Escritor ante todo, Eduardo Mileo es una de las figuras principales de la poesía argentina. Cada uno de sus libros ofrece una experiencia particular que él mismo nos acompaña a recorrer.
Eduardo Mileo (Buenos Aires, 1953) es, a mis ojos, uno de los grandes poetas argentinos actuales. En esta entrevista para La Vanguardia lo consultamos sobre algunos de sus libros de poesía y sobre su labor como poeta. Es de notar, además, que fue miembro del consejo editorial de la revista de poesía La Danza del Ratón hasta el año 2001 (su ultimo número). También tuvo una variada participación en revistas culturales: secretario de redacción de la revista Babel y coordinador gráfico de la revista Humor, El porteño, Ñ, ADN Cultura, Diario de Poesía, Hablar de Poesía, entre otras.
Eduardo, me gustaría que cuentes algunas cuestiones relacionadas con tu labor como poeta. ¿Escribís siempre o lo hacés por intervalos? ¿Necesitás espacios especiales, lecturas? En Extracción del agua de la niebla, por ejemplo, hablás de un trabajo de investigación que te llevó dos años.
Escribo cuando tengo alguna idea generadora. Entonces me establezco una disciplina: escribo todos los días por la noche. Si no existe esa idea, en general no escribo; sólo a veces aparece algún huerfanito, y queda en una carpeta de poemas sueltos. Mi lugar especial es mi escritorio —me refiero al mueble, no a una habitación específica—; es mi isla de escritura. Leo mucho, por trabajo —soy corrector y trabajo leyendo— y por placer: novelas, cuentos, poesía, ensayo, todo lo que caiga en mis manos. No necesariamente para investigar sobre algún tema, sino simplemente por placer. Extracción del agua de la niebla es el libro en el que más trabajé. Fue un año de lectura acerca de biografías de pintores y de estética, y de escritura de los poemas, y luego otro de corrección. Es un libro caudaloso, de modo que hubo que corregir bastante.
Sos uno de los recientes ganadores de uno de los premios municipales de la Ciudad de Buenos Aires. ¿Qué podés contarnos sobre esta experiencia de los premios literarios y qué opinión te merece el atraso de las autoridades en darlo a conocer?
En la Argentina los premios y subsidios para el arte y la cultura son escasísimos. Si a esto le sumamos que son fallados con un atraso inconcebible —en la Ciudad el atraso venía del año 2012— y actualizados en su monto con muy poca conciencia de realidad —la inflación aumentó mucho más que los montos de los premios—, el panorama es muy desalentador. Es el producto de políticas capitalistas que subsidian con el dinero de los trabajadores y los jubilados a los que fugan el dinero a paraísos fiscales. Personalmente, no creo que esto vaya a cambiar a menos que no sea con un cambio absoluto de paradigma social.
«El punto de vista ajeno te da otra perspectiva sobre las cosas, te aleja de tus obsesiones y te coloca en campo abierto para el pensamiento».
Varios libros los escribiste con otros poetas, me refiero a Javier Cófreces y Alberto Muñoz. ¿Podés contarnos cómo es la experiencia de escribir con otros?
Es una experiencia enriquecedora. Te obliga a dejar de lado cuestiones de ego y a escuchar. Escuchar es un ejercicio fundamental para un escritor: el punto de vista ajeno te da otra perspectiva sobre las cosas, te aleja de tus obsesiones y te coloca en campo abierto para el pensamiento. La confrontación con la opinión ajena afina la mente, la ensancha, la oxigena. Con Javier y Alberto dejamos de lado la mezquindad: somos una cabeza con tres cerebros.
En esta experiencia enriquecedora, ¿cómo era la etapa de trabajo concreto? Me refiero a si alguien escribía algo y luego los demás corregían o ampliaban, o si discutían una idea o imagen previa y luego alguien la escribía. En una entrevista, creo que Javier Cófreces señalaba que se reunían a comer un día a la semana para este tipo de experiencia.
En general, cada uno escribía sus textos. Luego nos reuníamos y se discutían los textos, se proponían cambios, si era necesario —generalmente lo es—, se descartaban los textos con los que no se acordaba, y se concluía con textos que, de alguna manera, habían sido escritos por los tres, o con la intervención de los tres en la escritura. Los encuentros poéticos eran precedidos por una buena cena, un día a la semana, regada por unos tintos. Quizás en eso residía parte de la poesía.
Recuerdo que, en Diario de poesía, allá por los años de 1990, realizaban una encuesta a poetas sobre los libros que, en el año que terminaba, habían sido los más destacados. En el año de su edición, Mujeres figuró como uno de los más nombrados. ¿Cuáles de las devoluciones de lecturas o bien de las notas críticas recordás de ese período que puedas comentarnos?
Recuerdo esa encuesta: me sorprendió enormemente. No creí que tantos poetas, y tan buenos, hubieran leído mi libro. No recuerdo ahora todos los comentarios, pero sí recuerdo un par de notas que aparecieron en diarios sobre Mujeres: una de Gabriela Liffschitz y otra de Mónica Sifrim, las dos muy elogiosas.
En mi lectura, Mujeres se puede leer como una especie de microrrelatos sobre Elena, como una especie de “confederación de almas” (aprovechando la imagen de Antonio Tabucchi en Sostiene Pereira), esto es, Elena de chica, de joven, etc. O bien se trata de escenas de distintas mujeres si nos atenemos al título. ¿Cómo lo pensaste a la hora de escribirlo?
De las dos maneras. Todos vamos cambiando a lo largo de nuestras vidas. Somos los mismos y, a la vez, somos otros; a veces no nos reconocemos en algunas acciones del pasado. Estas mujeres también son las mismas y son, al mismo tiempo, Elena: una mujer que es, sintéticamente, todas las mujeres.
En su reedición de 2005, incorporás una parte nueva. ¿Cómo fue el trabajo de esa reedición y por qué corregiste e incorporaste nuevos poemas? Ambas ediciones creo que tienen un contexto de producción de poesía diferente, no es lo mismo lo que se publica y discute a comienzos de los años 90 que en los comienzos de los 2000. Y, al mismo tiempo, el tema de las mujeres, las expresiones a favor y en contra del feminismo, no es lo mismo en esos años citados.
No recuerdo las circunstancias que me llevaron a escribir nuevos poemas sobre mujeres, pero supongo que tiene que ver con una nueva etapa en mi vida, con un nuevo enamoramiento. De todos modos, puedo decir que pude recuperar el tono de los primeros poemas sin dificultad, como si no hubiera pasado el tiempo que pasó entre una edición y la otra. Es cierto que la lucha feminista cambió el punto de vista sobre muchas cuestiones en la relación entre hombres y mujeres. Pero el libro mantiene el espíritu que tuvo siempre: como dijo Reynaldo Jiménez en el bellísimo posfacio que escribió, es un intento de ver, quizás, a las mujeres que hay en uno.
Extracción del agua de la niebla es un libro dedicado a la pintura. La situación del pintor y la pintura se mezclan en los poemas. “El pintor pintado”, señalás en el prólogo. ¿Podés contarnos por favor cómo surgió este libro y cuáles son sus características más sobresalientes desde el punto de vista de la escritura?
La pintura es un arte que siempre me interesó. La recreación de la realidad, externa o interna, la posibilidad de diseñar una realidad nueva, son motivos que desde antiguo interesaron a la humanidad. El libro comenzó a gestarse hace varios años. Yo había escrito algunos poemas sobre pintores que habían quedado en carpeta. Creo que no supe en ese momento cómo encarar la obra. Mucho tiempo después surgió la idea del libro: confrontar la idea o situación que llevó al pintor a realizar el cuadro con la idea que el espectador se hace de él al observarlo. Con la idea clara comencé el trabajo: escribía todas las noches; en un año el esqueleto del libro estaba terminado. Luego vino el período de corrección. Las características del libro son su concisión, la síntesis, el intento de pintar una vida de una pincelada.
«La historia, aunque trabaja con documentos, es una creación, en el sentido de que es una interpretación de esos documentos, y una interpretación no es nunca ingenua: la historia toma partido. En el caso de esta modesta historia de la pintura, toma partido por la poesía».
Como historiador, no puedo pasar por alto tu referencia a la historia. “Esta historia poética, afirmás, no investiga documentos, sino que los crea.” Hay un trabajo sobre la historia, la pintura, como material de la poesía. ¿Qué podes contarnos de este tipo de vinculaciones que se ven en tu libro?
La historia, aunque trabaja con documentos, es una creación, en el sentido de que es una interpretación de esos documentos, y una interpretación no es nunca ingenua: la historia toma partido. En el caso de esta modesta historia de la pintura, toma partido por la poesía. A pesar de haberme documentado, las circunstancias en que coloco la creación de los cuadros son ficcionales: no responden necesariamente a momentos vividos por sus protagonistas. Son un intento de penetrar esas mentes que concibieron obras que perduran en la historia del arte y son, sin duda, motivos de inspiración para el arte actual.
Recientemente Ediciones en Danza publicó la obra reunida de Irene Gruss. Vos fuiste uno de los que participó en su preparación, ¿cómo fue la experiencia?
Gabriela Franco y yo tuvimos a cargo la edición de la poesía completa de Irene Gruss. Fue un trabajo arduo de recopilación y comparación entre diversas ediciones de su obra, cotejando versiones de poemas que diferían y tomando las decisiones correspondientes para la publicación. A mi juicio, se trata de una obra indispensable, la poesía de una de las grandes poetas de nuestro país.
Para terminar, me gustaría que nos cuentes cuál es la nueva apuesta de tu flamante libro Pentámeros.
Pentámeros fue escrito enteramente en el primer semestre del confinamiento debido a la pandemia de coronavirus. Tiene, por tanto, un espíritu que es, por momentos, sombrío, aunque, de conjunto, no está invadido por ese espíritu. Son poemas que tratan temas variados y que poseen un tono filosófico. A pesar de ignorar las respuestas, o quizá por eso, estos poemas preguntan. La pregunta es el motivo y la estética del libro.