La última obra del aclamado director tailandés Apichatpong Weerasethakul es una película «chamánica», con Tilda Swinton convertida en una antena humana que ecualiza los sonidos del Universo. Arriesgada y tremendamente cautivadora.
«Memoria» es la nueva película del tailandés Apichatpong Weerasethakul. Filmada en Colombia y con Tilda Swinton como protagonista excluyente, es lo más parecido a una sesión de espiritismo en términos cinematógraficos. Todo el cine de este director nacido en Bangkok en 1970 es sorprendente, tremendamente personal. En él conviven personas con animales de igual a igual, seres mitológicos y fantasmas, como en su celebrada «El tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas», que ganó la Palma de Oro en Cannes en 2010.
La memoria a la que hace alusión el título de esta nueva película es la de la Tierra o incluso la del Universo y Jessica (Swinton) tiene la mala suerte (¿está maldecida?) de oírla en su cabeza como un golpe de una bola de concreto enorme sobre una estructura de metal rodeada por el océano. Al aparecer por primera vez, este golpe la despierta y ella cree que al lado de la casa están construyendo un edificio. Pero no es así, el sonido no la deja en paz y termina estableciendo un vínculo con un ingeniero de sonido que reproduce el golpe que Jessica siente en su mente a través de sofisticadas máquinas.
El derrotero de Jessica está impulsado por saber de dónde proviene este ruido, pero en el cine de Apichatpong Weerasethakul todo es pausa, incluso la desesperación de sentir que uno se está volviendo loco es queda, casi estática. Como en toda su obra, pero en «Memoria» muy especialmente, hay en el cine del tailandés un triunfo del lenguaje sobre la trama. Los planos largos y contemplativos a mediana distancia de los hechos, que impiden conectar con los rostros, abren espacio al sonido. Porque «Memoria» es una película sobre un ruido, o muchos ruidos, sobre los murmullos y sobre los silencios que anudan a estos.
En cada escena de «Memoria» hay espacio temporal suficiente entre cada hecho que sucede como para permitir que se haga notorio, para nosotros los espectadores de un mundo cargado de bulla, los sonidos más pequeños de la naturaleza y de la cultura, también los más remotos. De repente, un primer plano (sólo hay un puñado en todo el filme) tiene la fuerza de una cuchillada. Aceptar estas reglas de juego no es fácil, pero para la mitad de la película es un tema superado. El espectador ya fue hechizado.
En la primera parte de «Memoria» la acción transcurre en una Bogotá que la protagonista inglesa recorre extrañada. Swinton dota a su Jessica de un cuerpo torpe, como si fuera un espantapájaros que puede caminar. La cámara, siempre a una distancia prudencial, sigue el deambular de Jessica por hospitales, morgues, estudios de grabación y calles anegadas por una lluvia hostil.
Como en toda su obra, pero en «Memoria» muy especialmente, hay en el cine del tailandés un triunfo del lenguaje sobre la trama. Porque «Memoria» es una película sobre un ruido, o muchos ruidos, sobre los murmullos y sobre los silencios que anudan a estos.
La idea del hechizo, de la maldición, aparece enunciada por algunos personajes, lo mismo que la existencia de personas que tienen visiones y están locas. Jessica, que de profesión es botánica, no cree que se trate de nada de eso. Tiene otra intuición y decide dirigirse a la selva para tomar contacto con ruidos similares al que ella tiene en su cabeza.
La segunda parte de «Memoria» es la más ardua de ver, pero también la más audaz. La sutileza del primer tramo se vuelve fantasía tangible, el riesgo que toma el director es altísimo. Hay un momento en que la protagonista contempla a un hombre dormir -a pedido de ella- una breve siesta. El hombre, que dice recordar todo y por eso evitar el contacto con el mundo, duerme con los ojos abiertos. La conexión con Werner Herzog y sus actores hipnotizados de Corazón de Cristal, moviéndose como zombis en una montaña, es algo más que una evocación. Herzog, que desafió el Amazonas como quieren hacerlo los antropólogos de «Memoria», fue el más brutal defensor del poderío de la Naturaleza sobre los hombres y Apichatpong Weerasethakul parece tomar la posta.
Si digo que esta segunda parte de la película es más difícil es porque el director tailandés dialoga también con el realismo mágico, del que los latinoamericanos estamos empachados. Pero hay algo más, algo bastante difícil de describir con palabras y esto significa el triunfo del cine Apichatpong Weerasethakul. Ese algo es un componente chamánico que, como las piedras que atesora el hombre que recuerda todo, transmite la memoria de la vida, la de cualquier persona, la de toda la humanidad.
¿Sesión de espiritismo? Jessica y el hombre que todo recuerda se sientan a la mesa en la pequeña casita que éste tiene en la falda de una montaña. Distintos sonidos, ecualizados como si provinieran de una radio transistores, llenan la pantalla y se cuelan por agujeros en nuestros oídos. Es una escena bellísima, conmovedora. Ahí está Tilda Swinton como antena humana escuchando la memoria del mundo, sosteniendo con sus delicados huesos el peso enorme del relato. Entonces, la sensación de haber sido testigo de un acontecimiento del más profundo orden espiritual termina por imponerse, más allá de los temas y de las formas.
Nota del editor: acompañando la excelente crónica de Mario Fiore, no queríamos dejar de mencionar la música del film aportada por el artista colombiano César López, un completo y complejo creador, activista por la paz en su país y mundialmente famosos por la creación de la «escopetarra», metáfora sobre cómo el arte puede sobreponerse a la muerte.