Repentina y absurda, Carlos Busqued nos dejó en shock, una vez más. Literatura, Twitter, una amistad sin mayor explicación.
Las relaciones sociales son tan frágiles como un cuerpo y tan porosas como una pared llena de humedad: el tiempo histórico y sus avatares políticos, económicos y tecnológicos nos arrastran a nuevas formas de sociabilidad, y nosotros nos encomendamos en cada generación al malabarismo del diálogo o al monólogo sordo que no dialoga. Entre medio, y pocas veces, nos encontramos con alguien que nos cambia la vida. Pero cuando digo “nos cambia la vida” es un poco una exageración y otro poco una triste realidad: en este mundo de dolor los detalles se vuelven movimientos tectónicos, y las palabras sinceras amistades efímeras en el tiempo, pero eternas en el espacio.
Voy a nerdearla, solamente para hacerlo enojar un poco (y porque no entiendo absolutamente nada de aviones de guerra, y menos de ingeniería o de cálculo): hay un libro fundamental en el judaísmo del siglo XX que es El principio dialógico, o el Yo y Tú, de Martin Buber. Dos ideas de ahí me vienen rápidamente a la cabeza. Primera: somos en la diferencia y la salida al otro, el Tú, es siempre una salida en el lenguaje; el lenguaje es la posibilidad de encontrarse en la diferencia. Segunda: las relaciones en la diferencia, entre el Yo y el Tú, son finitas y perecederas, como la existencia.
Ahora digo: la amistad es la extrañeza de lo desconocido, la incertidumbre que hace del extraño un extrañar y transforma el tiempo en espacio. La amistad es siempre una charla que se dejó el día anterior.
Jacques Derrida, durante el sepelio de Emmanuel Levinas el 28 de diciembre de 1995 dijo, retomando su legado, que “la relación con la muerte en su excepción –y la muerte es, sin importar su significado en relación con el ser y la nada, una excepción– a la vez que confiere a la muerte su profundidad no es una visión, ni siquiera una aspiración” sino que “es una emoción, un movimiento, una inquietud en lo desconocido”. Y justamente esta definición levinasiana de “lo desconocido” constituye un “no-saber” que es “el elemento de amistad u hospitalidad que permite la trascendencia del extraño, la distancia infinita del otro”. Ahora digo: la amistad es la extrañeza de lo desconocido, la incertidumbre que hace del extraño un extrañar y transforma el tiempo en espacio. La amistad es siempre una charla que se dejó el día anterior.
No quiero que estas palabras parezcan una oración fúnebre, pero creo que a él le hubiera encantado que tengan ese tenor, que busque escribir un texto con diferentes texturas a su muerte. Estoy en shock desde la tarde, cuando me avisaron lo que había pasado. Sigo sin creerlo, por momentos me lleno de tristeza y digo, “cuando te tiene que pasar te pasa”; después pienso, “qué mierda todo”; y por momentos hasta creo que sonrío imaginando que si la muerte es el gran absurdo de vivir, “una muerte sinsentido le da sentido a este absurdo que es la vida”.
Nunca conocí a Carlos Busqued en persona y sin embargo desde nuestro primer diálogo sentí su amistad y la extrañeza que hace de lo desconocido un detalle que genera un pequeño terremoto en el alma.
Durante muchos años intercambiamos “likes” y nos “retuitiamos” esas publicaciones de 140 caracteres que eran nuestra escritura cotidiana en Twitter. De cuando en cuando nos escribíamos algo de forma privada. El último mensaje que recibí de Carlos Busqued fue el 25 de noviembre del pandémico 2020. Habíamos hablado ese día de lo “espantoso que era todo”. El me había escrito un tiempo antes, transmitido unas palabras que fueron abrazos y nos volvieron más cercanos en esa virtualidad que a veces se vuelve tan real como un abrazo imposible. Le transmití una reflexión sobre el espanto, el dolor y el mundo. Sus últimas palabras fueron: “la trampa discursiva”. Nunca conocí a Carlos Busqued en persona y sin embargo desde nuestro primer diálogo sentí su amistad y la extrañeza que hace de lo desconocido un detalle que genera un pequeño terremoto en el alma. Sigo en shock mientras escribo estas palabras fúnebres para una amistad que no necesitó del tiempo, una amistad que nos encontró en la espacialidad del diálogo y los abrazos virtualmente irreales.