El gobierno de Bolsonaro es el peor de la historia de Brasil. La polarización aparece como un límite a la construcción de una coalición programática más amplia. Pero si no hay un triunfo claro de Lula, podría haber un golpe de estado. Un dato: se han vendido casi medio millón de fusiles de asaltos, suficiente para armar grupos paramilitares agrupados en clubes de tiro. El miedo extorsiona la democracia.
Las encuestas de los institutos de opinión indican la probable victoria de Lula en las elecciones brasileñas. Considerando los “votos válidos” (que excluyen abstención y votos nulos y blancos), el ex-presidente está con cerca de 50%, mientras Bolsonaro con 36%, Ciro Gomes con 6% y Simone Tebet con 5%. De todos modos, el país vive una enorme tensión.
Se siente el miedo en el aire, por el temor de que el resultado no sea respetado. Que haya una rebelión o golpe de Estado. La mayoría del electorado sufre de una ansiedad jamás vista. Nunca ha sido tan difícil decidir a quién votar.
Excluyendo el “voto útil”, el electorado fiel a Lula es del 30%, igual al de Bolsonaro. Más de 40% no desea ninguno de los dos.
Si Lula está al frente, es por temor de la victoria del presidente. Y porque los candidatos de la “tercera vía” no han crecido.
Polarización populista
Entre los populismos de derecha y de izquierda, la mayoría esperaba votar a un candidato como Fernando Henrique Cardoso, socialdemócrata que acabó con la inflación y reestructuró la economía, permitiendo que su sucesor Lula gobernase con la redistribución de la renta para los pobres. Pero el PSDB fue tomado por un empresario oportunista, João Dória, elegido gobernador de São Paulo en alianza con Bolsonaro. El partido se fragmentó, los líderes históricos fueron marginalizados y el PSDB no tiene candidato propio. Ciro y Simone, que persiguen el voto de centroizquierda, no inspiran confianza y no crecen.
Pero el fantasma de un golpe de Estado si no hay una victoria contundente, ejerce influencias. Introduce en el proceso electoral un factor que distorsiona la voluntad general.
Las elecciones son en dos vueltas, lo que debería facilitar la elección para los que no desean la polarización entre Lula o Bolsonaro. Es decir, uno puede votar a un candidato de centro o centroizquierda. Si no alcanza los apoyos para llegar a la segunda vuelta, entonces vota a Lula para frenar la amenaza de reelección del presidente.
Pero el fantasma de un golpe de Estado si no hay una victoria contundente, ejerce influencias. Introduce en el proceso electoral un factor que distorsiona la voluntad general.
Bolsonaro trabaja en dos líneas. Por un lado, se comporta como candidato de una consulta democrática. Por el otro, afirma que las urnas electrónicas, reconocidas por la comunidad internacional como modernas y eficientes, no son confiables, repitiendo la conocida estrategia de Trump.
Los militares que componen el ministerio de Bolsonaro, alientan esas sospechas.
Grupos armados y policías de extrema derecha
Además, el gobierno trató de destruir el Estatuto del Desarme, la avanzada ley de control de armas. A través de decretos y de forma inconstitucional, cambió esa ley, liberando la compra de más de un millón de armas por los 630 mil CACs (Coleccionistas, Tiradores Deportivos y Cazadores), que están más armados que las policías. Compraron 434.715 fusiles de guerra. Se les permitió tener hasta 60 armas por CAC y usar hasta 180 mil cartuchos de munición al año, además de poder usar máquinas para fabricación casera de municiones.
Con la inauguración de dos clubes de tiro por día ya hay 2.095, sin control efectivo del Ejército. Estos sitios se tornaron escenario de entrenamiento de grupos paramilitares bolsonaristas. En estrecho contacto con policías de extrema derecha, abiertamente se asiste a la formación de milicias, que se preparan para intervenir con violencia en la política.
Uno de los hijos del Presidente, el diputado Eduardo Bolsonaro, reclamó a “todos los CACS, que tengan armas legalizadas, a que actúen en apoyo a la candidatura del presidente”. Están dadas las condiciones para que esas milicias atenten en contra el orden democrático en caso de derrota de su líder.
¿Cómo se portarán las Fuerzas Armadas?
Es un enigma. Bolsonaro se esforzó por cooptarlas. En la reforma que rebajó los sueldos de los funcionarios públicos, los militares no fueron alcanzados. Por el contrario, han recibido más privilegios.
Además, el gobierno contrató a más de 6 mil militares para cargos civiles públicos, sin ninguna exigencia de competencia profesional. Los generales que fueron nombrados como ministros, dijeron que “domarían el Presidente”, pero se han sometido al jefe capitán, mientras se estima que algunos ganan hasta 170 mil dólares mensuales, acumulando sueldos dobles y otras ventajas.
El Parlamento fue comprado por medio de un “presupuesto secreto” que paga a los parlamentarios más de 73 millones de dólares para que gasten como deseen.
En Occidente ya no hay tolerancia a los golpes militares. Hecho inédito, el Senado de los Estados Unidos acaba de aprobar una resolución declarando que su país “reevaluaría su relación con cualquier gobierno que asuma el poder por medios antidemocráticos, incluyendo un golpe de Estado”. La referencia fue clara a Brasil.
La democracia extorsionada
Lo que vemos es la corrosión de las instituciones republicanas desde dentro, despacio y en silencio. Por ejemplo, los organismos de control del medio ambiente, en especial de la Amazonia, han sufrido cortes de personal y de financiamiento, lo mismo está sucediendo con la educación, cultura y ciencia. Bolsonaro fue claro: “vino para destruir”.
Los medios que critican al gobierno tienen la publicidad cortada.
El Presidente amenaza aumentar el número de jueces de la Corte Suprema para someterla.
El Parlamento fue comprado por medio de un “presupuesto secreto” que paga a los parlamentarios más de 73 millones de dólares para que gasten como deseen, sin que se sepa cuánto recibió cada uno y cómo lo usó. Es un escándalo de mayor proporción que el desvío de fondos de Petrobras promovido por el gobierno Lula.
Nuevamente, frente a esta desconstrucción de las instituciones republicanas, ¿cómo reaccionarán las fuerzas armadas? ¿Aceptarán que se derroque el Estado de derecho? ¿O actuarán como en el golpe contra Evo Morales, donde la policía y grupos paramilitares asaltaron el poder, con la pasividad y enseguida con el beneplácito del Ejército? El silencio de los comandos militares mantiene el país en suspenso.
Para la mayoría de los electores, que no desean votar ni a Lula ni a Bolsonaro, la decisión es difícil. Si votan en un tercer candidato, tendremos segunda vuelta. Lo bueno es que obligaría a Lula a negociar apoyos con la centroizquierda, para formar un gobierno que haga las reformas necesarias sin demagogia y corrupción.
El voto útil hacia Lula. Es un voto por “lo menos malo”, por temor a la continuidad del peor gobierno que ha conocido Brasil en su historia.
Pero Lula no presenta un programa. Pide apoyo incondicional. Un cheque en blanco. El riesgo es que haga un gobierno como el de su último mandato y como la administración de Dilma, que implementaron el programa estatizante y populista del PT. Fueron un desastre.
Además, la tendencia de los electores de Ciro a votar a Lula le daría una victoria más expresiva, retirando legitimidad a un intento golpista. El riesgo es que la realización de la segunda vuelta abriría la posibilidad de victoria de Bolsonaro, o de un golpe.
Para complicar más las cosas, Lula teme la abstención de los que no aceptan la polarización y que amplios sectores de la mayoría de los pobres que lo apoyan, no voten por falta de transporte o desinterés.
Pero en los últimos días crece “el voto útil” hacia Lula. Es un voto por “lo menos malo”, por temor a la continuidad del peor gobierno que ha conocido Brasil en su historia. Así como en 2018 la mayoría del electorado en realidad no votó en Bolsonaro, pero sí votó contra Lula, la tendencia ahora es votar a Lula pero en defensa de la democracia.