Murió. Era un desinteresado de lo ideal. Su arte trata de hacer muy bueno lo bueno: «hacer una traducción de la belleza de lo posible», escribe la autora. Fue artesano de la nueva ola del cine francés, que renovó el séptimo arte. Anécdota contra la propiedad intelectual. Evocación del director en su muchas facetas.
1. PUENTES PARA INCENDIAR FORMAS
“Hay que intentar hacer una obra que estudie lo que hay entre la gente, el espacio, el sonido y los colores”, anhela el inolvidable Ferdinand Griffon, el Pierrot que hace carne Jean-Paul Belmondo. A regañadientes, el mismo personaje continúa su idea admitiendo que James Joyce lo intentó. Y en el remate de estas ideas encontramos el fruto noble del godardismo: “pero se puede hacer mejor”.
Dicen por ahí que lo ideal es enemigo de lo bueno. Jean Luc Godard era un desinteresado de lo ideal, desinterés que le hizo cosechar cantidad de críticas negativas y ramificación de detractores que lloraban por su torpeza, desprolijidad, mediocridad técnica. Pobres ellos, literales, amantes de una ficticia matemática de la estética.
Ese desinterés por lo ideal, Godard lo alimenta a conciencia y con sustancia. Empezando por hacer muy bueno lo bueno. Y esto es hacer una traducción de la belleza de lo posible. Una traducción que no pierda de vista, además, su firma. Porque también era un desinteresado de las falsas fraternidades, los falsos colectivos, la falsa uniformidad de las ideas y tendencias, de los últimos gritos de la moda.
Un desinteresado de los amantes de una ficticia matemática de la estética. Y esto no lo privó de fundar sus fraternidades, colectivos, ideas, tendencias, modas y una estética tan social que nadie no cumplió su sueño de sentirse alguna vez en una película de Godard caminando ciertas calles, oyendo ciertos discos, luciendo cierta ropa, estando apenas sentados en el sillón de casa bebiendo una copa de vino, fumando un puchito en el balcón. De la mugre cotidiana y su fugacidad, Godard hizo belleza registrada, autoerotismo, arte.
En cualquier tema o idea, Godard crea, gestiona, produce desde el “pero”. Y los “pero” tienen principalmente dos caminos: ser puente o ser puente prendido fuego. En él funcionaron así, para destruir toda forma.
Sin embargo, el fruto noble del godadirsmo no descansa en “se puede hacer mejor”, que anhela Pierrot. Está en el “pero”. El Godard cineasta, el Godard escritor, el Godard entrevistado, todos los Godard posibles, que fueron muchos aunque todos sostenidos en un hilo conductor que lo permite siempre ser reconocible a primera vista, lectura o escucha, opera en el campo de los “pero”. En cualquier tema o idea, Godard crea, gestiona, produce desde el “pero”. Y los “pero” tienen principalmente dos caminos: ser puente o ser puente prendido fuego. En él funcionaron así, para destruir toda forma.
Más aún, toda forma que, a la vista mayoritaria, se convirtiera en un punto de encuentro. Porque su salida al encuentro es marcar líneas divisorias, no ensamblarlas en el no borde de lo que no tiene riesgo. Tal vez por esto mismo se lo exalta siempre como un defensor de la libertad individual, lo que también aman criticar sus detractores, pero esas líneas funcionan más como un cerco. El cerco que necesita toda creación que se marea en emociones, porque si algo caracteriza su obra es el desnivel emocional, nunca carente de la cosa política, cosa y cruz política.
No se casa con ninguna domesticidad ni pleitesía. Donde muchos ven esa libertad individual desenfrenada, yo también dejo lugar para apreciar una solitariedad inevitable al que queda condenado todo aquel que padece de una inteligencia sensible mayor, la que te lleva a ver los bordes más que el centro. Porque el centro no es un punto posible sustentable en nuestra existencia mortal.
2. CIENTIFICO DEL TIEMPO
Si durante el siglo XX fue uno de los primeros, o el primero, en ser muy consciente de su tiempo y de sus posibilidades, trasladando todo el multiverso que entre las letras, las plásticas y las músicas empezaba a aflorar, vio rápido que el cine aún todavía andaba en carro.
Un gran error humano, cada vez más recurrente, ya casi cotidiano, es buscar la santificación de lo que hace, consume, adora. Esa idolatría de todo lo que hace, consume y adora, que hoy se utiliza tanto, además, como credenciales frente a los otros, olvida un principio fundacional para todo aquello que se fuerza bendición y no le escapara a su final maldito: cuando el humano se pone a santificar lo único que logra es aislar, enfriar, matar aquello que pretendía eterno, fértil.
El cine enfrentó la explosion del siglo XX siendo cada vez menos siglo XX en la pretensión de ser tratado como un espacio santo. Godard vino a patear esto y se nutrió de todo lo que iba encontrando. Tomaba para descartar o transformar, pero tomaba lo que el nuevo tiempo ofrecía y todo lo volvía fílmico. Bueno, una de sus grandes expresiones reza: “No es de dónde tomas las cosas, es a dónde las llevas”. Eso es lo que llaman desprolijidad: la pulsión de vida, el vivificar el cine. Al que elevó a una condición de arte, pero también lo plasmó como ciencia social. En ese acto, él apenas es un cineasta, se hace científico, como lo define Jean Douchet.
Hay dos historias que narran muy bien cómo se apegó a lo que los tiempos iban ofreciendo sin importar frente a quien quedaba enfrentado.
En el año 2010, leyó en el diario Liberation que un ciudadano francés, James Climent, debía pagar una multa de 20 mil euros por descargar 13.788 audios MP3. No solo salió a brindarle su apoyo, lo buscó, donó dinero.
Cuando en Francia quisieron agregar anuncios publicitarios durante las películas, ardió Troya. Todos los cineastas se unieron para quejarse y reclamar, para exigir moderaciones y respeto a sus piezas. Cuando Godard fue consultado no solo apoyó la iniciativa, también propuso que los anuncios debían ser interactivos con las películas: si hay que promocionar una marca de lavarropas, ese anuncio debe ir justo en una escena donde haya uno. Esta debería ser, también, la nueva forma de planear las escenas, pensando en los anuncios directamente dentro de ellas.
En el año 2010, leyó en el diario Liberation que un ciudadano francés, James Climent, debía pagar una multa de 20 mil euros por descargar 13.788 audios MP3. No solo salió a brindarle su apoyo, lo buscó, donó dinero. Aún permanece en línea el agradecimiento de Climent. A partir de ahí fue un arengador de la organización de aquellos blogueros que aparecían como Robin Hood mientras el mundo se acomodaba a un nuevo orden de tráfico. “Estoy en contra de la HADOPI, obviamente. La propiedad intelectual no existe. También estoy en contra de la herencia (de obras), por ejemplo. Los hijos de un artista podrían beneficiarse de los derechos de autor del trabajo de sus padres hasta que cumplen la mayoría de edad. Pero, después, no me queda claro por qué los hijos de Ravel deben de obtener ganancias del Bolero”. Una vez más: pero.
Su fallecimiento a los 91 años no sorprende. La edad vuelve esperable ciertas noticias. Pero hay nombres que ni siquiera ya se miden en sí están o no en este plano nuestro. Siempre están, siempre dicen. Seguirán estando, seguirán diciendo. Mientras se despide el cuerpo, muchos estarán apenas llegando a esas obras y estarán viendo con nuevos ojos el viejo mundo y el actual también. Hay muertes que no sorprenden en su edad, pero que irrumpen en el día y nos sirven como un repaso fugaz de lo mucho que nos han puesto a pensar. Y en ese gesto tan anclado al acá, al ahora, nos permitimos el extraordinario deleite en nuestra contemporaneidad y hacemos propia la ciencia de Godard.