Walter Benjamin, el judío, el anarquista, el comunista, en fin: el heterodoxo. A 80 años de su muerte nos queda un legado abierto e inconcluso, como su obra, como su vida.
“Una forma muy típica del judaísmo: entrar en crisis con el judaísmo”.
Martín Kohan.
Walter Benjamin cortaba su naturaleza un 26 de septiembre de 1940 en Portbou. El pensador judeoalemán se quitaba la vida para descansar en el infinito silencio de la muerte. Unos días después, el 8 de octubre, Theodor Adorno le escribe a Gershom Scholem: “Walter Benjamin se ha quitado la vida”. A partir de ahí se inicia un trabajo (y una disputa) por Walter Benjamin que llega a nuestros días.
La pregunta recae, ¿qué podemos decir sobre Walter Benjamin? Notas, escritos, artículos, libros, libros no finalizados. Eso y un poco más. Walter Benjamin se lo puede definir como un pensador de la profanidad: ni filósofo, ni anarquista, ni comunista. Theodor Adorno, en su último artículo sobre Walter Benjamin, lo describe como “distante de todas las corrientes”. Un pensador profano, fuera-de-lugar y heterodoxo. Walter Benjamin tiene la cualidad de no poder ubicarlo en ningún lugar, es un pensador fuera-de-lugar y, aun así, logra ser vigente a través del tiempo.
Un pensador profano, fuera-de-lugar y heterodoxo. Walter Benjamin tiene la cualidad de no poder ubicarlo en ningún lugar, es un pensador fuera-de-lugar y, aun así, logra ser vigente a través del tiempo
Se lo intenta situar en el marxismo, pero, en sus inicios, era un anarquista empecinado como gran parte de la generación de la revolución de los hijos. Podemos nombrar esta generación judeoalemana: Walter Benjamin, Gershom Scholem, Theodor Adorno, Ernst Bloch, Gyorgy Lukács, Franz Kafka y Sigmund Freud. Algunos nombres que todavía siguen resonando, y mucho. Michäel Löwy definió su anarquismo como “sugerido por la afirmación que toda ciencia y todo arte libres son necesariamente extraños al Estado y a menudo enemigos del Estado”. En este momento, Walter Benjamin encuentra una articulación con el anarquismo: el mesianismo (judío). El deseo del anarquismo y un mesianismo decanta, de alguna manera, en Scholem: un anarquismo religioso. Friedrich Schlegel lo puede sintetizar: “El deseo revolucionario de realizar el Reino de Dios constituye (…) el comienzo de la historia moderna”. El deseo revolucionario y anarquista de Walter Benjamin se conforma en el mesianismo judío o, acaso, en su mesianismo judío. La heterodoxia de Walter Benjamin es lo crucial en su pensamiento. Su mesianismo judío, su anarquismo, su adherencia al comunismo no está ni a la izquierda ni a la derecha, sino en otra parte. Walter Benjamin tenía arraigadas sus convicciones anarquistas en lo más interno de su ser: un judaísmo por fuera de su tiempo.
Walter Benjamin fue, en lo fundamental, un pensador. Pero también un crítico del sistema capitalista ya sea como anarquista, como comunista y/o como judío. Sus certeras críticas al modo de relacionarse en el sistema capitalista se vuelven más vigentes que nunca. Sólo leyendo El fragmento teológico-político (1920-1921), El capitalismo como religión (1921) y/o Para una crítica de la violencia (1921) nos podemos dar cuenta de algunas de sus críticas tanto teológicas como políticas. El pensador profano, por caso, Walter Benjamin tenía sus prioridades en claro: ir, para decirlo en términos benjaminianos, a contrapelo de la historia de los tiempos. Porque los judíos ya habían pagado su precio para acceder a la eternidad, es decir, los judíos se vieron obligados a no integrarse a la historia. Por el contrario, caminaron desde su exilio fundacional, desde su tradición, hacia el extremo de los tiempos.
Walter Benjamin recorrió la violencia fundacional de derechos, Estados y violencia(s) de los aparatos ideológicos del Estado en Para una crítica de la violencia (1921) que dio lugar, en otro sentido, a la redacción de su tesis doctoral: El origen del drama barroco alemán (1928), escrita en 1924 y publicada en 1928, donde toma la concepción de soberanía de Carl Schmitt. Dos años después de redactar su tesis doctoral, en 1926, envía una carta a Gershom Scholem donde pretendía adherirse al Partido Comunista, aunque aclara que no pensaba abjurar, declinar ni olvidar sus convicciones anarquistas. Benjamin pensaba que los métodos comunistas eran los mejores para conseguir resultados políticos concretos, mientras que el objetivo anarquista era significativo mas no constituía metas verdaderamente políticas. Podemos decir que Walter Benjamin vivía en un umbral amplio: entre la observancia religiosa (el mesianismo judío) y la observancia política (el anarquismo) que disponía la posibilidad de ir y volver de una punta a la otra. El mesianismo judío es la continuación del anarquismo, pero por otros medios.
Volver a Walter Benjamin es volver a entenderlo como un judío anarquista del siglo XX que adhirió, en sus tiempos y en sus formas, al Partido Comunista. Porque era, creía, la manera más eficiente de obtener la victoria contra el capitalismo a través de los métodos concretos de la obtención del uso del poder. Así como Lacan ha propuesto volver a Freud, nosotros proponemos volver a Benjamin: empezar a releerlo con otros ojos, esto es, los ojos del judaísmo profano. También es importante rememorar no sólo la constitución de un judaísmo profano como el de Walter Benjamin, sino también sus textos. En un texto publicado en el 1923, Benjamin se propuso hacer una lectura de la ultima instancia de la inteligencia europea: el surrealismo. Benjamin allí no sólo proponía ubicarse entre el umbral de la vigilia y el sueño, sino también (y aquí nos interesa) recuperar las energías revolucionarias que se manifiestan en lo anticuado. ¿Qué práctica más socialista que esta? ¿Qué mejor que volver al pasado olvidado, enajenado, desmemoriado para mirarlo, re-conocerlo y devolverle su dignidad perdida en el progreso de la Historia? Es momento de levantar el guante, recogerlo y continuar esta tradición que se transmuta a través de la intelectualidad. Un retorno a Walter Benjamin implica volver a mirar lo negado en el progreso de la Historia, recobrar lo perdido en el tiempo e ir al encuentro con la diferencia de la otredad: volver a arriesgarnos al juego de la existencia.
Un retorno a Walter Benjamin implica volver a mirar lo negado en el progreso de la Historia, recobrar lo perdido en el tiempo e ir al encuentro con la diferencia de la otredad: volver a arriesgarnos al juego de la existencia.
Walter Benjamin escribe dos artículos esenciales para volver a pensar otra cuestión: el relato. Estoy pensando en dos artículos como Experiencia y pobreza (1933) y El narrador. Consideraciones sobre la obra de Nikolái Léskov (1936). En estos dos artículos, Benjamin postula sus dos concepciones de experiencia: la experiencia en tanto vivencia y la experiencia en tanto relato. Nos situamos en el relato porque es lo que somos: somos relato. Así como Dios le dijo a Moisés: “Ehyeh Asher Ehyeh” (Yo seré el que seré), Walter Benjamin es lo que es. Benjamin, como parte del judaísmo, es Hagadá: Benjamin también es relato. Es hablado. Es contado. Es relatado. El relato, quizás, sigue siendo la forma secularizada de la Hagadá y, como sostiene Carlo Ginzburg, la secularización no se opone a la religión, sino que invade su terreno. Trataron de matarlo, trataron de escindirlo y trataron de desjudaizarlo. Intentos muchos, éxitos ninguno porque la tradición apareció. El espíritu que vive en la sangre, la tradición del judaísmo, se reveló: cuando la asimilación aconteció en Viena, su cumbre a principios del siglo XX, la tradición se recuperó mediante la revolución de los hijos. La tradición, de esta manera, no se continúa, sino siempre se recupera. La tradición no pertenece al orden de lo conservador, sino al orden de la actualidad. La Hagadá secularizada puede ser el relato actual, pero no podemos dejar de mencionarlo: la secularización no borra, no transparenta ni desaparece el contenido teológico de los conceptos divinos. La Hagadá y, más precisamente, el relato retorna como un Mesías olvidado porque la puerta siempre está abierta. También lo podemos pensar con Gershom Scholem y su estudio sobre el movimiento sabbateísta: dado que todos no podemos ser santos, seamos todos pecadores, es decir, la redención a través del pecado. La redención puede estar allí: en el relato o, mejor dicho, en la forma que nunca se fue de Walter Benjamin. El espíritu de la sangre vive en la carne, está encarnado, y está esperando su tikun: su arreglo, su recomposición y está emanando su esencia para lograr su nuevo territorio.
Hacemos un salto (dialéctico) al último período de Walter Benjamin: Sobre el concepto de historia (1940) y el proyecto de El libro de los pasajes (1927). El primero fue terminado y tomado como el testamento de Benjamin donde se conjuga el judaísmo, el mesianismo y el marxismo. El Mesías actúa no sólo como “redentor, sino también como vencedor del anticristo” escribe Benjamin. Este Mesías va a venir, pero no sabemos cuándo, sino cada momento puede abrir la puerta de los tiempos y a-parecer, llegar y empezar la tarea histórica de la(s) izquierda(s): re-leer, re-conocer y volver a darle dignidad a los desposeídos que fueron silenciados, ignorados y omitidos. El libro de los pasajes (1927) si bien fue escrito y empezado a redactar en el 1927 nunca fue finalizado. Un libro que se empieza a escribir y nunca terminado: es la tarea pendiente de la vigencia de Walter Benjamin. Quizás, como apuntan algunos críticos, fue un libro destinado a nunca concluirse. Otros, entre los cuales me incluyo, pensamos que fue un libro iniciado para dejarnos una tarea: para volver a mirar a ese pasado, llenarlo de luz, energías y redimirlo. Las vasijas que se rompieron hicieron dispersar todas las energías creadoras, destructivas y revolucionarias, entonces hay que tomarla, volverlas a erigir y traer la redención. Quizás esa sea nuestra tarea: redimir las memorias de nuestros precursores. Creemos, efectivamente, que Benjamin tenía alguna idea similar para erigir lo profano: para construir la felicidad de la especie humana y construir su propio Jardín del Edén.