genuino que está a nuestro alcance en nuestro tiempo».

El poema “A Iris, aun”, es un poema amoroso, con un final muy bello. Los recuerdos, los sueños, aparecen en tus poemas.

Con el paso de los años la vida onírica ha cobrado una gran importancia en mi existencia. No tengo pesadillas cuando sueño (las tengo en la vigilia, eso sí) de modo que me entrego con inmenso placer a los sueños; y, naturalmente, más de una vez he rescatado para la poesía imágenes oníricas. Iris es la mensajera de los sueños, tanto en el Olimpo como en mi poesía; es también senhal, a la manera de los trovadores provenzales. El remate de “A Iris, aún” juega con la filiación latina de la lengua española, ya que las palabras “te amo” se dicen en ambos idiomas de la misma manera.

El humor y la ironía, como el final de «Mi casa Haiku», son otro de los ingredientes de tus poemas. ¿Qué podés señalarnos con relación a ello?

La incorporación del humor a mi poesía se la debo a la traducción de la poesía de Yeats. Hay un bufón en su poesía de la vejez, al igual que en las últimas tragedias de Shakespeare. Siguiendo su ejemplo, invité a un bufón a decir lo suyo en mis páginas: un bufón que ponga en entredicho la autoridad de la voz cantante. Este otro yo de la voz poética le ha dado alegría a mis soliloquios hamletianos, me ha puesto en jaque más de una vez. Afortunadamente, el sujeto conoce sus límites y no abusa de su ironía, no pone en riesgo la vida de la poesía.

En P 86 se puede leer, “Yo, habiéndolo perdido casi todo,/ todavía conservo mi mirada animal:/ el ojo del halcón y del venado,/ la fuga ante el peligro de lo humano.” Tus referencias a la poesía y al trabajo del poeta son permanentes.

El choque con una realidad hostil puede enfermar tanto al poeta como a la poesía, puede incluso exponer a ambos al riesgo de muerte. Puede también, como todas las crisis profundas, salvar y dar nueva vida. La literatura ofrece muchos ejemplos al respecto. El más fecundo, a mi juicio, es el de Cervantes. Partiendo de la ensoñación pastoral pudo –tras perder una mano en Lepanto y pasar cinco años cautivo en Argel– desembocar en el callejón sin salida de la picaresca, pero sirviéndose tanto de lo eglógico como de lo desastrado, tomó el camino del medio, logró un prodigioso equilibrio entre los opuestos y salió adelante con algo nuevo y esperanzador. Una experiencia de esta especie constituye una instancia inevitable en cualquier obra literaria que se extienda en el tiempo, que se vea sometida al viento en contra, al envejecimiento de su retórica, al desgaste de su eficacia. He tratado de no esquivar el bulto al toparme con esta realidad, la he asumido a mi manera, intentando superar el escollo.

«El choque con una realidad hostil puede enfermar tanto al poeta como a la poesía, puede incluso exponer a ambos al riesgo de muerte. Puede también, como todas las crisis profundas, salvar y dar nueva vida».

Alejandro Crotto es uno de los poetas que me gusta lo que escribe. Te reconocés en alguna zona de su escritura como alguien que sigue algunas de tus pautas de trabajo. ¿Coincidís conmigo?

Tengo mucha afinidad con la poesía de Alejandro Crotto, admiro su fortaleza y vitalidad. Le he dedicado un poema (“Canto llano”) en el que rescato sus valores: la fe, la alegría y el placer natural mientras se está a la busca del agua viva de la poesía castellana.

Para concluir, me gustaría que amplíes la afirmación que haces en el libro sobre la precariedad que observas en los lectores de poesía.

¿Escuchaste hablar del “ojímetro”? Es un curioso dispositivo para medir el verso libre. Reemplaza tanto al oído absoluto como al ábaco y los dedos de la mano. Como dice Voltaire en su Cándido: “Todo está bien. Todo va bien. Todo va lo mejor posible.”

Fabián Herrero

Fabián Herrero

Doctor en Historia e investigador del CONICET (UBA-Ravignani). Docente en UADER. Publicó más de diez libros de poesía e historia. Entre los últimos podemos destacar, "Quién no le tiró una piedrita al mundo" (Alción, 2020), "La luna tiembla en mi cuerpo de agua" (Barnacle, 2021), "Días como perros perdidos" (Barnacle, 2022), "La nube es una flor que arrancó sus raíces" (UNL, 2023) y "El Fraile Castañeda, ¿el “trompeta de la discordia”?" (Prometeo, 2020).