El nombre de Hugo Gola remite de forma indefectible a la poesía. Su nombre se asocia al de otros grandes, como Saer y Juan L. Ortiz. Fallecido en 2015, su nombre reverbera todavía en quienes lo conocieron y, sobre todo, en su obra.
El nombre de Hugo Gola está ligado a la vida y obra de otros, quizá más célebres, como Juan L. Ortiz y de Juan José Saer. Escuchar en estos días las presentaciones maratónicas sobre la nueva edición de las Obras completas de Ortiz nos remiten una y otra vez referencias, anécdotas, comentarios sobre Hugo. Ocurre algo parecido cuando uno vuelve sobre videos de las entrevistas o intervenciones de Saer.
Mi vínculo con Hugo fue en la década de 1980 cuando volvió a Santa Fe. Asistí a su taller, pero también a las variadas actividades que organizaba. Posteriormente lo vi en alguna ocasión cuando volvía a Santa Fe, o bien tenía noticias de primera mano en las conversaciones que tenía con su amigo José Carlos Chiaramonte. Era común, incluso hoy, que José Carlos me cuente anécdotas con Hugo de sus tiempos en Paraná y Rosario, pero también las ultimas novedades de su vida en México. Ir a la casa de Chiaramonte y de Susana, significaba, ente otras muchas cosas, hablar de Hugo mientras me mostraba la última correspondencia donde siempre iba acompañada de un libro o una revista. Entreviste a tres poetas que están vinculados a Hugo. A su último editor, Javier Cófreces, a su hija Patricia y a una de sus últimas colaboradoras y discípula en México, Tania Favela. Tres intervenciones a modo de homenaje, tres voces para recordar a Hugo Gola.
Tania Favela Bustillo (México, 1970) Cursó el Doctorado en Literatura Latinoamericana en la UNAM. Del 2000 al 2010 formó parte del Consejo Editorial de la revista El poeta y su trabajo dirigida por el poeta Hugo Gola. Entre sus últimas publicaciones se encuentran: Un ejercicio cotidiano, selección de prosas de Hugo Gola (Toé, 2016), El lugar es el poema: aproximaciones a la poesía de José Watanabe (APJ, 2018), el libro de poemas La marcha hacia ninguna parte (Komorebi, 2018) y Remar a contracorriente. Cinco poéticas: Hugo Gola, Miguel Casado, Olvido García Valdés, Roger Santiváñez, Gloria Gervitz (Libros de la resistencia, 2019). Actualmente es Académica de Tiempo Completo de la Universidad Iberoamericana .
Tania, hace un tiempo me comentaste que Hugo fue uno de tus maestros. ¿Qué podés contarnos al respecto? ¿Cómo lo conociste?
Conocí a Hugo Gola en la Universidad Iberoamericana al inicio de mi Licenciatura en Literatura Latinoamericana en 1989, yo tenía en ese entonces diecinueve años. Tengo un recuerdo nítido de esa primera clase y del impacto que tuvo de inmediato en mí: habló de la importancia de la poesía y de su relación con la vida, leyó con tono fuerte y ritmo pausado varios poemas y nos preguntó sobre nuestras lecturas e intereses. Al salir de clase tuve la sensación de haber estado frente a un verdadero maestro y percibí que algo se había modificado en mi interior. Puede parecer exagerado, pero no lo es. Hugo tenía un efecto inmediato en aquellos que lo escuchaban con atención. A partir de ese momento intenté estar cerca de él, no sólo en sus clases, sino fuera de ellas, en su cubículo, en los pasillos o en los jardines de la universidad en los que solía recostarse para leer o para conversar con los alumnos que se le acercaban. Como yo era muy tímida, esperaba siempre a algún amigo para que me acompañara y así poder participar (casi siempre como escucha) de la conversación. Hugo hablaba de todo, la poesía era siempre el eje, pero la conversación podía girar hacia sus recuerdos de juventud o a su relación con Juan L. Ortiz y Juan José Saer, o nos contaba de alguna lectura reciente que lo había emocionado o de algún músico que había escuchado. A veces nos aconsejaba sobre problemas particulares o comentaba cierta noticia que había leído, o hablaba de alguna exposición de pintura y nos recomendaba ir a verla. Mi vida extrañamente comenzó a girar en torno a Hugo y a la poesía, y mi manera de pensar y de vivir dieron un vuelco total.
«Hugo tenía un efecto inmediato en aquellos que lo escuchaban con atención. A partir de ese momento intenté estar cerca de él, no sólo en sus clases, sino fuera de ellas, en su cubículo, en los pasillos o en los jardines de la universidad en los que solía recostarse para leer o para conversar con los alumnos que se le acercaban» (Tania Favela).
¿Qué otras cosas podés contarnos sobre ese primer acercamiento?
Tuve la fortuna de poder tomar cuatro clases con él, además de las dos materias de poesía que estaban en los primeros semestres, Hugo impartía “Lectura crítica” y “Ensayo Latinoamericano” en los semestres posteriores, así que estuvo presente a lo largo de toda mi carrera. Fue también mi director de tesis, yo había elegido precisamente la poesía de Juan L. Ortiz y Hugo, aunque primero intentó disuadirme por lo complejo de los poemas, luego aceptó gustoso dirigirme porque, por lo que me dijo, mi proyecto le había interesado. Otro golpe de suerte para mí fue el haber presenciado el inicio de la revista Poesía y poética, de la que me hice inmediatamente lectora. En 1994 salí de la carrera, pero no de la universidad, me ofrecieron una clase de redacción y la acepté con gusto, entre otras cosas porque quería seguir cerca de sus enseñanzas. Daba mis clases y, si lograba coincidir en horarios, me metía a sus materias, que yo ya había tomado, pero como Hugo fue un maestro singular, sus cursos eran siempre distintos y siempre veía o leía algo nuevo para mí. Así que, hasta su vuelta a la Argentina en el 2011, estuve cerca de él, ya fuera en su taller de poesía o en las reuniones entorno a El poeta y su trabajo,o en los deliciosos asados que hacía en la casita de Huitzilac, a los que de tanto en tanto nos invitaba y en los que de manera relajada y siempre con un buen vino seguíamos la conversación del taller o de algún nuevo interés que Hugo ponía en la discusión del momento.
Cuando conocí a Hugo en Santa Fe también fui a su taller literario, y, casi de inmediato, lo consideré íntimamente como un maestro. La primera reunión se hizo en la facultad, todas las posteriores fueron en la casa de Marta Bianchini, otra tallerista. Su explicación básica fue que no se podía hacer un taller sin un ámbito más familiar y, sobre todo, con un vaso de vino en la mano. Me sorprenden estas coincidencias con respecto a lo que señalas. Podrías, por favor, ampliar un poco más tu idea de Hugo como tu maestro.
Me alegran esas coincidencias, y bueno, es importante decir que Hugo fue un maestro en todo el sentido de esa palabra, no sólo se interesaba en nuestra formación “intelectual”, por llamarla de alguna manera, sino también y sobre todo en el curso de nuestras vidas. Fue gracias a él que decidí independizarme y vivir sola, él hablaba siempre de la importancia de tener un espacio y el silencio necesario para poder leer y estudiar, así que con mi primer sueldo alquilé un pequeño cuarto y me fui de casa. Me acuerdo todavía lo mucho que Hugo festejó esa decisión. Fue también gracias a él que me metí al doctorado, incluso me sugirió trabajar a Watanabe, que acababa de morir y era un poeta prácticamente desconocido en México. Y también podría decirse que gracias a él tengo ahora un tiempo completo en la IBERO, esto porque en el 2012 fuimos a Buenos Aires, Luis Verdejo, Bruno Madrazo y yo a visitarlo, y lo primero que hizo fue preguntarme si ya tenía una plaza en la universidad: le dije que no, que no tenía ganas de concursar por la plaza, porque al no tener un tiempo completo, tenía mucho tiempo libre; de inmediato me regañó y me dijo que era momento de pensar en el futuro, que yo ya no era tan joven y que no podía seguir viviendo al día. Como siempre tuvo razón, y al poco tiempo concursé y gané felizmente la plaza.
Me gustaría que nos cuentes sobre la tesis que escribiste sobre la obra de Hugo. ¿En qué consiste? ¿Qué te dejó esa experiencia de investigación?
En la tesis me centré sobre todo en Filtraciones, que salió en 1996 y que fue el primer libro que Hugo publicó en México. Yo había leído ya sus libros anteriores, que me encantaban, pero me decidí por Filtraciones, quizá por ser justamente su libro más reciente. Aunque también trabajé uno de sus “Siete poemas”, libro anterior que se encuentra en Jugar con fuego. Trabajar la obra de Hugo teniéndolo tan cerca fue complejo, en principio porque intentó varias veces disuadirme, pero como vio que yo no pensaba cambiar de poeta se resignó y no volvimos a hablar del tema. Es decir, nunca me preguntó cómo iba mi trabajo de tesis y yo procuraba no hablar de ese tema con él. Así que me olvidé de Hugo y me centré sólo en los poemas, que es, finalmente, lo que uno debe hacer cuando trabaja una obra poética.
Mi director de tesis fue William Rowe, y eso, debo decirlo, fue maravilloso para mí, disfruté de su conversación y aprendí mucho con su lectura y sus sugerencias. Siempre lo he considerado también mi maestro, le debo mucho de mi forma de leer y abordar la poesía.
Mi tesis giró en torno a la forma de los poemas de Filtraciones. La titulé precisamente Hacia la forma (aproximaciones a la poética de Hugo Gola) y la dividí en tres partes: “El ejercicio poético”, “Fantasía inteligente” y “El acto crítico”. No voy a ahondar en todo lo que trabajé ahí, pero te puedo señalar los rasgos de su obra que en ese entonces me impresionaron: primero, el tejido sonoro que articula sus poemas, al que llamé “lógica fónica” y del que intenté dar cuenta desde el movimiento de la sílaba del que habla Charles Olson en su ensayo “El verso proyectivo”. En mi tesis no hice la relación con Girondo, pero ahora veo lazos importantes entre la obra de Gola y En la masmédula, una relación que daría para un lindo ensayo. La articulación sonora me llevó a adentrarme en la dinámica de la construcción de algunos de sus poemas largos y en la transmutación constante de las palabras. Otro punto que llamó mi atención fue la constante negación que se articula en algunos poemas. La negación no sólo como principio destructor sino como constructor: negar para depurar, para filtrar, para desbrozar un terreno y trazar un territorio nuevo. Me centré también en la austeridad de su lenguaje, en esa economía verbal que lo caracteriza y en el acto crítico que todo poema supone. En fin, habría otras cosas, pero sería difícil resumirlas. Lo que sí te puedo decir es que esa tesis me ayudó a sentar bases importantes para seguir trabajando la poesía, en particular, claro, la poética de Hugo. El último trabajo que publiqué sobre su obra es “El rumor de lo real en Resonancias renuentes” que salió en mi libro de ensayos Remar a contracorriente. Cinco poéticas, publicado en la editorial, libros de la resistencia, de Madrid.
Cuando terminé la tesis lo primero que hice fue dársela a Hugo, después de una semana me llamó y me dijo: “¡Buen trabajo!”, ese fue mi mejor regalo de titulación, saber que le había gustado.
«Las reuniones en casa de Hugo eran muy estimulantes, las ideas, la conversación, el sentido del humor de Hugo, siempre agudo y sutil, nos llenaba, a los que participábamos cada viernes, de energía y de ganas de hacer cosas: de leer, de escribir, de pintar, o de hacer algo, cualquier cosa, Hugo sabía contagiar esa vitalidad, algo realmente maravilloso y creo, poco común» (Tania Favela).
Formaste parte, como ya contaste, del consejo editorial de la prestigiosa revista El Poeta y su trabajo que dirigía Hugo. ¿Qué podés decirnos con relación a esta experiencia? ¿Cómo pensaban los números, cómo eran las reuniones de trabajo, qué discutían?
Fue una experiencia muy interesante, en principio porque cada viernes por diez años, del 2000 al 2010, nos reunimos en el departamento de Hugo, no sólo los que participamos en el consejo, también otros alumnos y alumnas. Hugo comenzó en ese entonces un taller de poesía y fue ahí donde surgió la idea de emprender la nueva revista El poeta y su trabajo. El ciclo Poesía y poética (1990-1999) se había cerrado a consecuencia de una pésima y lamentable decisión de la entonces directora del Departamento de Letras de la UIA, así que el taller y la revista se convirtieron en un nuevo eje de conversación y aprendizaje. En el taller leíamos y comentábamos nuestros poemas, cada sesión alguien leía y si no había material del grupo, Hugo leía y comentaba poemas de algún poeta o trozos de prosa que le hubieran interesado; también gustaba de poner música y la escuchábamos con detenimiento para después comentarla, o incluso llegamos a ver y comentar alguna película o alguna escena en particular. Cuando la nueva revista arrancó, el taller dio también un giro y sobre todo nos reuníamos para ver el material que le había llegado a Hugo o que había seleccionado para el nuevo número. Nos leía cartas, entrevistas, ensayos y traducciones, y conversábamos sobre ese material. En realidad, el que elegía los materiales era Hugo y era él también el que nos los presentaba. Estaba, eso sí, siempre abierto a las sugerencias y nos animaba a traducir poemas, ensayos o entrevistas para publicarlos en la revista. Yo, debo decirlo, no tenía muchas sugerencias; otros, mucho más activos, traían materiales para ver si Hugo se interesaba. Una vez formado el nuevo número, el trabajo era el de transcribir los textos, corregir las pruebas e incluso mandar las revistas al correo, en todo ese trabajo participé de manera muy activa y siempre contenta de hacerlo.
Las reuniones en casa de Hugo eran muy estimulantes, las ideas, la conversación, el sentido del humor de Hugo, siempre agudo y sutil, nos llenaba, a los que participábamos cada viernes, de energía y de ganas de hacer cosas: de leer, de escribir, de pintar, o de hacer algo, cualquier cosa, Hugo sabía contagiar esa vitalidad, algo realmente maravilloso y creo, poco común. Cuando por la noche uno salía de su departamento, la vida parecía más rica, más densa, más compleja, más bella, mucho más interesante de ser vivida.
Entre los que nos reuníamos estaban siempre Martha Block, Juan Alcántara, José Luis Bobadilla, Guadalupe Alemán, Ricardo Cázares, Jessica Díaz, Iván García, a veces también llegaban Juan Carlos Cano, Tatiana Lipkes, Luis Verdejo, Jesús Coss, Nadia Mondragón, Rogelio Castillo, Germán Martínez, etc.
Lo que he leído de tu poesía, creo, tiene ciertos ecos de la poesía de Hugo. Te lo he escrito alguna vez. En tu opinión, ¿su poesía tiene algún impacto en tu propia obra?
Pienso que sí, que en todo lo que he escrito está de una u otra forma Hugo. No necesariamente de manera directa, mis poemas, creo, son muy distintos a los suyos, sobre todo los últimos, porque en los primeros, en Materia del camino, por ejemplo, la voz de Hugo es más evidente y también la influencia de cierta poesía norteamericana que a él le interesaba mucho; pienso sobre todo en el primer o último William Carlos Williams, o en la poesía china y japonesa que también leímos mucho con él. En Pequeños resquicios hay otras influencias, la de Watanabe, por ejemplo (a quién también leí gracias a Poesía y poética). En La marcha hacia ninguna parte, suceden otras cosas, la escritura vuelve a cambiar, pero por lo visto Hugo siempre está en el centro, en el título y en ciertas frases o versos suyos que fui intercalando.
Su insistencia en el “habla”, que está tanto en sus poemas como en sus reflexiones (Prosas o entrevistas), es algo que me parece puede percibirse en mi escritura, eso en definitiva se lo debo a Hugo. También su mirada crítica y su atención a las vanguardias fueron alimento constante, y quisiera pensar que son marcas también de mi escritura. Pero quizá el eco más importante de Hugo en mi poesía y en mi vida tiene que ver con su manera de entender la poesía, con su manera de vivir, que en líneas generales y hasta donde me fue posible, traté de seguir: el rigor, la fidelidad a la poesía, la necesidad de crearse un espacio interior y exterior, el no acomodarse, el no transigir por cuestiones de conveniencia, en fin, toda una enseñanza que me acompaña día a día.
Patricia Gola nació en Santa Fe, Argentina, en 1959. Vive en México desde 1976, tras salir exiliada con su familia. Estudió literatura en la UNAM y escribió una tesis sobre Oliverio Girondo y otra sobre Emilio Adolfo Westphalen. Es poeta y traductora del inglés y el alemán. Ha traducido libros de: Paul Celan, Denise Levertov, Robert Creeley, Wallace Stevens. Publicó el poemario Las lenguas del sol en México (El ala del tigre, 1992) y en Argentina, en versión ampliada (Alción, 2010). Fue editora y directora de la revista Luna Córnea y trabajó como editora de libros de fotografía en el Centro de la Imagen. Actualmente prepara la publicación de otro poemario, Secreta matriz, y tres libros de traducciones: Plegarias, de Christine Lavant (AUIEO Ediciones), De Mandelstam a Celan: Envíos (Alción) y una edición ampliada de su antología de Paul Celan.
En las reuniones de Taller con Hugo, en la Santa Fe de los años 80, recuerdo que nombraba a sus hijas. No tanto como hijas sino como colegas. “Lean esto, decía, que tradujo Patricia Gola”. Sonaba realmente muy encantador el lugar que les daba. ¿Qué podés contarnos sobre la relación que tenías con tu padre como poeta?
Lo primero que se me vino a la mente después de leer esta pregunta es que mi padre “establecía un contacto”, desde donde fuera que se encontrara. Era un guiño de ojos, un hilo invisible, ¡pero qué resistente! Mi padre tuvo una gravitación muy grande en mi vida. Sin duda, la manera en que concibo al mundo, y a los hombres y mujeres que lo conforman, está pasada por el fino matiz que él les imprimía a las cosas. Una personalidad muy fuerte mi padre, fuerte pero no impositiva. Recuerdo que él solía entrar en esos estados donde la sensibilidad se exacerba al máximo y uno está presto a recibir. A veces, él caía en esos estados simplemente leyéndome algún poema, era una especie de arrebato. Yo era una niña de escasos seis o siete años y sólo entendía el espíritu de todo eso. Las explicaciones venían sobrando. Ahí estaba la experiencia. Él, quizás sin proponérselo, me inoculó ese veneno de la poesía, que es a la vez un antídoto, que permite hacer la vida un poco más vivible.
A menudo compartíamos lecturas, hallazgos azarosos, y más terrenalmente, la comida y el vino (que son otras de las maneras de la poesía). Y todo eso fue forjando en mí una mirada que, a menudo, compartíamos sobre las cosas. Mi padre no fue un ser ejemplar, aunque trató ciertamente de ajustar su vida a una ética personal. Un ser altamente contemplativo; muchas veces, sin embargo, sufría de ansiedades. También lo atormentaba la finitud de la vida y el misterio insondable de la muerte. Pero fue un hombre profundamente comprometido con esas palabras calientes. A ese riesgo, a esa “intemperie sin fin” que es la poesía, y a tratar de descifrar su naturaleza siempre indómita, le dedicó toda su vida.
Hugo se destacó por la creación de revistas de poesía, donde vos tuviste una participación. Me gustaría que nos cuentes cómo eran esas empresas de difusión poética.
Esa empresa venía siempre acompañada del entusiasmo. Encontraba un material de interés, y en torno suyo se le iban sumando otros hasta conformar poco a poco un número de la revista. A veces intervenía el azar, pero también, como sucede con aquellas personas que se sienten atraídas por una “línea” de trabajo, convocaba, pienso, esos materiales. Cuando se está atento a la poesía, ella suele hacer su aparición, algo así le sucedía a mi padre. Los amigos, muchos de ellos poetas, o bien algunos desconocidos pero que se entusiasmaban con su labor editorial, solían enviarle materiales diversos desde distintas partes del orbe. Otras veces él mismo llegaba rastreando a poemas, ensayos, y a textos más o menos inclasificables. Así, sus revistas estuvieron dedicadas a la poesía y a la poética, pero también incorporaron la pintura, la fotografía, la escultura, la música, como parte sustancial de ese núcleo vivo. Tuvo también la lucidez de darle mucha importancia a la traducción, como una forma de la transcreación poética, e insistía siempre en incluir el original en su lengua y paralelamente las versiones. Solía decir que hay tantas traducciones de un poema, como traductores posibles, porque cada versión da cuenta de la propia experiencia de la poesía y de la vida misma. Yo participé, sí, en algunos números, pero siempre a una respetuosa distancia.
«Sus revistas estuvieron dedicadas a la poesía y a la poética, pero también incorporaron la pintura, la fotografía, la escultura, la música, como parte sustancial de ese núcleo vivo. Tuvo también la lucidez de darle mucha importancia a la traducción, como una forma de la transcreación poética, e insistía siempre en incluir el original en su lengua y paralelamente las versiones» (Patricia Gola).
¿Cuáles son tus recuerdos de Hugo con relación a su trabajo como poeta? ¿Cómo era el proceso de creación de sus poemas? ¿Tomaba notas, corregía mucho?
Ocasionalmente mi padre sufría de una suerte de arrebato. En esos momentos que podían darse en cualquier tiempo o lugar, sentía la imperiosa necesidad de la escritura. Un pedazo de papel, una servilleta, el borde de un papel de diario, o una papeleta en el correo (como le sucedió una vez) podían perfectamente servir a los fines de la poesía. También es cierto que pasaba largos períodos de aridez, en los que no podía escribir. Era un tiempo doloroso. No que él pregonara esa “sequía”, pero uno podía sentirla, casi palparla. También anotaba en pequeños cuadernos o libretas, como una manera de prepararse siempre para la poesía. Así surgieron, supongo, sus Prosas. La traducción era otra de las maneras de ese ejercicio para ese arte mayor.
Algunas veces los poemas surgían, por así decirlo, de un golpe. Otras veces corregía implacablemente lo escrito, hasta dejar casi nada. Hay páginas suyas donde el poema desaparece ante las infinitas enmiendas. El poema deviene casi una tachadura. La poesía de mi padre es ante todo una respiración y un ritmo. Y es también un dibujo en la página.
En tu opinión, ¿qué es lo que más te gusta de la poesía de Hugo? ¿Tenes algún libro preferido?
Es una pregunta muy difícil. Seguramente por encontrarme demasiado cerca de su poesía. Hay muchos poemas suyos que me tocan profundamente, incluso de sus primeros libros:
“¿Ves esa niebla que anda como desprendiéndose del río, la ves ahora, casi rozando el suelo, acariciante y huidiza sobre los pajonales secos, amarilleados por la escarcha de un otoño desmedido? Son nubes, nubes que han bajado, cansadas de tanto movimiento puro, sin apoyo, deseosas de sentir la solidez tozuda de la tierra, su beso opaco.”
Quizás con Siete poemas su poesía alcanzó una gran altura. Sin embargo, hay también en Filtraciones poemas de una gran carga poética. Resonancias renuentes es un libro que quiero mucho. Es un regreso a su vida pasada. Como lo es también Las vueltas del río: Juan L. Ortiz y Juan José Saer. En unos meses va a aparecer en Chile un libro inédito suyo, Diario de amor de Anahí, que mi padre escribió en su vejez y que me conmueve por esa centralidad que le otorga al sentimiento amoroso. Creo también que su labor como editor es una con su obra poética. Él mismo lo entendía, pienso, como una unidad. Nunca consideró la poesía como un trabajo. Paul Celan diría “todo menos un trabajo”, un don, sí, eso fue la poesía para mi padre.
Javier Cófreces nació en Buenos Aires en 1957. En 1977 fundó el grupo Onofrio de Poesía Descarnada, junto a Jonio González y Miguel Gaya. En 1981 fundó la revista de poesía La Danza del Ratón, junto a Jonio González, publicación que dirigió hasta su último número, aparecido en 2001. Ese año fundó la editorial Ediciones en Danza, que dirige actualmente. Bajo este sello publicó, entre otros libros, Venecia Negra (con Alberto Muñoz, 2003), Canción de amor vegetal (con Alberto Muñoz, 2006), Tránsito (2008), Tigre (con Alberto Muñoz, 2010), Los frutos del apetito (con Eduardo Mileo), 2011, Humos de mi padre (2013), Titanes (con Eduardo Mileo y Alberto Muñoz, 2014).
Javier, ¿cuál es tu acercamiento a Hugo Gola? ¿Lo conocés primero como lector de poesía o fue de otra manera?
Conocí a Hugo Gola como lector, tras la lectura de su obra Jugar con fuego. Desde luego, me pareció un poeta muy valioso y su obra me impactó personalmente. Mi gesto de gratitud procuró resolverse a través de la publicación de un nuevo libro de Gola en Ediciones en danza. En consecuencia, tomé contacto personal con el poeta para ofrecerle la edición de un trabajo y me ofreció editar Resonancias renuentes. Una obra deslumbrante, y a pedido del autor, con ilustraciones de Hugo Padeletti.
«Su voz, su palabra y el contenido de sus observaciones me resultaron precisas, necesarias y fundamentalmente luminosas. No hay duda de que Hugo Gola es uno de los grandes nombres de la literatura argentina» (Javier Cófreces).
¿Podés contarnos por favor como fue la edición de Resonancias renuentes, el último libro de Hugo?
Cuando comenzamos a trabajar en la publicación del libro no nos conocíamos personalmente con Hugo. Para resolver la edición, hablamos varias veces por teléfono y Patricia, hija de Gola, colaboró en algunas cuestiones prácticas para la ida y vuelta de archivos. Promediando la publicación, allá por 2011, nos vimos por única vez en Rosario. Gola tuvo el inmenso gesto de acercarse a la presentación de Poesía reunida de Jorge Leonidas Escudero, en el Festival de Poesía de esa ciudad. Charlamos un buen rato y tuve la sensación de estar hablando con un autor sabio y de nobleza extrema. Me impresionó su gesto fraternal y su sencillez, tanto como su mirada profunda. Ya no estaba bien de salud y se lo veía frágil. De todos modos, en ese encuentro me transmitió una sensación de acercamiento impropio de un contacto eventual. Al menos, conservo ese recuerdo muy potente.
¿Cuál es tu opinión con relación a su poesía y a sus distintos emprendimientos en revistas de poesía? De algún modo, ¿tuvo algún impacto en tu propia obra?
Además de su poesía, siempre me impresionaron las reflexiones de Gola acerca de la poesía, publicadas en distintos medios. Siempre estuve atento a conocer sus puntos de vista acerca del trabajo del escritor. Su voz, su palabra y el contenido de sus observaciones me resultaron precisas, necesarias y fundamentalmente luminosas. No hay duda de que Hugo Gola es uno de los grandes nombres de la literatura argentina.