Elvio Gandolfo es una figura central de la literatura argentina contemporánea, Beatriz Sarlo lo definió como un «escritor inteligente, que no trata de persuadir al lector de su inteligencia». Sobre su obra y, en especial, sobre su poesía, conversó con Fabián Herrero para La Vanguardia.
Elvio Gandolfo (1947), nació en San Rafael (Mendoza), sin embargo, al año de vida se radicó en la ciudad de Rosario. Actualmente vive en Montevideo. La Universidad Nacional de Entre Ríos acaba de publicar su obra poética reunida: Tengo ganas de risa raquel. Ha escrito numerosos libros de narrativa (cuentos y novelas). Es un reconocido periodista cultural, trabajó entre otros espacios, en La Opinión, Clarín, el suplemento Radar de Pagina 12, revistas SuperHumor, V de Vian y El Péndulo. Entre los años 1968 y 1976 dirigió con su padre, el poeta Francisco Gandolfo, la revista El Lagrimal Trifulca y participo, además, en Diario de Poesía. En esta entrevista para La Vanguardia Digital, me interesó interrogarlo sobre su flamante obra poética, su labor como poeta y su experiencia en estas últimas revistas literarias.
Elvio, quisiera comenzar preguntándote por el origen de la edición de tu obra poética: ¿Cómo se gestó y como fue el proceso de edición?
Martín Prieto, también poeta, profesor de literatura, crítico y ensayista de la ciudad de Rosario, se puso en contacto conmigo. Había empezado a dirigir una colección de seis títulos para la Editorial de la Universidad de Entre Ríos. Quería que mi obra completa poética formara parte de ella. Estaría integrada por tres pequeños libros iniciales muy antiguos y por el “primer trimestre” de El año de Stevenson, todos editados. Y por el “segundo trimestre” del mismo año, inédito. Cuando se organizó la edición de dicho sello, que trabaja con muy exigentes criterios editoriales y visuales, incluyó dibujos de Max Cachimba y un extenso prólogo de Roberto Appratto. Además de una autobiografía breve mía.
«La poesía está prácticamente escrita, ya sea de un solo golpe, en los poemas breves, o a través de un ritmo sonoro o de imágenes repetido en los más extensos. A partir de la aparición de la pandemia, he quedado otra vez inmóvil, a la espera».
El título del libro se debe a un poema de Humberto Megget. En una nota, aclarás que es un autor que leíste a los veinte años y fue una “influencia clara” en esa etapa. Revisando los números de El Lagrimal Trifulca, observé que hay poemas sobre él (número 5, 1969). En tu lectura, ¿qué es lo que rescatabas y todavía te resulta atractivo del poeta uruguayo?
Desde la primera vez que lo leí, más o menos a los veinte años, Megget me impresionó mucho. Tenía una levedad y una creatividad rítmica poco frecuente en la literatura uruguaya. La tragedia fue que falleció antes de los treinta años. De todos modos cualquier lector frecuente y profundo de la poesía uruguaya lo conoce. Cuando publicamos un dossier extenso con su poesía en el lagrimal trifurca también incluimos un trabajo crítico de Mario Benedetti, con información e ideas. Cuando me pidieron un título para el libro, esa línea me saltó a la cabeza, tan fresca como la primera vez que la leí. Casi como si hubiera sido escrita hoy.
Me gustaría detenerme un momento en tu trabajo con la poesía. ¿Cómo es el proceso de tu escritura? En el libro señalás que pasás largas temporadas sin escribir.
Esos períodos de silencio también caracterizan mi obra narrativa, salvo la última década, en que tuve la felicidad de escribir más a menudo. De todos modos la escritura de ficción y la de poesía se diferencian mucho en mí. En la primera constituye un trabajo permanente de la cabeza, buscando el tono del relato, hasta encontrarlo, proceso que a veces lleva años. En cambio la poesía está prácticamente escrita, ya sea de un solo golpe, en los poemas breves, o a través de un ritmo sonoro o de imágenes repetido en los más extensos. A partir de la aparición de la pandemia, he quedado otra vez inmóvil, a la espera.
En “Balcón”, de El año de Stevenson(2014), aludís directamente al poeta Tilo Wenner, al retomar la palabra “aguantar”, como si fuera una especie de referencia. El final es muy impactante: “Aguantar hasta/no ser uno mismo/una rata terrestre/ gigante que se/ venga sacándoles/el piso/a las palomas/notas en la ruinosa/olla popular y balconera.” ¿Cómo juegan para vos estos poemas que aluden a poetas con una historia muy particular y tu percepción sobre la poesía sobre temas sociales y político que retomás en otros poemas?
En el caso de “Balcón” la referencia tiene que ver sólo con palomas (repetido tema del libro) que ocupan el balcón, y la referencia a Tilo Wenner es aclaratoria de la palabra “colchonero”, porque viene de una cita de él que me gusta mucho: “Volveré/ dijo el colchonero”. El caso de “Empacho” es totalmente distinto y se debe a la saturación que el uso repetido y frecuente del tema de la dictadura en la literatura y el periodismo argentino puede llevar a la saturación en vez de la lucidez.
«No comparto la idea de que la poesía de Tengo ganas de risas raquel se relacione sobre todo con lo cotidiano. Hay múltiples ejemplos de poemas que son juegos de estilo o de palabras, instancias amorosas, reconstrucción del pasado, o directas invenciones sin correlato en la realidad».
En el prólogo, Appratto sostiene, y creo que, con razón, que tu poesía tiene que ver con lo cotidiano, son instantáneas. En este sentido, señala una frase de Nicanor Parra: “no es un gesto de atención a lo pequeño, sino una espera”. Al mismo tiempo, destaca la claridad en tu poesía como un aspecto fundamental. ¿Cómo definirías tu poesía dentro de esta estítica coloquial y qué poetas te atraen que siguen esta misma línea?
No comparto la idea de que la poesía de Tengo ganas de risas raquel se relacione sobre todo con lo cotidiano. Hay múltiples ejemplos de poemas que son juegos de estilo o de palabras, instancias amorosas, reconstrucción del pasado, o directas invenciones sin correlato en la realidad. Su estética tampoco me parece predominantemente coloquial, salvo el esfuerzo por escribir tan claro como se habla, que es otra cosa. Reconozco que tal vez la parte cotidiana o coloquial puede impresionar más al que lee, pero no en su predominancia primordial. Coincido con las palabras de Nicanor Parra que citás. Para decirlo con el título de un libro del narrador colombiano Álvaro Cepeda Samudio: de algún modo “todos estábamos a la espera”.
Para finalizar, no quisiera pasar por alto sobre dos experiencias en revistas literarias clave en la literatura argentina, El lagrimal trifurca y Diario de poesía. ¿Cómo fue tu participación y que papel jugaron a tus ojos en el espacio literario?
En el caso de El lagrimal trifurca participé muy intensamente en todos los aspectos, selección y discusión del material con mi padre Francisco y los demás integrantes (Eduardo D’Anna, Hugo Diz y Samuel Wolpin). Por último estaba la decisión final sobre la edición de cada texto, teniendo en cuenta todo lo anterior. Más un elemento esencial: el diseño. Lo hacía compartiéndolo con mi padre, a través de los elementos tipográficos, o clisés o líneas de bronce, lo que le daba un sabor especial. En cambio en el Diario de poesía contaba con una columna fija y formé parte del grupo de redacción hasta que la vida continuada en Montevideo durante años me distanció un poco y preferí renunciar. Las dos fueron fuentes esenciales de lecturas, discusión y aprendizaje.