El escritor Martín Prieto ha dedicado su último libro a una de las figuras más destacadas de la literatura argentina: Juan José Saer. Sobre su obra, sus influencias y discípulos, su estilo y legado, conversamos para «La Vanguardia».
Martín Prieto nació en Rosario (1961). Es Doctor en Literatura y Estudios Críticos por la Universidad Nacional de Rosario, donde es profesor titular de Literatura Argentina II y director del Centro de Estudios de Literatura Argentina. Publicó Breve historia de la literatura argentina (2006), varios libros de poemas y una novela. Fue director del Centro cultural Parque de España (2007-2014) y miembro del Consejo de Redacción de Diario de Poesía (1986-2000). En esta entrevista para La Vanguardia, me interesó conversar con él sobre su flamante y muy sugestivo libro Saer en la literatura argentina, editado por la Universidad Nacional del Litoral en el año 2021.
Martín, me gustaría que nos cuentes cómo nace tu interés por la obra de Juan José Saer.
¿Cómo se arma un lector? ¿Y cómo se arma un lector de un autor? Cuando era joven firmaba y fechaba los libros que me compraba o que me regalaban. En términos retrospectivos, es una buena base de datos (que lamentablemente excluye los libros que leía en bibliotecas o que me prestaban) para realizar algún tipo de autoanálisis en relación a esa pregunta. Entre mis 18 y 21 años leí, comprados o regalados, y aun mantengo en mi biblioteca -otro dato a tener en cuenta- la hasta entonces “obra completa” de Borges, los cuentos de Onetti, los cuentos y las novelas de Cortázar, los poemas de César Vallejo, de Bertolt Brecht, de Baudelaire, de Ernesto Cardenal, los de los “poetas rosarinos” (Jorge Isaías, Hugo Diz, Eduardo D’Anna, los Gandolfo). Y muchos de los libros de Saer. Lo cuento como conjunto, porque considero muy probable que unos me hayan llevado a otros, en tanto ningún lector -salvo ese lector irreal e ideal en el que a veces pensamos los profesores- lee siguiendo la cronología de las historias de la literatura. Más bien, leemos todo a la vez, Vallejo sincrónico de Diz, Saer sincrónico de Baudelaire, Gandolfo de Onetti. Todo esto, en ese momento, en un contexto de efervescencia universitaria, con mis compañeras y compañeros de la carrera de Letras, rápidamente amigas y amigos, que aportaban a la conversación sus propias bibliotecas, tan modestas como la mía. Por lo tanto, no podría decir cómo me hice lector de Saer sino, más extensamente, cómo me hice lector de literatura. Pero sí puedo decir que muy inmediatamente sentí empatía, como lector, con su prosa, con sus poemas, con su sintaxis, con sus personajes, con las peripecias de esos personajes, con sus conversaciones y con el “ambiente” en el que se desarrollaban esas acciones, tanto el ciudadano como el rural. Sentía que sus novelas, que sus relatos, sucedían en las mismas calles por las que caminaba yo en el momento en el que las leía. Muchos años después vi fotos de la ciudad de Santa Fe (autos, colectivos, vidrieras de negocios, ropa) de la época, comienzos de los años 1960, en los que, más o menos, están situadas esas ficciones: esa terminal de ómnibus, esos taxis, esos bares por los que andan Rey, Tomatis, Barco. Y me sorprendió ver que no eran los taxis u ómnibus a los que los subía yo, ni los bares en los que yo los sentaba.
«Es decir, hay una Normandía de Flaubert, una Londres de Virginia Woolf, una Dublin de Joyce, una Buenos Aires de Borges. Y hay una Santa Fe de Saer».
Como santafesino me gustó mucho el capítulo donde describís los sitios donde vivió Saer y también aquellos donde se desarrollan algunos de sus libros. ¿Por qué considerás relevante destacar todos esos lugares con relación a la obra de Saer o sus vínculos de vida literaria?
Hace unos años, con Nora Avaro y Pedro Cantini hicimos un libro que se llamó Rosario ilustrada. Guía literaria de la ciudad. Una antología de textos de ficción cuya acción sucedía en algún espacio reconocible de Rosario. El Palacio Fuentes en una novela de César Aira; la estación Rosario Norte, en un cuento de Borges y de Bioy Casares; la cúpula del edificio La bola de nieve, en uno de Angélica Gorodischer, la cancha de Central Córdoba en un poema de Sergio Cueto; el balneario del Saladillo, en uno de Alfonsina Storni; la esquina de Sarmiento y Rioja, en una novela de Beatriz Vignoli. Nos interesaba, en términos teóricos, superponer los planos de la ciudad real (la que recorren o recorrieron sus habitantes todos días) y la ciudad imaginaria o simbólica de los escritores, con la idea de que ambos, superpuestos como en una transparencia, se potenciarían y modificarían, revelando la materialidad de la ciudad simbólica (esos edificios, esas calles, esos parques que en efecto existen o existieron) y la dimensión simbólica, imaginaria, literaria, de la ciudad real. Operación a la que muchos lectores somos muy sensibles. Caminamos distraídamente por Buenos Aires -que es la ciudad más representada y por lo tanto más imaginada de la literatura argentina- y si en un momento nos encontramos en calle Chile yendo hacia Paseo Colón, es muy probable que nos acordemos de Remo Erdosain, el personaje de Los siete locos quien, una vez revelada su estafa a la empresa en la que trabajaba, baja, justamente, por Chile hacia Paseo Colón, sintiéndose invisiblemente acorralado, mientras el narrador anota, para los lectores, pero también para los paseantes: “El sol descubría los asquerosos interiores de la calle en declive”. Recuerdo, de paso, que Horacio González organizaba, hace muchos años, con sus alumnos, unas bicicleteadas para ir a conocer, en la realidad, la ciudad de la literatura de Arlt. Me interesó, entonces, ver cómo funcionaba esa “superposición” entre la obra de Saer y la ciudad de Santa Fe que es donde, aun sin ser nombrada, pero reconocible por los nombres de sus calles, y espacios públicos (los tribunales, el correo, una plaza, la terminal de ómnibus) suceden muchas de las peripecias de sus personajes: en “A medio borrar”, en Glosa, en Cicatrices, en La Grande. Es decir, hay una Normandía de Flaubert, una Londres de Virginia Woolf, una Dublin de Joyce, una Buenos Aires de Borges. Y hay una Santa Fe de Saer. Aunque ninguno de todos ellos se haya propuesto ser un cronista de una zona o de una ciudad, y es posible que para todos ellos, como para el mismo Saer, cada uno de sus espacios de referencia sea, en sí mismo, completamente secundario y que lo importante, en todos los casos, haya sido encontrar un modelo real, más o menos a mano, de un espacio limitado donde sucedan las acciones de sus relatos.
¿Por qué pensás que es importante José Pedroni en Saer?
En un prólogo que escribió Saer para una edición de los Poemas completos de Pedroni cuenta que a los 16 o 17 años viajó de Santa Fe a Esperanza, a conocer a Pedroni. Y que cuando le abrieron la puerta y lo invitaron a pasar, entró, dice Saer, “con el mismo paso inseguro, en la casa de José Pedroni y en la literatura”. Me resultó muy impactante que aun en una revisión, o en el recuerdo de un hecho que había tenido lugar casi medio siglo atrás, Saer practicara esa sinonimia entre el nombre de Pedroni y la literatura. Entré en la casa de Pedroni y en la literatura. Y me parece que no lo dice condescendientemente con ese adolescente que era entonces sino porque en efecto, y de modo consecuente, Pedroni constituye tanto en términos de forma como de representación un primer modelo para la obra de Saer. Que más tarde, en el marco estricto de la literatura argentina, se complementa, se desvía, se funde, con otros modelos: Juan L. Ortiz, Borges, Arlt.
«Pedroni constituye tanto en términos de forma como de representación un primer modelo para la obra de Saer. Que más tarde, en el marco estricto de la literatura argentina, se complementa, se desvía, se funde, con otros modelos: Juan L. Ortiz, Borges, Arlt».
Me gustaría que nos comentaras algo sobre el Saer periodista del diario El Litoral en la década de 1950, dado que era un órgano de prensa bastante conservador y, en algún punto, también reaccionario.
La literatura argentina, vamos a circunscribirnos al siglo XX, tiene una tradición importante de escritores-periodistas: Alfonsina Storni, Arlt, González Tuñón, Borges (en su caso como lo que hoy llamaríamos “periodista cultural”: reseñista de libros, crítico de cine), Rodolfo Walsh. Saer, que fue periodista (por poco tiempo y en el diario El Litoral, en Santa Fe) nunca manifestó un interés específico por la profesión. De hecho, no es posible encontrar (como en las autoras y autores citados más arriba) ningún tipo de relación entre su escritura literaria y su escritura periodística, no solo porque su experiencia en la redacción del diario fue temporalmente mínima sino, además, porque no la conocemos, pues en aquellos tiempos (Saer trabajaba en la sección de noticias generales) las notas no se firmaban. Sí sabemos que junto con Hugo Gola y José Luis Vittori dirigieron unos meses un suplemento cultural. Que en ese suplemento publicó su cuento “Solas”, que después formará parte de su primer libro, En la zona, de 1960. El cuento narra la conversación, después del trabajo, entre dos prostitutas. Una conversación lánguida, poco importante. En un momento una de las chicas acaricia muy discretamente a la otra, y la otra no se muestra sensible a esas caricias. Eso es todo. Sin embargo, ya fuera porque las protagonistas eran prostitutas, o por esa recatada escena homoerótica, la Iglesia organizó una movilización hacia la redacción del diario, pidiendo que echaran a Saer. Y el director del diario, según cuenta Saer, lo llamó a su despacho y le dijo: “Santa Fe es una ciudad mediocre, El Litoral es un diario mediocre, y su suplemento cultural tiene que ser mediocre también”. Y lo echó. En todo caso, lo que nos queda a los lectores de la muy exigua experiencia periodística de Saer es una profesión para Carlos Tomatis, uno de los grandes personajes de su obra, un posible alter-ego de Saer, que trabaja, muy irónicamente y no tomándose en serio la tarea, de periodista en el diario La Región.
A tu juicio, ¿qué le aporta su vida en la ciudad de Rosario? Me refiero a su experiencia con amigos, su vínculo con lo académico.
Inmediatamente de su expulsión de El Litoral, Saer vino a Rosario. Se anotó en la carrera de Filosofía (rindió una sola materia) y vendió libros a domicilio. Pero, sobre todo, se relacionó con el mundo intelectual que en aquellos años orbitaba alrededor de la entonces Facultad de Filosofía y Letras. Profesores de la Facultad que provenían del grupo Contorno (David Viñas, Adolfo Prieto, Ramón Alcalde, León Rozitchner), una promoción muy destacada de alumnas y alumnos de la carrera de Letras (María Teresa Gramuglio, Josefina Ludmer, Nicolás Rosa, Norma Desinano, todos, más tarde, relevantes profesores, investigadores, críticos), otros escritores y profesores, Gladys Onega, Quita Ulla, Aldo Oliva, Rafael Ielpi. Un mundo, entre el adentro de la Facultad y el afuera (bares, revistas) del que surgieron no solo perdurables amistades, sino también las primeras aproximaciones críticas hacia la obra de Saer. Presentaciones de sus primeros libros, seminarios donde estos se estudiaban, reseñas en las revistas de la época, que convirtieron a ese grupo y, por extensión, a la ciudad, en un privilegiado espacio de prueba y legitimación de su obra.
Señalás que Saer publica sus poemas de manera suelta en diarios y revistas de Santa Fe, desde mediados de 1950. En este marco, afirmás que lo primero que publica como forma de libro de poemas no es El arte de narrar, sino una publicación que se titula “Poetas y detectives”, en Cuadernos hispanoamericanos de Madrid. En esta publicación mencionás que ya se ven algunas singularidades, ¿cuáles son? Enumerás, al mismo tiempo, una serie de poemas, para sostener que ellos “pueden leerse como mínimas novelas en verso: ¿En qué basás esta hipótesis?
En 1977 se publicó El arte de narrar, el primer libro de poemas de Saer, que tuvo luego dos reediciones, siempre con el mismo título y nuevos poemas. Pero yo creo que hoy es posible leer esos doce poemas que publica en 1970 los Cuadernos Hispanoamericanos de Madrid, que formarán parte de El arte de narrar, como un librito, como su primer libro. De hecho, es una separata de la revista, tiene hasta autonomía física. Y ya están ahí las notas distintivas de muchos de sus poemas futuros: un cruce muy potente, inescindible, entre narratividad y lirismo, la presencia de “personajes” en los poemas, la particularidad de que muchos de esos personajes sean escritores. Y que muchos de ellos estén presentados desde una perspectiva biográfica. Que se encuentra ya completa en la última edición de El arte de narrar como una muy buena galería de escritores, muchos de los cuales son, por supuesto, escritores influyentes en la obra de Saer: Dylan Thomas, Dostoievsky, Li Po, Dante, Rimbaud, José Hernández, Fernando Pessoa, Cervantes. Y el principalísimo Rubén Darío, motivo de un poema extraordinario, “Rubén en Santiago”, que puede ser leído como una biografía desplazada del mismo Saer. A esos poemas, mínimas biografías en verso, se suman otros, menos referenciales, o de una referencialidad no explícita, o desconocida, como “Encuentro en la puerta del supermercado” o “El fin de Higinio Gómez”, al que cabe leer en relación directa con su obra narrativa (mismos personajes, mismos escenarios). A estos últimos me refiero cuando hablo de pequeñas novelas en verso, ya que despliegan el tiempo y el mundo que se desplegaría en una novela, con la concentración o compacidad más propias de la poesía.
A tus ojos, ¿es posible señalar a escritores y poetas que hayan seguido la línea literaria de Saer? Y, si es así, ¿podés señalarlos y explicar en qué sentido lo hacen?
El de las influencias es un tema de complejidad. No por abarrotar de sauces un poema ni por utilizar adjetivos de liviandad de modo superlativo (“sutilísimo”, “tenuísimo”, “delicadísimo”) se es discípulo de Juan L. Ortiz. Rubén Darío nos dijo a todos, hace más de un siglo: “Quien siga servilmente mis huellas perderá su tesoro personal y, paje o esclavo, no podrá ocultar sello o librea. Wagner a Augusta Holmes, su discípula, dijo un día: ‘Lo primero, no imitar a nadie, y sobre todo, a mí’. Gran decir”. Claro que no es sencillo desprenderse de la marca de un autor o de autora a quien se admira y que además en un momento dado, por una concentración de razones literarias y extraliterarias, muchas veces sobre todo extraliterarias, se convierte en una suerte de símbolo de una época. Sucedió con Borges, con Cortázar, con Alejandra Pizarnik, con Gelman. Sucede ahora con César Aira. Y sucedió con Saer. Pero no por llenar de comas una página ni por poner a unos amigos a hablar de literatura en una parrilla se es discípulo de Saer. Yo creo que para muchos de quienes empezamos a escribir y a publicar en los años 1980 Saer fue una gran novedad, un enorme estímulo: y por lo tanto, también, una estricta restricción. Creo que donde mejor vive su obra es en la de quienes, de todos nosotros, supieron calibrar mejor prohibición y estímulo y construir su voz, su estilo, su programa sumando a otras autoras y autores, incluso muy distantes a Saer -como intento señalar en mi libro que hizo el mismo Saer, sumando enseñanzas contradictorias (Pedroni, Juanele, Borges, Arlt) sólo armónicas en su propia obra-. Pienso, por ejemplo, que en la sintaxis o, aun en la “temperatura” de la literatura documental de Sergio Chejfec o de D.G.Helder vibra la obra de Saer: un autor refractario a todo afán documental.
«Para muchos de quienes empezamos a escribir y a publicar en los años 1980 Saer fue una gran novedad, un enorme estímulo: y por lo tanto, también, una estricta restricción».
Martín, me gustaría para finalizar esta entrevista que nos cuentes cómo fue el proceso de edición del libro en el sello de la UNL. Y, al mismo tiempo, si has tenido alguna devolución de lectura que quisieras destacar.
Me puso muy contento que me llamaran para publicar este libro en UNL. El sello en el que se publicaron poemas de Saer, de Marilyn Contardi, de Juan Manuel Inchauspe. La editorial que publicó en 1996 la Obra completa de Juan L. Ortiz y que fue, además, un modelo de editorial pública que después siguió la Editorial Municipal de Rosario o la Editorial de la Universidad de Entre Ríos (Eduner). En cuanto a devoluciones o comentarios: el tiempo dirá.